Capítulo III Destino manifiesto: La conquista del Oeste.

Imagen 1. Gast, John. (ca. 1872). El Progreso Estadounidense, cromo-litografía.  s/l. Crofutt, George A. (Library of Congress, Prints and photographs Division, Washington ppmsca-09855).
Esta es una representación alegórica del Destino Manifiesto, uno de los elementos fundantes del imaginario de la cultura estadounidense. En la escena, una mujer angelical (a veces identificada como Columbia, una personificación del siglo XIX de los Estados Unidos de América) lleva la luz de la civilización hacia el oeste junto a los colonizadores, tendiendo líneas telegráficas y de ferrocarril mientras viaja. Los amerindios y animales salvajes huyen en la oscuridad hacia el incivilizado Oeste.  Esta obra fue muy popular en el siglo XIX y principios del XX entre los patriotas norteamericanos.

LA CONQUISTA DEL OESTE

Como quiera que se le defina -de forma real o imaginaria- el Destino Manifiesto (1) inevitablemente es un elemento central para entender a los estadounidenses de ayer y hoy, así como la guerra con México, pues desde los documentos oficiales del presidente Polk hasta las narraciones de los soldados gringos en el campo de batalla dejan ver con insistencia tal destino. Las batallas decisivas fueron Monterrey, Buena Vista, Cerro Gordo, Churubusco y Chapultepec, con la ciudad de México como meta. Pero el gran premio al que se aspiraba y que se ganó, no era la expansión territorial del Río Nueces hasta el Río Grande o Bravo sino extender un vasto imperio desde Texas hasta el Océano Pacífico. Las batallas en estos territorios fueron encuentros menores, comparados con las que combatieron Taylor y Scott. En términos generales, el avance hacia la costa oeste resultó más peligrosa por las condiciones del terreno que tenían que recorrer –planicies y desiertos- que las mismas batallas combatidas contra los mexicanos en el altiplano central.

Imagen 2. Anónimo. (ca. 1855). George Bancroft, secretario de Marina (daguerrotipo). (Brady-Handy photograph Collection, Library of the Congress, Washington D.C: LC-DIG-cwpbh-02618).

Destino Manifiesto y California

A inicios del verano de 1845, antes de que las tropas bajo el comando del general Zacarías Taylor llegaran a Corpus Christi y diez meses antes de que se presentaran las primeras escaramuzas en el Río Grande, la administración Polk por medio del Departamento de Marina se comunicó con el comandante John D. Sloat nombrándolo comandante de la flota del Pacífico. Con los ojos puestos en San Francisco y “otros puertos mexicanos”, bajo el pretexto de conservar la paz pues México estaba “resueltamente en camino de hostilidad”, se le pedía ocupar la mayor cantidad de puertos que pudiera, cosa que no debería ser difícil, ya que estaban prácticamente desprotegidos. Con esto en mente, el secretario de la Marina George Bancroft le instruyó a Sloat:

Su atención debe estar puesta en el estado actual de las relaciones entre este país y México. La convicción más ardiente del presidente es la de seguir una política de paz; deseoso de que usted y toda su escuadra sean extremadamente cuidadosos de evitar cualquier acto que pudiera llegar a considerarse como una agresión.

Como México, sin embargo, está resueltamente en camino de hostilidad sería conveniente que protegiera a las personas y los intereses de los ciudadanos de los Estados Unidos que se encuentren cercanos a su destacamento, cuando esté seguro sin duda alguna de que el gobierno mexicano ha declarado la guerra a Estados Unidos, deberá emplear la fuerza que está bajo su mando para tener los mejores resultados. Los puertos mexicanos en el Pacífico se sabe que están abiertos y sin resguardo. Si está seguro de que México declaró la guerra, debe tomar el puerto de San Francisco y bloquear u ocupar tantos puertos como su capacidad le permita. Aún si se encontrara con la certeza de una declaración expresa de guerra contra los Estados Unidos, al ocupar San Francisco y otros puertos mexicanos, usted será cuidadoso en preservar, si es posible, la más amistosa relación con los habitantes; así como invitarlos a que adopten una postura neutral.

Si llegara a encontrarse con el escuadrón del comodoro Parker debe hacerle expreso el deseo de este Departamento de que, si el estado de sus navíos lo permiten, debe de permanecer fuera de las costas de México hasta que nuestras relaciones con ese gobierno estén definitivamente arregladas. (2)

 Imagen 3.  Anónimo. (1902). “Comodoro John Drake Sloat (1781-1867)” en Sherman, Edwin A., The life of the late Rear-Admiral John Drake Sloat of the United States Navy, California, Carruth & Carruth, p. 8. Disponible en: http://www.ibiblio.org/pha/USN/Navy/lifeoflaterearad01sher.pdf

El proyecto de conquista de Nuevo México 

Imagen 4. Anónimo. (ca. 1830). Richard Bland Lee II, medallón al óleo, (Lee family digital archives 31833008591189).

Esta política con apariencia pacifista que Bancroft diseñó para California pudiera haber tenido fines defensivos más que agresivos. Pero tan sólo California no les era suficiente. El general en jefe adjunto al Ejército de los Estados Unidos, Roger Jones (3), planteó planes más ambiciosos. Nueve meses antes de que el Congreso estadounidense declarara la guerra contra México, y diez meses antes de que la expedición de Kearny se lanzará hacia Santa Fe, Jones le pidió al mayor Richard Bland Lee (4), Comisionado de abasto en San Luis Missouri, que organizara los detalles para la conquista de Nuevo México. Lee envió sus propuestas el 4 de septiembre de 1845, con lo cual anticipaba la expedición de Kearny de 1846.

Escribe: 

 Debido a un terrible retraso del correo, su carta del 21 último llegó a mis manos hasta el día dos; el mapa de Texas fue recibido muchos días antes. Este mapa en lo que respecta a Nuevo México es muy imperfecto, y no puede ser confiable para servir en operaciones militares. Le envío un mapa tomado del libro de Gregg “El comercio en las Praderas” (5), en el que se muestra con gran precisión la posición de Santa Fe y Taos, con todas las rutas y sus distancias. He señalado con tinta roja la ruta más adecuada para un ejército provisto de artillería y carruajes de provisiones. En una línea roja las tierras ocupadas por una gran cantidad de tribus indias, los Utaws (sic), Apaches y Navajos, están en este momento en guerra contra Nuevo México (…) Santa Fe no puede ser ocupada mucho tiempo por una fuerza de caballería pues necesita de forraje. El abasto es tan limitado y escaso de cualquier cosa, que aún los caballos de los dragones mexicanos son conducidos a las montañas y valles para su subsistencia de doce hasta sesenta millas. Por tanto, es necesario en caso de invadir Santa Fe establecer un almacén en un punto intermedio fuera del alcance de nuestros enemigos y a una distancia favorable para los animales. La posición más adecuada que conozco es la del Fuerte Bent (Fuerte William) que está a 550 millas de Independencia y a 250 de Santa Fe. 

Imagen 5. Franklin, William B. (1845). Mapa de las expediciones de los batallones de Dragones, rutas de 1846-1847. Kansas, Fort Leavenworth Frontier Army Museum. Este mapa fue incluido en un informe al secretario de Guerra.  Ilustra la ruta seguida por el coronel Kearny y su 1er batallón de Dragones durante su expedición de reconocimiento en 1845.  La expedición comenzó en el Fuerte Leavenworth y siguió una ruta circular dirigiéndose hacia el noroeste en lo que se convertiría más tarde en el camino a Oregón. Luego bajó por las Montañas Rocosas entrando en territorio mexicano y regresó por el camino de Santa Fe.  Esta expedición tenía la intención de mostrar el poderío militar a las comunidades indígenas de la zona y a los británicos que aspiraban apoderarse del territorio de Oregón.  El mapa fue levantado por un ingeniero topógrafo llamado teniente William B. Franklin.
Disponible en: https://www.pinterest.com.mx/pin/268808671483726991/visual-search/?cropSource=6&h=416.2451698867422&w=544&x=10&y=10

Si se hace un movimiento sobre Santa Fe deberá de ser decidido en la estación actual, no hay más tiempo que perder, el 1 de noviembre las tropas deben encontrarse en marcha; más allá de los acuerdos y tan pronto como se puedan poner en práctica. Respetuosamente propongo el siguiente plan de organización y operación. 

El ejército debe consistir en dos cuerpos, uno de tropas regulares y otro de voluntarios, a ser coordinados como sigue: Los cuerpos de soldados serán compuestos por una compañía de artillería, dos de dragones y cuatro de infantería. El cuerpo de voluntarios se compondría de dos compañías de dragones, cuatro de infantería y tres de fusileros. Cada cuerpo debe de ser comandado por un teniente coronel y el ejército por un coronel. El equipo debe constar de un general adjunto con rango de teniente coronel como jefe del equipo. Debe haber un comisario para actuar como jefe de cuartel y comisario del comandante y un asistente del comandante de cada cuerpo. También estaría bien si hubiera un ingeniero o un oficial topográfico. El grupo debería de estar limitado a mil hombres, incluidos los conductores y otros asistentes de campo. La compañía de artillería deberá estar armada con dos cañones de 12 lb de bronce y dos obuses de 24 lb, con cincuenta cargas para cada arma, 20 tiros redondos y 30 de bote. Para disminuir el peso de la transportación, se harán balas huecas. Debe haber también una forja de viaje.

Imagen 6.  Anónimo. (2015). Mapa de los territorios ocupados por los grupos indígenas a la llegada de los conquistadores anglosajones en lo que hoy es el territorio de Nuevo México en 1846. Nuevo México. American Indians in New Mexico. Recuperado de:  http://www.native-languages.org/nmexico.htm

Para esta fuerza, el presidente debería considerarme competente y valioso para dirigirla, me comprometo a conquistar Santa Fe en menos de sesenta días a partir de la salida de mi base. El ejército debe de reunirse lo antes posible en, o cerca de, la zona arbolada que se encuentra a diez millas de Westport en el río Missouri, el punto más adecuado para desembarcar. Los hombres de la caballería deben ser mandados primero y tan pronto sea posible a tomar posición en el Fuerte Pawnee de Arkansas, que está a una distancia de 300 millas de Independencia, acompañados de cuantos vagones si fuera posible con ganado de cría y ovejas para subsistir. En este punto ellos deben concentrar los animales y esperar que llegue el cuerpo más grande del ejército. Una vez que haya llegado el cuerpo general al Fuerte Pawnee, el ejército debe alistarse para marchar a lo largo del lado norte del río Arkansas hasta estar en un punto a cierta distancia detrás de la Isla Chouteau, a 510 millas de Westport y 60 millas debajo del Fuerte Bent. Aquí los vagones de carga deben proceder hacia el depósito que se establecerá en el Fuerte Bent y el ejército deberá cruzar el Río Arkansas, siguiendo un pequeño arroyo para conducirse hacia el suroeste y atacar el Cimarrón río arriba, en un punto en el que se interceptan tres rutas accesibles por vagón; en la ruta de en medio que está a 225 millas de Santa Fe y por la ruta del norte y la del sur a 260 millas. Aquí el comandante de la expedición puede con cierto grado de certeza ajustar sus planes y si es posible tomará sin duda la ruta del sur, con el fin de pasar desapercibido por los asentamientos de Mora, Vegas y San José. El primer asentamiento que se encontrará será el de San Miguel que está a una distancia de 48 millas de Santa Fe. En un cauteloso acercamiento y marchando de noche este asentamiento será pasado sin ser descubiertos, ya que todos los caminos a Santa Fe están vigilados. El siguiente asentamiento, Pecos, debe ser pasado de la misma manera y tomar la ciudad por sorpresa antes de que cualquier resistencia pueda organizarse. De esta manera en una sola operación se puede empezar y terminar la guerra, ya que la ocupación de Santa Fe debe ser considerada como la conquista de Nuevo México. 

Como sería impráctico alimentar a los animales en Santa Fe, la caballería y los vagones deberán regresar a La Mora y ahí establecer un puesto intermedio entre el cuerpo principal y el depósito en el Fuerte Bent. Esta sería una posición muy favorable para abrir comunicaciones con los indios Arapaho y a través de ellos con los Apaches, Utaw y Navajos, los cuales están en guerra contra Nuevo México. 

Es importante que las tribus indias se reconcilien y se les haga entender el poder y la liberalidad de nuestro gobierno. El comandante de la expedición deberá tener a su disposición 10,000 dólares para comprar presentes a los indios, pistolas, pólvora, balas, etc. Las primeras impresiones con los indios son fuertes y duraderas.

Se deberá establecer una agencia india en el Fuerte Bent y nombrar un agente para que se familiarice con las tribus…

Los siguientes estimados darán una idea de los costos probables de esta expedición. 

PROVISIONES

125,000 libras de harina y pan duro a 8 onzas por ración (muy suficientes) (raciones) ………………………………………………………………………………….…………………250,000

100 barriles de carne de puerco a 6 onzas por ración…………..…………………60,000 

24,000 libras de azúcar (lo máx….permitido) ………………………..….……….200,000

120,000 libras de café …………………………………………………….………………. 200,000 

200 costales de sal ………………………………………………….……………………….320,000 

10,000 libras de jabón ……..………………………………………………………………250,000

1,000 libras de velas500 galones de vinagre1,000 galones de melaza10,000 libras de arroz500 reses en pie500 ovejas en pie
Para ser manejadas a discreción por el comandante.

El costo estimado de todo esto es de 18,000 dólares 

Estimado de transportación y forraje y el costo 

56 carros grandes de bueyes para las provisiones preparados para cargar 4,000 libras cada uno.

44 carros grandes de bueyes para cargar al principio 90 costales de maíz cada uno 

40 carros de seis mulas de dos mulas cada uno y 10 para otros fines

1,000 bueyes, 

300 mulas

4,000 costales de maíz a un costo estimado de no más de $50,000 dólares

PD: He terminado este bosquejo en borrador, justo a tiempo para enviarlo por el correo y no tengo tiempo de hacer una copia correcta sin perder un día, por lo que le pido que la reciba así, además de una disculpa de antemano. R.B.L. (6)

El mayor Lee escribió los planes y especificaciones para la expedición de Santa Fe con tal premura que ni siquiera copió el documento o se lo mandó a su propio comandante, el general brigadier George Gibson (7), quien era el comisario general, antes de mandárselo a Jones (8). Este documento fue importante en la conquista de Nuevo México, sin embargo, es obvio a partir de una carta que Jones le envía a Lee en mayo de 1846 que dice lo siguiente:

 En su interesante carta del 4 de septiembre, en respuesta a una mía del 21 de agosto de 1845, cuando pensábamos que probablemente se acercaba una guerra con México, estaban muy oportunamente referidas a ese momento, por eso me veo obligado a contarle. Se va a efectuar una movilización en la frontera de Missouri, a lo largo de la ruta que lleva al fuerte Bent, que dice que está a 250 millas de Santa Fe. La fuerza estará compuesta principalmente por soldados voluntarios –con dos o tres compañías del 1º de Dragones- que serán comandados por el coronel Kearney (9). Espero que sepa que agradecemos sus comentarios sobre este tema, pero no veo cómo puede usted separarse de su propio departamento- si es que eso fuera posible- (10).

Imagen 7. Juley, Peter A. (ca. 1847). General brigadier Stephen W. Kearny (1704-1848). En Grahams´s Magazine, Peter A. Juley & Son, fotógrafos. (Library of the Congress Prints and Photographs Division Washington, D.C. LC-USZ62-17905).

Orígenes de la expedición de Kearney

El mismo día que Jones estaba alertando a Richard Bland Lee, una carta confidencial enviada por el Senado de los Estados Unidos (escrita aparentemente por Thomas Hart Benton) le llegó al coronel R. Campbell, asistente del gobernador de Missouri. Rápidamente esta apareció en el St. Louis Missouri Republican. En ella se anunciaba la expedición de Kearny con el pretexto de proteger la ruta de comercio de Santa Fe:

Washington, 14 de mayo de 1846

Estimado señor: Los periódicos de la mañana le informarán que se ha declarado el estado de guerra desde ayer entre los Estados Unidos y México. Nuestra primera preocupación en este repentino cambio en nuestras relaciones con ese país es la de tomar y cuidar nuestro comercio con Santa Fe. Para este propósito se propone a la población de Nuevo México, Chihuahua y otras Provincias del Interior (11) que permanezcan en paz, y continúen comerciando con nosotros como lo han venido haciendo, con la condición de ser protegidos en sus derechos y tratados como amigos. Para dar efecto a esta proposición y estar seguros en todo momento de la protección a las personas y las propiedades de quienes comercien con nosotros (además de la proclamación del presidente para ese efecto), el coronel Kearny avanzará inmediatamente con 300 dragones (12),que serán seguidos lo antes posible por 1,000 voluntarios montados de Missouri (13), y con la autoridad para enrolar y llamar al servicio, si es necesario, a todos los norteamericanos en esa parte del mundo. Este movimiento militar se hace para lograr el objetivo principal: asegurar la paz y el comercio de la manera más tranquila que sea posible, o por la fuerza si es necesario. Porque si no aceptan estas condiciones, el territorio será conquistado por la fuerza. Esto, sin embargo, esperamos que no sea necesario, pues es obvio que el interés de los habitantes de esa parte de México (tan distantes del gobierno central como para tomar partido en las hostilidades) es el de gozar los beneficios de la paz y el comercio, con plena protección a sus derechos de persona, propiedad y religión. (14)

Hacia el oeste, en Kansas, las noticias de que el país estaba en guerra hicieron entrar al Fuerte Leavenworth en una intensa actividad. Reportes, creídos a medias, de que indios, mexicanos y mormones habían atacado a los soldados norteamericanos solo hicieron que el temor creciera:

Hay una gran excitación en este momento en torno a México. El 1er regimiento ha sido enviado a Santa Fe. A Rich, el comisionado de abasto de este lugar, se la ha ordenado partir. Ha ido a San Luis a comprar un buen número de cosas para llevarse. Espero ir con él. El regimiento comenzará en dos semanas. 800 voluntarios van a ir con ellos de Platte. Uno de los hombres del coronel Freemont (15) vino hoy durante el desayuno con la noticia de que todos sus hombres fueron degollados por un grupo de indios y mexicanos en las montañas (…) Le creemos digamos que la mitad.(16)

Imagen 8. Buel, Franklin William. (1845), Mapa de la ruta seguida por la última expedición comandada por el Coronel Stephen Watts Kearny. Publicada el mismo año. Kansas. Kansas Historical Society, n. 480. 

Mientras tanto en Washington, el presidente Polk no dejó duda de que deseaba que los territorios ocupados pasarán a ser parte de los Estados Unidos tan pronto como fuera posible. Escribió los siguientes párrafos y los envió al secretario de Guerra Marcy para que fueran incorporados en la carta con las instrucciones al coronel Kearny. Solo hace falta leer entre líneas para descubrir la intención de este mensaje: 

Después de que haya conquistado y tomado posesión de Nuevo México y la Alta California será necesario que establezca una base temporal del gobierno en cada una de estas provincias, y que elimine toda restricción arbitraria que pueda existir al presente mientras ello se pueda hacer dentro de los límites de la seguridad. Para efectuar esta tarea sería sabio y prudente que mantuviera en su empleo a todos los oficiales que sean simpatizantes de los Estados Unidos y se les haga hacer juramento de adhesión a todos. Las tareas en las aduanas deberán reducirse al mínimo, lo suficiente para mantener a los oficiales existentes sin que sea necesario para el gobierno pagar más. Es necesario que asegure a la población de estas provincias (…) que se les proveerá con un gobierno libre de la manera más rápida posible, similar al que ahora existe en los territorios de los Estados Unidos. Entonces podrán ser llamados a que ejerzan sus derechos de votar por sus propios representantes ante la Legislatura del territorio.

Esta será una tarea muy importante y en extremo necesaria que dejo a su discreción. Usted puede actuar con absoluta libertad para lograr conciliar los intereses de los habitantes y hacerlos unirse pacíficamente a los Estados Unidos. (17)

 Imagen 9. Anónimo. (1882). Conquista de Nuevo México (grabado sobre madera). Recuperado de: https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/0/0a/Kearny-Las-Vegas-Aug-1846-engraving-1882.jpg 
Toma de juramento de las autoridades mexicanas por parte del general Kearney, que proclama Nuevo México como parte de los Estados Unidos en la Plaza de San Miguel Las Vegas, Nuevo México, 15 de agosto de 1847. Kearney con una postura física cerrada e indiferente.  Los demás participantes expectantes, atentos, estupefactos.  Nadie vitorea ni celebra el hecho.

La fuerza del coronel Kearny, de más de 1,600 efectivos, fue llamada “El Ejército del Oeste”. Inició su marcha desde el Fuerte Leavenworth, Kansas, el 27 de junio de 1846, cruzó las grandes planicies para llegar al Fuerte Bent, y después se encaminó hacia el sur a Santa Fe. Detrás de Kearny, uniéndose rápidamente a él, el teniente Jeremy Gilmer, un joven ingeniero quien estuvo al mismo tiempo como observador y participó en cinco marchas como retaguardia, llevaba consigo el nombramiento de Kearny para convertirse en brigadier general, el cual se le envió el 30 de junio. En una carta mandada a los Cuarteles Generales de ingenieros en Washington, Gilmer hace una descripción de las marchas de los soldados a lo largo del territorio comanche en el verano de 1846:

El día 12 les escribí desde Leavenworth informándoles que estaba a punto de dejar esta plaza para marcharme a Santa Fe en compañía del mayor Swords (18) y el teniente Ingalls (19). Salimos a las 3 p.m. y acampamos cuando cayó la noche –habremos caminado como 19 millas ese primer día-, estábamos muy animados y esperábamos, dado el agradable comienzo que habíamos tenido, que llegaríamos pronto a nuestro destino y podríamos echarles un ojo a esos malditos mexicanos. Pero en lugar de ello, al día siguiente, a nuestro carro de equipaje se le rompió el eje. Este accidente nos hizo perder casi todo un día de camino. No nos desanimamos por el incidente y decidimos con grandes esfuerzos que recuperaríamos el tiempo perdido. Al día siguiente el eje del carro se rompió de nuevo (…) se reparó lo más rápido posible y emprendimos el camino de nuevo, viajamos sin contratiempos por uno o dos días, pero estábamos destinados a tener otros accidentes. Al séptimo día el nuevo eje que pusimos, como era de madera verde se dobló y se rompió. Se colocó un segundo eje y hasta el momento no hemos tenido otro accidente. Antier, nos juntamos con 7 carros del comisionado de abasto del ejército. Ellos tienen muy buenos equipos y no están tan sobrecargados, por lo cual el mayor Swords decidió que nos acompañaran hasta que hubiéramos logrado cruzar Arkansas. No obstante todos nuestros infortunios, hemos logrado recorrer más de 20 millas por día y esperamos que logremos hacer más eficiente esto en el futuro. De parte de los cargadores y otros que van de regreso hemos sabido que el coronel Kearny está a 5 o 6 jornadas adelante; la tropa va bien y van camino al Fuerte Bent río arriba del Arkansas. Nos veremos allá. El ejército podrá salir de allá entre el 18 y el 20 próximo (probablemente).

18 – Mayor Thomas Swords era el jefe del cuartel. El 30 de mayo de 1848 fue ascendido a teniente coronel por servicios en territorio enemigo.
19 – Teniente Rufus Ingalls, 1º Dragones, fue capitán y asistente al Cuartel General el 12 de enero de 1848. Condecorado por los conflictos en Embudo y Taos. Durante la Guerra Civil fue general brigadier de voluntarios (Ejército de la Unión).

Hemos entrado a territorio Comanche, también a las praderas de los búfalos. Hemos pulido nuestras armas e intentado dar a nuestros amigos pieles rojas una cálida recepción si nos honran con su visita. De noche nuestros seis carros están formados alrededor de nosotros cercando un área lo suficientemente grande para plantar un campamento, y los centinelas están en sus puestos. Se ha logrado ver a muy pocos indios, sin embargo, es posible que por un tiempo, sin que exista nadie más que transite este camino, no planeen atacarnos. Con respecto a los búfalos (…) Ingalls y yo hemos decidido darles una buena cacería cuando nos los encontremos. Se dice que son muy abundantes pero que están a distancia de los caminos, debido a las tropas que han pasado antes de nosotros. Tendremos algo de carne fresca, a pesar de todo, en menos de 48 horas.

El día 21 nos encontramos con el Sr. (George T.) Howard y Julian May que regresaban a los Estados Unidos de la vecindad de Santa Fe. Ellos opinaron que Armijo, el gobernador de Santa Fe, no ofrecerá mucha resistencia a nuestro avance y que el general Kearny tomará posesión del pueblo de inmediato. Armijo depende de las tropas que pueda reunir en las Provincias del Norte. Estos serían soldados muy inferiores, aunque tuviera éxito en reunirlos, lo cual es muy poco probable. Estas son solo conjeturas; sin embargo, es posible que tengamos un ligero encuentro antes de dar nuestros respetos a los señores “Dones” de Santa Fe y nuestros delicados saludos a sus hermosas hijas. Todos tenemos la tentación de saber cuál será nuestro destino después de que nuestro ejército deje Santa Fe, si iremos hacia el oeste por el norte de México o al sur hacia Chihuahua.

Hemos sido muy favorecidos en nuestro camino hasta ahora considerando el clima. No había llovido, hasta ayer solo hemos tenido brisas frescas y aire frío. Ayer, sin embargo, la temperatura aumentó y el sol salió llegando a marcar en el termómetro una temperatura de 85º y después llovió. Esta mañana hace calor, pero no es opresivo. 

El mensajero que llegó nos trajo noticias de la promoción del General Kearny. Llevo esta comisión conmigo. (20)

La campaña de Nuevo México

EL día dieciocho de agosto de 1846 Kearny entró en Santa Fe sin encontrar oposición, después de veintidós días de marcha Nuevo México había sido ocupado. Los últimos días de la “conquista” producían excitación fundada en los rumores y diseños para la batalla, solo que no hubo ninguna batalla. Un oficial de Kearny recuerda estos días en su diario, que evidencian de modo muy claro el enfrentamiento cultural y los modos de ser de ambas naciones si lo analizamos con detalle:

 Domingo 16 de agosto. Comienzo (21) a la hora de costumbre y vengo a la villa de San Miguel (22), que está a siete millas, construida como las otras de ladrillo quemado por el sol y con techos planos. Después de muchas tardanzas el alcalde y el padre fueron encontrados y traídos ante el general Kearny, pero fue evidente que no tuvieron una entrevista con él. Esta villa posee una iglesia digna de mención y cerca de 200 o 300 casas. El general expresó su deseo de subir a una de las casas junto con el alcalde y el padre para decir a la gente del pueblo el objetivo de su misión. Después de muchas evasivas, retrasos y discursos inútiles, el padre hizo un discurso diciendo que él era mexicano pero que debería obedecer las leyes que se le habían impuesto por los acontecimientos, pero que  aunque el general le pusiera un cañón apuntándole al pecho, no iba a subir a llamar a la gente.

Imagen 10. Albert J.W. (1848). “La Ciudad de Santa Fe”, en Emory, William Hemsley. Notes of a Military Reconnaissance, from Fort Leavenworth, in Missouri, to San Diego, in California, Including Part of Arkansas, Del Norte, and Gila Rivers. Washington: Wendell and Van Benhuysen. p. 418. (Library of the Congress Prints and Photographs Division Washington, 2002723357). Recuperado de:  https://archive.org/details/bub_gb_ggFZAAAAMAAJ/page/n477/mode/2up/search/Santa+Fe

El general suavemente le dijo, por medio del señor Robideau – un intérprete-, que no había venido a lastimarlo y tampoco quería que llamara a la gente. Solo quería que fueran juntos al balcón de esa casa y lo escucharan dirigirse al pueblo. El padre aún se resistía y comenzó una larga discusión que el general interrumpió, diciéndole que no tenía tiempo de escuchar “esos comentarios inútiles” y le repitió que solo quería que lo acompañara al balcón y escuchara su discurso. El padre accedió. El general les hizo los mismos comentarios al alcalde y a la gente de las otras villas. Él les dejó claro que tenía una fuerza muy grande y que tomaría posesión de ese territorio aunque todos se opusieran, pero que les aseguraba un trato amistoso y la protección de los Estados Unidos. Haciendo hincapié que esto nunca se los había dado el gobierno de México, pero que los Estados Unidos estaban en disposición de hacerlo y que de hecho los protegerían no solamente en sus personas, propiedades y credo religioso, sino también contra el peligroso avance de los indios. Que ellos ahora podían ver solo una pequeña parte del ejército que tenía a sus órdenes. Muchas más tropas estaban en los alrededores (algunas de las cuales podían ser vistas a una o dos millas de distancia) y que otro ejército estaría probablemente pasando por su villa en tres semanas. Después de esto dijo: “Señor alcalde ¿Estaría dispuesto en este momento a tomar juramento de adhesión a los Estados Unidos?” El respondió que mejor esperaría hasta que el capitán tomara posesión de la capital; el general le respondió: “Debería bastarle que he tomado posesión de su villa”. Entonces el alcalde accedió y con las formalidades necesarias dijo: “¿Jura lealtad al gobierno de los Estados Unidos de América?” El Alcalde dijo: “Siempre y cuando sea protegida mi religión”. El general le contestó: “Le juro que así será”. Entonces él continuó: “Y que la defenderá contra todos sus enemigos y opositores en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Amén.”

El general dijo entonces: “Lo ratificó en su puesto de alcalde de esta villa y le pido a la gente de Pueblo que lo obedezca como tal. Sus leyes continuarán como están por ahora, pero tan pronto tenga tiempo de examinarlas y pueda hacer los cambios que sean para su beneficio, estos se harán”. Después de haberse dado las manos se fue. El padre lo invitó a su casa, le dio a él y a su equipo un refrigerio y tras varios abrazos, bromas y promesas de amistad, con una expresión del general de que “en cuanto antes se entendieran, serían mejores amigos“. Extendió la invitación al padre de que lo visitara en Santa Fe (lo cual él prometió). Dejamos el pueblo. El padre era evidentemente el que gobernaba la aldea; el alcalde obviamente se veía disminuido en su presencia. La visita al padre y la manera franca y amistosa en la que el general habló surtió el efecto adecuado por lo que creo podrán ser buenos amigos y no dudo que los habitantes de San Miguel lleguen a ser tan buenos demócratas como la gente de Missouri.

El alcalde informó al general que 400 hombres dejaron la villa para unirse al ejército mexicano. Pero doscientos de ellos se habían regresado a casa.

Poco antes de dejar la villa un mensajero llegó de Santa Fe informándole al general que había una gran fuerza que se encontraría con él y sus hombres en el camino a 15 millas de distancia en un barranco profundo. Era comandada por un tipo conocido como Salazar (23), que el general Armijo (24) rehusó a comandarlos, pues decían que querían defender el pueblo. La misma información fue traída también por los indios Pueblo (25) en el sentido de que muchos de ellos se habían unido a las fuerzas de los mexicanos, armados con arcos y flechas; su gente había sido forzada a unirse al ejército y  los jefes no les permitirían llevar sus armas de fuego. 

Como no estamos más que a dos días de camino de Santa Fe, si tenemos un enfrentamiento será probablemente mañana. Hemos caminado 17 millas. 

Imagen 11. Stanley, John Mix. (1848). “Ruins of Pecos. Aztek Church”.  En William Hemsley Emory, Notes of a Military Reconnaissance, from Fort Leavenworth, in Missouri, to San Diego, in California, Including Part of Arkansas, Del Norte, and Gila Rivers. Washington: Wendell and Van Benhuysen, p. 30r. (Nótese el desconocimiento de las culturas con que entran en contacto, al identificar al grupo indígena Pecos con los Aztecas o Mexicas). Recuperado de: https://archive.org/details/bub_gb_ggFZAAAAMAAJ/page/n35/mode/2up

Lunes 17 de agosto: Comenzamos a la hora de costumbre. Nuestros vigías capturaron un prisionero, el hijo del mentado Salazar (26), muy bien recordado por los texanos por su crueldad. El declaró que el ejército mexicano había abandonado el sitio y se habían regresado a su casa. El general le dijo que lo mantendría prisionero, que si era falso lo que le había dicho lo colgaría.

Pronto nos encontramos con otros de Santa Fe que felicitaban al general por su llegada al país y de que los liberara de la tiranía de Armijo. También nos dijeron que Armijo había tomado a cien dragones y su cañón, yéndose esta mañana hacia Chihuahua. Hoy pasamos por las ruinas del viejo pueblo de Pecos. Lo visité junto con algunos mexicanos y un intérprete que me relató toda su historia. Me dijo que fue construido mucho antes de la conquista. El pueblo está sobre una colina, los muros se hicieron de piedra y lodo, algunos de los edificios están aún en perfectas condiciones, como hace tres siglos. Había cuatro estancias bajo tierra a una profundidad de 15 pies y que medían unos 20 pies, de forma circular. En uno de ellos ardía el fuego sagrado que fue encendido muchos siglos antes de la conquista y aunque los indios Pecos fueron convertidos al catolicismo, continuaron con sus ritos antiguos entre los cuales estaba el fuego sagrado, el cual nunca había dejado de arder hasta hace siete años cuando la villa fue invadida. La población es de probablemente mil habitantes. La iglesia es grande y por sus ruinas se ve que fue un edificio muy hermoso. Fue hecha tras la conquista. El techo del ala este aún está en buenas condiciones -está lleno de pájaros-. Cuando llegamos los mexicanos se quitaron el sombrero para entrar y nosotros hicimos lo mismo.

El general se enteró hoy de que Salazar se ha apoderado del cañón y que nos ha rodeado para ir a San Miguel, el pueblo que pasamos ayer. El general le envió un comunicado donde le decía que tenía a su hijo prisionero y que lo trataría bien, si se mantenía sin agredirnos, pero que, si tomaba alguna acción bélica o incitaba a la gente a ponerse en nuestra contra, lo iba a colgar.

Acampamos a las 3 p.m. En el arroyo de Pecos, en un pasto muy bueno donde había una hermosa granja muy bien regada. La distancia recorrida hoy fue de 15 millas ¾.

Una gran cantidad de verduras fue traída al campamento esta tarde y comimos mejor que nunca desde que dejamos Missouri. Pan, café y tocino son excelentes alimentos si se les combina con “complementos” que solo las damas pueden dar, además de ellas mismas, tras de algunas semanas, los compañeros empiezan a estar un poco cansados. 

Un caballero norteamericano recién llegado al campamento proviene de Santa Fe. Nos platicó que salió a las 12 del día de allá. Que después de la abdicación del gobernador, el alcalde citó a una junta para discutir seriamente si deberían de derribar las iglesias en prevención de que fueran usadas como barracas, pero que ciudadanos norteamericanos les aseguraron que no deberían tener ningún pendiente de eso, de esa forma las iglesias se salvaron. Una dama mandó por él esta mañana para preguntarle si le recomendaría que dejara el pueblo en compañía de sus hijas para salvarlas de ser deshonradas. Él le contestó que lo mejor sería que permanecieran en su casa que ellas no corrían ningún peligro si se acercaba el ejército norteamericano.

 Imagen 12. Anónimo, (1847). “Mapa de Santa Fe en agosto de 1846”, en Taylor James, Hughes, Doniphan´s Expedition, Cincinnati, U.P. James, p. 89. Recuperado de:  https://archive.org/details/doniphansexpedit00hugh_2/page/88/mode/2up 

La mayoría de la gente respetable del pueblo ha huido y mucha gente que vive en el campo ha ido al pueblo en busca de protección.

Martes 18 de agosto. Comenzamos el día como de costumbre. Estamos a seis millas del cañón donde el Ejército Mexicano bajo las órdenes de Armijo se ha reunido. Hay ahí 3,000 hombres, pero parece ser que cuanto más nos acercamos a ellos se vuelven menos, de forma tal que cuando pasemos por ahí todos se habrán ido a sus casas. La posición que habían escogido está cerca del extremo final de la población, en lo más bajo, era una muy buena y fuerte posición. El paso no es de más de 40 pies de ancho. Al frente han hecho una obstrucción con vigas y detrás de esto, a 300 yardas, está un promontorio en el camino en el cual su cañón ha sido instalado. Nosotros habíamos calculado que su posición debía tener 5,000 hombres. Llegamos a la colina desde la cual se ve Santa Fe a las 5 de la tarde. La artillería del mayor Clark (27) se puso en formación, y las tropas a caballo y la infantería marcharon sobre el pueblo hacia el Palacio (así le dicen) que se localiza en la plaza central, donde el general y sus hombres desmontaron, siendo recibidos por el gobernador y otros dignatarios, luego fueron llevados a un salón muy grande. (28)

Imagen 13. Chapman, K.M., (1909). “La expedición de Kearny saliendo de Vegas, Nuevo México, rumbo a Santa Fe (agosto 1846)”, en Twitchell, Ralph Emerson, The History of the Military Occupation of New Mexico, New York, Smith Brooks Company, Publishers. p. 39 Recuperado de:  https://archive.org/details/cu31924028915151/page/n41/mode/2up

Un soldado de los Voluntarios de la caballería de Missouri describe las privaciones y la excitación de las últimas etapas del viaje por las montañas hasta Santa Fe:

Verán por la fecha de esta carta que por fin hemos llegado a la largamente esperada Santa Fe. El día 18 el general Kearny tomó posesión formal de la capital de la Provincia sin haber disparado un solo tiro. A la mañana siguiente, la mitad de mi compañía y yo fuimos mandados a este lugar. (29)

Nuestro camino después de mi última carta fue de la misma monotonía que estos últimos cinco días de viaje hasta Santa Fe, donde todo el ejército se dejó llevar por un espíritu de emoción por la llegada de la bandera y una carta del gobernador Armijo. En la carta el gobernador le informaba al general Kearny “que había avanzado con tranquilidad muy adentro del territorio mexicano, pero que le pedía que se retirara inmediatamente, de no hacerlo, se encontrarían aproximadamente en 20 millas, en el río de las Vegas, donde tendrían una batalla”. A esto el general Kearny respondió en su manera habitual y le dijo que encontraría al gobernador en las Vegas. 

Ya se imaginarán la emoción en el campamento. Todos esperaban una batalla, estando seguro cuando el enemigo avanzó a menos de tres millas de nuestro campamento determinados a cortar nuestro paso a través de las montañas. 

A la mañana siguiente, después de que las fuerzas enemigas habían tomado este sitio, el general Kearny salió de su campamento en formación de batalla, él iba con todo su ejército, debido a las condiciones del terreno y a lo que sabíamos del enemigo (de que era una fuerza de 2,000) anticipábamos una batalla muy sangrienta. Mi compañía, armada con rifles y bayonetas Hall, estaba preparada para actuar como infantería o como auxiliar de batallón de infantería. Cerca de las diez de la mañana salimos del campamento de acuerdo con siguiente orden: El general con 500 dragones; al frente el batallón de infantería y mi compañía que éramos como 200 salimos en seguida; la artillería con dos baterías de cinco compañías cada una, seguidas por el regimiento de voluntarios de Missouri bajo el mando del coronel Doniphan (30) -que eran 800 hombres-; en la retaguardia los carros con el equipaje con una guardia trasera muy fuerte. Este fue el orden en el que salimos. Sobre la constitución del ejército debo decir que nunca había visto a hombres que se unieran con un espíritu tan valeroso como el que estos hombres demostraron cuando comenzaron su marcha esta mañana. En lo que se refiere a mi propia compañía, los oficiales (con toda modestia) y los soldados estaban con una moral tan alta como jamás los había visto –cada uno en su lugar-, determinados a que el nombre del Condado de Franklin no fuera desconocido para la fama. Cada uno sacudimos nuestros abrigos, dimos lustre a nuestros rifles y marchamos a paso redoblado para acceder a nuestra carrera como soldados. 

Como dije antes, el enemigo estaba en una brecha entre las montañas, a una distancia como a tres millas de nuestro campo en dirección al camino a Santa Fe. Esta brecha se forma por dos montañas de aproximadamente la misma altura que están como a 150 pies de distancia cada una y que se juntan para formar un precipicio, dejando una garganta por la que pasa el camino. Llegamos a menos de media milla de esta brecha cuando el general determinó que la infantería debería de escalar la montaña a la derecha, pasar atrás del enemigo y cortar su retirada. Tan pronto la orden fue dada comenzamos a subir casi en forma perpendicular al lado de la montaña, que estaba cubierta por rocas; subimos 400 pies de altura resoplando y arañando llegamos a la cumbre. De inmediato comenzamos nuestro descenso por el otro lado y en pocos minutos estábamos en el valle, una vez que se formó la compañía marchamos hacia el paso -y para nuestro disgusto y sorpresa lo encontramos ocupado por los dragones- que el enemigo había repentinamente recolectado-. 

“Quien pelea y huye vivirá para poder pelear otro día” (31)

Pero este no era el fin de las fatigas del día ya que fuimos obligados a marchar a pie por 12 ½ millas con la esperanza de adelantarnos a los españoles, y como resultado de esto cada uno de mis compañeros tenía los pies ampollados, las piernas adoloridas y cuando nosotros montamos de nueva cuenta en nuestros caballos dimos tan profundas gracias a la Providencia de que nos proveyera con tan buenos amigos. 

De esta forma terminó la primera gran batalla de esta campaña. Marchamos hacia el pueblo de San Miguel que está a 15 millas de Santa Fe, en el cual supimos que el gobernador Armijo con 3,000 hombres ocupaba el angosto paso (32) entre ese punto y Santa Fe, que era la única brecha por la cual podría pasar nuestro ejército -el paso está como a 20 millas de Santa Fe-. Continuamos nuestra marcha oyendo cada día la posición y fuerza del enemigo. El día 17 acampamos a 4 millas del paso. Aquí de nueva cuenta esperábamos tener una batalla, pero por la tarde sucedió algo en el campo enemigo y, como resultado de ello, se dispersaron sin tener alguna intención de oponerse a nuestro paso por la brecha.

El día 18 levantamos tiendas y comenzamos la marcha sin saber exactamente si íbamos a tener una batalla o no pero, eso sí, estábamos preparados para cualquier contingencia. Conforme nos acercábamos parecía que las montañas se juntaban una a la otra, hasta que el final parecía que se habían puesto ambas frente a nosotros, como una barrera impenetrable de cientos de metros de altura y casi en perpendicular. En ese punto, dando la vuelta a la montaña, de repente uno se encuentra ante un paso donde el camino era apenas lo suficientemente ancho como para que pasaran los carros o una formación de cuatro en fondo, esto tenía una longitud como de ¼ de milla. Cada lado del camino tenía murallas de roca sólida de cientos de pies de altura y era completamente imposible ascender, fue en este camino que el enemigo se había puesto para impedir nuestro paso, me parece que si hubieran tomado ventaja de las características del lugar, hecho una barricada y tras de ella hubieran plantado una batería –con un sexto de su ejército,  hubieran podido resistir fácilmente cada intento de nuestra parte por pasar-, pero en lugar de hacer eso y aunque nos duplicaban en número, teniendo cinco excelentes piezas de artillería, pero víctimas del miedo y la discordia, después de haber aventado unos cuantos arbustos hacia abajo, a manera de defensa y sin haber disparado un solo tiro en defensa de sus hogares, abandonaron todo.

Esa tarde, como he dicho en la primera parte de mi carta, tomamos de manera pacífica Santa Fe.

La gente de esta parte del país, a primera impresión, llamó poderosamente mi atención, nunca había visto nada igual. Se les había aterrorizado casi hasta la muerte por las historias que los sacerdotes y los ricos del pueblo (pues ellos son las dos clases que gobiernan este país) les contaban sobre los bárbaros que estaban avanzando hacia su ciudad. Pero ahora, después de que hemos pasado unos días con ellos, comienzan a parecer un poco más alegres y a asumir, de alguna manera, la apariencia de hombres. Creían que nuestro ejército era mucho más grande, y dicen que si hubieran sabido que éramos tan pocos habrían peleado contra nosotros. El gobernador Armijo le envió una misiva al general Kearny de que intentaba contender contra su ejército para salvar a su país y que cuando había dispersado a su ejército había supuesto que nosotros teníamos muchos más hombres, pero que desde que supo habíamos entrado al país estaba seguro de que nos hubiera podido derrotar, pero la impresión general es de que él no pudo reunir una fuerza suficiente para realizar ningún acto de resistencia de importancia, aunque no queda la menor duda de que él hubiera hecho el esfuerzo. 

Ayer un español vino a nuestro campamento y le informaron al teniente coronel Ruff (33) que Armijo había reunido sus cañones en una pequeña villa que está como a 1½ millas de nuestro campamento, e inmediatamente salimos con dos compañías de cerca de 70 hombres a buscarlos, pero antes de que llegáramos al pueblo el capitán Fischer (34) de San Luis, con un grupo pequeño de hombres, ya los había hecho prisioneros. Eran unas excelentes piezas de artillería –cañones de 6 libras- y constituyen la totalidad del armamento del enemigo. De esta forma Armijo se quedará sin un enorme recurso en la lucha por la supremacía de este territorio. (35) 

 Imagen 14. Chapman, K.M., (1909). “Izamiento de la bandera norteamericana en el antiguo palacio de gobierno de Santa Fe, 18 de agosto de 1846”, en Twitchell, Ralph Emerson, The History of the Military Occupation of New Mexico, New York, Smith Brooks Company, Publishers, p. 66. Recuperado de: https://archive.org/details/cu31924028915151/page/n69/mode/2up

La ocupación de Santa Fe

Kearny entró en Santa Fe el 18 de agosto como conquistador (36). Un oficial de su equipo  escribe para el St. Louis Reveille una carta en la que describe la dramática escena: 

Venían los Dragones y los Rangers, hasta que después de un momento emergimos de una arboleda de pinos y cedros para encontrarnos con una vista completa del valle, que significaba el final (por el momento) de nuestro largo y arduo camino. El valle está situado al oeste detrás de las montañas. Al pasar una colina inmediatamente al sudeste de la ciudad se pueden ver las partes altas de los edificios públicos, el general nos detuvo y esperó cerca de dos horas a que llegara la artillería; tiempo durante el cual la bandera de las barras y las estrellas estuvo desplegada en las manos de un sargento, formulándose propuestas por parte de los ciudadanos norteamericanos sobre la mejor manera de izarla en el palacio de Armijo. También entendíamos que esas prevenciones eran necesarias para preparar el palacio de Armijo para que lo pudiera ocupar el general que, de acuerdo con sus propósitos expresados en el Fuerte Bent, debería de estar en Santa Fe el 18 de agosto con todo su ejército. El sol que había estado medio nublado por la mañana después brillaba, pero ocultándose mucho más rápido de lo que la artillería estaba tardando en llegar.

Algunos de los ciudadanos mexicanos, guiados por la curiosidad, salieron con sus camisas blancas, calzones amplios y con esos enormes y duraderos sombreros de palma. Miraban con azoro el avance de las tropas del “Ejército del Oeste”. El señor Thurston (sic) (37), que media como seis pies y seis pulgadas (1.98 m) en sus mocasines, así como otros norteamericanos, incluyendo nuestro incansable amigo el coronel Owens (38), de Jackson, estaban reunidos en grupos mientras que el general mantenía una conversación con un viejo soldado que nunca había fallado a ninguna convocatoria para enrolarse, el mayor Summer (39) -un viejo Fitzpatrick-, (40) con su venerable cabeza plateada, sus agudos ojos grises-azules, nos miró como si estuviéramos en casa, como cuando nos guiaba por las praderas, con su memoria imborrable y su sagacidad. Los caballos fueron a dormir, pues no se veía ni una brizna de hierba en los alrededores, y los hombres se preguntaban qué sería lo próximo que les depararía el destino -quedó claro que los carros con las provisiones no llegarían- y se especuló sobre el precio del pan y cartas en Santa Fe.

Después de mucho tiempo apareció la artillería -la corneta llamando a trote y avanzamos dentro del pueblo, con los sables de lado, pero teniendo mucho cuidado con los pequeños golfillos como si hubiéramos estado en un desfile en San Luis- y al fin de cuentas los niños son niños en cualquier parte del mundo, cuando los soldados o cualquier otro espectáculo están a su alcance. El general tomó posesión de la plaza con la guardia. La plaza está situada frente al palacio donde recibió la rendición de la capital y del país de manos del alcalde para reclamarlo a favor de la Unión Americana, y realizó el juramento de alianza, mientras que el mayor Summer nos llevó a lo largo de muchas calles y la bandera americana fue izada sobre el palacio para ser saludada por las voces profundas de la artillería del mayor Clark desde la colina en la que estaban situados. A nosotros nos mandaron hacia allá también, y estando allá nos dimos cuenta de que los carros con nuestras provisiones y cosas no habían llegado aún, y que las perspectivas para la cena no eran cuestión de dudas sino que eran realmente malas. Mientras tanto, nuestros pobres caballos cansados hasta el extremo no tenían la esperanza de una sola brizna de hierba y estaban al borde de la inanición.

Bueno, con o sin cena, estamos en Santa Fe y ¡NUEVO MÉXICO ES NUESTRO! (41)

41 – Teniente Richard S. Elliot (alias John Brown), “¡Captura de Santa Fe!”, Correspondencia del St. Louis Reveille, 18 de agosto de 1846, St. Louis Reveille, 28 de septiembre de 1846.

Nuestra entrada en la ciudad fue, como ya les he dicho, muy parecida a la marcha de un ejército de guerra con sables de lado y mirada atenta. De cada esquina emergían hombres con rostros hoscos, de mirada abatida, que nos veían con recelo, si no es que con terror; ojos negros que veían a través de ventanas entornadas cómo avanzaba nuestra arrogante columna, algunos relucientes de alegría y otros llorando. Es raro de hecho, esos deben haber sido los sentimientos de los ciudadanos cuando contemplaban un ejército enemigo entrar a su casa. Ellos solo veían a los soldados como alguien que había llegado para aniquilarlos, quemar, robar y destruir -el porvenir se veía vago e incierto-. Sus nuevos amos ajenos a sus costumbres, lengua y hábitos y, según fueron hechos creer, enemigos de la religión que profesan. También fue una humillación el que hayamos entrado a su ciudad sin haber disparado un solo tiro en su defensa; y creemos que ese orgullo humilde y mortificado se expresaba en más de una de esas caras morenas. Cuando se izó la bandera americana, y los cañonazos lanzaron su glorioso saludo desde la colina, las emociones que habían estado contenidas en el pecho de varias mujeres no pudieron reprimirse más y un suspiro de conmiseración, aunque fuera por una angustia sin razón, escapó de muchos hombres, mientras que un lamento de pena se elevaba sobre el estrépito de los cascos de nuestros caballos y llegaba hasta nuestros oídos desde la profundidad de los relucientes edificios a cada lado de nuestro paso. (42)

Este era el grito de victoria. Pero ¿qué hay de la gente originaria de Santa Fe que vio a los conquistadores tomar posesión de su ciudad? El mismo corresponsal lo relata unos días más tarde:

¿Qué impresión causó Santa Fe en los conquistadores recién llegados? Algunas observaciones se pueden encontrar en una carta que envió M.L. Baker, un viajero que iba rumbo a México:

Estoy muy a disgusto en este país. Está desprovisto de madera y agua, es muy montañoso, las únicas partes para cultivar son unas pequeñas porciones en los valles que están regadas por riachuelos y manantiales que vienen de las montañas. Las casas en el campo y en la ciudad son construidas de ladrillos de barro secados al sol, son de un piso y no tienen ventanas, así que cuando se cierra la puerta el cuarto queda en completa oscuridad aunque sea medio día. Sin embargo, son tibios en invierno y frescos en verano. Todos los techos son planos. Cultivan maíz, trigo, cebolla, pero no papas. Tienen cientos de cabras y ovejas, algo de ganado y muchísimas mulas y burros y algunos caballos muy finos. Las minas de plata y oro parecen ser muchas, y sin duda con la perseverancia y talento de los yankees saldrán muchas más a la luz que aún están sin descubrir. Hasta el momento los norteamericanos han tenido miedo de trabajar las minas por temor a los indios quienes son los verdaderos amos del país, pero los dragones pronto les enseñarán a estarse quietos. 

No tienen molinos para el trigo a excepción de los manuales y deben tamizar o, lo que es más común, comer las cosas de harina integral. Secan el maíz y el trigo, tienen manzanas y duraznos, así como melones y uvas iguales a las que vi en Francia. Son una nación que ama la danza y organizan fandangos cada noche en el campo y en la ciudad. La manera en la que una señora mexicana baila sería una lección para una estrella de Broadway. La belleza de las damas mexicanas no es mucha en general, pero en algunos casos es extraordinariamente fina y notable. Se hacen mujeres muy jóvenes y se casan pronto, pero rápidamente se desvanecen y se hacen viejas. La sangre indígena está universalmente mezclada entre la población y el lenguaje está lejos de ser español puro. Les he dado alguna semblanza de este país y su gente pero no puedo extenderme más en este punto ahora. Les contaré más cuando los vea. Supongo que estarán ansiosos de saber cuándo será eso. No puedo decir con certeza cuándo, porque el día 25 comenzaré un recorrido de algunos cientos de millas hacia el sur de este país. Hacia Chihuahua y luego hacia el oeste a California que queda a 1,400 millas de Monterrey. Este es el país más saludable del mundo, estoy mucho más grande y pesado que nunca. Llueve solamente en la primavera y en el otoño. Se reirían de ver mi complexión ahora, estoy quemado hasta ser color caoba y uso unos enormes bigotes. (43)

Kearny en el valle del Río Grande 

Tras haber establecido su comandancia en Santa Fe, Kearny llevó a un destacamento hacia abajo del valle del Río Grande para explorar los pueblos indios y españoles. Al principio esta fase de la ocupación transcurrió muy suavemente. Los mexicanos no dieron la bienvenida a “los enviados” y muchos rehusaron prestar juramento, pero los profetas norteamericanos del Destino Manifiesto calcularon correctamente cuando asumieron que las poblaciones de Nuevo México y California no estaban dispuestas a derramar su sangre. Un capitán de Kearny realizó un recuento de su visita a las comunidades del Río Grande: 

El día 2 de septiembre, el general Kearny con 800 hombres salió del pueblo para realizar una exploración hacia el sur. Fuimos a una villa llamada Tonie (sic. Tomé) que está como a cien millas de distancia. Dejamos el Río Grande veintisiete millas desde este lugar (Santa Fe), hacia una villa llamada Santo Domingo habitada por los indios Pueblo. Nuestra recepción en este lugar fue todo un acontecimiento, los ancianos del pueblo y los guerreros de la tribu salieron a recibirnos a seis millas de ahí y nos escoltaron hasta el lugar, los guerreros estaban montados en sus mejores caballos y vestidos festivamente, armados y equipados con sus artículos de guerra. Cuando el general pasó la cabeza de sus columnas, dispararon sus armas, y entonces en una fila, flanqueándonos a cada lado, se replegaron a la parte de atrás para luego adelantarse hasta cerrar nuestra línea al máximo galope gritando y realizando toda clase de maniobras de un ataque; se encontraron de nuevo a la cabeza de nuestra columna disparándose entre ellos con sus pistolas, haciendo juegos con sus lanzas, para luego retraerse, y de nuevo volver a la cabeza de la columna. Esto se repitió muchas veces para gran admiración y asombro de todos los que presenciaron esto. En parte alguna había visto mejores jinetes, y por lo que vi serían formidables en batalla si se les armara bien.

Son hombres apuestos y en mucho superiores en todos aspectos a la población mexicana, tienen una villa muy bonita y espléndidos viñedos y aparentemente viven más confortables que los mexicanos. Cuando llegamos a la villa fuimos invitados a la casa de su sacerdote, donde había un suntuoso banquete consistente en las mejores uvas que haya visto, melones, manzanas, pasteles y con licor suficiente para poderlos acompañar.

Imagen 15. Waugh Alfred S. (ca. 1840). Retrato al pastel del general Manuel Armijo, último gobernador mexicano de Nuevo México. (Smithsonian Institute PC1998.22.51).

En este pueblo hay una enorme iglesia a la cual está anexa la casa del sacerdote, donde tiene a sus mujeres o concubinas. El sacerdote de este lugar tiene cuatro, y dos de ellas son muy atractivas. Después de nuestro banquete el general habló a los ciudadanos, que parecían estar muy satisfechos con sus palabras. Entonces nos escoltaron a la salida del pueblo, retomamos nuestro camino, regocijados, con el estómago lleno, y cada uno de los hombres con suficiente licor como para hacerlo sentirse patriota. Esta fue la única villa indígena que visitamos. 

Después de que dejamos Santo Domingo, pasamos por villas cada ocho o diez millas, hasta que llegamos a la villa de Tonie. Muchas de ellas; sin embargo, eran muy pequeñas y los habitantes con excepción de dos o tres hombres en cada una eran un grupo de miserables.

Las únicas villas en Río Grande que valían la pena de las que visitamos fueron Santo Domingo, San Felipe, Albuquerque y Tonie (sic Tomé). Albuquerque era la residencia de Armijo (44). Paramos un corto tiempo en el palacio, de ida y vuelta. El general Kearny llamó a la esposa del último gobernador y pasaron juntos una hora o dos. Muy placenteramente, según él mismo me relató. Es una mujer muy inteligente y se comportó con mucha propiedad. Su marido (Armijo) se dice que se fue a El Paso y se supone que continuará su camino hasta la ciudad de México.

Imagen 16. Anónimo. (ca. 1860). General Sterling Price (retrato). (Library of Congress Prints and Photographs Division Washington, D.C, LC-DIG-cwpb-07527).

La gente de los alrededores de Tonie (sic. Tomé) y los habitantes de las diferentes villas habían oído de nuestra visita, así que el general arregló que marcháramos a su pueblo la tarde antes de la celebración de su santo patrono (45). Un día muy grande para los habitantes de esa región, y les aseguro que fue un gran día no solo para ellos, sino también para todos aquellos que estuvieron presentes. Hubo una gran afluencia de gente, hombres, niños, mujeres, mexicanos, indios y gente blanca. Prepararon fuegos artificiales que prendieron dando un buen espectáculo. El pueblo está iluminado, tiene teatro que se realiza al aire libre, y que aparentemente es bien recibido por los habitantes. También tienen fandango el cual no estaba solo lleno, sino atestado. La belleza y moda estaba ahí; para mi sorpresa encontré algunas de las mujeres muy hermosas. Durante el día hubo misa, la imagen de la Virgen María fue llevada en procesión por las calles, seguida por los hombres importantes del pueblo, así como por el general Kearny y su equipo que portaron velas en las manos. 

El sacerdote de Tonie (sic Tomé)(46) se unió a la hora del baile, parecía tan jovial y dispuesto a participar en las festividades como cualquiera de nosotros. El territorio al sur de Santa Fe es mucho mejor que ninguna parte o Provincia en la que haya estado aunque, a mi entender, ningún oriundo de Missouri jamás pensaría en mudarse aquí para intentar cultivar la tierra. La provincia ha sido sobrevalorada, y nuestro gobierno se ha aferrado a ello, mintiendo sobre los recursos, el comercio, etc., que hay aquí. Desde mi llegada no he visto algo que me motive a cambiar mi residencia a este lugar. Para decirlo en pocas palabras, los mexicanos son físicamente, mentalmente, y moralmente una raza muy inferior. (47)

Aumento de la tensión en Nuevo México

Para fines de septiembre, el general Kearny estaba muy satisfecho de haber cumplido con su misión en Nuevo México. Era tiempo de continuar con la guerra. Decidió dividir sus fuerzas en tres partes. Una se quedaría en Nuevo México bajo el mando de su sucesor, el coronel Sterling Price; la segunda fuerza sería comandada por el coronel Doniphan, abogado de profesión de Missouri y guerrero por naturaleza, que ocuparía Chihuahua al sur del Río Grande. Kearny mismo, siguiendo las instrucciones originales del secretario de Guerra Marcy, dirigiría una expedición por el suroeste a través del desierto para ayudar a la Marina de los Estados Unidos en la conquista de California. Avisó al general en jefe adjunto del Ejército de los Estados Unidos que avanzaría hacia California el 25 de septiembre. 

Aunque Kearny estaba en lo cierto, en su percepción de que había exitosamente concluido la tarea de conquistar Nuevo México, su sucesor, el coronel Price, iba a encontrarse con graves problemas (48). En una carta escrita solo cuatro días después de la partida del general el teniente Jeremy F. Gilmer, un joven ingeniero, escribió un reporte desde Santa Fe, donde criticaba duramente la indisciplina de las tropas americanas, dejando ver que las relaciones entre los soldados y los moradores del pueblo no eran cordiales. Las tensiones aparentemente comenzaban a emerger:

Un contingente integrado por los indios Pueblo allanó la casa del espurio gobernador Bent en Taos, dando muerte a este y algunos de sus compañeros incluidos el capitán Stephen Lee y el traidor Cornelio Vigil. Mal había pagado Bent el cariño y la hospitalidad de los nuevos mexicanos que lo habían querido como uno de ellos. Un levantamiento simultáneo tuvo lugar en Arroyo Hondo y en Mora, donde la resistencia ejecutó a varios invasores. Como resultado de la insurrección, el comandante militar Sterling Price envió tropas competentes para combatir a los rebeldes mexicanos, a la vez que estos marchaban hacia Santa Fe. Ambas fuerzas se batieron en Santa Cruz de la Cañada el 24 de enero de 1847, donde una tropa de trescientos cincuenta estadounidenses logró una victoria decisiva y fue muerto Jesús Tafoya, uno de los líderes mexicanos. El mismo día, otro ejército invasor al mando del capitán Hendley enfrentó a los defensores de México comandados por Manuel Cortez en la población de Mora. En esta resistencia, gran parte de los habitantes del pueblo combatieron desde sus casas y lograron repeler a los invasores a pesar de las pérdidas humanas. Price, mientras tanto persiguió a la mermada fuerza mexicana que venía de Santa Cruz y se batió con ella de nuevo en Paso del Embudo, el 29 de enero de 1847. El 1 de febrero, los estadounidenses finalmente lograron capturar Mora, reduciendo el pueblo a cenizas. Algunos de los últimos defensores del poblado que no cayeron en la batalla murieron de hambre en las montañas. En Pueblo de Taos, el 3 de febrero, los mexicanos pelearon su última batalla. Después de dos días de sitio, y de valerosa resistencia mexicana, las fuerzas estadounidenses finalmente atacaron con sus cañones la iglesia de San Jerónimo, donde se hallaban atrincherados los rebeldes, prendiendo fuego a la iglesia, quemándolos vivos. En la Batalla de Taos murieron entre 500 a 600 mexicanos, indígenas y mestizos, un genocidio si vemos lo poco poblado del territorio.

Todos los muchachos aquí son voluntarios, son más de 1,700 hombres ¡Y hay que ver qué grupo de muchachos tan simpáticos! Hacen lo que se les da la gana, y les demuestran a los españoles a diario que pertenecen a la clase de hombres más libre e “inteligente de la creación”. Los hombres son tan dignos como los oficiales -ninguno de ellos ha aprendido lo suficiente de los asuntos militares para darse cuenta de que son unos ignorantes-. El oficial al mando ha ordenado tareas diarias para ellos -también los oficiales reciben entrenamiento diario y la orden se realiza salvo excepciones-, particularmente en esos días cuando sus más dedicados “subordinados” no lo encuentran inconveniente. Sin embargo, de cómo estaban las cosas, hemos tenido algunas mejoras en las últimas dos semanas. Las guardias se han hecho más prolongadas y los centinelas se han puesto en los lugares correctos. Se dispara una pistola a las 10 de la noche, sin permitir estar en las calles después del toque de queda, sea civil o soldado. Si este sistema se continúa será la manera de prevenir muchos de los escándalos y peleas callejeras, las cuales desafortunadamente han ocurrido con frecuencia (49).

Un corresponsal del Missouri Republican reportó con mayores detalles la deteriorada situación:

Hace como dos semanas, Ambrosio Armijo fue hecho prisionero por el capitán Burgwin (50), de los Dragones de los Estados Unidos en Albuquerque, junto con otros dos mexicanos. A Ambrosio (hermano del General) se le encontraron cartas conspiradoras que estaban dirigidas al general Armijo. Las cartas iban escondidas en sus ropas y en los barriles de los rifles de uno de los otros dos mexicanos. En ellas se informaba al general que todo se encontraba fraguado para una revuelta, que se necesitaba la asistencia de apoyo militar que viniera desde el sur del país, debiendo realizarse a la brevedad posible. ¿Cuál será la suerte de los traidores? No lo sé. He oído que Ambrosio es un hombre falto de inteligencia, que su hermano es un cobarde y que todo este asunto de la revuelta podría ser un invento de este anciano caballero para animar sus horas de aburrimiento. Otros, sin embargo, piensan que Ambrosio es solo una herramienta en este meditado plan de insurrección, y que el asunto merece ponerle más cuidado del que yo mismo me inclino a darle. 

Está claro que los mexicanos aquí están muy descontentos y entre más se vaya hacia el sur, esto resultará más obvio. Los clérigos son nuestros enemigos, por motivos demasiado obvios y demasiado palpables para ser mencionados aquí; los ricos están contra nuestro gobierno debido a que los principios liberales de nuestras instituciones rompen con su poder, los patriotas deben sentirse indignados y dolidos al ver a nuestra gente dominando su propia casa; las clases bajas han vivido demasiado tiempo bajo una abyecta esclavitud, dependencia e ignorancia para siquiera darse cuenta de los beneficios que les estamos otorgando al cambiarles de gobierno. Todos están insatisfechos: los ricos, los pobres, los de la clase alta y los de la baja, y los pueblos (sic) (indios Pueblo) son los únicos cuyos juramentos de lealtad pueden ser creídos, pues están de acuerdo con nosotros. Pero sin tomar en cuenta estos hechos, que parecieran presagiar cosas malas, y considerando estos planes de insurrección dignos de alguna importancia, no puedo creer que esta gente sea tan necia o tonta para intentar efectuar una revuelta, sería necesario poner este, y otros intentos similares, de una vez en el apartado de las fanfarronadas de la manera de pensar de los mexicanos cabezas huecas.(51)

La resistencia de Taos

Aunque el autor del reporte anterior notaba inconformidad entre los mexicanos, ni él ni los demás norteamericanos conquistadores se daban cuenta de su gravedad, aunque él mismo haya escrito que se organizaba un levantamiento general. La resistencia fue descubierta a mediados de diciembre, pero los líderes escaparon. La situación estalló después de que la artillería bajo el mando del Mayor Clark dejó Santa Fe para unirse a Doniphan. El coronel Sterling Price reportaba al general en jefe adjunto en Washington la acción, diluyendo y omitiendo el detalle de que la población civil indígena y mestiza refugiada en la Iglesia de Taos fue quemada viva por sus órdenes expresas, a pesar de que se habían rendido, dejando en la masacre de 500 a 600 muertos calcinados, un hecho que con los estándares internacionales hoy vigentes hubiera sido sin lugar a dudas un crimen de guerra contra la población civil:

Imagen 17. Lancelot, (1893). “Pueblo de Taos”, grabado. En Reclus Élisée, The Earth and its inhabitants. North America, vol. III: The United States. New York. D. Appleton and Company, p. 49. Recuperado de: https://archive.org/details/earthitsinhabita03recluoft/page/48/mode/2up/search/Taos

Tengo el honor de enviar a usted un breve recuento de la reciente revuelta en este territorio y un detallado reporte de las operaciones realizadas por las fuerzas bajo mi mando. 

El 15 de diciembre pasado, recibí información sobre los intentos de incitar a la gente de este territorio en contra del gobierno americano. Esta rebelión era comandada por Thomas Ortiz (sic) y Diego Archuleta. Un oficial, que estaba anteriormente en el ejército mexicano, fue aprehendido y se le encontró una lista de todos los soldados mexicanos que estaban dispersos en la vecindad de Santa Fe. Muchos otros, que se sospechaba estaban implicados, fueron arrestados y una investigación completa probó que muchas de las personas más influyentes en el norte de este territorio formaban parte de la conspiración (52). Todos los intentos de arrestar a Ortiz y Archuleta fueron infructuosos, estos rebeldes sin duda han escapado en dirección a Chihuahua.

Después del arresto antes mencionado y de que Ortiz y Archuleta escaparan, la rebelión parecía haberse terminado, pero esto era mera apariencia. El 14 de enero, el gobernador Bent (53) dejó esta ciudad para ir a Taos. El 19 del mismo mes, este valioso oficial, junto con otras cinco personas, fueron hechos prisioneros en San Fernando de Taos por los Pueblo y los mexicanos y fueron asesinados en la manera más inhumana que los salvajes pudieron imaginar. En el mismo día, siete norteamericanos fueron asesinados en Arroyo Hondo y otros dos en el Río Colorado. (…) 

Pareciera que el objeto de la insurrección es dar muerte a todo norteamericano y mexicano que haya jurado lealtad al gobierno de los Estados Unidos.

La noticia de estos eventos me llegó el 20 de enero, junto con cartas interceptadas de los rebeldes llamando a los moradores de Río Abajo para que los apoyaran. Era seguro que el enemigo se acercaba a esta ciudad, que su fuerza iba aumentando entre los habitantes de los pueblos que estaban a su paso. 

Para prevenir que el enemigo recibiera más refuerzos de esa forma, determiné encontrarme con ellos lo antes posible. Suponiendo que tomar las tropas necesarias debilitaría el cuidado de Santa Fe, mandé llamar desde Albuquerque al 2º Regimiento Montado de Voluntarios de Missouri del Mayor Edmonson (54) y al capitán Burgwin, con sus respectivos batallones, indicándole al capitán Burgwin que dejara una compañía de dragones en ese puesto y que se me uniera con la otra. Al mayor Edmonson se le ordenó quedarse en santa Fe. (…)

El 24 de enero, a la 1:30 p.m. nuestra avanzada (La Compañía del capitán St. Vrain) (55) descubrió al enemigo, que en gran número estaba cerca del pueblo de La Cañada, su posición en ese momento era en el valle, bordeando el río del norte. Realicé los preparativos para atacarlos de inmediato, así que se hizo necesario que la tropa marchara más de prisa que los carros de municiones y provisiones, para prevenir que el enemigo escapara, o para frustrar cualquier intento de su parte de ocupar buenas posiciones de ataque. En cuanto entré al valle, los descubrí más allá del arroyo cerca del cual está situado el pueblo y en completa posesión de las partes altas que están sobre el camino a La Cañada y de los tres fuertes que están al pie de las montañas (…) Tan pronto como nuestras provisiones llegaron, ordené al capitán Angney (56) que atacara con su batallón de infantería y desalojara al enemigo de la casa opuesta al flanco derecho, desde la cual se había iniciado un fuerte fuego contra nosotros. Esta tarea fue cumplida con gran valentía. 

Se ordenó entonces que se atacaran los puntos ocupados por el enemigo en cualquier dirección. El capitán Angney, con sus hombres, ayudado por la compañía del teniente White (57) arremetió sobre una colina, mientras que el capitán St. Vrain los cercaba con el fin de cortarles la retirada. La Artillería ayudada por los capitanes, McMillen (58), Barber (59) y Slack (60), con sus respectivas compañías, al mismo tiempo tomó posesión de algunas casas (que estaban cercadas por un gran corral plantado por árboles frutales desde las cuales se mantenía un fuego aislado por parte del enemigo), y de las colinas detrás de ellas. A la compañía del capitán Halley (61) se le ordenó apoyar al capitán Angney. En unos cuantos minutos mis tropas habían desalojado al enemigo en todos los puntos, haciéndolos huir en todas direcciones. Debido a la naturaleza del terreno, resultaba inútil perseguirlos, y además estaba por caer la noche, así que ordené a las tropas se acuartelaran en el pueblo. El enemigo consistía en cerca de 1,500 hombres. (…)

El día 27 fui hacia el norte por el Río del Norte llegando hasta Luceros, donde el día 28 en la mañana se me unieron la Compañía G del 1º de Dragones y la Compañía A del 2º Regimiento Montado de Voluntarios de Missouri del capitán Burgwin. Comandados por el teniente Boone (62),  desmontaron y tengo que dar un gran crédito a él, a sus oficiales y a sus hombres por haber recorrido un camino tan largo y arduo tan rápidamente. Al mismo tiempo, el 1º de Dragones del teniente Wilson (63), quien había ofrecido voluntariamente sus servicios, llegó con un cañón de 6 lb que había sido mandado desde La Cañada.

Mis fuerzas ahora eran de 479 hombres. El 29 marché a La Joya, donde me enteré de que un grupo de sesenta a ochenta enemigos se habían apostado en las laderas de las montañas que se levantaban a ambos lados del cañón que lleva hacia Embudo (64). Hallando que el camino a Embudo es imposible para la artillería o los carros, despaché al capitán Burgwin con su compañía de Dragones y las compañías comandadas por el capitán St. Vrain y el teniente White en esa dirección. Este destacamento era de 180 hombres. (…) 

La colocación de las laderas sirvió para fortalecer la posición del enemigo, y su fuerza se vio incrementada, dado que había una gran cantidad de cedros y zonas rocosas que les proporcionaban refugio. La acción fue iniciada por el capitán St. Vrain, quien desmontando a sus hombres subió con ellos la montaña por el lado izquierdo. Varias partidas fueron enviadas en cada lado, comandadas respectivamente por el teniente White del 2º Regimiento Montado de Voluntarios de Missouri y por el teniente McIlvainey (65) de los Dragones del 1er Regimiento de Taylor (66). Estas partidas ascendieron con rapidez, y el enemigo pronto comenzó a retirarse en dirección de Embudo, brincando a lo largo del paso y las laderas rugosas de la montaña con una rapidez que desafiaba cualquier persecución. El fuego en el paso de Embudo se oyó en La Joya y el capitán Snack, con 25 hombres a caballo, fue inmediatamente despachado hacia allá. Al llegar prestó una excelente actuación relevando en el servicio al teniente White, cuyos hombres estaban fatigados. El teniente McIlvaine y Taylor fueron también retirados del frente, y el teniente Ingalls fue elegido para guiar una partida del flanco a la derecha de las faldas de la montaña, mientras que el capitán Snack hacía lo mismo en la izquierda. Tras haberse retirado el enemigo más allá de nuestro alcance, el capitán Burgwin marchó a través del desfiladero yendo a dar al valle abierto en el cual El Embudo está situado, mandó llamar a sus partidas de los flancos y entró al pueblo sin oposición, encontrándose a varias personas que llevaban la bandera blanca.

Nuestras pérdidas en esta acción fueron de un hombre muerto y uno severamente herido, ambos pertenecientes a la compañía del capitán St. Vrain; las pérdidas del enemigo ascienden a 20 muertos y 60 heridos.

Esto fue el fin de la batalla del paso de Embudo.

El día 30 el capitán Burgwin marchó a Trampas (67) donde se le indicó que esperara la llegada del cuerpo mayor del ejército, el cual en conjunto con la artillería y los carros tuvo que buscar una ruta más sureña. El 31 llegamos a Trampas y se nos unió el capitán Burgwin, marchamos hacia el Chamisal (68) con todo el ejército. El 1 de febrero llegamos a la falda de las montañas Taos que estaban cubiertas con dos pies de nieve. El día 2 llegamos a una villa llamada Río Chiquito a la entrada del valle de Taos. Las caminatas del 1 y 2 fueron hechas en plena nieve. Muchos de los hombres sufrieron congelamientos y estaban hartos del esfuerzo de caminar sobre un terreno desigual, y haber sido forzados a marchar enfrente de la Artillería y los carros para abrir brecha en la nieve. La constancia y paciencia con la cual las tropas enfrentaron estas tareas merece todo reconocimiento y no hubiera sido superada por los más veteranos de los soldados.

El 3 marché a través de San Fernando de Taos, y hallando que nuestros enemigos se habían fortificado en el pueblo de Taos procedí a ir hacia allá. Vi que se trataba de una fortaleza rodeada de muros de adobe y fuertes puestos de vigilancia. Dentro del muro y cerca de los lados norte y sur, se levantaban dos grandes edificaciones de forma irregular piramidal con una altura de siete u ocho pisos. Cada una de estas construcciones era capaz de albergar de 500 a 600 hombres. Además de esto, había más construcciones pequeñas y la iglesia mayor del pueblo estaba situada en la parte noroeste. Se había dejado un pequeño pasaje entre esta y la otra pared. La pared exterior y los otros edificios estaban perforados para poner rifles. El pueblo estaba admirablemente construido para defenderse, cada punto en las paredes y en las almenas estaba flanqueado por algún edificio (…)

Después de haber hecho un reconocimiento por el pueblo, seleccioné el flanco oeste de la iglesia como el punto de ataque, y cerca de las 2:00 p.m. se le ordenó al teniente Dyer (69) abrir su batería a una distancia de 250 yardas. Un cañón de 6 lb mantuvo fuego junto con los obuses por cerca de dos horas y media, cuando a causa de que el carro de municiones no había llegado aún y las tropas estaban sufriendo de frío y fatiga me retiré a San Fernando.

Por la mañana del 4, muy temprano, avancé de nuevo sobre el pueblo, colocando a los dragones bajo el mando del capitán Burgwin a una distancia de 260 yardas del flanco oeste de la iglesia. Mandé a los hombres a caballo al mando del capitán Snack y del capitán St. Vrain a una posición en el lado opuesto del pueblo, desde el cual podrían descubrir e interceptar a cualquier fugitivo que quisiera escapar hacia las montañas, o en dirección a don Fernando. Lo que restaba de las tropas se estableció como a 300 yardas de la muralla norte. Aquí también se quedó el teniente Dyer con el cañón de 6 lb y dos obuses, mientras que el teniente Hassandaubel (70) del batallón del Mayor Clark de artillería ligera se quedaba con el capitán Burgwind al comando de dos obuses. De este arreglo se obtuvo un fuego cruzado que acabó con el frente y el flanco este de la iglesia. Cuando se realizaron estos movimientos, las baterías abrieron fuego sobre el pueblo a las 9:00 a.m. y a las 11:00 hallando imposible hacer una brecha en las paredes de la iglesia con el cañón de 6 lb y los obuses, así que determiné barrer con el edificio. A una seña, el capitán Burgwin, a la cabeza de su propia compañía, y el capitán McMillin atacaron el flanco oeste de la iglesia, mientras que el capitán Angney, el Batallón de Infantería, el capitán Barber, el teniente Boone y el 2º Regimiento Montado de Voluntarios de Missouri atacaban la pared norte. Tan pronto como las tropas antes mencionadas se establecieron bajo la pared oeste de la iglesia, se usaron hachas para intentar entrar. Se hizo una escalera temporal y se incendió el techo. En estos momentos, el capitán Burgwin, a la cabeza de un grupo reducido, dejó el cobijo del flanco de la iglesia para entrar en el corral del frente y tratar de abrir la puerta. En esta expuesta situación el capitán Burgwin recibió una herida severa que me privó de sus valiosos servicios y a raíz de la cual murió el día 7. Los tenientes McIlvaine del 1º de Dragones de los Estados Unidos, Royall (71) y Lackland(72) del 2º Regimiento Montado de Voluntarios de Missouri acompañaron al capitán Burgwin dentro del corral, pero los intentos en la puerta de la iglesia resultaron inútiles y tuvieron que retirarse detrás de la pared. 

Mientras tanto por los pequeños agujeros que se habían logrado hacer en la pared oeste se tiraron granadas de mano, logrando tener una buena ejecución. El cañón de 6 lb ahora estaba ahí con el teniente Wilson, quien a una distancia de 200 yardas disparaba una abundante lluvia de metralla sobre el pueblo. El enemigo durante todo este tiempo mantuvo un fuego destructivo sobre nuestras tropas. Cerca de las 3:30 el cañón de 6 lb se acercó a menos de 60 yardas de la iglesia, y después de diez intentos uno de los agujeros que había sido hecho con hachas estaba lo suficientemente amplio como para practicar una brecha. Los disparos ahora se percibían a menos de 10 yardas de la pared, se tiró una granada y tres cargas de metralla se vaciaron sobre la brecha. El grupo de asalto, dentro del cual estaban el teniente Dyer y los tenientes Wilson y Taylor, y el 1º de Dragones, entró fácilmente a la iglesia sin tener resistencia. El interior estaba lleno de denso humo, circunstancia por la cual nuestro grupo de asalto hubiera sufrido una gran pérdida. Unos cuantos de nuestros enemigos fueron vistos en la galería donde por una puerta entraba aire, pero se retiraron sin disparar un solo tiro. Las tropas dejaron de apoyar a la batería en el norte donde se había dado la orden de atacar. El enemigo abandonó la parte oeste del pueblo. Muchos buscaron refugio en las grandes casas del este, mientras que otros se atrevieron a escaparse entre las montañas. Estos últimos fueron perseguidos por los hombres a caballo del capitán Slack y St. Vrain que mataron a 51 de ellos, solo dos o tres de esos hombres lograron escapar.

Se hizo de noche y nuestras tropas estaban tranquilamente refugiadas en las casas que el adversario abandonó. A la mañana siguiente, el enemigo pidió la paz y, pensando que la gran pérdida que tuvieron había sido para ellos una lección de bienvenida, accedí a sus súplicas con la condición de que me entregaran a Tomás Baca -uno de sus más importantes jefes-, quien había instigado y había estado activamente involucrado en la muerte del gobernador Bent y los otros. El número de bajas del enemigo en la batalla del pueblo de Taos fue entre 600 y 700 de ellos. 150 fueron muertos, heridos no sabemos cuántos. Nuestras bajas fueron de 7 muertos y 45 heridos, muchos de los cuales murieron después. (73)

Desórdenes en Santa Fe 

Con la supresión de la rebelión de Taos, donde el narrador omite el detalle de que la población civil que se refugió en la iglesia murió calcinada en su interior a pesar de que se habían rendido, terminó la conquista de Nuevo México, pero los problemas de la ocupación permanecieron. El coronel Price no podía, o no quiso, controlar a sus tropas. En consecuencia, aquellos que buscaban y se asociaban con lo peor de la población mexicana encontraron problemas. Un corresponsal del St. Louis Era comentaba: “Cuando el coronel Price estaba al mando, este lugar era un verdadero lío; no había orden en las calles ni en los sitios públicos- no había disciplina entre las tropas-, todo era un desorden…” (74) El St. Louis Missouri Republican añade estos detalles: 

Se nos ha asegurado, de hecho, por personas que pasaron el invierno en Santa Fe, que toda disciplina militar, todo cuidado por la propiedad, se ha perdido por el regimiento que estaba a cargo inmediato del coronel Price. Es muy común, sin restricción alguna del coronel, ver a oficiales jugando monte en los infernales garitos de juego de Santa Fe y los soldados rasos apostando todo su dinero en las cartas. (75)

Un reportero del mismo periódico de San Luis fue aún más severo en sus críticas: 

Llegamos a Santa Fe el 25 de junio después de un viaje de 58 días desde Independencia, perdiendo 51 bueyes, que fueron robados por los indios en el arroyo Coon. 20 más se perdieron por falta de forraje entre las Vegas y este lugar ¡Y sorpresa!, cuando llegamos al lugar de nuestro destino y nos habíamos instalado en una casa de adobe en la gran ciudad de Santa Fe, habiendo dado un vistazo a los hombres y sus costumbres, vimos una sociedad en el estado más deplorable que haya existido en el planeta. La obscenidad se exhibe en ambos sexos de la manera más evidente y descarada a plena luz del día, como si la familia humana se hubiera reducido a nada más que el impulso bruto y a menos que un refinamiento salvaje. Es verdad que muchos de los oficiales y soldados del general Price son unos verdaderos caballeros, se mantienen libres de los vicios y la disipación que son tan contagiosos, y de los cuales la misma atmósfera parece estar cargada. Pero desafortunadamente la gran mayoría han gastado más de lo que han recibido de salario, son una incansable banda de pandilleros, una vergüenza para el nombre de los soldados norteamericanos. Regresarán a Missouri miserables, harapientos, con la moralidad corrupta y a la larga terminarán en la Penitenciaría del Estado. (76)

El Brazito (Nuevo México)

Imagen 18. Anónimo, (1847).“Mapa de la Batalla del Brazito en noviembre de 1846”, en Taylor James, Hughes,  Doniphan´s Expedition, Cincinnati, U.P. James, 1847, p. 263. Recuperado de: https://archive.org/details/doniphansexpedit00hugh_2/page/262/mode/2up

Al mismo tiempo que surgían los problemas para Price en Santa Fe, el coronel Doniphan partió en noviembre de 1846, con una parte de su fuerza hacia territorio Navajo en la parte oeste del territorio. En Ojo Oso, el 22 de noviembre hizo un pacto con la tribu, luego reunió a sus hombres y marchó río abajo, desde Río Grande hasta Valverde donde se preparó para atacar la ciudad de Chihuahua. El 12 de diciembre lanzó su expedición. Su primer objetivo fue El Paso del Norte y, aunque sus tropas refunfuñaban, el intrépido Doniphan se desplazó para entrar a la ciudad mexicana sin artillería, desde ese lugar sería desde donde se uniría con las fuerzas del mayor Clark. Muchas de las tropas mexicanas, así como los habitantes del Paso del Norte, unos mil hombres, impidieron su avance en el camino del Brazito, 48 km al norte de El Paso. El día de Navidad, 25 de diciembre de 1846, se peleó la batalla del Brazito.

Batalla del Río Sacramento (Chihuahua, México)

Imagen 19. Thomas, E.B. US volunteer. (1847). Carga de lanceros en la Batalla de Sacramento, 28 de febrero de 1847, New York, N. Currier, 1847 (Library of the Congress, Washington D.C. LC-DIG-pga-06144).

Al conquistar Santa Fe, parte del ejército de Stephen W. Kearny, encabezado por Alexander W. Doniphan, marchó a Chihuahua. Su objetivo era reforzar la división del general John Ellis Wool la cual, sin embargo, nunca había llegado a esa ciudad. Doniphan partió con más de novecientos soldados, todos voluntarios, con nula experiencia militar (el mismo Doniphan era abogado). Esta litografía de la batalla, que tuvo lugar en las orillas del Río Sacramento, está basada en un dibujo del soldado Elihju Baldwin Thomas, quien participó en ella. Las tropas de Doniphan encontraron fuertes fortificaciones preparadas por el general José A. Heredia. Thomas plasmó aquí el momento en que la artillería norteamericana abre fuego contra la caballería mexicana.

Dos días más tarde, Doniphan ocupó El Paso donde permaneció el mes de enero de 1847. A comienzos de febrero marchó hacia la ciudad de Chihuahua, 378 km al sur. 24 kilómetros antes de ese lugar, en el río Sacramento, los mexicanos presentaron pelea. Esta vez la resistencia fue más decidida. William H. Richardson, un soldado raso del contingente de Doniphan, escribió una detallada relación de la batalla de Sacramento:

El paso de Sacramento está formado por un punto entre las montañas a nuestra derecha, con el lado izquierdo extendiéndose sobre el valle que se estrecha por cerca de 1 ½ millas. En nuestro lado izquierdo hay un arroyo seco, y entre estos puntos la planicie se ve interrumpida elevándose abruptamente por 50 o 60 pies. El camino pasa hacia abajo del centro del valle, a lo lejos veíamos al ejército mexicano. En un punto de la montaña tenían una batería con cuatro cañones, tan elevada que podía barrer la planicie con facilidad. A la izquierda había otra batería que dominaba el camino con un cañón de 6 lb y piezas protegidas montadas en carros. Pusieron su caballería enfrente de su fortaleza, en filas de cuatro en fondo. 

Cuando habíamos llegado cerca de sus trincheras, nuestras columnas repentinamente viraron a la derecha para ganar la loma, cosa que el enemigo trató de prevenir avanzando con 4 piezas de cañón y 1,000 hombres de su caballería. Nuestros movimientos fueron tan rápidos, que no solamente ganamos la loma, sino que pudimos formarnos para recibirlos en batalla adecuadamente. Nuestra compañía (la del capitán Hudson)(77) ya había desmontado, uno de cada 8 hombres era el encargado de detener las mulas y los caballos. A mí me tocó detener 8 mulas y caballos. La acción comenzó con un fuego vigoroso de nuestros cañones, dando muy bien a la distancia de 1,200 yardas, matando a quince enemigos, poniendo fuera de combate a una de sus armas. Nuestro fuego fue vigorosamente respondido por 14 piezas de artillería, que mandaban violentas balas de cañón. Pero como tenían mala puntería dieron en la tierra 40 o 50 yardas antes de nuestra posición, y al rebotar pasaron por arriba de nuestras cabezas, sin hacernos daño. Apenas hiriendo a dos hombres, y matando a muchas mulas y caballos que estaban en la retaguardia. 

Nuestras armas estaban tan bien apuntadas que hacían al enemigo caer detrás de sus defensas. Reanudamos nuestra marcha en formación, moviéndonos lo más posible hacia la derecha para evitar la batería mayor en su parte más fuerte que estaba a nuestra derecha, cerca del camino. Después de marchar hasta donde creímos prudente, sin ponernos en peligro de su artillería pesada, al capitán Weightman (78) de la artillería se le ordenó que atacara con dos cañones de 12 lb y obuses, para apoyar a la caballería bajo las órdenes de los capitanes Reid, Parsons (79) y Hudson. Entonces nos replegamos y atacamos la batería de derecha a izquierda, con un violento y mortal fuego de nuestros rifles. Avanzamos hasta el mismo límite de sus trincheras y los expulsamos con nuestros sables. 

El enemigo retrocedió al centro de su batería, donde hicieron una carrera desesperada, propinándonos una lluvia de fuego y balas que silbaba sobre nuestras cabezas sin hacernos daño, a excepción de herir a varios hombres y matar a unas pocas mulas y caballos. Al mayor Clarke (sic Meriwether L. Clark) se le ordenó comenzar un fuego pesado sobre esta batería, la cual, siendo bien dirigida, junto con el rápido avance de nuestra columna, los puso a correr sobre las montañas en una terrible confusión, dejando dispersos por el campo todos sus cañones y a sus muertos y heridos. De esta manera terminó la batalla de Sacramento la cual comenzó a las 3:00 y terminó en el ocaso. El enemigo constaba de 4,220 hombres y tuvo una baja de 300 muertos, 500 heridos y 40 prisioneros. La fuerza norteamericana consistía en 924 hombres, las bajas fueron de 1 muerto y 11 heridos. El éxito debe ser atribuido únicamente a las habilidades de nuestro comandante. Si él no hubiera tomado ventaja de la posición que teníamos nos hubiera mantenido fuera del alcance de sus baterías, compartiendo la misma suerte. La bandera negra de los piratas fue capturada junto con los vagones llenos de excelentes armas, así como el lazo con el cual intentaban atarnos a nuestras sillas en caso de derrotarnos. Los mexicanos perdieron 10 piezas de artillería, que iban de las 5 a las 10 libras y 7 obuses de una libra. Uno de los cañones es muy valioso pues está hecho de plata y bronce. También perdieron todo su equipaje, municiones, etc., así como provisiones suficientes para sobrevivir tres meses que encontramos en sus carros de carga, junto con $4,000 en especie. Fue muy gratificante ver a los oficiales estrechar las manos de los soldados después del combate y felicitar al comandante por su habilidad y valentía mostradas en esta memorable ocasión.

Los médicos están ahora muy ocupados curando a los mexicanos heridos, es terrible ver la cantidad de brazos y piernas que han sido amputados. Los llantos y gritos de dolor de los pobres diablos son espantosos en extremo. Es un hecho que vale la pena hacer notar, que la atmósfera aquí en esta zona montañosa es perfectamente clara y pura que un tiro de cañón puede ser visto cuando aún se encuentra a una distancia considerable pues deja una estela azul en el aire. Muchos soldados pudieron salvar su vida solo siguiendo las trayectorias de las balas de cañón evitándolas cuando se aproximaban. Al ver un destello de la artillería enemiga, se podía escuchar a un soldado gritando “cuidado con la bala muchachos”, “aquí viene una bala muchachos” y ellos invariablemente la evitaban, si no la carnicería hubiera sido enorme. Yo vi una bala en la dirección en la que yo estaba, bajé inmediatamente de mi mula y la bala pasó justo encima de mi silla de montar sin hacerme ningún daño. 

 Imagen 20. Pierre Frédéric Lehnert- Bastin, Cénot- López, Urbano. (1850). “Batalla de Sacramento, terrible carga de los lanceros mexicanos, contra el ejército norteamericano, el 28 de febrero de 1847” en Álbum pintoresco de la República Mexicana, México-París, Julio Michaud y Thomas, 1850. 
Se conservan pocas imágenes mexicanas de la invasión norteamericana. Por ese motivo la mayoría de las litografías muestran la visión de los vencedores. Lo común es ver a las tropas estadounidenses atacando, con  los mexicanos en segundo plano, envueltas en humaredas pintorescas. Casi no hay testimonios gráficos de las acciones militares mexicanas. Esta litografía es una de las escasas imágenes que muestran a los mexicanos combatiendo contra la artillería invasora y a los soldados estadounidenses en retirada, confundidos, caídos o muertos.

La rapidez de nuestros movimientos pareció asombrar al enemigo. Nuestras cuatro piezas de artillería ligera, que descargaban cinco veces en un minuto con tiros en cadena, barrían las trincheras del enemigo y cortaban los caminos entre sus líneas, mientras que nuestros obuses de 12 libras tiraban una constante lluvia de bombas en medio de sus refugios. La puntería, sin falla alguna, de nuestros fusileros del Mississippi, actuando en conjunto, sembraron el terror y la consternación entre esos cobardes y poco íntegros enemigos. Nuestros hombres actuaron noblemente en peleas cuerpo a cuerpo en las trincheras, que los otros peleaban con desesperación. El teniente Sprawl (sic) (80), nuestro segundo teniente, un hombre de más de 1.80 m, a brazo limpio, sin sombrero, con el cabello y la barba ondeando al viento, espada en mano estaba peleando al enemigo en cada punto, cuando una bala lo alcanzó y detuvo su espléndido ataque y cayó. Pero tomando su carabina se mantuvo de pie con nosotros. Otro de nuestros hombres, habiendo perdido su caballo, estaba peleando cerca de mí cuando un mexicano lo atacó, estaba a punto de traspasarlo con su lanza, estando la pistola de mi pobre compañero descargada, tomó una roca y lanzándola le dio a su enemigo en la cabeza haciéndolo caer a tierra, pero se golpeó la cabeza con su propia pistola saliéndosele los sesos. Estos fueron hechos comunes en esta dura batalla, donde tuvimos que contender en proporción de cinco a uno. (…)

Marzo, 2. Estando en la guardia montada que precederá al ejército, en su entrada a la ciudad de Chihuahua el día de hoy, a 10 millas, al ver las torres de la Catedral a la distancia, me llenó un peculiar sentimiento de complacencia. No se podría pensar en ningún grupo más animado que el del valiente coronel Mitchell y su escolta. Entramos a la hermosa ciudad de Chihuahua aproximadamente a las 12:00, de inmediato procedimos a la plaza. Los habitantes son educados manifestando de varias maneras su suma complacencia y agradecimiento a nuestros soldados. Desde luego, aquí vimos los más hermosos especímenes de la raza mexicana, nos dieron muestras de poseer una inteligencia superior, comodidad y trabajo. Mientras que los soldados se dispersaban en varias direcciones en búsqueda de refresco, tomé un paseo a solas, me senté en un agradable rincón frente a la catedral. Es una imponente estructura de mármol blanco. Tardaron en hacerla cerca de cincuenta años, se gastaron en ella toda la producción de una mina de oro, pues costó tres millones de dólares. (…) El sonido de la campana es muy fuerte. Marca cada hora y puede oírse desde una gran distancia. Cuando se ocultó el sol, el coronel Doniphan llegó al pueblo con el resto de la comandancia, todos en un preciso orden. La banda estaba tocando la marcha de Washington y justo en el momento en el que entraron a la plaza la melodía se cambió al Yankee Doodle, hubo un generalizado ¡hurra!, desfilamos entonces a lo largo del pueblo y nos acuartelamos en las afueras. (81)

De acuerdo con Susan Magoffin, esposa de un comerciante de Santa Fe y Chihuahua, la ocupación de Chihuahua por los de Missouri fue una cosa mucho menos digna de ver:

Llegamos a Chihuahua el 4 de abril de 1847; encontramos que el grupo del coronel Doniphan había ocupado la ciudad y la han echado a perder en muchos aspectos. En lugar de verla con su belleza original, como yo la recordaba de hace doce meses, la vi llena de voluntarios de Missouri, a quienes les gusta pelearse, y si no son capaces de cuidar lo que es de sus amigos, mucho menos de sus enemigos. Los buenos ciudadanos de Chihuahua nunca pensaron que sus amados hogares terminarían siendo cuarteles de soldados rasos, sus preciosas casas convertidas en establos, sus estancias hechas cocinas y su fuente para beber agua convertida en un baño público, los bellos árboles de su alameda derribados y perdidos para siempre, así como cientos de transgresiones iguales a estas. Pero todo está hecho ya. Chihuahua era un lugar indigno de ver cuando lo visité. Alquilamos una confortable casa a una cuadra de la plaza, dado que nadie la hubiera habitado en esas circunstancias. Pasamos tres semanas en ella, tan agradablemente como pudimos. Todas las buenas familias se han ido así que, desde luego, no pude visitar a ninguna de ellas. (82)

La odisea de Doniphan

Los hombres de Doniphan permanecieron en Chihuahua hasta abril, desde ahí iniciaron una marcha de 966 kilómetros para unirse al Ejército de Taylor en Saltillo. Frederick Adolph Wislizenus (1810-1889) era un alemán que había emigrado a los Estados Unidos en 1835. Era médico practicante en el sur de Illinois y condujo una exploración por las montañas Rocallosas en 1839. En la primavera del año en que la guerra con México se declaró, Wislizenus dejó San Louis para ir a una expedición científica al norte de México, tenía planeado ir a la Alta California. Cuando llegó a Chihuahua, fue hecho prisionero durante seis meses hasta la llegada de las tropas norteamericanas. Entonces abandonó su viaje y aceptó una posición como médico en el ejército norteamericano, acompañando a Doniphan en su camino vía Saltillo y Monterrey hasta los Estados Unidos. Su relato, al igual que el de su camarada científico Josiah Gregg, está lleno de observaciones geográficas, historia natural y estadísticas de México. En su diario uno puede seguir las experiencias día a día de los hombres de Missouri en su notable trayectoria: 

Imagen 21. Anónimo. (s/f). Retrato de Friedrich Adolph Wislizenus. Recuperado de: https://peoplepill.com/people/friedrich-adolph-wislizenus/

El 5 de abril de 1847, 600 hombres, con 14 cañones, dejaron Chihuahua; por ese motivo, cerca de 300 hombres fueron dejados para resguardar la ciudad con algunas piezas de artillería. Debido a que en ese momento existía una gran necesidad de cirujanos en el Regimiento, se me ofreció un puesto el cual acepté. Dejé Chihuahua con las tropas e iniciamos nuestro movimiento hacia el sur (…) por fin se fijó un día para la partida de todo el Regimiento, si es que el correo enviado al general Wool no regresa para ese día. Nuestra ruta en ese caso hubiera sido por Presidio del Norte y el Río Rojo hasta el Fuerte Towson. Pero justo a tiempo el señor Collins hizo su aparición. En casi 30 días viajó, cerca de mil millas, solo acompañado por un puñado de hombres, atravesando tierras hostiles, con sus rifles como único pasaporte (83). Al salir llevaba solo 12 hombres, al volver regresó con 40. El valiente escuadrón fue recibido en Chihuahua con alegre entusiasmo. Nos trajo las órdenes definitivas del general Wool de marchar de una vez directamente hacia Saltillo. En menos de dos días nuestras tropas estaban en marcha. Antes de retirarnos el coronel Doniphan llamó a las autoridades de Chihuahua y les hizo prometer que tratarían a los ciudadanos norteamericanos de una manera decente, amenazándolos si se presentaban desórdenes, con el regreso de las tropas americanas que les darían un castigo ejemplar. Los mexicanos prometieron que harían todo bien, sin embargo, muchos de los ciudadanos norteamericanos y de otras nacionalidades no tuvieron mucha confianza en la palabra de los mexicanos y prefirieron acompañar al ejército. (…) 

Mayo 12.- Comenzamos esta mañana desde San Juan y nuestra avanzada descubrió a tres mexicanos armados que huían de nosotros. Después de un breve intercambio de disparos en el chaparral, los mexicanos fueron hechos prisioneros y como no se podía esperar nada bueno de ellos se les llevó a nuestro campamento en San Juan Bautista, un rancho en el Nazas a 15 millas de San Lorenzo. El camino hoy fue muy arenoso con una cadena montañosa a nuestro lado oeste, sur y este. El Nazas de nuevo tiene en este lugar mucha agua. (…)

Mayo 13.- Hoy viajamos 25 millas de San Juan a El Pozo. (…) 

He cabalgado adelante esta mañana y he llegado al Pozo temprano, aunque no demasiado a tiempo para tomar parte en una escaramuza entre los nuestros y algunos indios. Cuando llegué algunos mexicanos estaban ocupados en amarrar algunos indios muertos y llevarlos arrastrando hacia un carro. La escaramuza se había realizado bajo estas circunstancias: Dos días antes un grupo de indios Lipan, a causa de sus excursiones depredadoras, habían robado de la hacienda que está cerca de Parras varias mulas y caballos y habían matado a muchos hombres. El propietario de la hacienda, don Manuel de Ibarra, pidió al capitán Reid (84) de nuestro regimiento ayuda contra los indios (dado que había llegado antes en la avanzada con el grupo del teniente coronel Mitchell) (85). El capitán, uno de nuestros más valientes oficiales, tomó ocho hombres y acompañó a don Manuel de vuelta a El Pozo, donde los indios en su regreso a las montañas habían pasado, ya que era el único lugar con abastecimiento de agua en esos sitios. Ahí se ocultaron en un corral para esperar la llegada de los indios. Sin ser esperados, muy temprano por la mañana llegaron a El Pozo 20 hombres de nuestra compañía que estaban en la avanzada, por lo que el grupo aumentó a 30. Poco después aparecieron los indios, eran cerca de 40 a 50 guerreros. Cuando nuestros hombres salieron a caballo desde el corral para atacarlos, los indios (suponiendo seguramente que se trataba de mexicanos) los recibieron con una sonrisa burlona, pavoneándose de su confianza en sus arcos y flechas, la cual se incrementó cuando los norteamericanos montados en sus caballos dispararon sus rifles sin herir a ninguno en el primer ataque. Pero tan pronto como nuestros hombres se re-alinearon, y afinaron la puntería de sus rifles, los indios cayeron por todos lados. Aun así pelearon de forma desesperada, sin retirarse hasta que la mitad de ellos estaban muertos o heridos. Al final tuvieron que huir para salvar sus vidas, dejando a sus muertos y su botín abandonados. 

Junto con el botín había 13 mujeres y niños mexicanos que habían sido hechos prisioneros, a los cuales se liberó de la brutalidad de sus salvajes amos. 15 indios yacieron muertos en el campo. De nuestro lado, el capitán Reid fue herido con algunas flechas, pero nada de gravedad. La mayoría de los indios muertos tenía unas buenas cobijas y algunos cargaban oro, todos estaban bien armados con arcos y flechas, algunos llevaban elegantes escudos de piel; el “médico brujo”, que cayó valientemente, usaba un penacho de plumas y cuernos. Nuestros hombres, desde luego, seleccionaron algunas de estas cosas y los mexicanos se quedaron con el resto, arrastrando sus cuerpos en conjunto. Los indios caídos eran todos de un tamaño mediano, pero bien proporcionados y musculosos, sus esqueletos y rostros tienen todas las características de la raza india pero su piel se veía mucho más clara de lo que he visto en un indio. Los cuerpos de los muertos estuvieron ahí tirados todo el día, ni los norteamericanos ni los mexicanos se preocuparon por ellos, y su sepultura fue sin duda alguna dejada a los lobos. Yo no consideré impropio, por motivos científicos, regresar y llevarme el cráneo del médico brujo. El cual a mi regreso presentaré al distinguido profesor Samuel G. Morton de Filadelfia, especializado en craneología. En relación con la tribu de los Lipan, la única información que obtuve me la dieron los mexicanos, me dijeron que viven en las montañas del Bolsón y que sus excursiones para robar se extienden muy hacia el sur, teniendo la reputación de ser los más brutales y crueles de entre los indios, además de ser unos bravos guerreros. 

El Pozo es una hacienda perteneciente a don Manuel de Ibarra, tiene en un edificio muy grande, donde muchas familias viven. El lugar es conocido por su ingeniosa ingeniería hidráulica. Tienen un pozo profundo y muy amplio del cual se extrae el agua gracias a la fuerza de una mula (…) Durante la invasión del general Wool los mexicanos, entre otras cosas para defenderse, intentaron cerrar el pozo ante la llegada de las tropas, y así dejarlos que murieran de sed. Esto hubiera sido inútil pues, como los mexicanos saben ahora, en una jornada de 50 millas no puede parar al ejército americano. (…) 

Mayo 20.- Hicimos 22 millas desde Vaquería hasta San Juan (…)

Acampamos en San Juan, un lugar célebre debido a la batalla que se peleó aquí en la guerra de independencia de España. En la actualidad nadie vive aquí. En la cima de una montaña caliza está un rancho y debajo de él hay una pradera, con buena agua de manantial y algunos pantanos alrededor. Ahí acampamos. El campamento del general Wool está a 15 millas de aquí en Buena Vista.

Mayo 21.- Como esperamos encontrarnos con el general Wool hoy, hubo un apresurado intento por limpiar todo, pero como es imposible sacar algo de la nada, quedamos tan andrajosos como siempre. En la línea de marcha también se intentaron mejoras, durante la marcha los hombres seleccionaban sus puestos más de acuerdo con la comodidad que a los lineamientos militares y no era raro tener nuestra línea junta a cinco millas, o que tuviéramos a tres cuartos del regimiento marchando a la vanguardia. Pero hoy, para mi profunda sorpresa, los héroes de Sacramento se acomodaron en una línea regular, y marcharon así por cerca de media hora, hasta que el espíritu de independencia se rompió y la voz del coronel restauró el orden de nuevo. Después de 10 millas de marcha llegamos a La Encantada, donde algunas tropas de Arkansas estaban acampadas. De acuerdo con las órdenes del cuartel general, acampamos ahí también. El campo de batalla y el campamento del general Wool en Buena vista estaban a 5 o 6 millas de aquí, y rápidamente se intercambiaron visitas de entre los dos campamentos. Como tengo algunos amigos en los Regimientos de Illinois iré por la tarde al campamento del general Wool. (…) 

Mayo 22.-El general, con su equipo, vino hoy a nuestro campamento a revisar nuestro Regimiento. Se disparó un saludo y él se dijo muy satisfecho con la apariencia marcial del gran y aguerrido Regimiento de Missouri, aunque pareció que no admiró nuestro uniforme. Recibimos la orden de marchar de aquí a Saltillo, Monterrey y Matamoros (…) 

El 23 de mayo, por la mañana dejamos La Encantada, pasamos por el campo de batalla y por el campamento del general Wool y marchamos hacia Saltillo, acampando seis millas adelante. En el campamento de Wool, dejamos el viejo cañón que perteneciera a nuestro Regimiento, pero las piezas que habíamos capturado a los mexicanos fueron llevados como trofeos a Missouri. (86)

Doniphan y sus hombres estuvieron en Monterrey el mes de mayo; a principios de junio en su camino de regreso, a su paso por el Río Grande, un reportero del Matamoros American Flag los describe:

Las barbas sin rasurar, muchos de ellos con ropas de piel de cabra y ciervo nos recuerdan las descripciones que hemos leído de los habitantes del imperio ruso. Pararon en el pueblo un par de horas: El coronel Doniphan es un hombre corpulento, de complexión fuerte y bien parecido. Trae con él a la batería de Clark y diez piezas de cañón capturadas en Sacramento, los enfermos, etc., y cuarenta a cincuenta carros, así como una gran cantidad de mulas que se enviaron al cuartel general. (87)

El coronel Doniphan y siete compañías de voluntarios de Missouri recibieron una bienvenida de héroes en Nueva Orleans, después de la odisea que habían concluido a lo largo de a través de 4,800 kilómetros de montañas, planicies y desiertos. Además de haber peleado una escaramuza en el Brazito y una dura batalla en Sacramento.

Santa Cruz de Rosales (Chihuahua)

Como en muchas de las ciudades conquistadas, pero no lo suficientemente resguardadas, Chihuahua se vio amenazada. El peligro era tal que Price volvió a ocupar la plaza en marzo de 1848, y tuvo que salir en persecución del general Trías a 97 kilómetros al sureste de ahí, donde peleó con cerca de 800 mexicanos en el pueblo de Santa Cruz de Rosales. Fue una marcha fatigante pero una escaramuza decisiva. El teniente Alexander Brydie Dyer la describe al mayor Jubal Early, quien estaba con la División del general Wool:

Imagen 22. Vargas Angel, (1890). Retrato al óleo del General Angel Mariano Trias Alvarez (1808-1864). Recuperado de: https://plains-of-blood.obsidianportal.com/characters/angel-trias. Gobernador de Chihuahua y defensor en las batallas de Río Sacramento y Santa Cruz de Rosales.  Custodio del presidente Benito Juárez en 1861 cuando llegó a Paso del Norte (Ciudad Juárez) perseguido por el gobierno imperial de Maximiliano. Recuperado de: https://plains-of-blood.obsidianportal.com/characters/angel-trias

Sin duda estará sorprendido de escuchar que estoy a una corta distancia de usted, y de que voy en camino desde Nuevo México donde he estado desde el otoño pasado. Llegamos aquí el día 7 del mes pasado habiendo marchado con 200 (o tal vez 300) hombres cerca de 300 millas en menos de diez días con la esperanza de sorprender al general Trias (88) en su ciudad, pero se nos anticipó y huyó con sus tropas, cañón y demás el día anterior. El día 8 el general Price salió con menos de 200 hombres en su búsqueda y antes del amanecer del día 9 se le acercó tanto, que lo obligó a buscar refugio en el pueblo de Santa Cruz de Rosales, donde se fortificó y nos presentó batalla. Como nuestra fuerza era menos que un cuarto de la del enemigo, que tenía ocho destacamentos y nueve piezas de defensa, dos de los destacamentos tenían obuses de 32 lb y uno de cerca de 12 lb; y dado que ocupaba una posición muy fuerte, determinamos no atacarlo a menos que intentara escapar o hasta que se nos enviaran refuerzos. Se le envió un mensajero para apresurar la llegada de la batería de Love (89), la cual nos alcanzó por la mañana del día 16 a la luz del día, habiendo marchado más de 200 millas en cuatro días y noches y 65 millas en las últimas 20 horas. A las 10:00 a.m. abrimos el ataque y al caer la noche estábamos en posesión del pueblo. (90)

California: Territorio de disputa

El 25 de septiembre de 1846, mientras Doniphan aún estaba en Nuevo México y la rebelión de Taos había sido sofocada cuatro meses antes, con Nuevo México no del todo pacificado, Kearny dejó Santa Fe para ir a California con 3000 hombres. Esto lo hizo obedeciendo órdenes confidenciales recibidas antes de dejar el Fuerte Leavenworth; eran parte de los ambiciosos planes de conquista de la administración del presidente Polk.

Aunque el plan estaba muy claro para la burocracia en Washington, la situación era muy confusa en California. Las comunicaciones eran lentas y las instrucciones dadas al comandante Sloat indicaban actuar solamente cuando supiera “más allá de toda duda” que existía un estado de guerra en la región, lo que le impedía actuar. Pero si Sloat estaba poco decidido, el poco escrupuloso John C. Frémont estaba incitando una guerra por su cuenta.

Las andanzas del truculento Frémont

Imagen 23. Anónimo. (s/f). John C. Frémont, tarjeta de presentación. (The Miriam and Ira D. Wallach Division of Art, Prints and Photographs: Print Collection, The New York Public Library). Recuperado de: http://digitalcollections.nypl.org/items/510d47df-bf03-a3d9-e040-e00a18064a99

Nacido en Savannah, Georgia, en 1813, Frémont, capitán interino del cuerpo de ingenieros topógrafos de los Estados Unidos y yerno del influyente senador de Missouri Thomas Hart Benton, había llegado en diciembre de 1845 con 62 hombres al puesto del capitán John Suttery en el norte de California. Su tarea oficial era la de explorar el territorio de Oregón, ambicionado también por Inglaterra y Rusia, pero Frémont habitualmente le hacía más caso a su propio criterio (o su ambición) que a las órdenes recibidas, cosa que hizo en esta ocasión. En lugar de ir hacia Oregón dejó a sus hombres en el puesto de Suttery y se fue a Monterey (California), donde pidió y obtuvo permiso del comandante mexicano, el general José Castro, para permanecer dentro de California durante el invierno. Esto sucedió en enero. En febrero, sin consultar a Castro, se movilizó junto con sus hombres a la costa. Su marcha comenzó en el valle de Salinas a 65 kilómetros de Monterey. El comandante mexicano reaccionó, ordenando que los norteamericanos salieran inmediatamente de su Provincia. Frémont al principio se rehusó, pero luego reconsiderando salió de California para ir a establecer sus cuarteles en Klamath, Oregón. Ahí permaneció hasta mayo cuando el teniente Archibald G. Gillespie, de la Marina de los Estados Unidos, llegó con una carta de presentación del secretario de Estado Buchanan y un paquete de cartas familiares del Senador Benton.

El teniente Gilliespie había dejado Washington en octubre de 1845. Su primera entrevista fue con el comandante Sloat en Mazatlán y con el cónsul norteamericano Thomas O. Larkin en Monterey. Traía órdenes para ellos, las cuales había memorizado y había enviado una confirmación escrita por vía marítima. Las órdenes las daba de forma oral porque Gilliespie iba a cruzar México –con quién Estados Unidos aún estaba en paz- y un mensaje concerniente a la guerra y a la conquista hubieran sido un problema embarazoso si caía en manos mexicanas. El teniente terminó la primera parte de su misión, le repitió las órdenes a Sloat, saliendo de Mazatlán con rumbo a Monterey, vía las Islas Sándwich.

Llegando a Monterey (91) entregó su mensaje al cónsul Larkin y continuó hacia Klamath para ver a Frémont, a quién le entregó un paquete de varias cartas, incluida una del senador Benton.

Después de haberlas leído, Frémont consideró las palabras de su suegro, y decidió de acuerdo con su manera de ver las cosas que era un llamado a las armas. Él se justifica en una carta enviada al Senador: 

Cuando el Sr. Gillespie se presentó conmigo a mediados de mayo, estábamos acampando en la orilla norte del gran lago Klamath. La nieve caía continua y pesadamente en las montañas que nos rodean y dominan la elevada región del valle al que hemos penetrado; en el este, norte y oeste, la nieve era absolutamente impenetrable, cubriendo el camino. No teníamos provisiones y nuestros animales estaban a punto de morir de hambre. Mientras no hubiera algún camino abierto, no podía permitirme una tarea tan arriesgada como la de atravesar las montañas en pleno invierno. Cada día la nieve caía y a causa del efecto depresivo en la gente por la pérdida de nuestros hombres, y el dudoso estado de la situación, juzgué improcedente continuar nuestro viaje más allá en esta dirección. Así que decidí retroceder y cumplir las órdenes del gobierno llegando a la frontera por el cauce del Río Colorado.

Apenas alcancé la parte baja de Sacramento cuando el general Castro (92), que estaba en el norte (en Sonoma, en el departamento de Sonoma al norte de la bahía de San Francisco, comandado por el general Vallejo), declaró su intención de proceder en contra de los extranjeros establecidos en el territorio, cuya orden de expulsión ya había sido decretada por el gobernador de California. Para estos propósitos, Castro inmediatamente dispuso de una fuerza en la misión de Santa Clara, una fortaleza, en la orilla norte de la bahía de San Francisco. Sin duda recordarán cuánto hemos sido humillados y ofendidos por este oficial; muchos en mi propio campamento y a lo largo del país piensan que no debí de retirarme en marzo pasado. Me siento humillado y despreciado, pues uno de los propósitos más altos de esta expedición ha fracasado completamente. Veo que la opinión de los oficiales del escuadrón (como he sido informado por el Sr. Guillespie) es de que no debo retirarme de nuevo, para hacer honor a la reputación militar. 

Imagen 24. Vallego, Mariano Guadalupe. (1856). El coronel Frémont plantando la bandera norteamericana en las montañas Rocosas, grabado para la campaña presidencial de 1856, New York, Baker & Godwin. (Library of Congress Prints and Photographs Division Washington, D.C. 20540 USA, 2003689276).
Frémont realizó varias expediciones con el fin de explorar los caminos más cortos a California. Todas se relacionaban con la búsqueda de las rutas al Pacífico. Dichas expediciones supuestamente científicas más bien cumplían con otros objetivos, ya que, al llegar a California, Frémont incitó a los colonos norteamericanos a declarar la independencia de California bajo la bandera del oso. Esta se declaró el 14 de junio de 1846, cuando los insurrectos apresaron en Sonoma al comandante del norte de California Mariano Guadalupe Vallego. 

Incapaz de hacerme de provisiones en ninguna otra parte, envié al Sr. Gillespie que fuera con el capitán Montgomery (93), comandante del barco de guerra de los Estados Unidos Portsmouth, que se encontraba en Monterey. Guillespie llevaba una pequeña requisición, pues esas provisiones eran indispensables para dejar el valle, dado que mis animales estaban en tales condiciones, que no podría dejar el valle sin pasar por el territorio que está al lado oeste en una condición totalmente lamentable.

Habiendo examinado cuidadosamente mi posición, y previniendo claramente todas las consecuencias que pudieran eventualmente suceder como consecuencia de esta medida, he determinado dar pasos anticipados y expeditos para proteger a mi grupo, y justificar mi propio comportamiento. Yo estaba consciente de la grave responsabilidad que asumía; también estoy decidido a que una vez tomada la decisión asuma personalmente sus consecuencias completa y totalmente, e ir adelante en esta empresa hasta el final (…) la primera medida de Castro fue incitar a la población india de los valles de San Joaquín, Sacramento y las montañas vecinas a quemar los cultivos de los extranjeros, asimismo de proceder contra ellos de inmediato. Estos indios son extremadamente numerosos y el éxito de esta medida hubiera sido muy destructiva, pero fracasó. El 6 de junio, decidí la forma en la que actuaría, e inmediatamente concerté mis operaciones con los habitantes extranjeros del valle de Sacramento.

Unos días más tarde, uno de los oficiales de Castro con un grupo de 14 hombres intentó pasar un grupo de 200 caballos de Sonoma a Santa Clara a través de Nueva Helvetia, con el propósito de traer tropas al territorio. El día 11 fueron sorprendidos en pleno día en el río Consume por un grupo de 12 hombres de mi campamento. Los caballos les fueron confiscados y a los hombres se les dejó ir sin hacerles daño. En la madrugada del día 15, el Fuerte militar de Sonoma fue tomado por sorpresa, contaba con 9 piezas de bronce de artillería, 250 mosquetes y otras armas así como una gran cantidad de municiones. El general Vallejo (94), (…) y otros, fueron hechos prisioneros y llevados a la Nueva Helvetia, una fortaleza bajo mi mando. Entretanto, un bote había llegado a Nueva Helvetia con provisiones proveniente del barco Portsmouth, que ahora se encontraba en Yerba Buena, en la bahía de San Francisco. Las noticias de que el general Castro iba a proceder contra mí en marzo habían llegado al Comodoro Sloat a Mazatlán a fines de ese mes, mandando de inmediato al barco Portsmouth a Monterrey, con instrucciones del general de proteger los intereses norteamericanos en California.

Una vez concluidas estas tareas, me dirigí a los asentamientos de norteamericanos en Sacramento y en el Río de los americanos, para obtener refuerzos de hombres y rifles. 

La información que trajo el Sr. Gillespie al capitán Montgomery con respecto a mi posición, indujo al oficial a proceder de inmediato hacia Yerba Buena, donde había mandado su bote por mí. De inmediato le escribí y le regresé el bote, describiéndole de forma detallada mi posición e intenciones, para que él sin darse cuenta, no fuera a comprometerse, pensando que yo tenía otras órdenes de parte de nuestro gobierno, ofreciéndome asistencia, tal y como sus órdenes lo autorizaban a prestar naturalmente a un oficial encargado con una tarea pública de importancia, o como lo haría con cualquier ciudadano de los Estados Unidos. 

 Habiéndome llegado la información de un comandante en Sonoma, de que su puesto estaba siendo amenazado con un ataque de una fuerza comandada por el general Castro, levanté mi campamento por la tarde del 23, y acompañado por el Sr. Guillespie a las dos de la mañana del 25 llegamos a Sonoma con 90 hombres a caballo y con rifles, habiendo caminado por 80 millas. Nuestra gente aún tenía la plaza, solamente una división de Castro, un escuadrón de caballería de unos 70 hombres, comandado por Joaquín de la Torre (uno de sus mejores oficiales) había logrado cruzar el estrecho (la Bahía de San Francisco). Esta fuerza había atacado a una avanzada de 20 norteamericanos la cual fue vencida con la pérdida de dos muertos y dos o tres heridos. Los norteamericanos no perdieron ni uno solo. Esto fue un control inesperado para los californianos quienes habían anunciado sus intenciones de vencer a los nuestros sin haber disparado ni una sola arma; que iban a volarles la tapa de los sesos y a destruirlos a puras cuchilladas. Ellos usaban esta expresión porque días antes habían capturado a dos de nuestros hombres (un correo) y después de herirlos los habían atado a árboles y descuartizado vivos, con una exageración de crueldad que ningún indio sería capaz de realizar.

Imagen 25. Frost, John, (1884).“Bahía de San Francisco”. En Perilous Adventures by Land and Sea, Chicago & New York, Belfrod, Clarke & Co, p. 205. Recuperado de: https://archive.org/details/perilousadventur00fros/page/204/mode/2up

En unos cuantos días De la Torre fue expulsado del país, sin haber logrado triunfar en su intento de cruzar el estrecho para escapar, los contingentes de armas (que tenían seis armas largas y hermosas) quedaron abandonadas en el fuerte del lado sur de la entrada de la bahía de San Francisco, y las comunicaciones con el lado opuesto completamente rotas. Los barcos y botes destruidos, o tomados por nosotros. Tres de las partidas de Castro, habiendo desembarcado en el lado de Sonoma en avanzada, fueron muertos cerca de la playa; y después de esto no hubo pérdidas en ninguno de los bandos.

En todos estos asuntos el Sr. Guillespie ha actuado junto conmigo. Llegamos a Sonoma de regreso por la tarde del 4 de julio, y por la mañana llamé a la gente a que se reuniera, comunicándoles lo relativo a nuestra posición en el territorio, avisándoles del estado de las operaciones, lo que fue desanimadamente recibido. California fue declarado independiente, puesto bajo ley marcial, las fuerzas armadas organizadas y elegidos los oficiales. La promesa de que apoyarían estas medidas y obedecerían a sus oficiales fue firmada por los presentes. Todo quedó bajo mi dirección. Muchos oficiales del Portsmouth estaban presentes en esta reunión.

Dejando al capitán Grigssby (sic) (95) con 50 hombres en Sonoma, partí el día 6 y regresé a mi campamento en tres días. Antes de que llegáramos a ese lugar, el general Castro evacuó Santa Clara, la cual se había encargado de fortificar, y comenzó su retirada con una fuerza de casi 400 hombres y dos piezas de artillería, retirándose a St. John, un puesto fortificado con 8 cañones de bronce. (…) Nos emocionamos mucho por la llegada de un correo del capitán Montgomery con la información de que el comodoro Sloat había izado la bandera de los Estados Unidos en Monterey y había tomado posesión del sitio.

El capitán Montgomery había izado la bandera en Yerba Buena y mandado una a Sonoma, para que fuera izada allá. Una se le mandó también a la Comandancia en Nueva Helvetia pidiéndoles que la izaran en una asta. 

Independencia y la bandera de los Estados Unidos son sinónimos en este sitio para todos los extranjeros (en el norte en los que está la mayor parte particularmente), y de acuerdo con esto di instrucciones de que la bandera fuera izada con una ceremonia al día siguiente. Esto produjo una gran algarabía entre nuestra gente. Al día siguiente recibí un correo del comodoro Sloat relatándome su proclamación y señalándome que procediera junto con mis fuerzas hacia Monterey. El número confirmado de elementos bajo mi mando en este momento es de 220 fusileros, con una pieza de campo de artillería y diez hombres adicionales para artillería como custodia. (96)

Imagen 26. Todd, William L. (1890). Bandera de California, fotografía, San Francisco. The Museum of the City of San Francisco. Recuperado de:  http://www.sfmuseum.org/hist6/toddflag.html  
Esta bandera fue izada en Sonoma, California, el 14 de junio de 1846.  Estaba en posesión de la Sociedad de Pioneros de California en San Francisco y se destruyó durante el terremoto e incendio de 1906.  Era una pieza de algodón blanco, con una estrella roja que imita a la de Texas como república independiente de México y un oso grizzli como los que abundaban en el territorio, símbolo de la fuerza y resistencia de los californianos. En la parte baja una franja de color rojo.

El impacto de las actividades no oficiales de Frémont es polémico pues se basa en la mentira, la ambigüedad y el engaño. Ciertamente no hicieron que cambiara el curso de la historia pero su efecto sobre la resistencia en California sí es debatible. Tal vez  la carta que enviara el teniente de la marina Archibald MacRae (97) a su hermano nos dé una referencia mucho más real y objetiva de la situación:

No sé si pueda darte una idea correcta de lo que ha pasado en este lado del frente de guerra. Pero te la diré como es, y espero que te sea útil.

Según parece, al principio del año el coronel Frémont llegó y acampó con 75 seguidores a unas cuantas millas de Monterey, entonces obtuvo un permiso del gobernador de California para permanecer en el territorio hasta que sus hombres se hubieran logrado reponer. Poco tiempo después, estando al tanto el Gobernador de lo que tramaba el coronel Frémont, y que no estaba “descansando”, determinó que Frémont no podía seguir ahí, a menos que tuviera más fuerza que el mismo Gobernador informando al coronel que debía abandonar el territorio o sería expulsado de él.

Habiendo demostraciones de belicosidad en ambas partes, pero sin que ninguno se atreviera a hacer el menor movimiento en contra del otro, nada sucedía, excepto disputas verbales en las que ambos se decían de cosas, sin que ninguno de los dos supiera con exactitud qué significaban los insultos que el otro le profería. Ambos suponían que las cosas dichas eran sumamente fuertes, y hacían que ambos las tomaran muy en serio y adoptaran direcciones contrarias. Los californianos –como lo hiciera el ejército del rey en Francia- habiendo marchado colina arriba, marcharon de nuevo de bajada, y el coronel Frémont se fue a Oregón. Por entonces un teniente Guillespie de las tropas de la Marina llegó con una misión misteriosa, buscó y se unió al grupo de Frémont para regresar después con ellos a California, donde se le unió otro grupo de residentes norteamericanos que habían sabido que el Gobernador de California había expedido una orden en la que mandaba a todos los ciudadanos norteamericanos abandonar el territorio de inmediato (lo cual era cierto). Se levantaron en armas, pelearon una pequeña batalla en la que murieron dos hombres y cuatro caballos, tomaron posesión del pueblo de Sonoma, e izaron una bandera con un oso con la intención de establecer un gobierno independiente de los Estados Unidos. Con esta fuerza Frémont permaneció pasivamente un tiempo hasta que llegaron barcos de guerra desde Mazatlán, donde se decía de la existencia de la guerra, a partir de entonces, se tomaron medidas activas para la seguridad del territorio. (98)

La invasión de California

Mientras Frémont avanzaba y retrocedía en California, el comandante Sloat estaba en Mazatlán a la espera de noticias. Las instrucciones del secretario de la Marina, George Bancroft, fueron llevadas oralmente por Guillespie y confirmadas eventualmente por vía escrita; órdenes que habían dado la vuelta al continente, viajando a través de cabo de Hornos. Dichas órdenes decían así:

De aquí en adelante usted debe ejercer todas sus atribuciones como comandante en jefe de un escuadrón en guerra. 

Considerará su objetivo más importante tomar y mantener la posesión de San Francisco y lo hará sin ninguna equivocación. 

Deberá tomar posesión de Mazatlán y Monterey, uno o ambos de ser posible, de acuerdo con sus fuerzas.

Si la información recibida en este documento es correcta, usted y sus hombres podrán mantener relaciones cordiales con los habitantes de estos lugares (…)

Si no puede tomar y mantener la posesión de un sitio, deberá de efectuar un bloqueo, si tiene los medios de realizarlo efectivamente y el interés público lo requiere. 

Con la declaración de estos puntos se le deja a su libre voluntad la selección de los sitios de ataque, los puertos que puede tomar, los puertos que debe bloquear, así como la orden de sus movimientos sucesivos.

La comunicación entre California, Sonora y el Gobierno de México apenas existe. Usted deberá, según la oportunidad lo ofrezca, crear la confianza de la gente de California y de Sonora ante el gobierno de los Estados Unidos, y se le conmina a presentar las relaciones con los Estados Unidos tan íntimas y amistosas como sea posible.

Es muy importante que por lo menos se quede en posesión de San Francisco, aunque se aliente a la gente hacia la neutralidad, el auto gobierno y la amistad con nosotros.

Usted deberá de comportarse de tal manera que la ocupación de San Francisco, y los otros puertos, sea vista como un beneficio para sus habitantes. (99)

El 31 de mayo Sloat se enteró de la Batalla de Palo Alto pero aún tenía sus dudas. Cuando supo el 7 de junio que la flota de los Estados Unidos estaba bloqueando Veracruz en el Golfo de México, sus dudas se desvanecieron. Al día siguiente dejó Mazatlán. Un poco más de siete semanas después, en una carta enviada al secretario de la Marina, él hizo un reporte de la ocupación de los puertos del norte de California:

Tengo el honor de reportarle que el día 7 de junio he recibido en Mazatlán la noticia de que tropas mexicanas, seis o siete mil efectivos, han invadido por órdenes de su gobierno, territorio de los Estados Unidos al norte del Río Grande y han atacado a las fuerzas al mando del general Taylor, y que el escuadrón de los Estados Unidos estaba bloqueando la costa de México en el Golfo.

Creo que estas hostilidades justifican el comienzo de mis acciones ofensivas en la costa oeste; dado lo cual zarpé el día 8 en el Savannah hacia las costas de California, para cumplir las órdenes que me han sido dadas por el departamento el 24 de junio de 1845. He dejado el Warren en Mazatlán para que me traiga algunos encargos e información importante que debo tener. Llegué a Monterey el 2 de julio donde encontré al Cyane y al Levant y supe que el Portsmouth estaba en San Francisco y en cuyas plazas se les ha mandado esperar instrucciones posteriores.

La mañana del 7, habiendo examinado previamente las defensas y locaciones en el pueblo, mandé al capitán Mervine (100) con los llamamientos adjuntos al comandante militar de Monterey, exigiéndole que se rindiera a las fuerzas de los Estados Unidos bajo mi mando. A las 9.30 am. recibí su respuesta diciéndome que no estaba autorizado para rendir el sitio y me refirió al comandante general de California Don José Castro.

Con todos los arreglos hechos desde el día anterior, la fuerza necesaria (como 250 efectivos de la Marina y marineros), me embarqué en los botes del escuadrón, y pisé tierra a las 10:00 cubierto por los cañones de los barcos que actuaron con gran rapidez y buen orden, bajo el comando inmediato del capitán Wm. Mervine, asistido por el comandante H.N. Page como segundo. 

Los contingentes estuvieron inmediatamente formados y marcharon hacia el puerto, donde leí mi anuncio a los habitantes de California y cuando se izó el estandarte de los Estados Unidos hubo tres hurras muy emotivas de parte de las tropas y los extranjeros presentes. Un saludo de 21 cañonazos fue disparado desde los barcos. Inmediatamente después, se desplegó por el pueblo la proclamación en ambas lenguas, inglés y español. Dos avisos de paz fueron puestos para preservar el orden y castigar a los delincuentes, la alcaldía declinó servirnos. (…) 

El 6 de julio, mandé órdenes por vía marítima al Comandante Montgomery para que de inmediato tomara posesión de la bahía de San Francisco y sus alrededores, el día 7 mandé un duplicado de esa orden por vía terrestre, el cual recibió en la tarde del día 8, y a las 7:00 a.m. del día 9 el izó la bandera en San Francisco, leyó y pegó mi proclama y tomó posesión de esa área del país en nombre de los Estados Unidos (…)

El día 23 mi salud requirió mi atención por no haberla cuidado, debido a todas estas tareas tan laboriosas. Dejé el comando de las fuerzas en manos del Comodoro Stockton y, el 29, habiendo decidido regresar a los Estados Unidos vía Panamá, icé mi propio estandarte en el barco y a bordo del Levant partí hacia Mazatlán y Panamá, dejando a lo que restaba de mi escuadrón al mando del Comodoro. (101)



Imagen 27.Frost, John, (1884). “Captura de Monterey, California”. En Perilous Adventures by Land and Sea, Chicago & New York, Belfrod, Clarke & Co, p. 181. Recuperado de: https://archive.org/details/perilousadventur00fros/page/180/mode/2up

El relato del comandante Sloat es factual, presumiblemente exacto y, como suelen ser las comunicaciones oficiales, falto de color. Una vez más la carta del teniente Mac Rae a su hermano nos da un recuento mucho más vívido, no solamente de las actividades de Sloat en el norte de California, sino también de su sucesor, el Comodoro Stockton:

Las fuerzas navales bajo el mando del Comodoro Sloan desembarcaron bajo un sol ardiente, y tomaron posesión de Monterey y San Francisco, no teniendo más perdida que a dos hombres quienes aprovecharon la primera oportunidad que tuvieron para emborracharse, y silenciosamente se metieron a una porqueriza, mientras que el resto del ejército galopaba de arriba abajo el sitio anunciando por doquier que estaban en la búsqueda del general Castro y su ejército; esto se hizo porque Castro no tenía ni idea de sus movimientos y no estaba prevenido contra una sorpresa. 

La guerra ha sucedido tan rápido que el viejo héroe, el Comodoro Sloat, creyendo que ha ganado suficientes laureles, le ha cedido el puesto de mando al Comodoro Stockton, y se ha ido a los Estados Unidos donde creo que espera tener una recepción triunfal al estilo de los romanos. Después de que el Comodoro Stockton tomó posesión del mando, mandó a los veleros ir costa abajo a tomar posesión de los puertos de la costa, y además mandó apresar al cónsul francés en Monterey en respuesta a que escribió varias cartas insolentes protestando por nuestra ocupación, esto puede darnos problemas. Aún no se ha derramado sangre en este lado, ni los rebeldes han estado cercanos, excepto en dos ocasiones: la primera es la que relato en la página anterior y la última en el pueblo de los Ángeles. Se sabía de muchas declaraciones explosivas del general Castro, quien estaba en el lugar con casi todas sus fuerzas –como quinientos hombres-, en consecuencia de esto, el Congreso se trasladó a San Pedro (un pequeño puerto a 30 millas del pueblo). Se desembarcaron 400 hombres y marcharon. Pero desafortunadamente, el general se fue algunas horas antes de que el Comodoro llegara, y de esta forma ninguno tuvo la oportunidad de hacerse valer y, lo que es peor aún, se dice que los quinientos hombres de Castro hicieron tanto polvo en su retirada que era imposible distinguir nada. 

Te he dicho que no se ha derramado sangre, pero estoy en un error o me he olvidado. Dos tropas de hombres a caballo cuyo mando se les había entregado a dos auxiliares, por Dios sabrá qué razón, incapacitados para divertirse de otra manera se pusieron a matar a indios pacíficos. Esto ocurrió justo antes de que nos marcháramos y por tanto no sé los detalles. Pero todos los relatos de los testigos coinciden en que se ha cometido una matanza sobre un incierto número de hombres, con el pretexto de que se habían puesto difíciles cuando se les ordenó ponerse en línea frente a las tropas y habían cometido la gravísima ofensa de intentar huir, no cometiendo otra falta.

Hasta el momento, toda la Alta California (que se extiende desde nuestra frontera sur hasta San Diego con latitud 32º40’ N) está en nuestra posesión y la costa mexicana está bloqueada en todos sus puertos principales. (…) 

El territorio de California no fue lo que se esperaba, aunque no es tan malo. Los únicos dos lugares en los que he estado son Santa Bárbara y Monterey. La tierra alrededor del primero es plana pero a unas cinco millas hay montañas. El suelo ahí, así como en Monterey, es rico y tiene la consistencia del barro o un poco más ligero. De hecho es muy parecido al barro con el que construyen sus ladrillos. La maldición de esta tierra es la gran cantidad de ardillas que hay. La tierra alrededor de Santa Bárbara está completamente infestada por ellas y creo que arruinan las cosechas de muchas maneras. En Santa Bárbara no hay bosques, pero cerca de Monterey hay una gran cantidad de pinares. En esto creo que esta tierra se parece un poco a la de Carolina del Norte.

Se dice por acá que la mejor tierra es la de cerca del río Sacramento, el cual va a desembocar en el muelle de San Francisco, este para mayor seña es un arroyo fino que corre a través de fértiles y arboladas tierras por cerca de 3000 millas, yendo a desembocar como lo hace en una de las más hermosas bahías en el mundo, no hay duda de que será el foco de toda la inmigración. 

 La tierra en la bahía de San Francisco es en muchas partes montañosa y árida, así que cuando una ciudad se construya ahí, lo cual sin duda sucederá, será dependiente del Río Sacramento. El clima es muy templado; aún en pleno invierno no es tan frío como para necesitar encender un fuego, es muy seco, lo cual es más una desventaja, pues sufren frecuentemente de falta de agua. Se cultiva muy fácilmente y con abundancia: trigo, maíz, papas, melones. El trigo y las papas, (irlandesas) se dice que son de excelente calidad. Sin embargo, se le da poca atención a la agricultura, la cría de ganado y caballos ocupan casi toda la atención de la gente. Los caballos son casi iguales a nuestros caballos de Carolina del Norte, pero las reses son muy superiores, y aunque el territorio presenta un aspecto desolado, siempre están gordas. Creo que se deben de alimentar de avena salvaje que se dice que crece por acá con abundancia y es igual a la que cultivamos. Monterey es un pueblo pequeño que tendrá, supongo, cerca de dos mil habitantes; las casas son de un solo piso construidas de adobes de los que te he hablado, con techos de teja. Los adobes hacen que se vean siempre sucias. Santa Bárbara es más pequeña que Monterey y es muy parecida a cualquier otro pueblo.

Te podrá parecer extraño que con tan poca fuerza como la que hemos empleado aquí hayamos tomado posesión del territorio tan pacíficamente. Pero no es así. El territorio está escasamente poblado y los pocos californianos están divididos en sus relaciones políticas en tres o cuatro partidos, de modo tal que solo un puñado de hombres resueltos –como los que están con el capitán Frémont- pueden hacer lo que se les viene en gana. Además de esto, el número de norteamericanos que están en el territorio no es muy inferior al de los californianos, y los norteamericanos son un grupo de hombres de dura valentía, acostumbrados a usar armas de fuego desde niños. Con lo que respecta a los pueblos de la costa, si los ponemos a todos juntos no serían material suficiente para una buena refriega. (102)

Imagen 28. Hall, H.B. (ca. 1840). Robert F. Stockton, tarjeta de presentación, New York, Derby & Jackson. (The Miriam and Ira D. Wallach Division of Art, Prints and Photographs: Print Collection, The New York Public Library 5027629) Recuperado de: http://digitalcollections.nypl.org/items/f91d13d0-2831-0130-7855-58d385a7bbd0

Las ambiciones de Stockton eran tan ilimitadas como las de Sloan limitadas. Él no solamente soñaba con completar la conquista de California del norte sino en ocupar la costa del Pacífico desde ahí hasta el puerto de Acapulco, desde donde guiaría sus tropas hasta la Ciudad de México para unirse al asalto final norteamericano y al triunfo, ocupando todo el territorio de México para los Estados Unidos de Norteamérica. 

La última parte de la fantasía de Stockton era poco realista, pero sus actividades en California prosiguieron inexorables. El 28 de agosto reportaba al secretario de Marina que su misión había terminado:

Usted ha sido ya informado de mis obras, el 23 de julio he asumido la comandancia de las fuerza de los Estados Unidos en la costa oeste de México. Ahora tengo el honor de informarle que la bandera de los Estados Unidos ondea desde cada posición de comando en el territorio de California, y que este rico y bello territorio pertenece a los Estados Unidos y está libre para siempre del dominio mexicano. 

Al día siguiente que recibí este encargo, organicé el “Batallón de California de Fusileros Montados”, reuniendo a todos los oficiales necesarios y recibiéndolos como voluntarios al servicio de los Estados Unidos. El capitán Frémont fue nombrado Mayor y el teniente Guillespie capitán del batallón. 

El día siguiente se embarcaron a bordo del buque de guerra Cyane, del Comodoro Dupont (103), y salieron para Monterey desde San Diego donde estarán desembarcando al sur de la posición de las tropas mexicanas que tienen 500 hombres bajo el mando del capitán Castro y del gobernador Pico (104) que están bien fortificados en Campo de la Mesa, a tres millas de esta ciudad. 

Pocos días después de que zarpara el Cyane yo zarpé a bordo del Congress hacia San Pedro, el puerto de entrada para este departamento, y a 30 millas de este lugar donde desembarqué con mi valiente escuadrón de marinos, marché directamente hacia el dudoso Campo de la Mesa.

Pero cuando estábamos llegando a menos de 12 millas del campamento, el general Castro huyó hacia la ciudad de México. El Gobernador de este territorio y otros oficiales importantes se separaron en diversas partidas y huyeron en diferentes direcciones.

Por desgracia los fusileros montados no llegaron a tiempo para darles alcance. Sin embargo, desde entonces hemos logrado capturar a muchos oficiales importantes, el resto se le permitirá permanecer sin problemas en sus casas bajo las restricciones contempladas en mi proclama del día 17. 

El 13 de agosto habiéndoseme unido el mayor Frémont con cerca de 80 fusileros y el señor Larkin (105), el último cónsul norteamericano, entramos a esta famosa ciudad de los Ángeles, capital de las Californias y tomamos posesión sin problemas de la Casa de Gobierno.

De esta manera, en menos de un mes, después de haber asumido el mando fuerzas armadas de los Estados Unidos en California, he perseguido a las fuerzas armadas mexicanas más de tres mil millas a lo largo de la costa; y más de treinta millas en el interior de su propio país; acechado y dispersado, asegurado el territorio para los Estados Unidos, he terminado la guerra, y restablecido la paz y armonía entre la gente; y he puesto un gobierno civil que se desempeña exitosamente. (106)

Imagen 29. Pacific Railway Expedition, (1916). “Los Ángeles desde la colina del viejo fuerte (Moore)”, en  Newmark, Harris, Sixty years in Southern California, New York, The Knickerbocker Press, p. 10 r. Recuperado de: https://archive.org/details/sixtyyearsinsout00newm/page/n55/mode/2up

Rebelión y reconquista

Stockton resultó ser demasiado optimista. Poco menos de un mes después de que reportara el final de la ocupación en paz y armonía, la población del antiguo Pueblo de Nuestra Señora la Reina de los Ángeles del Río de Porciúncula (107) se rebeló; asaltó la pequeña guarnición que Stockton había dejado a vigilar, y los obligaron a rendirse el 27 de septiembre. Este fue el único revés serio, militarmente hablando, que las fuerzas de los Estados Unidos sufrieron en California.

Estas noticias alcanzaron a Stockton en San Francisco. Inmediatamente se desplazó al sur y ocupó San Diego. Frémont, habiendo desembarcado en San Diego del Cyane el 29 julio, regresó a Monterey para obtener refuerzos. EÉl no se desplazó hasta los Ángeles, pero tuvo una escaramuza el 14 de noviembre de 1846, en el valle de Salinas. Los refuerzos, sin embargo, estaban en camino por tierra y por mar, solo que uno de estos elementos no iba a llegar a California sino hasta que la rebelión hubiera terminado y los otros contribuyeron muy poco a la recaptura de Los Ángeles.

En septiembre de 1846, el 7º de Infantería de Nueva York, comandado por el coronel Jonathan D. Stevenson, formado por cerca de 1,000 hombres dejó el puerto de Nueva York para iniciar un largo viaje hasta Sudamérica. El barco de suplementos Lexington precedía al Regimiento llevando a bordo una compañía de artillería ligera y 20 armas de grueso calibre, junto con otros armamentos y municiones para una nueva fortificación. Los hombres de Stevenson fueron provistos de implementos de agricultura, una imprenta y otras cosas para “civilizar la tierra y a los nativos de cualquier región que llegaran a iluminar”. Se permitió que embarcaran hasta editores con esta expedición. Se dieron amotinamientos y otras calamidades en el trayecto, pero finalmente el Regimiento de Nueva York llegó a California. (108)

El avance de Kearny hacia California

El relevo, que se desplazaba hacia San Diego desde el este, era una agrupamiento de cerca de 100 dragones comandados por el general Kearny que había dejado Santa Fe el 25 de septiembre de 1846, dos días después de que los californianos hubieran expulsado a los norteamericanos de Los Ángeles. El general reportó esta marcha desde Santa Fe a California en un despacho al general en jefe adjunto del ejército:

Como previamente se lo había informado, dejé Santa Fe (Nuevo México) hacia este territorio el 25 de septiembre con 300 hombres del 1º de Dragones bajo las órdenes del mayor Sumner. Cruzamos a la otra banda del Río del Norte hacia Albuquerque (cerca de 65 millas debajo de Santa Fe), continuamos hacia abajo en esa banda hasta el 6 de octubre cuando nos encontramos con el mayor Carson que iba con un grupo de 16 hombres en camino a Washington con un correo y papeles: un envío del comodoro Stockton y del teniente coronel Frémont, reportando que las Californias estaban en posesión de los norteamericanos y que estaban bajo su mando, que la bandera norteamericana ondeaba en cada posición importante en el territorio, que el territorio estaba libre para siempre del control mexicano; la guerra finalizada y la paz y la armonía restauradas entre la gente. Como consecuencia de esta información, decidí que los 200 dragones bajo el mando del mayor Sumner deberían permanecer en Nuevo México, y que los otros 100, con dos obuses, bajo el mando del capitán Moore (109) deberían acompañarme como guardia a la Alta California. (…) 

El 2 de diciembre llegamos a Rancho Warner (Agua Caliente), la frontera establecida de California, en la ruta que va hacia Sonora. El  día 4 marchamos hacia el rancho del Sr. Stoke (Santa Isabela), el 5 nos encontramos con un pequeño grupo de voluntarios bajo el mando del capitán Guillespie (110), que habían sido mandados desde San Diego por el comodoro Stockton para darnos información que tenían del enemigo: 600 o 700 hombres de quienes se decía estaban levantados en armas y marchaban por el territorio dispuestos a oponerse a los norteamericanos y resistir su autoridad en el territorio. Acampamos esa noche cerca de otro rancho del Sr. Stoke (Santa María) cercano a San Diego como a 40 millas. 

La batalla de San Pascual 

Imagen 30. Anónimo. (1848). “Esquema de las acciones de batalla en San Pasqual en la Alta California entre los norteamericanos y mexicanos, Diciembre 6 -7 de 1848”. En Emory, William Hemsley. Notes of a Military Reconnaissance, from Fort Leavenworth, in Missouri, to San Diego, in California, Including Part of Arkansas, Del Norte, and Gila Rivers. Washington: Wendell and Van Benhuysen. p. 108r. Recuperado de: https://archive.org/details/bub_gb_ggFZAAAAMAAJ/page/n145/mode/2up/search/Pasqual

Sin embargo, antes de llegaran a San Diego, Kearny tuvo un encuentro en el cual su agrupación de cien hombres fue derrotada cerca de una pequeña villa india, situada 65 kilómetros al este de San Diego. Esta fue la batalla de San Pascual, una de las pocas derrotas de los norteamericanos en la guerra con México. John M. Stanley (112) de Cincinnati, que acompañaba a la fuerza de Kearny, la describe en la siguiente carta: 

Gracias a dos californianos que fueron capturados quedó claro el estado de hostilidad en el territorio y el pequeño grupo sin provisiones más que sus caballos, y casi sin agua, prosiguió su ruta.

Por la mañana del 4 de diciembre reanudamos nuestra marcha, el general Kearny había mandado previamente un mensaje a San Diego para informar al comodoro Stockton de su llegada al lugar, el día 5 nos encontramos con el capitán Guillespie y el teniente Beall (sic) (113), de la Marina de los Estados Unidos acompañado por una escolta de 35 hombres. Después de que acampamos el general Kearny supo que un cuerpo armado de californianos estaba acampado aproximadamente a nueve millas de nosotros. El teniente Hammond (114), con una pequeña partida fue enviado a hacer un reconocimiento. Regresaron cerca de las 12 del día con la información de un campamento en el valle de San Pascual, pero sin saber nada de cuántos hombres estaban en él, aunque se creía que eran como sesenta (115). A las 2:00 de la madrugada, del día 6 sonó la alarma y a las 3 nuestra fuerza estaba formada en orden de batalla y la marcha continuó. Llegamos cerca del amanecer al valle. El enemigo estaba acampado a una milla del declive de las montañas desde las cuales veníamos y, como el teniente Hammond había descubierto la noche anterior, los californianos estaban esperándonos con los sables listos. Por una falta de coordinación, la carga no se realizó con toda nuestra fuerza o con la precisión deseada; pero los californianos retrocedieron, abrieron fuego en una sola descarga a campo abierto como a media milla de distancia. El capitán Johnson (sic) (116) y un soldado raso murieron en esta carga (…) La retirada del enemigo fue seguida por el entusiasmo de nuestras tropas, peleando en escaramuzas a la distancia de media milla. Cuando ellos llegaron a las planicies, nuestras fuerzas estaban de alguna manera dispersas en su persecución. Los californianos tomando ventaja de nuestra desorganización, pelearon desesperadamente, haciéndonos grandes daños con sus lanzas. Fue una pelea cuerpo a cuerpo y duró una media hora. Sin embargo, ellos fueron expulsados del campo con una pérdida que no pudimos calcular. 

Acampamos en el campo y recogimos los muertos. Al principio, el general Kearny pensaba moverse el mismo día. Los muertos fueron atados a mulas y permanecieron dos horas o más en esa posición. Era una estampa triste y melancólica. Pronto nos dimos cuenta de que nuestros heridos estaban incapacitados para viajar pues las mulas estaban ocupadas con los muertos. Los animales fueron liberados de sus cargas y los hombres se ocuparon de reforzar la plaza para poder pasar la noche. Durante el día pudimos ver al enemigo relinchando sus caballos, manteniendo nuestro campamento en un nerviosismo constante. Tres de los voluntarios del capitán Guillespie salieron con mensajes para el coronel Stockton. A los muertos se les enterró por la noche, se hicieron ambulancias para los heridos. A la mañana siguiente reanudamos; dado que teníamos espías del enemigo y estábamos a 38 millas de San Diego. En nuestra marcha constantemente teníamos el temor de ser atacados; los espías podían ser vistos en las cumbres de cada colina y como solo éramos 100 hombres -muchos de los cuales estaban ocupados con los heridos- no dejábamos nuestra formación.

Habíamos viajado como siete millas cuando, justo antes del ocaso, fuimos atacados. El enemigo vino en carga valle abajo -eran cerca de 100 hombres en buenas monturas-. Dividieron su contingente probablemente con la intención de atacarnos al frente y en la retaguardia, cuando el general Kearny ordenó a sus hombres tomar posición de una colina que estaba a nuestra izquierda.



Imagen 31. Woodhouse, Charles Col, (1956). Chinacos californios cargando contra la infantería estadounidense en la Batalla de San Pascual el 6 de diciembre de 1846 (óleo sobre tela), San Diego. Marine Corps Recruit Depot Museum. 

El adversario viendo el movimiento se fue también para allá alcanzando la posición antes que nosotros, y mientras ascendíamos nos vaciaban un fuego enérgico desde atrás de las rocas. Fueron expulsados de la colina y solo hirieron a dos o tres de los nuestros. Allí nos vimos obligados a acampar y también a destruir lo más superfluo de nuestro equipaje de campamento. Una bandera blanca fue enviada por el señor Pocos (sic Andrés Pico) Comandante de los californianos; el intercambio de prisioneros se realizó -eran nuestros correos que fueron interceptados por el enemigo-. Aunque fuimos muy afortunados de que un mensajero pudo llegar a San Diego a pedir refuerzos, pasados cuatro días en los que vivimos de la carne de mulas, caballos y potros, sin pan ni ningún otro condimento, se nos unió un refuerzo de 200 hombres. El 11 de diciembre reanudamos nuestra marcha. No vimos a ningún californiano mientras avanzábamos, y el 12 de diciembre llegamos a San Diego recibiendo de los oficiales una animada bienvenida. Con esto, amigo mío, tienes el fin de un viaje a través del continente en una distancia de 1090 millas desde Santa Fe. (117)

Imagen 32. Anónimo, (1920). “La Misión de San Diego de Alcalá como estaba en 1848”,  en Engelhardt, Sephyrin, Mission San Diego, Santa Bárbara, James H. Barry Co, 1920, p. 152. Recuperado de: https://es.m.wikipedia.org/wiki/Archivo:Mission_San_Diego_de_Alcala_in_1848.jpg

La resistencia de Los Ángeles 

Las fuerzas de Kearny llegaron a San Diego de Alcalá  el 12 de diciembre. Frémont no llegó a tiempo (lo hizo dos días después de que el pueblo fuera retomado) (118). Pero para finales de mes Kearny decidió atacar con las fuerzas que tenía a su disposición. Avanzó desde San Diego el 29 de diciembre con cerca de 600 hombres entre Dragones, soldados de la Marina y marineros (119). El ingeniero topógrafo de Kearny, capitán William H. Emory, que ahora era su jefe de equipo, hizo el parte de guerra de esta campaña: 

6 de enero de 1847. Hoy realizamos una marcha larga de 19 millas hacia la parte alta de Santa Ana, un pueblo situado en el río del mismo nombre. Estábamos cerca del enemigo y el pueblo lo evidenciaba. No se veía ni un alma; las únicas que permanecían allí eran unas ancianas que al acercarnos habían cerrado sus puertas. Los líderes de los californianos como una forma de incitar a sus gentes a las armas les hicieron creer que saquearíamos sus casas y violaríamos a sus mujeres. (…)

Imagen 33. Emory, W. H., “Esquema de la batalla de Los Ángeles en el Norte de California peleada entre mexicanos y norteamericanos” en Notas de un reconocimiento militar, 30 Cong. 2a Sesión, Documentos Ejecutivos No. 7, Washington DC, Wendell & Bethuysen, 1848.

Enero 8.- Pasamos por un territorio carente de madera y agua, ondulante y que se sumerge en el océano que está a la vista. Cerca de las 2:00 de la tarde vimos el Río San Gabriel, pequeños escuadrones de hombres a caballo comenzaron a aparecer a ambos lados de nosotros y era evidente que el enemigo intentaba disputar el cruce del río. (…)

El río tenía un ancho de 100 yardas y una profundidad a la rodilla y fluía sobre arena. Cada lado estaba bordeado por fango. El acercamiento de nuestro lado tenía un nivel que era favorable para el enemigo. Un banco de 50 pies de alto corría paralelo con el río a distancia de blanco de cañón sobre el cual pusieron su artillería.

A medida que nos aproximábamos recibimos el fuego del enemigo. Al mismo tiempo lo vimos poner cuatro piezas de artillería en la colina, para dominar el paso. Un escuadrón de 250 elementos de caballería asomó la cabeza sobre la colina, a la derecha de la batería; vimos que el mismo número ocupaba la posición de la izquierda.

Al Segundo batallón se le ordenó acomodarse como punteros y cruzar el río. Al estar la formación en medio del río, el enemigo lanzó su batería e hizo volar el agua con sus disparos y explosiones. Entonces se le ordenó a nuestra artillería cruzar -estaba preparada para la acción-, impulsada por los hombres y colocada contra la batería en el lado opuesto al enemigo. El fuego de nuestras tropas, que era muy intenso, hizo parecer al del enemigo loco y desconcertado. Bajo esta cubierta se forzó a los carros y al ganado a cruzar el río cuyo fondo era pantanoso.

Mientras esto sucedía, nuestra retaguardia fue atacada por una fuerte carga que se logró repeler.

Imagen 34. Anónimo, (ca 1850). Capitán Andrés Pico, líder de los californianos, daguerrotipo,.  California,  Seaver Center for Western History Research, Natural History Museum of Los Angeles County, Recuperado de: https://npg.si.edu/exhibit/frontier/pop-ups/01-04.html

En el lado derecho del río había una banqueta natural a la altura del pecho. Bajo de esta se dispuso la formación. A este accidente del terreno le atribuyó que la artillería del enemigo perdió un poco de efecto ya que sus balas y explosiones pasaban arriba de nuestras cabezas. En una hora y veinte minutos nuestros carros de equipaje habían cruzado y la artillería del enemigo se silenció y se realizó una carga en la colina.

A medio camino entre la colina y el río, el enemigo hizo una carga furiosa en nuestro lado izquierdo. Al mismo tiempo atacaban nuestro lado derecho. El 1 y 2º batallones se dispusieron en escuadra y después de disparar uno o dos fuegos hicieron huir al adversario. El ala derecha se formó en escuadra pero, viendo que el enemigo dudaba, se contra demandó la orden el primer batallón que formaba la derecha se le ordenó subir la colina suponiendo que sería el punto más álgido de disputa, pero cual sería nuestra sorpresa al encontrarla abandonada. 

El enemigo había puesto su campamento a la vista en las colinas, pero cuando amaneció se habían ido. No tenía caso perseguirlos, si acaso movernos, pero nuestros carros estaban en muy malas condiciones. En cuanto más tarde se hacía, era más necesario arrastrarse, solo con el propósito de alimentar a los guardias que se quedarían a cuidar Los Ángeles ya que se decía que si el enemigo veía que nos acercábamos a la ciudad quemaría y destruiría todo el pueblo junto con la comida. 

La distancia es de 9.3 millas. 

Imagen 35Hutton, William Rich, (1934). “El fuerte Moore, fortificación norteamericana en el Pueblo de Los Ángeles desde la casa del Sr, Pryors, 10 de julio de 1847 “. En “Fort Moore Hill history”, Los Angeles Times (Abril 1, 1934) (Huntington Library, San Marino).

Enero 9.- El pasto estaba muy corto y tierno, y nuestro ganado descansado. Comenzamos nuestra marcha sin prisas, a las 9:00 sobre la “mesa” una amplia planicie entre el río San Gabriel y el río San Fernando.

Los exploradores y pequeñas partidas de reconocimiento están a nuestros flancos. Después de marchar cinco o seis millas, vimos al enemigo enfilado por la derecha, sobre una cresta formada por una profunda hondonada en la planicie.

Ahí Flores (120) arengó a sus hombres a realizar una carga más, confiando en su habilidad de romper nuestra formación diciendo que el día de ayer se había decepcionado mucho pues supuso que estaba peleando con verdaderos soldados.

Nos hicimos un poco hacia la izquierda para evitar darle a Flores la ventaja de colocar su artillería, después de esto continuamos nuestra marcha como si jamás los hubiéramos visto.

Cuando estábamos cercanos a él, disparó su artillería de larga distancia, y continuamos la marcha sin detenernos excepto por un momento para poner a un herido en una camilla, y otro para cambiar a una mula que estaba herida.

Mientras avanzábamos, Flores desplegó sus fuerzas, formando una herradura en nuestro frente y abriendo fuego con sus cañones de 9 lb en nuestro flanco, y con dos piezas pequeñas en nuestro frente. El tiro de los cañones de 9 lb en nuestro flanco fue tan molesto que tuvimos que pararnos para silenciarlos. Esto se realizó por cerca de 15 minutos y de nuevo se dio la orden de avanzar en el momento en el que el enemigo bajaba en nuestro flanco derecho de manera desordenada y sin comprender los esfuerzos de nuestros oficiales para contener a sus hombres de que no dispararan hasta que ellos, como suele suceder en estas condiciones, lo hicieran cuando estuvieran a menos de cien yardas. Este fuego derribó a muchos de sus espadas. Después se les tiró una ráfaga de granadas que los hizo dispersarse. Se realizó la misma operación en la retaguardia con idénticos resultados. Todos consideramos esto como el comienzo de la batalla pero en realidad era el final. Los californianos, los jinetes más expertos del mundo, quitaron las cosas de los caballos muertos del campo sin desmontar y lograron llevarse muchos de los sables, monturas y a todos sus heridos y muertos en las ancas de sus caballos hacia las montañas a la derecha de nosotros.

Eran cerca de las tres de la tarde y el pueblo en el que se sabía que había grandes cantidades de vino y aguardiente estaba a solo cuatro millas de distancia. Por experiencias previas de cómo controlar a los hombres a la hora de entrar a un pueblo, se determinó cruzar el río San Fernando, parar ahí para pasar la noche y entrar al pueblo a plena luz del día, teniendo todo el día por delante. La distancia de hoy: 6.2 millas.

Después de que hubimos montado nuestro campamento, el enemigo bajó de las colinas y 400 hombres con las cuatro piezas de artillería se encaminaron hacia el pueblo, con orden y regularidad. De ellos aproximadamente sesenta hicieron un movimiento río abajo a nuestra retaguardia y flanco izquierdo. Esto nos llevó a pensar que aún no habían sido golpeados, como pensábamos, y que tendríamos un ataque nocturno.

Enero 10.- En cuanto levantamos nuestro campamento, el señor Celis, un castellano, el señor Workman un inglés, y Alvarado, el dueño de una ranchería en los Alisos, llegaron con una bandera de tregua hasta nosotros. Ellos nos propusieron, en beneficio de los californianos, rendir su amada ciudad de los Ángeles mientras que respetáramos a las personas y a las propiedades. A esto se accedió; pero no a todos debido a la falta de credibilidad en la honestidad del general Flores que una vez había roto su palabra. Nos dirigimos al pueblo en el mismo orden que si hubiéramos estado esperando un ataque.

Esta fue una sabia decisión ya que las calles del pueblo estaban llenas de tipos desesperados y borrachos que nos mostraban sus armas haciendo saludos llenos de reproche. La colina que mira hacia el pueblo estaba cubierta con hombres a caballo que mantenían esta misma actitud “hospitalaria”. Uno de ellos llevaba un abrigo de uno de nuestros dragones que se había robado de un muerto después de que lo enterramos en San Pascual.

Nuestros hombres marcharon preparados hasta que cruzamos el barranco que llevaba hasta la plaza, cuando hubo una pelea entre los californianos en la colina; un hombre, al verse desarmado, para evitar que lo mataran rodó colina abajo hacia nosotros con sus adversarios persiguiéndolo y dándole estocadas a sangre fría. El hombre que venía dando tumbos colina abajo supuestamente era uno de nuestros vaqueros y el grito de “rescátenlo” se dejó oír. La tripulación del Cyane, que estaba cercana a la escena, a un tiempo y sin ningunas órdenes se paró y le propinó al perseguidor una descarga de artillería. Por extraño que parezca el hombre no cayó. Casi al mismo instante, pero un poco antes, los californianos de la colina dispararon a los vaqueros.

A los fusileros se les dio órdenes de limpiar la colina, lo que hicieron de un solo disparo, matando a dos enemigos. Ahora estábamos en posesión del pueblo; se guardaba un gran silencio y misterio acerca de Flores, pero nos enteramos que se había ido a pelear a las fuerzas del norte, haciéndolas regresar para después intentar hacernos abandonar el pueblo matándonos de hambre. Casi al final del día supimos que Flores con 150 sonorenses y criminales se habían ido rumbo a Sonora, llevándose con ellos 400 o 500 de los mejores caballos y mulas del territorio, que eran propiedad de sus amigos. El silencio de los californianos se cambió entonces en duras y amargas maldiciones para Flores. (121)

Con la batalla de San Gabriel terminó la lucha armada por California, iniciándose una batalla cultural que hoy hace de este territorio el segundo lugar con más hispanohablantes del mundo después de la Ciudad de México. Dos días más tarde de la batalla de San Gabriel, el 10 de enero de 1847, El Pueblo de Nuestra Señora la Reina de los Ángeles del Río de Porciúncula, fundado el 4 de septiembre de 1781, fue ocupado de nuevo por las tropas norteamericanas. La conquista del Norte de California se había consumado. El Destino Manifiesto se había impuesto por un tiempo, y la vorágine se desató cuando el 24 de enero de 1848 en el rancho del general John Sutter en Coloma, California, el capataz James Marshal y sus hombres construían un molino de harina y encontraron pepitas de oro. Empezó así la fiebre del oro del 49 que movilizó a muchos aventureros y ex combatientes hacia estos territorios.


Relación de imágenes 

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Notas a pie:

1 El Destino Manifiesto es una visión nacionalista estadounidense que explica la manera en que este país entiende su lugar en el mundo y se relaciona con otros pueblos. A lo largo de su historia, desde las trece colonias hasta nuestros días, el Destino Manifiesto ha mantenido la convicción nacional de que Dios eligió a los Estados Unidos para ser una potencia política y económica, una nación superior. La frase Destino Manifiesto apareció por primera vez en 1845 en un artículo del periodista John L. O’Sullivan en la revista Democratic Review de Nueva York. En su artículo, O’Sullivan explicaba las razones de la necesaria expansión territorial de los Estados Unidos y apoyaba la anexión de Texas. Decía: “el cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extendernos por todo el continente que nos ha sido asignado por la Providencia para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno. Es un derecho como el que tiene un árbol de obtener el aire y la tierra necesarios para el desarrollo pleno de sus capacidades y el crecimiento que tiene como destino”. Muy pronto, políticos y otros líderes de opinión aludieron al Destino Manifiesto para justificar la expansión imperialista de los Estados Unidos. A través de la doctrina del Destino Manifiesto se propagó la convicción de que la “misión” que Dios eligió para al pueblo estadounidense era la de explorar y conquistar nuevas tierras, con el fin de llevar a todos los rincones de Norteamérica la “luz” de la democracia, la libertad y la civilización. Esto implicaba la creencia de que la república democrática era la forma de gobierno favorecida por Dios. Aunque originalmente esta doctrina se oponía al uso de la violencia desde 1840 se usó para justificar el intervencionismo en la política de otros países, así como la expansión territorial a través de la guerra, como sucedió en 1846-48 en el conflicto bélico que concluyó con la anexión de más de la mitad de territorio mexicano. Se ha dicho que el aspecto positivo de esta doctrina tiene que ver con el entusiasmo, la energía y determinación que inspiró a los estadounidenses para explorar nuevas regiones, especialmente en su migración hacia el oeste. También dio forma a uno de los componentes esenciales del “sueño americano”: la idea de que se pueden obtener la libertad y la independencia en un territorio de proporciones ilimitadas. En cambio, las consecuencias negativas son de lamentar la intolerancia hacia las formas de organización social y política de otros pueblos, el despojo, exterminio y confinamiento de los pueblos indios de Norteamérica a reservas, guerras injustas y discriminación aún vigentes. (Cf. Juan Antonio Ortega y Medina, Destino Manifiesto: Sus razones históricas y su raíz teológica, México, CNCA/Alianza Editorial Mexicana (serie Los Noventa), México 1989, 164 p.).

2 George Bancroft, Departamento de Marina de los Estados Unidos, a comandante John D. Sloat, comandante de las fuerzas navales de los Estados Unidos en el Pacífico, 24 de junio de 1845, Casa de Representantes, Doc. Exec. No. 50, 30 Cong., 1 Sess., p. 231. Sloat fue nombrado Comodoro en 1862.

3 Roger Jones inició su carrera como 2º teniente del Cuerpo de Marinos, 26 de enero de 1809; fue general adjunto en 1818 y general brigadier en 1832. Ascendido a general mayor en 1848 por sus servicios en la Guerra con México. Murió el 15 de julio de 1862.

4 Richard Bland Lee de Virginia se graduó en West Point como 3er teniente del 3º de Artillería en junio de 1821; ascendido a capitán en 1836, y transferido al Departamento del Comisario en 1838. Fue mayor y comisionado de abasto en 1841. Comisionado de abasto en San Luis en 1845  permaneció en ese puesto todo el tiempo de la guerra con México. Durante la Guerra Civil fue coronel del Ejército de los Estados Confederados. Murió en 1875.

5 Josiah Gregg, The Commerce of the Praires, publicado por primera vez en 1844, ha tenido sucesivas ediciones, con introducción de Archibald Hanna, Lippincott, 1962, 2 vols.

6 Mayor Richard Bland Lee, comisionado de abasto, San Luis, a general brigadier Roger Jones, general en jefe adjunto, Washington D.D., 4 de septiembre de 1845, Cartas recibidas, Archivos del Ejército de los Estados Unidos, Comandancia, Dep. del Oeste, RG 98, Nat. Arch.

7 El general brigadier George Gibson había sido comisionado general de abasto desde 1818. Para una discusión del papel de Gibson en la guerra con México, ver Capítulo VIII.

8 Mayor R. B. Lee, comisionado de abasto, San Luis, a general brigadier George Gibson, comisionado general de abasto, Washington, D.C., diciembre de 1846. Cartas recibidas, Oficina del Comisionado General de Abasto, RG 192, Nat. Arch. Lee escribe: “El informe fue escrito por la urgencia de la situación y tan precipitadamente, que no conservé copia del borrador original (…) de ahí mi equivocación al no enviarle una copia a usted, debido a que no contaba con ninguna para enviarle”.

9 El coronel Stephen Watts Kearny fue coronel del 1º de dragones, 4 de julio de 1836 y general brigadier, 30 de junio de 1846. Fue ascendido a general mayor por su actuación en la campaña de Nuevo México y California de 1846-1847.

10 General brigadier Roger Jones, general adjunto, Washington, D.C. al mayor Richard Bland Lee, San Luis, 14 de mayo de 1846, Cartas recibidas, Archivos de la Comandancia del Ejército, Departamento del Oeste, RG 98, Nat. Arch.

11 NdT: El surgimiento del norte de México en la conciencia nacional es un fenómeno relativamente reciente. El límite entre la “tierra adentro” y la “tierra afuera” era la villa de Santiago del Saltillo. Hacia el norte de esta villa se extendía la tierra adentro, la cual comprendía todas las provincias que ahora se encuentran en la jurisdicción de los Estados Unidos. La “tierra afuera” se extendía al sur de Saltillo, comenzando por la Nueva Galicia. Seguramente por esto en la ciudad de México todavía se designa a la provincia como el “interior”, aunque originalmente el término se aplicaba a las provincias del norte de Nueva España. o “provincias del interior o internas” por contraposición a las provincias de la “tierra afuera” eran algo muy poco conocido para los habitantes de las ciudades de la meseta central: México, Puebla, Valladolid, Guanajuato, San Luis Potosí, Guadalajara, y hasta para Zacatecas, que era como la “frontera” del mundo civilizado. Durante siglos, estas “provincias internas” del norte fueron habitadas por colonos españoles, tlaxcaltecas, negros y de diversas etnias indígenas y castas. Se caracterizaban estos territorios por sus difíciles condiciones de existencia, ya que sus poblaciones siempre estaban en peligro de ser atacadas por los indios enemigos. Para fines del siglo XVIII, la administración de Carlos III buscó formas nuevas de organizar el territorio. Así la Comandancia General de las Provincias Internas constituía prácticamente un virreinato separado de la Nueva España, precisamente porque se requerían decisiones administrativas y militares rápidas. De otra manera, y dadas las enormes distancias, estas decisiones se dificultarían bajo un sistema centralista. La capital de esta comandancia estuvo en la ciudad de Chihuahua, en el norte-centro de la actual República Mexicana, aunque luego hubo cambios. Si este sistema hubiera tenido tiempo para consolidarse, habría sido más difícil la penetración de colonos estadounidenses. Pero no fue así. Por diversas circunstancias, la administración de estas provincias norteñas —reducidas a simples gubernaturas— volvió a la persona del virrey en la ciudad de México. 

12 1er Regimiento de Dragones.

13 Kearny reunió cerca de 1,660 soldados en Fuerte Leavenworth. Estos eran: 1º de Dragones de Kearny, el 1er Regimiento de Voluntarios Montados de Missouri (1,860 hombres con Alexander W. Doniphan como coronel), Batería A de Artillería de San Luis, y otra compañía bajo el mando del Capitán Woldemar Fischer (estos formaban un batallón comandado por el mayor Meriwether L. Clark). Además Kearny tenía dos compañías de voluntarios de infantería, los Rangers Montados de Laclede, cincuenta indios Delaware y Shawnee y, por mandato de Washington, un sacerdote católico que hablaba español.

14 “Noticias importantes de Washington”, en St. Louis Missouri Republican, 22 de mayo de 1846.

15 El capitán John Charles Fremont dejó San Luis en abril de 1845, con sesenta hombres en una expedición a California y Oregón. Para diciembre de 1845 acampaba cerca del Fuerte Sutter, California. Su trayecto a California no fue molestado por ningún conflicto con indios.

16 John S. Tutt, Fuerte Leavenworth, a James A. Tutt, 27 de mayo de 1846, Fondo James A. Tutt, Duke.

17 James K. Polk, borrador de instrucciones, a coronel Stephen W. Kearny, ca 2 de junio de 1846, Fondo William Larned Marcy, DLC.

18 Mayor Thomas Swords era el jefe del cuartel. El 30 de mayo de 1848 fue ascendido a teniente coronel por servicios en territorio enemigo.

19 Teniente Rufus Ingalls, 1º Dragones, fue capitán y asistente al Cuartel General el 12 de enero de 1848. Condecorado por los conflictos en Embudo y Taos. Durante la Guerra Civil fue general brigadier de voluntarios (Ejército de la Unión).

20 Teniente Jeremy F. Gilmer, “Camino a Santa Fe, Arroyo de la Vaca, 250 millas de Independencia, Mo.”, al capitán George L. Welcker, Cuerpo de Ingenieros, Washington, D.C., 23 de julio de 1846, Fondo familia Lenoir, So. Hist. Col., NCa. El teniente Gilmer se graduó como cuarto en su clase en West Point y fue 2º teniente del Cuerpo de Ingenieros, 1 de julio de 1839; 1er teniente, 29 de diciembre de 1845, y durante la Guerra contra México supervisó la construcción del Fuerte Marcy en Santa Fe. De 1861 a 1865 fue general mayor en el Ejército de los Estados Confederados. 

21 El campamento que dejó estaba cerca de Ojo de Bernal,  un pequeño poblado a 1,300 km de Fuerte Leavenworth.

22 San Miguel estaba cercano de la rivera del Río Pecos, como a 32 km al sureste de Las Vegas (Nuevo México), y a una tercera parte del camino entre Vegas y Santa Fe.

23 Capitán Dámaso Salazar. Pero el líder que reunió una fuerza de cerca de mil hombres, la Milicia de Nuevo México que se preparó para oponerse a la fuerza de Kearny en Paso Apache, era el capitán Antonio Manuel Chávez.

24 El general Manuel Armijo fue gobernador de Nuevo México de enero de 1824 a agosto de 1846. Prácticamente Nuevo México no tuvo gobernador, aunque el administrador, que recibía órdenes desde Chihuahua, conservó el título.

25 NdT: Los indios Pueblo son un grupo nativo de lo que hoy es Nuevo México. El término “Pueblo» se refiere tanto a la agrupación como a su modelo de vivienda: un complejo de habitaciones de varios niveles hecho de barro y piedra, con un techo de vigas cubierto con barro. Los grupos Pueblo incluyen a los hopi, los zuñi, y otros grupos más reducidos. Son los modernos descendientes de los anasazi, una antigua civilización que floreció entre los siglos XIII y XVI. La aldea Pueblo más antigua es Acoma, que tiene una historia ininterrumpida de unos 1.000 años. Eran agricultores eficientes, que desarrollaron ingeniosos sistemas de irrigación. Las comunidades Pueblo se construían sobre una plataforma alta con propósitos defensivos.

26 Capitán Luis Salazar. Fue posteriormente liberado.

27 Mayor Meriwether Lewis Clark fue convocado a comandar el Batallón de Artillería de Missouri el 1 de julio de 1846. Se graduó en West Point y fue ascendido a teniente 2º del 6º de Infantería el 1 de julio de 1830, pero renunció en 1833. Durante la Guerra Civil fue coronel y asistente de campo en el Ejército de los Estados Confederados.

28 “Diario de un Oficial del Ejército del Oeste”, en Nile´s National Register, vol. 71, 10 de octubre de 1846, p. 92.

29 Río Vigita, 48.3 km al sur de Santa Fe.

30 Coronel Alexander W. Doniphan y el 1er Regimiento de Voluntarios Montados de Missouri.

31 NdT: Frase de Demóstenes. En agosto del 338 a.C , el orador ateniense, que era soldado, participó en la batalla de Queronea, contra el poderoso ejército de Macedonia, que venció y liquidó a 3000 atenienses. Demóstenes huyó del campo de batalla y fue censurado por su deserción. A cualquiera que después lo tildaba de cobarde le respondía con esta frase.

32 Paso de Glorietta.

33 Teniente coronel Charles Frederick Ruff, 1er Regimiento Montado de Voluntarios de Missouri, fue 1er teniente del 1º de Dragones en julio de 1838, pero renunció el 31 de diciembre de 1842. Fue capitán del Regimiento Montado de Fusileros, 7 de julio de 1846, y ascendido a mayor el 1 de agosto de 1847 por su participación en San Juan de los Llanos.

34 Capitán Waldemar Fischer, Batallón Clark de la Artillería de Missouri

35 Soldado Andrew T. McClure, Compañía E, 1er Regimiento de Voluntarios Montados de Missouri, Río Vigita, a su esposa, 22 de agosto de 1846, Fondo Getty, Archivos del Estado de Nuevo México, Santa Fe, Nuevo México.

36 El oficial era el teniente Richard S. Elliott, 1er teniente del Batallón Clark del 1º de Voluntarios de Missouri. Escribe con el seudónimo de “John Brown” para el St. Louis Reveille.

37 Lucius Falkland Thruston, nacido en Kentucky, vivía en Nuevo México desde 1827. Kearny lo nombró prefecto de Santa Fe después de la ocupación norteamericana. Era ciudadano mexicano y conocía el castellano y a la gente de la región.

38 Coronel Samuel C. Owens, era un comerciante de Independencia, Condado de Jackson, Missouri. Se unió a Kearny en julio en el Fuerte Bent.

39 Mayor Edwin Vose Summer era 2º teniente del 2º de Infantería, 3 de marzo de 1819; capitán del 1º de Dragones, 4 de marzo de 1833; mayor del 2º de Dragones, 30 de junio de 1846 y teniente coronel del 1º de Dragones, 13 de julio de 1848. Ganó dos condecoraciones en la Guerra contra México por Cerro Gordo y Molino del Rey. Durante la Guerra Civil fue general mayor de Voluntarios y ascendido a general mayor por la Batalla de Fair Oaks. Murió el 21 de marzo de 1863.

40 Thomas Fitzpatrick, uno de los más famosos de los hombres de las montañas y guías en esa época. Había sido el guía de Fremont a través de las planicies en 1845 y guía de Kearny en 1845, antes fue guía de la expedición a Santa Fe. Posteriormente llevaba mensajes de Kearny y Stockton a Washington.

41 Teniente Richard S. Elliot (alias John Brown), “¡Captura de Santa Fe!”, Correspondencia del St. Louis Reveille, 18 de agosto de 1846, St. Louis Reveille, 28 de septiembre de 1846.

42 “Nuestro Ejército en Nuevo México”, correspondencia fechada en Galisteo, Nuevo México, 23 de agosto de 1846, ibíd.

43 M. L. Baker, Santa Fe, a Sra. Hugh Martin, ciudad de Nueva York, 13 de septiembre de 1846, Western Americana MSS, Beinecke.

44 General Manuel Armijo.

45 NdT: Fiesta de la natividad de la Virgen María (8 de septiembre)

46 Tomé era atendido en 1846 por un sacerdote de Valencia, a ocho kilómetros al norte de ahí. En el tiempo de la visita de Kearny a Tomé probablemente el padre era José de Jesús Cabeza de Vaca.

47 “Expedición del general Kearney a Tonie (sic. Tomé), carta de un capitán en las fuerzas de Kearny, fechada en Santa Fe, 13 de septiembre de 1846, en Nile´s National Register, vol. 71, 7 de noviembre de 1846, p. 145. Kearny llevó consigo en su viaje a lo largo del Río Grande a su equipo, los Dragones del capitán Burgwin, quinientos voluntarios bajo el mando del teniente coronel Ruff, ciento cincuenta artilleros del Batallón del Mayor Clark y cuatro obuses bajo el mando del teniente Davidson. Cf. Dwight L. Clarke, ed., The Original Journals of Henry Smith Turner, Norman, University of Oklahoma Press, 1966, p. 75. El capitán Henry Smith Turner, 1º de dragones, fue uno de los que acompañaron a Kearny y debió haber sido el autor de esta carta, aunque no hay nada en su diario que lo indique que la haya escrito. 

48 NdT: En septiembre de 1846, Kearny había partido a Gila y California, dejando en Santa Fe un regimiento encabezado por el coronel Sterling Price y nombrando gobernador de Nuevo México al mencionado Charles Bent, acompañado por varios estadounidenses y algunos mexicanos. Conforme el tiempo pasó y no hubo quien viniese en su auxilio, la desesperación cundió entre la población. Víctimas del abandono, la ineficacia y traicionados por aquellos que tenían a su cargo la defensa de la nación, los habitantes de Nuevo México no entregarían la provincia sin luchar. Fue así como surgió por todo el Río Grande la última guerra de resistencia en contra de los invasores gringos. En la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe el 12 de diciembre de 1847, el padre José Manuel Gallegos partió de Santa Fe a Albuquerque para reunirse en secreto con los patriotas. Al mando de aquella lucha quedaron Tomás Romero, jefe Pueblo, y Diego Archuleta, además de Pablo Montoya, un comandante militar. En un clima de rumores generalizados de rebelión, el padre vicario Juan Felipe Ortiz, originario de la Jolla en Río Arriba, dio la bendición a las tropas y el día 19 de enero de 1847 el pueblo de Nuevo México se levantó en armas contra los invasores extranjeros. El padre José Martínez, figura muy respetada en Nuevo México por su defensa (aún después de la guerra) de la cultura mexicana en Nuevo México, también participó en la preparación de la insurrección. Un contingente integrado por los indios Pueblo allanó la casa del espurio gobernador Bent en Taos, dando muerte a este y algunos de sus compañeros incluidos el capitán Stephen Lee y el traidor Cornelio Vigil. Mal había pagado Bent el cariño y la hospitalidad de los nuevos mexicanos que lo habían querido como uno de ellos.

Un levantamiento simultáneo tuvo lugar en Arroyo Hondo y en Mora, donde la resistencia ejecutó a varios invasores. Como resultado de la insurrección, el comandante militar Sterling Price envió tropas competentes para combatir a los rebeldes mexicanos, a la vez que estos marchaban hacia Santa Fe. Ambas fuerzas se batieron en Santa Cruz de la Cañada el 24 de enero de 1847, donde una tropa de trescientos cincuenta estadounidenses logró una victoria decisiva y fue muerto Jesús Tafoya, uno de los líderes mexicanos. El mismo día, otro ejército invasor al mando del capitán Hendley enfrentó a los defensores de México comandados por Manuel Cortez en la población de Mora. En esta resistencia, gran parte de los habitantes del pueblo combatieron desde sus casas y lograron repeler a los invasores a pesar de las pérdidas humanas. Price, mientras tanto persiguió a la mermada fuerza mexicana que venía de Santa Cruz y se batió con ella de nuevo en Paso del Embudo, el 29 de enero de 1847. El 1 de febrero, los estadounidenses finalmente lograron capturar Mora, reduciendo el pueblo a cenizas. Algunos de los últimos defensores del poblado que no cayeron en la batalla murieron de hambre en las montañas. En Pueblo de Taos, el 3 de febrero, los mexicanos pelearon su última batalla. Después de dos días de sitio, y de valerosa resistencia mexicana, las fuerzas estadounidenses finalmente atacaron con sus cañones la iglesia de San Jerónimo, donde se hallaban atrincherados los rebeldes, prendiendo fuego a la iglesia, quemándolos vivos. En la Batalla de Taos murieron entre 500 a 600 mexicanos, indígenas y mestizos, un genocidio si vemos lo poco poblado del territorio.

49 Teniente Jeremy F. Gilmer, Cuerpo de Ingenieros, Santa Fe, a capitán George L. Welcker, Washington, D.C., 6 de noviembre de 1846, Fondo familia Lenoir, Grupo II, So. Hist. Col, NCa.

50 John Henry K. Burgwin fue capitán del 1º de Dragones, y fue mortalmente herido en Taos Pueblo, febrero 4, 1847; murió tres días después.

51 Correspondencia del St. Louis Missouri Republican, fechada en Santa Fe, 5 de diciembre de 1846, citada en Nile´s National Register, vol. 72, 6 de marzo de 1847, p. 8.

52 Entre los involucrados estaban Manuel Chávez, Nicolás Pino, Tomás Baca, Diego Archuleta y el cura de Taos, Antonio José Martínez. El coronel Price al descubrir la conspiración arrestó a Chávez y a Pino; los demás escaparon. Después del juicio, Chávez y Pino (defendidos por el capitán Angney del equipo de Price) fueron acusados de traición, pero se arguyó que siendo ciudadanos mexicanos no podían ser acusados de traición contra los Estados Unidos.

53 Kearny nombró a Charles Bent como gobernador de Nuevo México.

54 Mayor Benjamin B. Edmonson, 2º Regimiento de Voluntarios de Missouri.

55 Ceran St. Vrain (1798-1870), explorador y comerciante, nacido cerca de San Luis, se unió a Charles Bent en 1830 para la casa comercial de Bent & St. Vrain, después Bent, St. Vrain & Co.

56 Capitán William B. Angney, Compañia Independiente de Voluntarios de Missouri.

57 Capitán Benjamin F. White, 2º Regimiento de Voluntarios de Missouri.

58 Capitán Samuel H. McMillan, 2º Regimiento de Voluntarios de Missouri.

59 Capitán Thomas Barber, 2º Regimiento de Voluntarios de Missouri.

60 Capitán William Y. Slack, 2º Regimiento de Voluntarios de Missouri.

61 Capitán William C. Halley, 2º Regimiento de Voluntarios de Missouri.

62 Teniente Elias W. Boone, 1er teniente, 2º Regimiento de Voluntarios de Missouri.

63 Teniente Clarendon J. L. Wilson, 2º teniente, 1º de Dragones. Fue ascendido por los conflictos de Embudo y Taos, murió en Albuquerque el 21 de febrero de 1853.

64 El Embudo se encuentra en el Río Grande a cerca de 45 km al suroeste de Taos.

65 Teniente Joseph McElvain, 2º teniente, 1º de Dragones, muerto accidentalmente en Albuquerque el 12 de julio de 1847.

66 Teniente Oliver Hazard Perry Taylor, graduado en West Point y ascendido a teniente 2º del 1º de Dragones el 1 de julio de 1846; 2º teniente en febrero de 1847. Fue condecorado por su participación en El Embudo y Taos, recibió una segunda condecoración por Santa Cruz de Rosales.

67 Trampas está a cuarenta kilómetros al sur y ligeramente al oeste de Taos.

68 Chamisal está a cinco kilómetros al noreste de Trampas.

69 Teniente Alexander Brydie Dyer fue 2º teniente, 3º Artillería, 1 de julio de 1837; 2º teniente, 9 de julio de 1838, y 1er teniente, 3 de marzo de 1847. Ganó una condecoración por Santa Cruz de Rosales.

70 Teniente Francis Hassendeubel, 2º teniente, 2º Regimiento de Voluntarios de Missouri, murió el 16 de febrero de 1847.

71 Teniente William B. Royall, 1er teniente, 2º Regimiento de Voluntarios de Missouri.

72 Teniente George E. Lackland, 2º teniente, 2º Regimiento de Voluntarios de Missouri, murió el 16 de febrero de 1847.

73 Coronel Sterling Price, comandante del Ejército de los Estados Unidos en Nuevo México, a general Brigadier Roger Jones, General Adjunto, Washington, D.C., 15 de febrero de 1847. Senado Exec. Doc., No. 1, 30 Cong., 1 Sess., pp. 520-525.

74 “Desde Santa Fe”, correspondencia del St. Louis New Era, fechado 10 de octubre de 1847, citado en Boston Advertiser, 2 de diciembre de 1847.

75 “De Santa Fe y California”, en St. Louis Missouri Republican, 7 de septiembre de 1847.

76 Ibíd. Citando correspondencia desde Santa Fe.

77 Capitán Thomas B. Hudson, Batallón Clark de Voluntarios de Missouri.

78 Capitán Richard H. Weightmann, Batallón Clark de Voluntarios de Missouri.

79 Capitán Monroe M. Parsons, 1er Batallón Montado de Voluntarios de Missouri.

80 Teniente Samuel M. Sprowl, 2º teniente, 2º de Voluntarios de Missouri.

81 William H. Richardson, Journal of William H. Richardson, A Private Solider in Col. Doniphan´s Command, Baltimore, Printed by J. Robinson, 1847, pp. 60-63. William H. Richardson fue soldado en la compañía del capitán Thomas B. Hudson, Batallón Clark de Voluntarios de Missouri.

82 Susan Shelby Magoffin, Down the Santa Fe Trail. The Diary of Susan Shelby Magoffin, 1846-1847, ed. Stella M. Drum, New Haven, Yale University Press, 1926, pp. 228-229, Notas del diario del 23 de mayo de 1847.

83 John Collins era un comerciante de Missouri que hizo de correo, junto con doce hombres, para informar al general brigadier Wool en Saltillo y regresó a Chihuahua el 23 de abril.

84 Capitán John W. Reid, 1er Regimiento Montado de Voluntarios de Missouri.

85 Teniente coronel David D. Mitchell, 2º Regimiento de Voluntarios de Missouri.

86 Adolphus Wislizenus, Memoir of a Tour to Northern Mexico, Washington, Tippin & Streeper Printers, 1848, pp. 62, 70-72, 74. Fue publicado como Documentos Misceláneos del Senado No. 26, 30 Cong., 1 Sess.

87 (Sin título), en Matamoros American Flag, 7 de junio de 1847.

88 General Ángel Trias, gobernador de Chihuahua.

89 Teniente John Love, 1º de Dragones, fue ascendido a capitán por la Batalla de Santa Cruz de Rosales.

90 Teniente Alexander Brydie Dyer, Chihuahua, a Maroy Jubal A. Early, Regimiento de Voluntarios de Virginia, Saltillo, 5 de abril de 1848, Documentos de Jubal Anderson, DLC. Trias se rindió en Santa Cruz de Rosales con cuarenta y dos de sus oficiales.

91 Gillespie atravesó México hasta llegar a Mazatlán fingiendo que era un comerciante; llegó a Monterey el 17 de abril de 1846.

92 General José Castro.

93 Capitán John B. Montgomery.

94 General Mariano Guadalupe Vallejo.

95 Capitán John Grigsbey, voluntarios de California.

96 Capitán John C. Frémont, Misión del Carmelo, Alta California, a Thomas Hart Benton, Washington, D.C., 25 de julio de 1846, en Nile´s National Register, vol. 71, 21 de noviembre de 1846, p. 191.

97 El teniente MacRae vino a California como agente aduanal; después se le ordenó que se presentara en el Erie, un barco de guerra, y disfrazado como carguero. Este barco tenía cuatro cañones de 12 libras y una tripulación de cincuenta hombres; se le convirtió en un crucero, de tal forma que el teniente MacRae encontró que era el 1er teniente en un barco de combate. Escribió esta carta criticando la situación en California después de que zarpara el Erie.

98 Teniente Archibald MacRae, Barco norteamericano Erie en alta mar, a su hermano John C. Macrae, 25 de octubre de 1845 (sic. 1846), Fondo Hugh Macrae, Duke.

99 George Brancroft, Departamento de la Marina de los Estados Unidos, Washington, a Comodoro John D. Sloat, comandante de las Fuerzas Navales de Estados Unidos en el Pacífico, 15 de mayo de 1846, Casa de Representantes, Documento ejecutivo No. 60, 30 Cong., 1 Sess., pp. 235-236.

100 William Mervine dirigió el bote Cyane en 1845.

101 Comodoro John D. Sloat, Barco Levant en el mar, a George Brancroft, Secretario de la Marina, Washington, D.C., 31 de julio de 1846, Casa de Representantes, Documento Ejecutivo No. 60, 30 Cong. 1ª Sesión, pp. 258-259.

102 Teniente Archibald MacRae, Barco Erie en el mar, a su hermano (John C. MacRae), 25 de octubre de 1845 (sic. 1846), Fondo Hugh MacRae, Duke.

103 Comodoro Samuel F. Dupont.

104 Gobernador Pío Pico.

105 Thomas O. Larkin.

106 Comodoro Robert F. Stockton, ciudad de los Ángeles, a George Brancroft, Washington D.C., 28 de agosto de 1846, Casa de Representantes, Documento ejecutivo No. 60, 30 Congreso, 1ª Sesión, pp. 265-266.

107 La costa de Los Ángeles estuvo habitada durante siglos por los tongva (también llamados gabrieleños), los chumash y otros pueblos amerindios aún más antiguos; tal vez durante milenios. Los primeros europeos llegaron al área en 1542, liderados por Juan Rodríguez Cabrillo, un explorador español que reclamó el área como ciudad de Dios en nombre de la Corona de Castilla, pero continuó su viaje sin asentarse en el lugar.​ El área de Los Ángeles, al igual que todo el estado de California, fue incluida a mediados del siglo XVI como provincia interna del Virreinato de Nueva España. El 2 de agosto de 1769, Gaspar de Portolá y el misionero franciscano Juan Crespí llegaron al lugar donde actualmente se encuentra la ciudad. Crespi dio nota de que el sitio presentaba un gran potencial como lugar de asentamiento. En 1771, otro fraile franciscano, Junípero Serra, ordenó construir la Misión de San Gabriel Arcángel, lo que hoy se conoce como Valle de San Gabriel.​ En 1777, el nuevo gobernador de California, Felipe de Neve, recomendó al virrey de Nueva España que el sitio anteriormente recomendado por Juan Crespi fuera nombrado pueblo. La ciudad fue fundada el 4 de septiembre de 1781 por un grupo de 44 personas, con el nombre de «El Pueblo de Nuestra Señora la Reina de los Ángeles del Río de Porciúncula».18​ Los fundadores eran de origen indígena y español, siendo dos terceras partes de origen mestizo o mulato; de hecho, la mayoría tenía ascendencia africana.​ Se mantuvo como un rancho durante décadas, pero en 1820 la población había aumentado a 650 habitantes. A partir de ahí comenzaron a llegar colonos rusos, suizos, españoles, mexicanos y anglosajones estadounidenses.

108 Cf. John McHenry Hollingsworth, The Journal of Lieutenant John McHenry Hollingsworth of the First New York Volunteers (Stevenson´s Regiment), September 1846- august 1849, San Francisco, California Historical Society, 1923, pp. 2-6. Más correctamente el 7º Regimiento de Nueva York.

109 Capitán Benjamin D. Moore, 1º dragones, murió el 6 de diciembre de 1846 en la batalla de San Pascual. En su honor sus compañeros le pusieron su nombre al fuerte que construyeron después en las alturas de Los Ángeles.

110 Capitán Archibald Gillespie, previamente un despachador, fue mayor de los Voluntarios de California y ascendido a mayor después de la Batalla de San Pascual. Trajo cerca de treinta y ocho hombres con él desde San Diego.

111 General brigadier Stephen Watts Kearny, San Diego, a general brigadier Roger Jones, general Adjunto, Washington, D.C., 12 de diciembre de 1846, en Nile´s National Register, vol. 72, 15 de mayo de 1847, p. 170.

112 John Mix Stanley, un artista, fue incorporado al equipo de Kearny como dibujante en Santa Fe poco antes de que la expedición de Kearny partiera para California.

113 Teniente Edward F. Beale, de la fragata Congress.

114 Teniente Thomas C. Hammond, 2º Teniente, 1º de dragones, muerto en San Pascual.

115 La fuerza era de cerca de ochenta hombres comandados por Andrés Pico, hermano del Gobernador de California Pío Pico.

116 Capitán Abraham Robinson Johnston, 1º de dragones.

117 “General Kearny”, carta de John M. Stanley, fechada en San Diego, 19 de enero de 1847, citada en el St. Louis Reveille, 10 de mayo de 1847.

118 Frémont se desplazó hacia el sur desde Monterey con cuatrocientos hombres y llegó al valle de San Fernando al norte de Los Ángeles el 11 de enero de 1847.

119 Stockton fue comandante en Jefe de esta expedición, pero Kearny era comandante de las tropas. La fuerza estaba compuesta por los marinos del Congress, Savannah, Portsmouth y Cyane; sesenta hombres del 1er Regimiento de Dragones de Kearny, y sesenta fusileros montados comandados por el capitán Gillespie.

120 General José María Flores.

121 Mayor William H. Emory, Notes of a Military Reconnaissance from Fort Leavenworth in Missouri, to San Diego in California, Documentos Ejecutivos del Senado No. 7, 30 Congreso, 1a Sesión, pp.118-122. Emory fue 1er teniente, jefe de ingenieros, 7 de julio de 1838. Fue ascendido a capitán por la batalla de San Pascual y a Mayor por San Gabriel y los Llanos de la Mesa. Durante la Guerra Civil fue general brigadier de voluntarios y general mayor de voluntarios del Ejército de la Unión.

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