Capítulo VII: Enfermedades.

Imagen 1. Anónimo. (s/f). Etiqueta de embarque de cloroformo al ejército norteamericano. Civil War Rx:  The Source Guide to Civil War Medicine. Recuperado de: http://civilwarrx.blogspot.com/2014/03/ether-and-chloroform.html

La enfermedad, el enemigo más letal

El enemigo más letal para el ejército de los Estados Unidos durante la invasión a México fueron las enfermedades. Las muertes en el campo de batalla son mínimas comparadas con las causadas por la fiebre amarilla (vómito negro), la disentería y la diarrea, que fueron las grandes asesinas. (1)

1 – El número total de hombres (regulares y voluntarios) caídos en acción fue de 1,192; muertos por heridas, 529; muertos por accidente, 361; muertos por enfermedad, 11,155. Heitman, II, p.282.

Dado que asesinar y mutilar son los métodos de la guerra para conseguir un final victorioso, estos son inevitables. Pero la magnitud y gravedad de las bajas están directamente relacionadas con la división médica del ejército, y el servicio médico norteamericano dejó mucho que desear. Las razones para ello son numerosas. Algunas de estas deficiencias eran inevitables. Aunque durante la década de 1840 se sugirió que los insectos jugaban un papel importante en la transmisión de la fiebre amarilla (2), todavía no eran del conocimiento médico las causas ni el modo de tratarla. Lo mismo podemos decir sobre las causas de la disentería, del paludismo y de la diarrea.

2 – Dr. Josiah Clark Nott era médico y etnólogo; después de 1835 practicó la medicina en Mobile, Alabama y con George R. Giddon escribió Types of Mankind (tipos de humanos), publicado en 1854. Para conocer las anotaciones de Nott sobre la fiebre amarilla ver The New Orleans Medical and Surgical Journal, vol. 4, marzo 1848, pp. 563-601.

Deficiencias del Departamento Médico

Imagen 2. Jones & Newman. (1846). Una nueva regla en álgebra. ¡Cinco de tres y uno queda! o ¡Los tres prisioneros mexicanos, que solo tienen una pierna entre todos!  New York, ed., E. Jones & G.W. Newman ed. (Library of Congress Prints and Photographs Division Washington, D.C. 2003689269). 
Una sátira mordaz y algo morbosa sobre el destino de los prisioneros de guerra mexicanos heridos en manos de médicos estadounidenses. Durante la guerra mexicana, la amputación se consideró la forma más segura de prevenir la infección de una extremidad lesionada. La caricatura muestra a tres soldados mexicanos sentados, alarmados, en el suelo. De los tres hombres, solo al soldado en el centro le queda una pierna. Las palabras «Serie n. ° 2» aparecen en la parte inferior izquierda, lo que sugiere que la impresión era uno de un grupo más grande planeado o publicado por Jones y Newman.

El bajo nivel de conocimiento y destreza no fueron los únicos responsables de las deficiencias en la atención médica. También la incompetencia e indiferencia, aunque no eran generalizadas, prevalecientes tanto en las oficinas de Washington como en los escenarios de la guerra. La descripción de un cirujano como “un joven sin experiencia y quien en mi opinión es incompetente; que para librarse específicamente de las tareas de oficina, se mete en las más altas ramas de la cirugía” (3), también se podría aplicar a muchos de los facultativos del ejército, quienes siendo poco exitosos en la práctica médica profesional encontraron refugio en el campo militar, incluso algunos fueron contratados como cirujanos. Pero aun los más diestros estaban atados de manos. El peor problema era la falta de galenos. Al cirujano general Thomas Lawson (4), curtido por muchos años de servicio en el campo de batalla, le gustaba contestar simplistamente las requisiciones de ayuda con estadísticas y propuestas de organización que con el envío de más médicos. Otra dificultad era la interrupción de las líneas de aprovisionamiento. Desde Camargo: 

3 – Coronel John Francis Hamtramck Jr. a general mayor Zacarías Taylor (fragmento no fechado de una carta), Fondo John Francis Hamtramck Jr., Duke.

4 – Thomas Lawson de Virginia era cirujano asistente de la marina de los Estados Unidos, marzo 1, 1809, pero renunció en enero 12, 1811. Entonces se convirtió en cirujano asistente de guarnición y en mayo 21, 1813, cirujano del 6º de infantería; transferido al 7º en 1814 y cirujano en jefe en junio 1 de 1821. En noviembre 30 de 1836 fue nombrado cirujano general del ejército de los Estados Unidos y conservó ese puesto hasta su muerte el 15 de mayo de 1861. Fue ascendido a general brigadier por sus servicios en la guerra mexicana.

Debo de informarles que cincuenta cajas de la provisión de medicamentos y equipo médico provenientes de Nueva York se han extraviado con el hundimiento del barco del coronel Harney (…) he enviado 100 onzas de quinina a Monterrey, esto es todo lo que queda en el país. Pienso que sería recomendable hacer una requisición al proveedor de medicamentos para que reabastezca al Departamento con todos los artículos que se requieren de inmediato y que sean comprados en New Orleans. Les escribí hace unos días diciéndoles que solamente recibí 99 de los 149 que se habían pedido enviados por el cirujano T.G. Mower. (5)

5 – Cirujano asistente John B. Wells, Proveeduría medica, Camargo, México, a cirujano Clement A. Finley, director médico, Ejército de Ocupación, Monterrey, México, noviembre 3, 1846, Cartas recibidas, Ejército de Ocupación, AGO, RG 94, Nat. Arch. El cirujano Thomas Garnder Mower de Massachusetts fue proveedor médico del Departamento médico militar en la ciudad de Nueva York.

Desde Santa Fe escribe el cirujano en jefe: “Los artículos médicos que nos mandaron desde San Luis aún no han llegado, y muchos de los paquetes que lo hicieron venían abiertos y parte de su contenido robado.” (6)

6 – Cirujano Samuel G. I. DeCamp, Santa Fe, a Dr. Thomas Lawson, cirujano general, abril 14, 1847, Cartas recibidas, oficina del cirujano general, RG 113, Nat. Arch. El cirujano Samuel G. I. DeCamp fue cirujano asistente en octubre 10, 1823; mayor y cirujano en diciembre 1, 1833, y retirado en 1862. El cirujano DeCamp estuvo en Fuerte Leavenworth de agosto de 1845 a junio de 1846. Acompañó a la expedición de Kearny a Santa Fe, donde se estaciono hasta septiembre de 1847.

Los puestos alejados, como aquellos situados en California, carecían de casi todo; solo la buena fe los sostenía. El asistente de cirujano John S. Griffin (7) escribía desde San Diego: 

7 – Cirujano asistente John Strother Griffin. Estuvo en el servicio médico del ejército de los Estados Unidos de 1840 a 1874. Griffin participó en la expedición de Kearny a Nuevo México y a partir de ahí se fue a California donde fue destinado hasta junio de 1853.

El 14 de diciembre (de 1846) recibí una orden del general Kearney de realizar un inventario de medicinas, aprovisionamientos para hospital, etc. que podrían necesitar seiscientos hombres durante cuatro meses; se esperaba que estas tropas llegaran de Nuevo México. Este cálculo debería ser enviado de las Islas Sándwich, por el Mayor Swords, al Cuartel General del ejército de los Estados Unidos para que fuera surtido. Se me informó por parte de los oficiales médicos de la marina que la mayoría de los artículos requeridos podrían ser proveídos de las bodegas de la marina en las islas y de no esperar nada de parte del escuadrón de los Estados Unidos que estaba en esas costas, pues sus provisiones se habían agotado.

Se pidieron colchonetas dado que en el lugar no existe ni heno ni paja para rellenar las camas de dormir, y en la época en el que el inventario se realizó no teníamos comunicación con el interior para pedir lana para hacer las colchonetas y el departamento de hospitales de la marina no podía proveernos con las camas necesarias.

Se solicitaron los artículos más necesarios del mobiliario de hospital para instalar dos puestos; estos artículos no se podían obtener en la costa. (8)

8 – Cirujano asistente John Strother Griffin, San Diego, a cirujano general Thomas Lawson, Washington, D.C., mayo 5, 1847, cartas recibidas en la oficina del cirujano general, RG 112, Nat. Arch.

Algunos de los equipos disponibles llegaban a su destino en situación deplorable o casi inservibles. El Dr. Joseph K. Barnes, que llegaría a ser cirujano general durante la guerra civil, se quejaba: 

Debo reportar que ninguna de las camas, instrumentos, etc. a mi cargo, aunque son viejos y están muy usados, han sufrido los efectos del clima. Disponiendo solamente de una tienda de hospital inhabitable, podrida y rasgada; ha costado mucho trabajo y cuidado preservar las medicinas y muebles etc. de los cuales soy responsable. (9)

9 – Cirujano asistente Joseph K. Barnes, campamento Matamoros, a cirujano general Thomas Lawson, Washington, D.C., julio 3, 1846, ibíd., El Dr. Joseph K. Barnes fue uno de muchos jóvenes cirujanos que sirvió en la guerra mexicana y después se convirtió en cirujano general del ejército de los Estados Unidos. Fue cirujano asistente en junio 15, 1840 y general brigadier y cirujano general en agosto 22, 1864.

Solo unos cuantos de los heridos fueron tan afortunados como para conseguir ser transportados en carros con amortiguadores que habían sido pedidos por el cirujano general Lawson en lugar de ambulancias civiles (10), otros se consideraban venturosos si podían ser cargados en los carros normales del ejército. Jacob S. Robinson pone a discusión las quejas de algunos de los heridos en el regimiento de Doniphan:

10 – General Mayor Thomas S. Jesup, intendente general, vapor New Orleans, a teniente coronel Thomas F. Hunt, general delegado de la Intendencia General, Nueva Orleans, febrero 12, 1847, Fondo Thomas Sidney Jesup, DLC.

No se dan ni medicinas ni carros a los enfermos: debemos llevarlos sobre las rocas y los montes en nuestros carros que están muy dañados, junto con rebaños de vacas y barriles de manteca de cerdo. Esto es de poca ayuda cuando estás enfermo; ¿Qué pueden esperar esos hombres sino morir? Los que están sanos tienen que vivir de medias raciones y dormir a cielo abierto; los enfermos no tienen nada que comer más que carne de puerco salada, trigo o en ocasiones salvado. (11)

11 –  Jacob S. Robinson, A Journal of the Santa Fe expedition under Colonel Doniphan, Princeton, Princeton University Press, 1932, p. 38. Robinson escribió esta entrada de su diario mientras Doniphan se encontraba en territorio Navajo, Nuevo México.

Imagen 3. Croome, William H. (1862). “General Butler herido en el campo de batalla”. en Frost, John  Pictorial history of Mexico and the Mexican war: comprising an account of the ancient Aztec empire, Philadelphia, Charles Desliver,  p. 306. Recuperado de: https://archive.org/details/pictorialhistory01fros/page/306/mode/2up

Aunque no de una manera amplia al principio, las enfermedades sin duda atacaron a las tropas desde que se enlistaron, y el ejército frecuentemente estaba desprevenido. En New Albany, Indiana, el jefe de cuartel Samuel P. Heintzelman (12) se quejaba: 

12 – Samuel P. Heintzelman fue capitán y asistente al intendente general de julio 7, 1838, a junio 18, 1846. Durante la Guerra Civil fue general mayor de voluntarios en 1862 (Ejército de la Unión).

Tengo el honor de enviar anexo la relación de las listas de medicinas, asistencia médica y de enfermería de tres regimientos enfermos de los voluntarios de Indiana mientras esperan su reunión en New Albany.

Poco después de su llegada, el sarampión brotó entre ellos y no hubo camas disponibles para montar un hospital, no había cirujanos y tampoco medicina. Se consideró mejor por parte del agente enviado por el gobernador enviarlos al pueblo con los ciudadanos a que los cuidaran. Después de que el jefe de cuartel del ejército llegó aquí, se levantó un edificio temporal para usarlo como hospital y el 2 de julio se envió una orden de que todos los enfermos deberían ser trasladados ahí, que no se pagarían gastos de cuidado a nadie a partir de esa fecha, a excepción de algunos pocos que estaban tan enfermos como para poder trasladarlos. Se solicitaron cirujanos, y aún así se negaron a nombrarlos a pesar de la situación.

Muchas de las cuentas son deficientes en especificar datos y en otras los cargos son demasiado altos. Cuidarlos bajo condiciones similares pueden conseguirse para esta clase de hombres entre 37.5 a 50 centavos por día. Considero que 50 centavos por enfermo y 37.5 centavos por enfermera al día es una buena paga. Respetuosamente recomiendo que sean saldados tomando en cuenta esas reducciones. (13)

13 –  Capitán Samuel P. Heintzelman, asistente al intendente general, Louisville, a cirujano general Thomas Lawson, Washington, D.C., julio 17, 1846 (copia). Cartas de servicio de Samuel P. Heintzelman MSS, Fondo Samuel P. Heintzelman, DLC.

Imagen 4. Anónimo. (s/f). Mayor General Samuel P. Heintzelman, Grabado, tarjeta de presentación (The New York Public Library Digital Collections. Cat. 1251391).

Los reclutas enfermizos

Entre las víctimas de las enfermedades estuvieron reclutas que jamás hubieran sido admitidos en las filas del ejército si se les hubiera hecho una mínima revisión médica. Muchos de ellos, principalmente voluntarios, eran ineptos para los rigores de la vida militar cuando se enlistaron. En 1847 el cirujano S.G.I. DeCamp escribía desde Santa Fe, Nuevo México: 

Un gran número de voluntarios vinieron a este lugar (por ejemplo, Nuevo México) con el propósito de recobrar la salud y muchos de ellos no han hecho ni un solo día de labores desde que dejaron Missouri. Recomendaría que se tomaran medidas para que se hicieran exámenes, así como evaluaciones de las aptitudes físicas de los voluntarios antes de que sean aceptados en el servicio; miles de dólares se han pagado a los voluntarios en Nuevo México, que nunca han prestado ningún servicio a la nación y que jamás esperaron prestar ninguno cuando dejaron sus hogares como me lo han hecho saber. (14)

14 – Cirujano Samuel G. I. DeCamp, Santa Fe, a Dr. Thomas Lawson, cirujano general, abril 14, 1847, cartas recibidas, Oficina del cirujano general, RG 112, Nat. Arch.

Los valles del Ohio y sus afluentes estaban sujetos a la malaria y tifoidea desde tiempos inmemoriales. Frecuentemente se achacaba a los botes de transportar la peste desde Nuevo Orleans, pero los pantanos y tierras cenagosas del Ohio se inundaban en la primavera siendo campos de cultivo para las enfermedades. Eso era un hecho conocido en la época, aunque ahí (como en México) se responsabilizaba más a los efluvios que a los insectos de las epidemias. Cualquiera que fuese la causa, la presencia de la fiebre nos da la imagen de la falsa robustez de esos colonizadores fronterizos, tanto de los campesinos como los habitantes de los pueblos ribereños del valle de Ohio. En conjunto eran más enfermizos que los habitantes del este o los habitantes de las planicies centrales. El teniente John P. Hatch se quejaba de su falta de destreza física en una carta escrita cerca de Veracruz:

Nuestras fuerzas se han visto reducidas no por la enfermedad ni por el clima insalubre, sino porque los hombres que se enlistaron en el oeste no tienen la constitución de los del este. Muchos de ellos han estado mal desde que nacieron y no pueden resistir las durezas de la campaña. La compañía en la que estoy ahora fue enlistada en la parte sur de Indiana y ha perdido dos hombres desde que vino a Jeff. Bks. Y dos más no vivirán demasiado. Nosotros hemos tenido catorce bajas en el regimiento el mes pasado y no existe ningún otro regimiento de soldados que haya perdido ni la mitad de eso. (15)

15 – Teniente John P. Hatch, campamento en Vergara, Veracruz, a su padre, P. Hatch, Oswego, Nueva York, abril 7, 1847, Fondo John Porter Hatch, DLC:

También estaban los que se fingían enfermos para escapar de las labores, y tal vez para recibir una dispensa médica. Un cirujano describe el problema:

Adjunto envío el reporte resumido de los enfermos del ejército del oeste para el último trimestre de diciembre. El último reporte del cirujano Richardson (16) debe ser revisado con algunos descargos, yo pienso. El comando al que pertenecía estaba muchísimo más sano si se le compara con la enorme mayoría del ejército, donde prevalecen las enfermedades de una manera alarmante. Los hombres se debieron imponer a su buena naturaleza. Estoy convencido de esto por el hecho de que cuando dejó su puesto con el Mayor Clark, examiné a dieciocho hombres de una compañía que había reportado como enfermos, lo que confirma que fue engañado por la mayoría de ellos. (17)

16 – Cirujano Robert F. Richardson de Illinois fue cirujano de voluntarios de julio 7, 1846 hasta su baja con honores en junio 30, 1847. Fue cirujano del Batallón Clark de voluntarios de Missouri.
17 – Cirujano Samuel G. I. DeCamp, Santa Fe, a Dr. Thomas Lawson, cirujano general, febrero 16, 1847, cartas recibidas, Oficina del cirujano general, RG 112, Nat. Arch.

Las enfermedades en el Río Grande

Un amargo recuento de los estragos de las enfermedades se encuentra en una carta escrita por el coronel Samuel R. Curtis desde Matamoros y publicada en el Washington Daily National Intelligencer:

En mi regimiento hay una lista de 150 enfermos. La misma proporción que en el campo Washington (18), cuando estuvieron ahí, la lista hubiera sido de ochocientos o novecientos dado que entonces estaban bajo mis órdenes todos los voluntarios del estado y cinco o seis veces la fuerza que dirijo ahora. Mis cirujanos me reportan que, aunque el número continúa siendo grande, hay una evidente mejora y casi todos los hombres están en vías de mejorar.

18 – El campamento Washington era el campamento de reunión en Cincinnati.

Se tiene considerada una dura y sangrienta batalla, que se llevará el diez por ciento de la fuerza que tengo. Muy pocas batallas, de las miles que se han peleado en el mundo, se han llevado más del cinco por ciento. Pero por la enfermedad y la muerte he visto descender mis filas de 780 a 620. Y en algunos de los regimientos donde se han cuidado menos, o han estado más expuestos, los  se han reducido de 760 a 500. El número de las bajas no han sido todas por muerte. Cientos pasan el Río a diario de regreso a sus casas, habiendo obtenido un certificado de su cirujano de que están atacados por una enfermedad incurable. Muchos de ellos regresaran a sus casas consumidos, demacrados, enfermos, e incapaces de enfrentar trabajos rudos. Son soldados heridos que se han topado con los pestilentes enemigos del sur, y merecen el honor de ser cuidados por su país dado que les tocó la dura suerte de ser los primeros.

En cuanto a la vida y a la muerte se refiere, preferiría tener una batalla a la semana con mi regimiento en el norte que permanecer en este clima tan insalubre para ellos. Pero no protestamos, no nos quejamos. Los que se quedan y los que mueren aquí, lo hacen cumpliendo con su deber. De los que se fueron para regresar a casa, muchos nunca lo lograrán, encontrarán su tumba en el Golfo o en el Río. (19)

19 – “Regreso de Voluntarios”, coronel Samuel Ryan Curtis, Matamoros, a (nd), septiembre 7, 1846 (extracto), citado en el Washington National Intelligencer, octubre 16, 1846.

Los problemas de salud de los soldados en el valle del bajo Río Grande fueron tratados en detalle en un reporte del Dr. J.J.B. Wright (20), cirujano del ejército de los Estados Unidos a cargo de un hospital en Matamoros.

20 – Dr. Joseph Jefferson Burr Wright de Pennsylvania, cirujano asistente en octubre 25, 1833, y mayor y cirujano, marzo 26, 1844; sirvió hasta su retiro en 1876.

Con respecto a la enfermedad y la mortalidad… son considerables…no necesito decir que por regla general aplicable a los residentes del norte cuando se transportan a muchos grados de latitud hacia el sur, es normal que sufran más o menos en el proceso de aclimatación. Esta regla se vuelve excepción cuando los habitantes de latitudes más al norte llegan en una temporada del año en que se da la oportunidad al sistema de acomodarse por sí mismo a las nuevas influencias, exponiéndose gradualmente a la acción del medio ambiente y además cuando es posible tomar todas las precauciones y medidas preventivas para mantener a raya la enfermedad–como mantenerse encerrado bajo techo y cuidar su forma de vida-. Pero qué se puede esperar cuando los voluntarios –muchachos enfermizos y hombres inválidos- (muchos de los cuales se enrolaron como una medida para mejorar su frágil salud) fueron repentinamente transferidos de los estados de Ohio, Illinois e Indiana en junio, julio y agosto al paralelo de latitud 26º.

Estos hombres al llegar a la desembocadura del Río Grande estuvieron por primera vez en sus vidas sujetos a todos los peligros para la salud de la vida del campamento-la mitad de ellos acampando en la noche, expuestos a un sol casi tropical durante el día-, bebiendo agua salobre y condenados a subsistir con raciones malas y descuidadamente cocinadas, sin verduras y, sobre todo, sufriendo la depresiva influencia de la nostalgia. Bajo estas circunstancias, suficientes en sí mismas para diezmar a todos los regimientos de voluntarios, las enfermedades irrumpieron entre ellos; la fiebre tifoidea con sus características erupciones de puntos rojos, y la diarrea crónica abrió por sí misma una amplia avenida a la muerte. El reporte muestra el hecho de que muchos murieron de rubéola, pero sería pertinente remarcar el hecho de que se trató de una rubéola que sobrevino en casi todos los casos por una condición del sistema postrado por una enfermedad previa. Yo no estoy seguro de qué número de casos reportados fueron atribuibles a causas conectadas de alguna manera a fuentes locales, a no ser por unos cuantos casos de fiebre congestiva que se pueden achacar a esa causa. Ningún caso de fiebre amarilla ha ocurrido aún, al menos que yo sepa y este pueblo ha sufrido frecuentemente de sus embates.

El Río Grande ha crecido a un nivel sin paralelo esta temporada, y aún existen inmensas lagunas alrededor de este pueblo, creadas por el río que se desbordó. De estas surge una evaporación desde los últimos días de agosto, pero no ha acaecido ninguna enfermedad que se pueda atribuir a esto. Las dispensas se entregaron a los voluntarios por causas mucho menos importantes de las que se exigen a un soldado regular para excusarlo. Estoy satisfecho de que he hecho un servicio al estado al otorgar certificados de dispensa en estos casos. (21)

21 – Cirujano Joseph J. B. Wright, Matamoros, “Reporte quincenal de los enfermos y heridos en el Hospital General, Matamoros, México, del cuatrimestre que termina el 30 de septiembre de 1846”, AGO, RG 94, Nat. Arch.

Imagen 5. Posada, José Guadalupe.(1892). La muerte de Aurelio Caballero por fiebre amarilla, grabado. México, Vanegas Arroyo.

En una exhaustiva revisión de la topografía médica del bajo Río Grande, el doctor George Johnson (22) le adscribe parte de las causas a las deficiencias alimenticias:

22 – Johnson fue cirujano de voluntarios de julio 25 a agosto 25 de 1846.

Las tropas que han permanecido de vez en vez en el Brazos son en su gran mayoría voluntarios, teniendo mucho que aprender además de los entrenamientos y la disciplina. Han tomado unas cuantas lecciones del arte culinario –particularmente con respecto a cocinar el cerdo y los frijoles-, un conocimiento que no se obtuvo hasta que los dolores del cólico habían sido experimentados por todos más de una vez. Sería justo decir que los frijoles de todo voluntario en el regimiento no están ni medio cocidos, por lo menos el primer mes de servicio, además los soldados jóvenes son aptos para toda clase de excesos. Se acostarán en el suelo mojado sin su cobija. El soldado más viejo es más prudente, se tomará un poco o un mucho de whisky, pero sin exponerse innecesariamente al calor del sol a medio día, pescando o cazando. De igual manera tampoco comerá la comida burda y desagradable que el recluta devora con avidez. Los soldados viejos de nuestro regimiento fueron los únicos hombres que no se dieron el lujo de comer pescado rojo, ostras o cangrejo mientras estaban en la isla. Ellos estaban influenciados por el ejemplo de los mexicanos, que evitan estos lujos durante los meses de verano. (23)

23 – Cirujano George Johnson, “The Medical Topography of Texas and the Diseases of the Army of Invasion”, citado por el Boston Medical Journal, vol. 36, mayo 19, 1847, p. 311.

Escorbuto en los campamentos

Imagen 6.  Anónimo, (1848). “La palma bendita” en Furber, George C. The twelve months volunteer; or, Journal of a private, in the Tennessee regiment of cavalry, in the campaign, in Mexico, 1846-7. Cincinnati, JA & UP James, 1848, p. 356. Recuperado de: https://archive.org/details/twelvemonthsvolu01furb/page/n9/mode/2up

Muchos de los médicos del ejército coincidían en que una dieta de pan duro, carne, tocino y frijoles ofrecían una comida sana; las frutas frescas y verduras de México eran excluidas como seguras causa de la diarrea. Sin embargo, las tropas se alimentaron de elote verde, duraznos, plátanos, chiles, naranjas y otros productos de la región (24). Solo unos cuantos doctores señalaron que la monótona dieta del ejército hizo que se presentara el escorbuto. Los pepinillos, la col y otros productos anti-escorbuto eran “artículos extras”, pero la enfermedad aún así apareció en el campamento de Matamoros en junio de 1846. El asistente de cirujano Grayson M. Prevost (25) lo reporta:

24 -capitán John W. Lowe, campamento cercano a Veracruz, a O.T. Fishback, Batavia, Ohio, octubre 14, 1847, Fondo John W. Lowe, Dayton.

25 – Grayson M. Prevost de Pennsylvania fue cirujano asistente de diciembre 31, 1847 a junio 7, 1848.

Tengo el honor de enviarles la noticia de un breve informe referente a la salud de las tropas del 7º regimiento. Los hombres, habiendo subsistido por varios meses de lo que se puede proveer en los cuarteles, están comenzando a sufrir por falta de variedad en los artículos de su dieta.

El número de casos declarados de escorbuto en el regimiento no es muy grande, digamos que ocho o diez, pero en muchos casos son pacientes que ya tienen otra enfermedad. La contaminación del escorbuto es muy perceptible, se manifiesta agravando otras enfermedades haciéndolas más resistentes al tratamiento de lo que hubiera sido en constituciones físicas sanas.

El porqué el 7º Regimiento sufre más en este respecto que los otros grupos del ejército no lo sé, pero como el mal parece incrementarse, a menos que pueda hacerse algo por aumentar las raciones de comida acostumbradas de los hombres, creo que es mi deber enviar este reporte en espera de que por su recomendación sea aplicable para que el encargado general de provisiones dé la orden de proveer verduras frescas para que sean dados al regimiento. (26)

26 – Cirujano asistente Grayson M. Prevost, campamento frente a Matamoros, a cirujano Presley H. Craig, director médico, Ejército de ocupación, junio (nd) 1846, Cartas recibidas, ejército de ocupación, AGO RG 94, Nat. Arch.

Después S.G.I. DeCamp, cirujano de Santa Fe, avisó al cirujano general Lawson: 

El escorbuto ha hecho su aparición recientemente entre las tropas, producido creo yo por vivir a costa de comer solamente pan y carne, esta última de muy baja calidad, habiendo sido hasta muy recientemente carne de cordero, pero por sugerencia mía la carne de res se ha introducido y la salud de los hombres ha mejorado. La dieta a base de verduras es casi desconocida en Nuevo México, y ya que los hombres de Missouri consumen muchas verduras en su comida el cambio no puede ser más que perjudicial. Cuando los soldados regulares sean mandados a este lugar recomiendo que se les dé una abundante provisión de semillas de hortaliza dado que es muy fácil hacer un buen huerto. (27)

27 – Cirujano Samuel G. I. DeCamp, Santa Fe, a Dr. Thomas Lawson, cirujano general, abril 14, 1847, cartas recibidas, oficina del cirujano general, RG 112, Nat. Arch. Las semillas se enviaron como lo solicitó DeCamp.

LA AMENAZA DE LA FIEBRE AMARILLA

Imagen 7. Anónimo. (1878). “Fumigación de las tropas españolas llegadas de Cuba para prevenir la fiebre amarilla”. en Le Monde Illustré, París. 23/11/1878, n. 1130, p. 325. Recuperado de:  https://gallica.bnf.fr/ark:/12148/bpt6k6248739j/f5.item

En Veracruz, el espectro de “El amarillo Jack”, la mortífera fiebre amarilla o “vómito negro”, persiguió al general Winfield Scott desde los primeros días de su presencia en México. Documentos enviados a la Secretaría de Guerra, definiendo sus planes para la campaña, urgían a apresurarse para que los soldados se alejaran de las costas antes de que llegara la estación de la fiebre amarilla que coincidía con la temporada de lluvias (mayo-octubre). El tema es recurrente en cartas subsecuentes. Pero las tareas de conformar, aprovisionar y transportar al ejército fueron muy lentas, y fue hasta el 8 de abril cuando las fuerzas americanas penetraron en el territorio desde Veracruz. Además, en el puerto se quedó la base con provisiones del ejército. Tropas de refuerzo desembarcaban y se quedaban ahí; otros, cuyo término de reclutamiento había acabado, regresaban al lugar para esperar transporte hacia sus hogares; también ahí se instaló un hospital para atender a los enfermos y heridos. Los más grandes temores del general se cumplieron:  el “vómito negro” (28) atacó. El lúgubre relato de la enfermedad en el valle del bajo Río Grande se repitió en el camino de Veracruz a la Ciudad de México –fiebres, disentería, diarrea-. La altitud, el clima y la temporada pudieron influir en la intensidad de la fiebre, pero la incidencia siempre se mantuvo alta, sin importar en donde se encontrara el ejército.

28 – Aunque se hicieron algunos intentos de distinguir el “vómito negro» como una enfermedad distinta, el consenso de los médicos parece que fue clasificarlo como fiebre amarilla, ya que ese tipo de enfermedad en Veracruz era idéntico al que se daba en Nueva Orleans.

Un reporte enviado en agosto de 1847, por el Dr. John B. Porter en Veracruz, dio el número de enfermos en su hospital, la naturaleza de su padecimiento y los rangos de mortalidad de los mayores flagelos. Demostró que la fiebre amarilla fue el más mortífero, aunque la diarrea y la disentería tenían más víctimas:

Tengo el honor de transmitirle el reporte de enfermos y heridos en el Hospital general de Veracruz para la quincena que termina el 30 de junio de 1847. Era mi intención haberlo enviado hace algunos días, pero en una cuidadosa investigación descubrí que había algunos errores que deberían corregirse y que se debía hacer un nuevo reporte. Desearía que fuera entendido que estos reportes varían de los que se han presentado por el director médico y que estos son más correctos. (…)

He hecho el siguiente resumen de lo más importante, porcentaje de muertes, etc.

Soldados regulares. –Número total de casos1310
Fiebre234
Fiebre amarilla112
Disentería y diarrea482
Soldados regulares. –Muertos de todas las fiebres26
de fiebre amarilla14
de disentería y diarrea84
Total de decesos150
% de muertes11.45
De todas las fiebres11.11
De fiebre amarilla12.5
De disentería y diarrea17.42
Total de decesos0.46
Voluntarios. –Número total de casos860
Fiebre178
Fiebre amarilla14
Disentería y diarrea347
Muertos número total73
De todas las fiebres9
de fiebre amarilla4
de disentería y diarrea33
Voluntarios. –% de muertes8.45
De todas las fiebres5.05
De fiebre amarilla28.57
De disentería y diarrea9.51
Total de decesos12.67
CuartelNúmero total de casos144
Fiebre86
Fiebre amarilla52
Disentería y diarrea40
Muertos número total30
De todas las fiebres18
de fiebre amarilla13
de disentería y diarrea7
% de muertes20.83
De todas las fiebres20.93
De fiebre amarilla25.00
De disentería y diarrea17.50
Reporte consolidado
Porcentaje de muertes10.90
Porcentaje de todas las fiebres10.64
Porcentaje de fiebre amarilla17.41
Porcentaje de disentería y diarrea14.38

El porcentaje de muertes de todas las fiebres, fiebre amarilla, disentería y diarrea, es el porcentaje de cada caso respectivamente.

Considerando los severos casos de enfermedades gastrointestinales en abril, cuando el hospital recién se había establecido; la influencia epidémica en la última parte de mayo y todo junio; las condiciones del hospital en su organización, la mortalidad ha sido inesperadamente baja. (…)

Podrá usted ver, señor, que el departamento de cuartel es el que ha sufrido más. Esto se debe al hecho de que los hombres empleados en ese departamento están más expuestos al sol y la lluvia que ningún otro, y que ellos tienen más dinero para gastos que los soldados y están bajo menos restricciones, siendo mucho más disipados. Además ellos no se reportan enfermos hasta después de 2, 3, o 4 días; el soldado lo hace inmediatamente.

Debe hacerse aparente que los soldados no han sufrido tanto como puede parecer en el papel. En primer lugar hay una gran diferencia en las altas porcentuales. Además casi todos los voluntarios se fueron con sus regimientos para los Estados Unidos antes de que brotara la fiebre amarilla (eran hombres que se alistaron por solo un período de 12 meses). (29)

29 – Cirujano John B. Porter, Veracruz, a H. L. Heiskell, cirujano general, Washington, D.C., agosto 27, 1847, Reportes de enfermos y heridos de los cirujanos del ejército de los Estados Unidos, 1846-1848, AGO, RG 94, Nat. Arch.

Enfermedades durante el avance del General Scott

Cuando el ejército de Scott se internó en México, los reportes indicaban que, debido a que la mayoría de los hombres estaban en la saludable región de la meseta central, no se presentaban más que las “enfermedades comunes”. Estas eran la disentería, diarrea, e intermitentemente fiebre tifoidea (30). Un memorando, que envió el asistente de cirujano P.G. Jones (31) al director médico de Scott en la Ciudad de México, presenta un caso de estudio de un destacamento que había acompañado desde las barracas de Nuevo Orleans hasta la Ciudad de México, como un modelo del comportamiento de las enfermedades en cualquier unidad del ejército. La más alta incidencia de enfermedad ocurrió mientras acampaban en Veracruz, pero aún fue considerable en el camino de Veracruz a la ciudad de México:

30 – “Sickness in the U.S. Army in Mexico” en The New Orleans Medical and Surgical Journal, vol. 4, julio, 1847, p. 140. El autor de este articulo comenta: “Respecto a la división del general Scott, después de Veracruz nos han reportado solamente las enfermedades ordinaras del campamento: disentería, diarrea, fiebre intermitente y tifoidea. El cuerpo principal del ejército está sin duda más saludable en la región de la meseta central”.

31 – Philip G. Jones de Indiana (nacido en Maryland) sirvió como cirujano asistente de voluntarios desde septiembre 22, 1847 a julio 20, 1848. Fue cirujano de regimiento del 5º Regimiento de Voluntarios de Indiana.

Ciudad de México, enero 28, 1848

Memorando de casos tratados por el que firma desde el 5 al 16 de diciembre de 1847. Habiéndose mandado un destacamento de reclutas desde las barracas de Nuevo Orleans hacia Veracruz bajo mi cargo (siendo 300 soldados). Fiebre inflamatoria 1; paperas 12; sarampión 11; nefritis 1, gonorrea 1, quemaduras 1; contusiones 1; diarrea 3; cólicos 1; disentería 1; Total: 33

De estos casos ninguno se quedó en el hospital en Tampico.

Memorando de casos tratados por el que firma del 17 de diciembre de 1847 al 25 de enero 1848 siendo 1,200 tropas acampadas en campamento Washington en Veracruz- del 17 de diciembre al 2 de enero de 1848- así como 700 tropas en el trayecto de Veracruz hacia la ciudad de México del 2 de enero de 1848 al 25 de enero de 1848.

En el campamento Washington –como sigue- la lista: disentería 50; diarrea 81; sarampión 21; paperas 18; neumonía 16; gonorrea 8; sífilis 2; fiebre intermitente 2; Cólera 8; delirium tremens 1; amputación de un dedo 1; Total: 213

En el camino de Veracruz a México sucedió como sigue- Del 2 de enero al 25 de enero de 1848.

Diarrea 108; disentería 9; cólera 6; cólicos 4; gonorrea 3; quemadas de pólvora 2; amputación de un dedo 1; fractura de tibia 1; dislocación del húmero 1; fiebre intermitente 12; fiebre contundente 4; Total: 151.

De este número dejé cinco casos en el Hospital general en Veracruz y trece casos en diferentes hospitales en la marcha desde Veracruz hacia la ciudad de México. (32)

32 – Cirujano asistente Philip G. Jones, Molino del Rey, México, a Dr. Richard S. Satterlee, Ciudad de México, febrero 29, 1848. Reportes de enfermos y heridos de los cirujanos del ejército de los Estados Unidos, 1846-1848, AGO, RG 94, Nat. Arch.

Causas de las enfermedades

Imagen 8. Anónimo. (1883). “la muerte como marino llevando la fiebre amarilla a Nueva York” en Frank Leslie’s Illustrated Newspaper. New York, 21 September 1883. Recuperado de: https://publishing.cdlib.org/ucpressebooks/view?docId=ft7t1nb59n&chunk.id=d0e2775&toc.id=&brand=ucpress
Los ingleses llamaron “Yellow Jack” a la fiebre amarilla, nombre derivado no tanto del color amarillo que tomaban los enfermos, sino de la bandera amarilla utilizada para señalar a los barcos, lazaretos u hospitales navales sometidos a cuarentena por la presencia de alguna enfermedad infecciosa.

Acompañando la marcha del ejército de Scott tierra adentro hacia la ciudad de México, el cirujano Charles S. Tripler (33) analizó las causas de las enfermedades entre las tropas. Encontró muchos factores que contribuían, pero no incluyó la deficiencia del personal médico:

33 – Charles S. Tripler de Nueva York fue cirujano asistente, octubre 30, 1830; mayor y cirujano, julio 7, 1838. Durante la Guerra Civil fue por un tiempo director médico del ejército del Potomac; ascendido a coronel en noviembre 29, 1864, y a general brigadier en 1865.

De acuerdo con sus instrucciones del día tres, llamé a junta a los oficiales médicos de la 2ª División con el fin de consultar e intercambiar opiniones sobre las causas de las enfermedades que tanto se han extendido entre las tropas. Tengo ahora el honor de enviarle los resultados.

Consideramos el origen de los males a la constitución física inferior de muchos de los hombres que están enlistados para el servicio. En tiempos de paz, cuando tenemos cuarteles adecuados, buenos hospitales, abundancia de ropa y blancos y no exponemos a nuestros hombres, el mayor cuidado y precaución se pone en la inspección de los reclutas y rara vez es admitido en las filas alguien que no está capacitado para realizar las tareas de un soldado. Pero en tiempos de guerra cuando se requiere un mayor grado de vigor y fuerza física en los soldados, más expuestos a las privaciones e inclemencias, nos encontramos con una relajación del escrutinio de los reclutas, relacionándose y aún incrementándose las enfermedades cuando se nos dan soldados de papel que llenan nuestros hospitales y ponen en vergüenza las operaciones de los generales en el campo de batalla. No se puede negar que los reclutas que los regimientos de división han recibido en el último año han sido del más bajo perfil y es entre ellos está la mayor incidencia de enfermedades.

Otra causa de enfermedad es el necesariamente rápido cambio de clima. Se cree que muy pocos individuos en la vida civil hacen cambios tan rápidos de un clima a otro sin experimentar alguna alteración en su salud. Esta causa podría considerarse que se extiende entre muchos soldados debido a la peculiaridad de sus circunstancias y es una que no puede ser obviada.

La deficiencia en la ropa es otra causa. En muchos casos, quizás la mayoría, esto es culpa del mismo soldado. Los hombres tiran su ropa durante la marcha para poder ir más ligeros de carga, prefiriendo el futuro dolor, la enfermedad y la muerte a la fatiga del presente. Este mal ha prevalecido de forma extensiva en la marcha desde Veracruz hacia Puebla. 

El repentino y violento cambio de hábitos al que los reclutas se deben someter para llegar a ser soldados produce una influencia desfavorable sobre su constitución física para poder resistir las enfermedades. Esta causa es irremediable.

El rechazo a la limpieza personal es otra causa de enfermedad. Es un hecho que un numeroso grupo de nuestros hombres, particularmente esos que se reportan enfermos, se niegan en grado vergonzoso a aceptar que dicha atención sea necesaria para la salud.

Los cuarteles ocupados por nuestras tropas están en su mayoría en espacios abiertos a las inclemencias del tiempo, los que están con puertas son pequeños, mal ventilados, los pisos sobre los que duermen son de ladrillo y al menos la mitad lo hace en la tierra húmeda. Esta es una causa evidente de enfermedad y se ha mitigado de alguna manera dándoles tapetes. 

El uso de provisiones frescas exclusivamente sin duda ha ocasionado malestares en el aparato digestivo y aumentado el número de enfermos de diarrea. 

La falta de previsión en el uso de frutas de estación ocasiona muchos casos de diarrea y es un gran impedimento en el camino para la convalecencia.

Creemos también que no se da la correcta atención a la cocción de las raciones. Los cocineros son con frecuencia descuidados en la realización de sus tareas y la mala cocción hace que la dieta sea de dudosa calidad y potencialmente peligrosa.

Pero una importante razón para el aumento del número de los enfermos reportados se debe hallar en la influencia del clima. Comúnmente, los hombres cuando se sienten aliviados recobran rápidamente las fuerzas y están listos para regresar a sus labores. Aquí no es el caso, la convalecencia es asombrosamente lenta y la mejoría es difícilmente perceptible, se hace día a día entre hombres que no quieren ningún tratamiento médico. De este tipo son la mayoría de los casos en el reporte de los cirujanos. (34)

34 – Cirujano Charles S. Tripler, director médico, 2ª División, Puebla, a cirujano general Thomas Lawson, Cuartel general del ejército, Puebla, julio 6, 1847, cartas recibidas, Oficina del cirujano general, RG 112, Nat. Arch.

Persistencia de las enfermedades

La enfermedad persistió hasta el final de la guerra, aun en el Valle de México, apareció la tifoidea para sustituir a la diarrea como la gran amenaza. El cirujano Timothy Childs (35) que estaba con los voluntarios de Massachusetts en San Ángel reportó:

35 – Cirujano Timothy Childs, de Pittsfield, Massachusetts, sirvió de febrero 16, 1847 a julio 27, 1848 como cirujano asistente del Regimiento de voluntarios de Massachusetts.

El Valle de México en el cual estamos estacionados es fértil y hermoso –pero no saludable-, ciertamente no para los que no están aclimatados. Hemos perdido aquí tantos hombres como los que hemos perdido en todas las demás plazas de México juntas. Llegamos aquí en diciembre. En diciembre perdimos un hombre, en enero siete hombres, en febrero diez hombres, y en marzo cuatro hombres. En total veintidós.

Hemos tenido Rubéola Erysipelas del tipo más agresivo. Fiebre tifoidea y la más maligna de todas, la fiebre intermitente, ha sido muy frecuente; yo mismo la he padecido no menos de tres veces. Los enfermos la pasan muy mal. Un vasto número de los amputados después de las batallas en el valle han muerto, y de los que sobrevivieron, ni uno de diez sanará a menos que se les envíe fuera del país. La malaria que abunda aquí parece ser la que encabeza a todas las enfermedades y en todas las ocasiones los síntomas de la tifoidea se mostraron muy tempranamente. Finalmente, sin embargo, la salud de las tropas ha mejorado, y nuestra lista de enfermos ha disminuido cerca de casi la mitad. (36)

36 – Cirujano Timothy Childs, Regimiento de voluntarios de Massachusetts, San Ángel, a cirujano Otis Hoyt, Jalapa, abril 10, 1848, Fondo Otis Hoyt, Wis. Hist. Soc.

Aún cuando la fiebre no hizo tantos estragos en los campamentos y la salud de las tropas fue proclamada como “muy buena” por el Dr. N.S. Jarvis (37), en Monterrey en agosto de 1847, debería de añadirse como un comentario “con la excepción de esas enfermedades incesantes del ejército como son la diarrea y la disentería.” (38)

37 – Dr. Nathan S. Jarvis, cirujano del 3º Artillería, superintendente del Hospital General de Taylor en Corpus Christi, septiembre 1845; en 1846 Taylor juntó los hospitales generales en Monterrey y puso a Jarvis a cargo de ellos. (Cf. Ordenanzas de Taylor No. 7, Corpus Christi, septiembre 3, 1845 y No. 156, Campamento cerca de Monterrey, diciembre 10, 1846). Jarvis fue cirujano asistente, marzo 2, 1833 y Mayor y cirujano en julio 7, 1838. Sirvió como cirujano hasta su muerte el 12 de mayo de 1862.

38 -Cirujano Nathan S. Jarvis, director médico, Monterrey, México, a Dr. H.L. Heiskell, cirujano asistente general, Washington, D.C., agosto 10, 1847, cartas recibidas, Oficina del cirujano general, RG 112, Nat. Arch.

En Monterey, California, el asistente de cirugía Robert Murray (39) encontró que sus tropas de veteranos estaban saludables, pero muchas de las recién llegadas formadas por reclutas sí estaban enfermos:

39 – Cirujano asistente Robert Murray de Maryland inició su servicio como cirujano asistente en junio 29, 1846; fue mayor y cirujano en junio 23, 1860, y finalmente general brigadier y cirujano general en noviembre 23, 1883; se retiró en 1886. Murray fue destinado a California de mayo 1847 a septiembre de 1850; regresó a California en 1857 y permaneció ahí hasta 1861.

Tengo el honor de transmitir el reporte quincenal de enfermos en Monterey California hasta el 30 de junio. Estoy satisfecho de poder reportar las condiciones saludables de las tropas como he señalado. Hasta el momento no ha sucedido ningún caso de fiebre entre ellos. Y estoy convencido de que solamente unos cuantos casos ocurrirán, presentándose entre aquellos que están recién llegados. En este lugar de cerca de 200 hombres que han estado en el territorio por 18 meses, solamente hemos tenido 2 o 3 casos de fiebre; mientras que entre los 70 reclutas que llegaron a este lugar, cerca de 15 o 20 han tenido fiebre y en algunos casos ha sido muy severa, dos de ellos han muerto. Unos cuantos casos son del tipo que recae, pero muchos de ellos tienen realmente tifoidea. (40)

40 – Cirujano asistente Robert Murray, Puebla de los Ángeles, a Dr. Thomas Lawson, cirujano general, Washington, D.C., julio 30, 1848, Cartas recibidas en la oficina del cirujano general, RG 112, Nat. Arch.

En un clima fresco, a una altura de más de 2,000 metros, las tropas en Santa Fe aún sucumbieron a muchas enfermedades: tifoidea, escorbuto, meningitis, gonorrea, sífilis, y neumonía, con frecuencia fatal y en pocas horas (41). El cirujano residente Samuel G.I. DeCamp, comentó: 

41 – Cirujano Daniel Turney, Santa Fe, “Reporte quincenal de enfermos y heridos del batallón del 1er Regimiento de voluntarios de Illinois, Santa Fe, Nuevo México al cuartel general, finalizando el 31de marzo de 1848”, AGO, RG 94, Nat. Arch. Turney escribe: “El tipo de enfermedades esta quincena ha sido definitivamente la tifoidea. Muchos de los casos mortales de neumonía se complicaron con tétanos, en pocas horas se convirtieron en tifoidea. Unos cuantos casos de deceso también fueron por meningitis, escorbuto, sífilis y gonorrea que se ha dado en un grado alarmante”.

La fiebre de la malaria es desconocida entre los moradores de este lugar. Pero la pleuresía, neumonía y reumatismo se consideran algo común en el invierno.

Hay más personas enfermas aquí que las que he visto en un pueblo de este tamaño. Estos casos tienen su origen en las enfermedades causadas por sus sensuales hábitos y la promiscuidad sexual que se practica aquí a un grado que difícilmente lo podrían creer a la distancia. Hay unas cuantas personas entre la población nativa que creen que han nacido libres de enfermedades venéreas de cualquier tipo. (42)

42 – Cirujano Samuel G.I DeCamp, Santa Fe, a Dr. Thomas Lawson, cirujano general, octubre 12, 1846, cartas recibidas en la oficina del cirujano general, RG 112, Nat. Arch.

Preocupación de los generales

De esta forma, durante toda la guerra mexicana la enfermedad siempre estuvo presente: en el valle del bajo Río Grande, El valle de México, Monterrey, Veracruz, Buena Vista, Puebla, Santa Fe, California, etc. El patrón varió en detalle e intensidad pero siempre fue desagradable, y los reportes de los cuidados de los enfermos y heridos hacen poco para hacer menos grave la imagen. 

Las ramas que no eran médicas en el ejército hacían lo que podían. Scott y, en un mayor grado, Taylor fueron solícitos con sus hombres, especialmente los heridos. En los primeros meses de la guerra Taylor escribió desde Matamoros al cirujano R.C. Wood:

Estuve muy satisfecho de saber que los oficiales heridos estaban recuperándose. Espero no solamente que sanen, sino que muy pronto puedan irse a sus casas con su familia y amigos en el norte o a donde sea. Al mismo tiempo, me da una profunda pena saber que a los otros heridos, oficiales sin grado y soldados, no les haya ido tan bien y que algunos hayan muerto, sin duda en parte debido a los efectos de la espantosa tormenta que tuvieron cuando regresaban, la cual echó por tierra sus tiendas, y tal vez otros refugios, lo cual debe de haberlos expuesto a su violencia, empapándolos totalmente, además de causarles otros severos daños; confío en que desde entonces ustedes los hayan podido ayudar a sentirse mejor, tanto como las circunstancias lo permitieran y estoy seguro de que harán todo lo que esté en sus manos para devolverles la salud tan pronto como esto sea posible; lamento mucho la carencia de ayuda humana y que nada se haya podido hacer para adaptar el Long como hospital, pues yo suponía que eso estaba avanzando, pero temo que estaba equivocado. (43)

43 – General mayor Zacarías Taylor, Matamoros, a cirujano Robert C. Wood, Fuerte Polk, Texas, junio 21, 1846, Cartas Bixby, p. 11. Ver también Ordenanzas de Taylor No. 111, Camargo, agosto 31, 1846, que ordenaba a los cirujanos Wood y Wright en Matamoros: “contraten los médicos que requieran para las necesidades del servicio en sus respectivos hospitales”. También la Ordenanza de Taylor No. 113, Camargo, septiembre 4, 1846, dirigida al general mayor Patterson para que “buscara las provisiones necesarias para los enfermos” en los campamentos y hospitales de los voluntarios. El cirujano Robert C. Wood era yerno del general Taylor y su confidente. Wood fue cirujano asistente, mayo 28, 1825; Mayor y cirujano en julio 4, 1836; Coronel y cirujano asistente general (Ejército de la Unión) de 1862 a 1865. Durante la guerra mexicana, Wood estuvo en Fuerte Polk (Punta Isabel) de junio 1846 a marzo 1847, luego en las barracas de Nueva Orleans hasta junio de 1848.

Una orden enviada en Buena Vista por el general brigadier Wool describe las medidas tomadas por un comandante del ejército en el campo de batalla para hacerse cargo de los enfermos y para prevenir la futura dispersión de la enfermedad: 

El Regimiento de Carolina del Norte está… desprovisto del refugio y comodidades necesarias para los enfermos. En este regimiento el jefe de cirujanos sugirió la conveniencia de hacer marcos de lona y colocarlos en el exterior y también como medida de prevención general, para controlar el futuro incremento de enfermedades, sugirió excluir las frutas, pasteles y verduras indigestos, la construcción de hornos para hornear buen pan, y el cambio en la hora de los entrenamientos matutinos, haciéndolos tan tempranamente como sea posible.

El general de Brigada Cushing tomará las debidas medidas para llevar a cabo las propuestas sugeridas anteriormente. 

Aquellos enfermos que sean designados por el director médico serán llevados a Saltillo. (44)

44 –  Ordenanza de Wool No. 384, por el Teniente William B. Franklin, A.A.D.C., Buena Vista, agosto 2, 1846 (copia), Fondo Caleb Cushing, DLC:

Justificaciones del Cirujano General de los EU Gen. Thomas Lawson

Imagen 9.Anónimo. (ca. 1836).Thomas Lawson cirujano general de los Estados Unidos. Daguerrotipo. (US National Library of Medicine 101416076). Recuperado de:   https://collections.nlm.nih.gov/catalog/nlm:nlmuid-101416076-img

Dado que “carros cargados” de pacientes llegaban a Camargo y a otros puntos, los médicos trabajaban hasta el cansancio. El general Taylor hizo su mejor esfuerzo, pero ni el general ni los médicos pudieron enfrentar la escasez de médicos. Los llamados al cirujano general en Washington se toparon con referencias a “la ley de la tierra” y otros pomposos adjetivos. En una respuesta a un requerimiento del general Taylor para otorgar un pase de permiso a su director médico, el cirujano P.H. Craig (45), el cirujano general Lawson escribió:

45 – Cirujano Presley H. Craig era un veterano con muchos años de servicio en el Departamento médico. Había sido cirujano asistente en el 22º de Infantería en julio 6, 1812; cirujano asistente, junio 1, 1821, y Mayor y cirujano en julio 13, 1832. En 1846 fue director médico del ejército de Taylor, y aunque su salud no era muy buena permaneció en el ejército hasta junio de 1848. Murió poco después del fin de la guerra el 8 de agosto de 1848.

Con respecto a la falta de oficiales médicos en el campo, no tengo duda en expresar mi convicción de que las tropas regulares empleadas contra México tienen, en comparación, un mayor número de oficiales médicos que cualquier otro ejército del mundo.

Las leyes de la tierra, en el pasado, así como en esta ocasión, conceden dos oficiales médicos a todo un regimiento de cerca de 750 hombres, o un oficial médico a 375; y se ha encontrado tras una vasta experiencia que en esta proporción de oficiales médicos a un regimiento consolidado de 750 hombres son suficientes para afrontar los requerimientos de servicio. 

Según los datos de los regresos mensuales extraídos de la oficina adjunta del general, para el mes de mayo pasado (último reporte que se ha recibido), parece ser que hasta el día 30 de ese mes la fuerza del ejército de ocupación entre hombres y oficiales era de 3,938 y de acuerdo con los datos de la oficina del médico general había al mismo tiempo 24 oficiales médicos en servicio con este ejército. 

Ahora, si dividimos 3,938 hombres, la totalidad de la fuerza, por 24 el número de oficiales médicos presentes en este, el resultado nos dará un médico por cada 164 hombres, en lugar de 375 que serían el cien por ciento. Un número mayor de oficiales médicos de lo que las leyes contemplan para la organización de los cuerpos militares. 

Si otorgamos doce oficiales médicos a los 3,938 hombres en el campo, lo cual es el máximo reconocido por la ley, deberíamos tener, después de haber nombrado a uno director médico, dos para el hospital general y uno para realizar labores de proveedor médico, quedan aún ocho oficiales o un tercio del total en reserva para enfrentar cualquier contingencia en el servicio, los incidentes y accidentes surgidos de las operaciones activas en el campo. 

Desde el último regreso del ejército, un oficial médico ha ido al campo con un cuerpo de reclutas; dos están ahora en ruta con destacamentos del Segundo de Infantería dirigiéndose al escenario de la batalla, y uno está a punto de zarpar en un día o dos con otra porción del 2º de Infantería hacia la guerra. 

De esta manera -al mandar a un oficial médico con cada destacamento de la tropa que va al campo-, el promedio de oficiales médicos (originalmente cuantioso) se mantendrá con el ejército de ocupación.

Exceder esto sería hacer un sacrificio de la propiedad militar y del interés público, para ahorrar un poco de trabajo a algunos oficiales médicos, los cuales, si las labores están equitativamente distribuidas entre ellos, lo digo claramente, debido a mi experiencia y analizando las situaciones, no tendrían nada que hacer que el gobierno tuviera el derecho de exigirles.

Sé lo que un hombre puede llevar a cabo y debe de hacer en un tiempo de necesidad. Yo mismo he sido director médico, proveedor médico, y cirujano al mando para un cuerpo de tropas, todo al mismo tiempo; aún más, frecuentemente he recetado a 250 hombres al día; y tengo el derecho de esperar que aquellos bajo mi mando sean capaces de efectuar la misma tarea.

Con referencia a “Las privaciones y exposición a los elementos dados en la vida del campamento”, que hacen “serios estragos en la salud de los hombres” o haber sido “devastado por un largo y arduo servicio en el campo” en menos de un año, difícilmente puedo creer eso. 

¿Por qué? Porque yo jamás me permitiría sentirme mal cuando llaman el honor y el deber al ejercicio activo; ya fuera enfermo o sano, jamás abandoné el campo a menos de ser requerido por alguna autoridad. Es muy fácil para un oficial, al cual se le requiere para hacer un poco más de trabajo del poco al que está acostumbrado en un pequeño puesto militar, por solo hacer mención al total de arduas tareas, privaciones y sufrimientos que haya experimentado en el campo. Cuando se hace un examen estadístico al respecto, dará como resultado que todas sus quejas son imaginarias, meras nimiedades, tan ligeras como el aire. (…)

He brindado toda la ayuda médica disponible en el ejército, los requerimientos de servicio en cada caso y las necesidades que el ejército tuviera; pero si desean más oficiales médicos deben tenerlos, contando conmigo mismo, si me aceptan y soy nombrado para ello. (46)

46 – Cirujano general Thomas Lawson, Oficina del cirujano general, Washington D.C., a general brigadier Roger Jones, general adjunto, Ejército de los Estados Unidos, julio 29, 1846, “Señalamientos del cirujano general en la carta al cirujano P.H. Craig, Director médico del Ejército de ocupación, solicitando licencia con copia al general Taylor Thereon…”, Casa de Representantes, Documentos ejecutivos No. 60, 30 Congreso, 1.a sesión, pp. 415-417.

Hospitales militares

Una de las primeras acciones de la División Médica del ejército fue el establecimiento de hospitales militares, que se saturaron rápidamente con enfermos y heridos; a eso se añadieron las inútiles y extravagantes prácticas de auxiliares voluntarios que crearon numerosos problemas. El asistente de cirujano John C. Glen (47) discute algunos de sus problemas en el Hospital Militar de San Antonio:

47 – Dr. John C. Glen de Carolina del Sur estuvo en el Departamento médico del ejército desde junio 22, 1839 hasta su muerte en febrero 14, 1848. De noviembre de 1846 a marzo de 1847 estuvo en San Antonio.

Es imposible calcular qué medicamentos han llegado y cuáles no, se me había comisionado para hacerme cargo de ellos y suplir al asistente del sargento Hitchcock quien solo estuvo un día o dos antes de relevar al doctor Price de los voluntarios. El anterior no había hecho ningún inventario y el último estuvo al cargo tan poco tiempo que no le dio oportunidad de hacer nada al respecto. Yo simplemente me hice cargo de aquellas que estaban en el almacén, fue todo un reto tenerlo todo ordenado ahora y la mayoría de las cosas han sido sacadas de sus cajas. Debí haber hecho mi regreso en el tiempo acostumbrado, pero se me puso al tanto de la necesidad de mi casi constante asistencia en el Hospital General de este lugar. Mis enfermos han aumentado a casi cien por día y se me ha provisto de asistentes, internos, enfermeras y demás, todos ellos novatos y no acostumbrados a las tareas, todos ellos voluntarios. En el departamento de proveedurías he sido obligado a pesar, empacar y etiquetar todos los artículos que envíe además de realizar todo el papeleo personalmente, tareas que nunca se nos enseño sin tener la asistencia de un administrador. (…)

El hospital en este lugar ha consumido una gran cantidad de medicinas y provisiones, mucho más grande de lo requerido para un establecimiento de la misma clase con tropas regulares. Las enfermeras y asistentes han sido inútiles y extravagantes, han requerido constante supervisión y atención a fin de regular la distribución de medicinas y suplementos.

Me permito informarle que he recibido una orden del general Wool para unírmele sin demora con un cargamento adicional de provisiones médicas. (…)

Debo dejar en este lugar algunos artículos médicos y provisiones que el general Wool me ha indicado entregar al Dr. Griffith, un médico privado al cual el general ha dado el título de asistente de cirujano. (48)

48 – Cirujano asistente John C. Glen, San Antonio, a cirujano general Thomas Lawson, Washington, D.C., octubre 24, diciembre 1, 1846, cartas recibidas Oficina del cirujano general, RG 113, Nat. Arch.

El Dr. S.G.I. DeCamp reportó problemas similares en Santa Fe:

Poco después de la llegada del regimiento del general Price (49) y el batallón independiente (50) se encontró que el Hospital General era demasiado pequeño para acomodar a los enfermos, y por sugerencia mía se procuró otro edificio, estableciéndose otro hospital para el coronel Price y sus tropas que fue puesto bajo el mando inmediato del cirujano May. (51)

49 – Segundo Regimiento de voluntarios de Missouri. Tenía cerca de 1,000 hombres entre oficiales y soldados.
50 – Batallón de voluntarios de Missouri comandado por el Teniente coronel David Willock, como 300 hombres. 
51 – Cirujano asistente Win S. Way, adscrito al 2º Regimiento de Voluntarios de Missouri.

Mientras que enormes caravanas de provisiones llegaban, un gran número de conductores y otras personas del cuartel general llegaban enfermas y fue necesario abrir un hospital para ellos.

Se compró una cantidad suficiente de lana para colchones y cobijas mexicanas, los enfermos están atendidos lo mejor que se puede.

El suplemento de medicinas es muy limitado, y a menos que reciba este mes lo que he pedido por escrito a San Luis al capitán Murphy (52), estaré en un triste dilema antes de que llegue la primavera. Me ha sido posible procurar pequeñas cantidades comprándolas a mercaderes, pero no hay nada más que comprar. Muchos de los principales artículos están casi agotados y las peores formas de enfermedades se nos presentan a diario. (53)

52 – Capitán William S. Murphy, Batallón Clark de Voluntarios de Missouri y también de la Compañía independiente de voluntarios de Missouri.
53 – Cirujano Samuel G. I. DeCamp, Santa Fe, a Dr. Thomas Lawson, cirujano general, enero 5, 1846, cartas recibidas, Oficina del cirujano general, RG 112, Nat. Arch.

Otros hospitales militares en Texas y el norte de México -Corpus Christi, Matamoros, Saltillo estaban saturados, la atención frecuentemente era inadecuada y había escasez de médicos. Pero los casos más críticos se dieron en los hospitales en los cuales los enfermos y heridos del ejército de Scott fueron confinados, Veracruz fue el peor de todos.

El cirujano John B. Porter, director del Hospital de Veracruz, puso orden a este caos. Introdujo reglas estrictas, exigió reportes detallados y trató de proveer un cuidado eficiente a cualquier costo:

Cuando se estableció este hospital no tenía ni un solo asistente, y los que he tenido eran enfermos, deshonestos e incompetentes; difícilmente se podría conseguir un interno, pocos e incompetentes (la mayoría) son asistentes médicos; ningún responsable de sala, siempre enfermos o incompetentes; sin cocina, lavadero, camastro, mesa, banca, escupidera o banco, en una palabra, no había nada más que los miserables enfermos. Las condiciones eran deplorables. En este particular, mis mejores testigos fueron el cirujano general del ejército y director médico Harney (54)…No había drenaje en todo el lugar y el hospital estaba lleno de enfermos de diarrea cuando recién se abrió, la apariencia del hospital cada mañana era lamentable, no se guardaba ningún orden ni regla entre los desordenados y medio amotinados voluntarios y todo era una confusión. Pero poco a poco está molesta situación terminó. (55)

54 -Cirujano Benjamin Franklin Harney, cirujano del 3º Infantería en agosto 17,1814; mayor y cirujano en 1821.
55 – Cirujano John B. Porter, Veracruz, a H.L. Heiskell, cirujano general interino, agosto 27, 1847, Reportes de enfermos y heridos de los cirujanos del ejército de los Estados Unidos, 1846-1848, AGO, RG 94, Nat. Arch.

Milton Jamieson, del 5º Regimiento de Voluntarios de Ohio, escribió una reveladora descripción de la situación en el mismo hospital:

El día 17 (octubre de 1847) visité el “Hospital” (sic) general del ejército. Tres comandantes: Michael Wood, John Turner, y Robert Thompson habían caído enfermos y se les había internado ahí. Llamé para visitarlos, pero no encontré a nadie salvo a Thompson. Estos jóvenes son muy desafortunados, se enfermaron poco después de haberse enlistado y nunca pudieron realizar ninguna tarea, sin duda hubieran sido excelentes soldados y todo lo que ellos querían era recuperar la salud. Pero a consecuencia de sus continuas enfermedades fueron “liberados con honores” del servicio del ejército de los Estados Unidos con un certificado médico cerca del primero de enero de 1848.

Di un paseo por todo el hospital y espero nunca más volver a tener esas visiones espantosas de escalofriante miseria humana que se presentaron ante mis ojos. Había enfermos de todo tipo con síntomas desde los más leves a los más graves. Algunos soportaban el dolor de su enfermedad con estoicismo, otros gritaban, otros pedían a Dios que los liberara de sus miserias y otros eran maniáticos furiosos diciendo incoherencias de sus padres, su casa y su país. ¡Algunos estaban tan aniquilados y delgados que más bien parecían esqueletos ambulantes que seres humanos! Se les podían ver claramente los huesos a través de la piel ¿Quién sin un espíritu estoico podría ver estas escenas sin conmoverse? El número de pacientes en este hospital era de setecientos. Se me informó que morían en una proporción de ocho o diez por día.

Apenas acaban de dar su último suspiro cuando ya los “encargados” están vaciándoles los bolsillos. Es una expresión común ahí decir que el hombre que entra enfermo a uno de estos hospitales generales con veinte dólares en el bolsillo rápidamente “entregará el espíritu”, pues los “encargados” lo matarán rápidamente con medicinas, mientras que si entra sin un centavo, se recuperará en nueve de diez casos. Muchos murieron por la falta de una adecuada atención.

Algunas ocasiones los médicos eran extremadamente crueles con sus pacientes. Un testimonio de la barbarie por parte de uno de los cirujanos de Veracruz me fue relatado por un comandante del ejército de cuya veracidad no puedo dudar, pues cayó bajo su cuidado mientras desgraciadamente estaba internado en el hospital de dicho lugar. Un pobre hombre había sido hospitalizado por una dolencia tan extrema que lo hacía gritar todo el tiempo. Sus continuos gritos fueron escuchados (por desgracia) por uno de los cirujanos. Envió a los encargados muchas veces para decirle que “se callara”, pero sus gritos eran involuntarios y no podía reprimirlos, cuando el cirujano vio que sus órdenes no eran obedecidas, se molestó mucho y mandó a los ayudantes que lo amordazaran. El enfermo no resistió y mientras ellos trataban de poner un pedazo de madera en su boca, su alma voló al otro mundo. Cuando habían por fin logrado cumplir esta inhumana orden dejaron el cadáver amordazado y tres horas más tarde yacía en su tumba. El joven que me contó esto, me dijo que este asunto llegó a oídos del oficial al mando en Veracruz y que habían llevado a ese cirujano a corte marcial. El cual tras de la investigación quedó “libre de cargos”, solo pagando una pequeña fianza y recibiendo un pequeño regaño. Nunca supe el nombre de este cirujano. (56)

56 – Milton Jamieson, Journal and Notes of a Campaign in Mexico…, Cincinnati, The Ben Franklin Printing House, 1849, pp. 26-27.

El uso de construcciones existentes para adaptarlas como hospitales es una práctica finisecular de cualquier ejército. En septiembre de 1846 los médicos de Taylor seleccionaron un edificio de gruesas paredes de piedra que antiguamente había sido un granero en los límites de Cerralvo, como depósito de municiones y provisiones y colocaron también ahí a los enfermos bajo el cuidado de una pequeña guarnición (57). El Castillo de Perote rápidamente comprobó que era un lugar húmedo, frío e insalubre para los enfermos de Scott. El cirujano Adam N. McLaren (58) habla acerca de esto en su reporte a Washington:

57 –  Kendall, p. 5.

58 – Cirujano Adam Neill McLaren, nacido en Escocia, fue cirujano asistente en 1833, y mayor y cirujano en junio 30, 1839. Al final de la Guerra Civil fue ascendido a teniente coronel.

Tengo el honor de transmitir por este medio el reporte de los enfermos y heridos de las tropas regulares para el mes que termina el 31 de agosto de 1847; de la misma manera envío el reporte mensual de los voluntarios enfermos y heridos en el mismo período. El número de muertes que han acaecido durante el mes es de ciento diez y nueve, incluidos soldados y voluntarios, el número de muertes cuando se conocen los datos es muy sencillo de dar. Una gran mayoría de los casos que ingresaron en el hospital se enfermaron en la marcha de Veracruz a este lugar, muchos de ellos de hecho están agonizantes desde que llegaron. El haber estado sin tiendas y casi sin ropa les afectó profundamente en la marcha. Cada carro que pasa por este lugar hacia Puebla deja un numeroso contingente de enfermos en las más precarias condiciones de suciedad y enfermedad, saturando en exceso el hospital, rebasando nuestra capacidad de ingreso. Fuimos obligados por necesidad a ocupar sitios de resguardo como lugares para los enfermos y que están pobremente adaptados para las necesidades de los enfermos pues son fríos, húmedos y mal ventilados. El número de enfermos y convalecientes de soldados y voluntarios que aún quedan en el hospital general es de cerca de 300, que en general van mejorando, salvo algunas excepciones. Se les ha procurado toda la comodidad posible, como alimentación fuera del hospital y se les ha dado la más estricta atención en la distribución y administración de medicamentos. (59)

59 – Cirujano Adam N. McLaren, Castillo de Perote al director médico del ejército de los Estados Unidos en el Cuartel general, Ciudad de México, septiembre 3, 1847, AGO, RG 94, Nat. Arch.

Investigaciones médicas 

No todo fue negativo, hubo una parte positiva. Hubo médicos entregados que trabajaron hasta quedar exhaustos, con verdadero interés en la ciencia médica, observando, registrando datos, y reportando sus descubrimientos. Aunque la guerra no sirvió para avanzar en el conocimiento o la praxis médica, no fue del todo estéril. Si las fuerzas médicas no descubrieron las causas de la fiebre amarilla, sí al menos supieron que no era contagiosa y que tenía correlación con la presencia del agua estancada y los pantanos. De la misma manera presupusieron que la dieta y el agua insalubre eran los principales causantes de la diarrea y la disentería. Muchos de los cirujanos realizaron sus tratamientos y medidas de prevención al ir conociendo más la enfermedad.

Imagen 10. Anónimo. (s/f). Charles H. Laub. Daguerrotipo. (US National Library of Medicine 101421324). Recuperado de: https://collections.nlm.nih.gov/catalog/nlm:nlmuid-101421324-img

El cirujano asistente Charles H. Laub (60) describe el carácter epidémico y el tratamiento de la fiebre amarilla en Veracruz:

60 – Cirujano asistente Charles H. Laub ingresó al Departamento médico del ejército en noviembre 30, 1836; fue mayor y cirujano en octubre 17,1854.

Tengo el honor de adjuntar en esta carta el reporte quincenal de los enfermos y heridos…de la infantería de los Estados Unidos, residentes en este puesto para la quincena que termina el 30 de junio de 1847.

En este reporte se darán cuenta de que la fiebre amarilla se ha propagado como una de las enfermedades predominantes en la ciudad por esta época, aunque no se puede decir que haya adquirido un carácter de epidemia, sí se ha dado un considerable número de casos, cuya mortalidad me satisface informar, hasta el momento es relativamente baja. (En pacientes de hospital) el total de muertes por esta enfermedad es de cerca de 24% y el de todas las enfermedades del 5%, un resultado que creo puede considerarse positivo, comparado con las estadísticas por defunción de los estados del sur de los Estados Unidos durante periodos de enfermedad. En Nueva Orleans, el cual conozco, por un período de varios años ha tenido una cifra menor a 50%. Con algunas excepciones la enfermedad ha sido ligera y fácil de tratar, cediendo en la mayoría de los casos si se atiende al presentarse los primeros síntomas. A la prescripción de dosis completas (15 a 25 g) de quinina con mercurio, ayudados por la extracción local o general de sangre, de acuerdo a las circunstancias, junto con baños de mostaza calientes, purgantes leves si son requeridos, enemas, agua helada o acidulada para beber en pequeñas cantidades, los mayores alivios y mejores beneficios provienen de las altas dosis de quinina en una toma y continuar con cantidades menores de 5 u 8 grs. cada cuatro o seis horas durante las primeras 36 o 48 horas para frenar el progreso. El mercurio se añade con el fin principal de descargar los contenidos de las entrañas durante ese período. 

Si este tratamiento fallara, como ha sucedido algunas veces, en producir una rápida terminación de la crisis, el tratamiento subsecuente, mucho menos agresivo, consiste en la aplicación de varios remedios para combatir los síntomas locales y que han surgido debido a la gran variedad de situaciones y casos que se nos han presentado. Entre estos tenemos la aplicación de tazas secas, de frío, agua helada, vinagre en la cabeza, fomentos o baños de esponja con brandy caliente o agua, cataplasmas de mostaza caliente junto con la administración de alcohol alcanforado y amoniaco, bicarbonato de sodio y morfina, cuando hay mucha irritabilidad del estómago, y al mismo tiempo se mantienen las entrañas libres por la aplicación de enemas ligeros. Basado en la eficacia de estos últimos tratamientos, me veo obligado a decir que por mi experiencia y creo que también la de muchos de los médicos de aquí, han demostrado ser poco benéficos. Los casos en los cuales hemos tenido la oportunidad de experimentar su valor curativo, salvo algunas excepciones, han terminado fatalmente. 

Algunos de nuestros primeros casos se han agravado. La tendencia a hemorragias se complica al presentarse descargas por la boca y el ano, vinculadas con la descarga de la fétida acumulación del estómago. Es el vómito negro, que parece haber dado el nombre distintivo a esta enfermedad y que la hace diferenciarse de los vómitos de la fiebre amarilla de Nueva Orleans, pero de lo cual no tenemos ninguna evidencia que lo corrobore. Otros casos más raros son los de una forma peculiar de fiebre que se han designado como casos de fiebre amarilla ambulantes; se ha observado que el paciente aunque esté afectado fatalmente no muestra síntomas y si se le deja ir, lleva una propensión infecciosa que tomará a la ligera en contra de lo que se le recomiende si no se le tiene bajo estricta vigilancia médica. De estos casos lo único que tengo que decir es que mi experiencia aporta evidencias a lo que el profesor Harrison de Nueva Orleans ha dicho; casi invariablemente se ha probado que resulta fatal desafiar todos los remedios, contrariamente a lo que pudiera esperarse al juzgar solo por las apariencias de aquellos que jamás han sido testigos de esta inusual forma de enfermedad.

Un síntoma peculiar que no he visto que se haya reseñado por ningún investigador en el tema, y el cual he observado junto con otros compañeros en el período de convalecencia, ya que han transcurrido 15 o 25 días, es la decoloración de la lengua desde el centro de la misma y en algunos casos en la superficie total del órgano, presentando la apariencia como si hubiese estado metida en tinta, circunstancia ante la cual soy incapaz de asignar alguna causa, pero que ha probado ser de menor importancia, gradualmente desaparece a medida que se mejora el tono del sistema bajo la administración de ácido sulfúrico aromatizado con quinina en dosis de uno a dos gramos, dos a tres veces en 24 horas. El tipo general de fiebre en la mayor parte de los casos ha sido la de carácter intermitente, mientras que al comienzo el ataque y poco tiempo después se caracterizó como síntoma de la tifoidea, una situación nada favorable, siendo la mortalidad mucho más grande, y la convalecencia mucho más tediosa y larga.

No he hablado aún del manejo alimenticio de esta enfermedad debido a que no es necesario decir tanto al respecto, ya que que se requiere y se recomienda una total restricción de todos los productos alimenticios, además, hasta que el período de convalecencia esté establecido plenamente, puede tomar jugo de carne de res o consomé de pollo, administrándolo en pequeñas cantidades. (Lo que sigue fue escrito al margen posiblemente por el autor o por alguien más, este pasaje se encierra en corchetes)[Con oporto, sangría, con brandy caliente con especias y azúcar, cerveza clara u oscura según lo que le apetezca al individuo en conjunto con el uso ocasional de ácidos minerales] 

Cuando los casos han terminado fatalmente, la muerte ha acaecido generalmente en el quinto día, mientras que el período de la convalecencia ha sido de 8 a 20 días. (61)

61 – Cirujano asistente Charles H. Laub, Veracruz, a H. L. Heiskell, cirujano asistente general, Washington, D.C., julio 3, 1847, cartas recibidas en la Oficina del cirujano general, RG 112, Nat. Arch. 

Regulaciones de higiene

El doctor E. H. Barton (62), que también estaba en el Hospital de Veracruz, llegó a ser presidente del Comité de Salud en esa ciudad. Promulgó reglas de higiene para los habitantes de la ciudad que fueron recomendadas para ser usadas en todos los climas tropicales.

62 – Dr. Edward H. Barton, un famoso médico, se enlistó como cirujano del ejército el 3 de marzo, 1847. Fue cirujano de regimiento del 3º de dragones. Renunció en enero 29, 1848.

El primer precepto… es la templanza, en el sentido amplio de ese término, pero en especial con respecto a la permisividad en bebidas intoxicantes, y cargar a los órganos digestivos con comidas muy condimentadas o con alimentos de difícil digestión, frutas verdes o cualquier tipo de fruta sin cáscara, si no se tiene la costumbre.

La segunda es en relación a la exposición al sol y al aire de la noche; lo primero debe ser evitado tanto como sea posible, y particularmente de 7 a.m. a las 2 p.m. El aire nocturno es el más peligroso, debido al incremento de la susceptibilidad adquirida por la previa exposición al sol. Si es necesario, úsese camisa y consérvese en movimiento mientras está expuesto. Use todas las medidas preventivas para evitar exponerse a la lluvia e inundaciones que se dan a diario.

La tercera es en relación a su vestimenta, es preferible estar acalorado que pasar demasiado frío. Abrigar la piel es lo más recomendable, evite descuidarse en las seductoras pero peligrosas corrientes de aire, observe cuidadosamente los primeros indicios de frío y retírese de ahí. 

Al primer síntoma de enfermedad, dolor de cabeza, espalda o miembros, acuda con un médico competente y obedezca sus instrucciones al pie de la letra. Dese con libertad baños tibios y de sales antes de las comidas, si es después de comer, deje pasar por lo menos tres horas; lo primero es más favorable cuando se encuentre exhausto. (63)

63 – “Means of Preserving Health at Veracruz”, en Boston Medical and Surgical Journal, vol. 36, Julio 14, 1847, p. 484.

Tratamiento de la diarrea

En Xalapa la diarrea fue una de las enfermedades más fatales. El Dr. Otis Hoyt (64) la estudió cuidadosamente y discutió su tratamiento: 

64 – Dr. Otis Hoyt, cirujano de voluntarios, fue cirujano de regimiento en el Regimiento de Voluntarios de Massachusetts. Durante la Guerra Civil fue cirujano del 30º Regimiento de Infantería de Wisconsin. 

En general la enfermedad puede ser controlada atendiéndola en primera instancia por las secreciones del hígado, las cuales son generalmente deficientes. La “masa azul” es suficiente para lograr este objetivo. Tras de que las funciones del hígado y la piel han sido restituidas, el opio e ipecacuana, un gramo de cada una; goma alcanforada, tres granos y ocasionalmente la adición de medio gramo de sulfato de cobre (65) o dos gramos de acetato plomoso (66), administrado tres o cuatro veces al día ha sido exitoso en casi todos los casos para detener la enfermedad. Hay sin embargo una peculiaridad, la cual merece ser notada, que es cuando el hombre se comienza a recuperar, posee un extraordinario apetito, no por carne, pan o algún otro nutriente o por cualquier comida, sino por toda clase de verduras verdes y es casi imposible sustraerse a tales artículos, y cuando los consumen recaen con seguridad, terminando fatalmente. No sé a qué influencia atribuirle este inusual y mórbido apetito. El deseo de adquirir tales artículos de comida algunas veces llega a extremos de manía.

65 – Sulfato de cobre.
66 – Acetato de Plomo.

Cuando un paciente ha estado enfermo por un corto tiempo y con frecuencia, aún cuando la enfermedad haya sido leve, queda muy frágil y las extremidades inferiores se hinchan indicando una gran deficiencia en la fibrina de la sangre. Esta situación es particularmente manifiesta en casos de fiebres intermitentes y recaídas. Al principio me incliné a atribuirlas al uso de quinina, la cual nos vemos obligados a usar con frecuencia, dado que casi todas las enfermedades parecen inclinarse a asumir un carácter intermitente –pero en investigaciones más profundas encontré que la misma clase de situaciones existen en mayor porcentaje en casos en los que no se ha usado quinina-. En los casos en los que no hay hinchazón, hay casi siempre una dolorosa sensación en los pies y en algunas ocasiones es tan severa que impide caminar. Las características de la atmósfera tienen una influencia decisiva en los enfermos dada la cantidad de humedad que contiene. Cuando tenemos un día lluvioso o nublado invariablemente suceden más muertes que cuando el clima es más benigno. (67)

67 – Dr. Otis Hoyt, “Reporte mensual de enfermos y heridos ingresados en el Hospital general de Jalapa, México, diciembre 1847” (copia), Fondo Otis Hoyt, So. Hist. Col., NCa.

Cirugías en el campo de batalla

Las pruebas más difíciles para la destreza de los médicos y su vocación fueron las horas de cirugías que seguían a una batalla. Considerando las limitaciones impuestas por las condiciones tan precarias, las habilidades demostradas a veces fueron dignas de mención. Por ejemplo, el doctor Robert Crooke Wood, un cirujano del ejército de Taylor, en agosto de 1846 operó un aneurisma resultante de un ataque de bayoneta, y exitosamente aseguró la arteria con dos ligamentos y un puente. (68)

68 – Diario de Robert Crooke Wood, entrada del 26 agosto, 1846, Fondo Trist-Wood, So. Hist. Col., NCa.

En la Batalla de Buenavista la conducta de algunos de los cirujanos voluntarios produjo comentarios adversos, pero otros doctores del ejército se dedicaron a atender a los heridos con fervor. El asistente de cirujano Charles M Hitchcock (69) describe el cuidado de los heridos en el campo de batalla:

69 – Charles M. Hitchcock, de Maryland, fue cirujano asistente en agosto 17, 1835.

Imagen 11. Anónimo. (1847). Amputación de la pierna del sargento Antonio Bustos, realizada por el médico cirujano de origen belga Pedro Vander Linden. Batalla de Cerro Gordo, 1847-04-18. Veracruz, Tonantzintla. Recuperado de: http://labatallademonterrey1846.blogspot.com/2017/10/el-trabajo-del-medico-en-la-guerra.html

El cirujano porta en su mano izq. la pierna amputada, durante la primera intervención norteamericana en México, se le considera el primer daguerrotipo de una amputación en el campo de batalla. Batalla de Cerro Gordo, 1847-04-18.

Dado que tenía algunas camillas, dirigí a distintos oficiales médicos para que pusieran carpas a estas camillas (ya que no se podía usar ninguna otra clase de viguetas) y que dispusieran a los asistentes de hospital o cualquier otro hombre con el que se contara para llevar a los heridos a las tiendas o al refugio más cercano (el campo de batalla estaba desprovisto de cualquier resguardo las grietas y ligeros montículos eran nuestra única protección). De dicho lugar serían transportados en los carruajes o ambulancias hacia un rancho que estaba a más o menos dos millas de distancia y cercano a donde la caravana del cuartel general estaba estacionada. Muchos de los doctores se fueron al rancho sin mis instrucciones y uno hasta llegó al pueblo. Cómo fue lo que les pasó a los soldados, aún no me lo explico. Después de que la batalla terminara la tarde del día 23 llamé a reunión a todos los oficiales médicos que pudieran encontrarse para enviarlos al rancho con el propósito de realizar las operaciones que se consideraran necesarias antes de enviarlos a los hospitales en el pueblo. Pero el general Wool tenía una visión distinta de las cosas y me envió después de la media noche junto con todos los heridos, muertos y moribundos hacia el pueblo. 

Coordiné a todos los doctores para que llenaran los carros, supervisándolo todo y para las 3 de la mañana ya los habíamos colocado a todos en las iglesias. Les di a los supervisores médicos las instrucciones necesarias con respecto a los tratamientos que deberían administrarse y para el cuidado de los heridos como fuera necesario y regresé al campo de batalla donde ¡Sorpresa! ¡Santa Anna se había ido! Tras haber revisado el campo en busca de los heridos y después de haber dado los primeros auxilios a muchos de los soldados enemigos ahí mismo, regresé al pueblo para seleccionar los edificios propios para poder ser usados como hospitales. Pero el Dr. Craig acababa de llegar y la tarea recayó en sus manos. (70)

70 –  Cirujano asistente Charles M. Hitchcock, Saltillo, a Thomas Lawson, cirujano general, Washington, D.C. marzo 11, 1847, AGO, RG 94, Nat. Arch.

A pesar de estos esfuerzos, muchos de los heridos yacían quejándose en el campo de batalla por horas. Herman Upmann fue uno de los que sufrieron en Buena Vista. Nos da un recuento muy vívido de su angustia.

Al oscurecer del segundo día, el 23 de febrero fui herido gravemente en mi pierna derecha justo encima de la rodilla por dos balas, fui sacado del campo de batalla por dos hombres, aventado a un carro y transportado a Buena Vista, que estaba como a una milla de distancia, donde se nos colocó en el piso de una casa y así estuvimos hasta las once de la noche, luego se nos llevó a la ciudad (Saltillo) donde había un hospital que se había instalado en la catedral del lugar. Aquí estoy tirado en el piso, junto a un altar lateral, cubierto con un viejo tapete, con una talla de madera de la Virgen María como almohada y junto a mí, en el piso, sirviendo de escritorio, un Cordero de Dios bordado en oro sobre seda blanca, montado en un bastidor de madera. El cirujano me ha dado muchas esperanzas de que pueda conservar mi pierna. (71)

71 – Herman Upmann, hospital en Saltillo, a su tío D. Upmann, Milwaukee, febrero 25, 1847, citado en el Milwaukee Wisconsin Banner, abril 17, 1847 (copia impresa), Fondo Alexander Konze, Wis. Hist. Soc. Se recuperó, pero después de la guerra cayó en un lago estando ebrio donde se ahogó.

Destrezas quirúrgicas en los hospitales de campoDestrezas quirúrgicas en los hospitales de campo

Un relato de las intervenciones quirúrgicas en los hospitales después de la Batalla de Buena Vista fue escrito por el doctor W.B. Errick, profesor de anatomía en la Colegio de medicina de Rushy, que fue cirujano del primer Regimiento de Voluntarios de Illinois:

El día de la batalla, los heridos después de recibir atención de los médicos en la medida que esto era posible, debido al tiempo disponible y a las circunstancias, fueron trasladados del campo, algunos hacia Saltillo otros a la ranchería de Buena Vista.

Cuando en la tarde de ese mismo día, llegamos a esta última encontramos a muchos de estos heridos aún con vida, los moribundos y los muertos amontonados todos juntos indiscriminadamente dando una lastimosa imagen de sufrimiento y dolor que no puede ser descrita, y que nunca podrá olvidársenos. 

Tan rápido como las circunstancias lo permitieron, los que aún estaban vivos fueron separados de sus compañeros menos afortunados, se les colocó en carros a cargo del que escribe, y fueron llevados esa noche muy tarde a la enorme catedral en la ciudad que se había convertido temporalmente en hospital.

Cuarenta y ocho horas continuas pasaron los médicos atendiendo a cuantos heridos habían sido recogidos del campo. Se renovaron los vendajes de los que lo requerían, se llevaron a cabo amputaciones y otras tareas así como una revisión de los casos según se requería. 

Durante parte del tercero y cuarto día subsecuentes a la batalla, los heridos fueron trasladados de la enorme pero muy sobrepoblada iglesia hacia edificios más adecuados, cada uno capaz de albergar de cincuenta a cien pacientes.

Buscando hacer de esto una situación más perdurable, aquellos de los voluntarios que pertenecían al mismo Estado fueron colocados juntos en la medida de lo posible en el mismo hospital, y puestos al cuidado de uno de sus respectivos médicos. 

Los heridos del primero y segundo regimiento de Illinois que eran cerca de cien, en proporción de diez oficiales alojados sus cuarteles militares en diferentes partes de la ciudad, fueron reunidos en uno de los mejores y más cómodos de los hospitales de acuerdo a los planes establecidos y estuvieron naturalmente bajo nuestro cuidado. 

Yo mismo y hasta donde sé, todos los demás médicos a cargo de hospitales, a fin de llevar a cabo debidamente sus tareas, fueron provistos de asistentes, enfermeros, suplementos médicos provisiones y demás, de una manera rápida para servir tanto a los oficiales a cargo como a nuestro país. 

Con respecto al tratamiento posterior y seguimiento de los casos a mi cargo y a cargo de otros, debe ser dicho que muchas de las heridas simples sanaron rápidamente, bien con el uso de vendajes de gasa cambiados una vez cada veinticuatro o cuarenta y ocho horas, con el uso de purgantes y dietas adaptadas a cada caso. En unos pocos casos la tendencia a la inflamación fue tan grande que se requirió de tratamientos antiinflamatorios y del uso de emolientes y analgésicos y de otros medicamentos de aplicación local. 

La presencia de sustancias ajenas en la herida más mínima frecuentemente causaba supuraciones prolongadas y la formación de abscesos que retardaban la curación en muchos de los casos por un tiempo muy largo. 

Los estimulantes y tónicos como el brandy, vino, hierro, y ácidos fueron usados con amplitud por mí y otros, con reconocidos beneficios en todos los casos de debilidad consecuente de una extrema supuración (un amigo que observó los efectos benéficos en uno o dos casos de este tipo, sugirió las propiedades del uso de astringentes en forma de lociones o inyecciones para controlar la supuración y aminorarla en áreas grandes).

Las heridas por bala en los huesos presentaban la complicación de haber causado fracturas y resultaron ser las más molestas y difíciles de tratar. La práctica regularmente adoptada por nosotros, fue la de buscar cuidadosamente y extraer todas las partes dañadas del hueso, limpiar la herida, vendar el miembro firmemente a un punto alto sobre la herida y poner tablillas para evitar el movimiento. También en cuanto era posible, para no interferir con el cambio de vendajes y el drenado del pus, poníamos férulas de yeso ajustadas convenientemente con perforaciones opuestas a las heridas externas, humectadas y adaptadas de manera precisa al miembro dañado; permitían al secarse el más perfecto y firme soporte, se encontró después que respondían mejor que ningún otro material que se recomendara antes para estos casos.

El acortamiento de las extremidades era en pocos casos la consecuencia necesaria de haber perdido porciones de hueso, pero estas fueron excepciones a la regla general, porque en la mayoría de los casos de fractura, la soldadura se efectuó sin pérdida de movimiento ni deformidad.

(…) En la mayoría de los casos, las amputaciones primarias tuvieron resultados favorables, y las secundarias desfavorables. La principal razón por la cual se presentaron estos resultados fue la siguiente: (…) la mayoría de las amputaciones realizadas en el campo de batalla, las verdaderamente primarias, fueron efectuadas a individuos con buena salud y con altos niveles de adrenalina y en consecuencia incapaces de sufrir por la debilidad y por depresiones nerviosas. Los sujetos de amputaciones secundarias, por el otro lado, estaban deprimidos, tanto física como emocionalmente debido a las abundantes supuraciones, dolor, necesidad de descanso, y eran además casos en los que los pronósticos eran más pesimistas.

Muchas de las amputaciones en los hospitales eran realizadas después de consultarlo, y eran recomendadas, en la mayoría de los casos, no solo por la severidad de la herida, ya que esta podía determinarse a simple vista, sino por la apariencia y los síntomas desfavorables, en muchos casos como consecuencia de la absorción de pus.

Es un hecho significativo que tras de hacer exámenes, en los únicos dos casos que resultaron fatales después de la primera semana bajo mi cuidado, una semana después de la amputación, se encontraron bolsas llenas de pus en las cavidades, una en el extremo superior y otra en el inferior de la tibia.

En nuestra opinión, el resultado fatal de estos casos se indica en ambos por los síntomas y el resultado de los exámenes, fue consecuencia de la absorción de pus, por lo que debe admitirse que los glóbulos de pus fueron muy grandes o no fueron absorbidos por los conductos que no estaban dañados, debieron pasar a las venas más grandes, pues se encontraron en todos lados en los huesos largos cuando se rompían como en los casos que he descrito previamente. (72)

72 – W.B. Herrick, “Surgery in the Hospitals after the Battle of Buena Vista”, en Illinois Medical and Surgical Journal, vol. 4 (1848), pp. 416-417.

La falta de antisépticos

Imagen 12. Bellard, Alfred. (ca. 1860). Los médicos estaban ocupados sacando balas, cosiendo las heridas, cortando brazos y piernas, una pila de ellos yacían debajo de la mesa. dibujo. Diario de Alfred Bellard. (Alec Thomas Archives), Recuperado de:  https://flashbak.com/bloodcurdling-tales-and-photos-of-amputations-from-the-american-civil-war-33666/civil-war-amputees-22/

La Guerra en México se peleó antes de que la contribución de Joseph Lister revolucionara profundamente las técnicas médicas (73). El Dr. Nathan S. Jarvisen en un estudio que envió al New York Journal of Medicine ilustra este problema:

73 – Joseph Lister (1827–1912) cirujano inglés y 1er Barón de Lister. Se percató de que la putrefacción de las heridas quirúrgicas causaba una alta mortalidad en los hospitales, equivalente a la contaminación de las infusiones que Louis Pasteur intentaba evitar en la misma época. Para evitarlo, mientras trabajó en el Glasgow Royal Infirmary desarrolló mediante calor la práctica quirúrgica de la asepsia y la antisepsia, mejorando notablemente la situación post-operatoria de los pacientes. Gracias al descubrimiento de los antisépticos en 1865, Lister contribuyó a reducir en gran medida el número de muertes por infecciones contraídas en el quirófano después de que los pacientes fueran sometidos a intervenciones quirúrgicas.

El primer contratiempo que experimentamos, y el cual sin duda tuvo efectos desastrosos, fue uno pequeño previsto con tiempo. Al momento de realizar una amputación de un miembro, numerosas moscas se posaban en el muñón y debieron haber depositado allí sus huevecillos, porque cuando era necesario cambiar de vendajes, encontrábamos miles de larvas, no pudiendo erradicarlas con facilidad, siendo necesario en varias ocasiones reabrir la herida para poder exterminarlas por completo. Pero un enemigo mucho más poderoso que se presentó fue la inflamación erisipelosa de la piel que cubría el muñón, la cual se presentaba dos o tres días después de la operación a pesar de todas las medidas para controlarla. Lo más común era que terminara en un despellejamiento y resultara fatal o hiciera necesaria una segunda amputación. De alguna manera había un factor preexistente relacionado con las condiciones atmosféricas y los hábitos de los hombres como eran la dieta o el agua. Esto era un hecho manifiesto. La herida más pequeña o arañazo podía llegar a transformarse en una úlcera maligna; en algunos casos provocando serias infecciones. Aparentemente las heridas más insignificantes requerían de un mayor tiempo para sanar y aun aquellas que ya habían sanado podían reabrirse, presentando igual dificultad para sanar como lo habían hecho en una primera instancia. (74)

74 – Cirujano Nathan S. Jarvis, “Surgical Case at Monterrey”, en New York Journal of Medicine, citado en The Western Lancet, vol. 6, mayo 1847, p. 102.

Como una necesidad casi patética, el uso de desinfectantes se convirtió en una desesperada búsqueda. Cada rumor de un avance en esta materia llegaba al campo de batalla. Por ejemplo, la esposa del Sr. Edgard G.W. Butler le escribía a su esposo, el coronel Butler: “Vi que unos químicos franceses inventaron un líquido desinfectante. Cómo quisiera que tuvieras de eso en tu campamento” (75)

75 – Sra. De Edward G. W. Butler a coronel Eduard G. W. Butler, Punta Isabel, septiembre 16, 1847, Fondo Edward G.W. Butler, Duke. El coronel Edward G.W. Butler se graduó en West Point y fue 1er teniente del 4º de Artillería, noviembre 6, 1823, pero renunció a su cargo y se retiró del Ejército en 1831. En abril 9, 1847 se hizo coronel del 3º de dragones.

De hecho el general Scott tuvo conocimiento de esos avances, ya que ordenó cuarenta o cincuenta barriles de líquido desinfectante de Labarraque junto con cloruro de lima. (76)

76 – Capitán Abner R. Hetzel, Asistente al intendente general, Brazos Santiago a general mayor Thomas S. Jesup, Intendente general, Nueva Orleans, enero 29, 1847 (copia), Libro de cartas Hetzel, 1846-1848, RG 92, Nat. Arch. La solución Labarraque es una solución de hipoclorito de sodio que tiene una capacidad germicida parecida a la del cloro.

En Puebla, el general Brigadier Thomas Childs, en su Ordenanza No. 58, mandaba que la cal y las lechadas (de cal) fueran usadas con amplitud: 

La presencia de la enfermedad en esta ciudad hace necesario que se den los más extremos cuidados a la limpieza de los hombres y los cuarteles. Los oficiales al cargo deben diariamente ordenar que se realicen detalladas rondas de vigilancia con un oficial comisionado a la cabeza, pero no solo deben ordenar, deben ver que se limpie cada rincón de los cuarteles, se vacíen las letrinas y no se permita ninguna suciedad en ninguna parte, que se use ampliamente la cal y las lechadas, que los hombres se bañen frecuentemente, que el cabello se mantenga corto y los hombres afeitados, medidas que son en sí mismas grandes preventivos de la enfermedad y la mugre. No hay excusa para usar barba, las tropas están en estado de espera y tienen mucho tiempo para atender su limpieza personal. (77)

77 – General brigadier Thomas Childs, Ordenanza No. 58, por el mayor Oscar F. Winship, intendente general, Puebla, marzo 28, 1848 (copia), Ordenanzas generales y especiales Puebla, AGO, RG 94, Nat. Arch.

Vacunación contra la viruela

Aunque había una cantidad insuficiente de vacunas y la tendencia a deteriorarse rápidamente por la calidez del clima, fue usada para detener un incipiente brote de viruela que comenzó en Mier y Monterrey en el invierno de 1847-1848. Si bien hubo más de cien casos antes de que comenzara la campaña de vacunación. (78)

78 – “Sickness in the US Army in Mexico”, en The New Orleans Medical and Surgical Journal, vol. 4, Julio 1847, p. 140.

El Dr. Jarvis explica su encuentro con la enfermedad en su reporte a Washington: 

Lamento decir… que la viruela a pocos días de haber brotado entre las tropas en Mier y según lo que dice el doctor Moore en su reporte con fecha de enero 6, tenemos veinte o más casos. Explica que pudo haber tenido su origen cuando los hombres, supone, se contagiaron en un rancho desierto en el que pasaron toda la noche y que después se comprobó que los habitantes padecían la enfermedad.

Aquí apareció un caso en uno de los hombres pertenecientes a la guardia de la última caravana que llegó de Mier. De inmediato se aisló al paciente dejándolo incomunicado; así fue como logramos detener la propagación de la enfermedad. Desafortunadamente todas las vacunas que tengo a mano, aunque se les ha cuidado con extremo, han resultado ineficaces. Esto se debe a su rápida descomposición y deterioro debido al calor, no obstante todas las precauciones tomadas para preservarla de tales factores. (79)

79 – Cirujano Nathan S. Jarvis, Monterrey, a Dr. H.L. Heiskell, cirujano asistente general, Washington, D.C., enero 17, 1848, Reporte de enfermos y heridos de los cirujanos del ejército de los Estados Unidos, 1846-1848, AGO, RG 94, Nat. Arch. Ver ídem. A Thomas Lawson, cirujano general, febrero 26, 1848, cartas recibidas Oficina del cirujano general, RG 112, ibíd. En esta declaración, que acompañaba su informe mensual consolidado de enero, Jarvis comenta la incidencia de viruela entre las tropas. El cirujano del 16º de Infantería reportó 36 casos de viruela y varicela; el cirujano del Hospital General de Monterrey, reportó ocho casos de viruela, y en un destacamento del 3º de dragones, que era escolta de un convoy que venía de Mier, Jarvis tuvo el acierto de enviar un lote de vacuna y vacunar a todos los que previamente no habían sido vacunados.

Introducción de la anestesia

Imagen 13. Anónimo. (s/f). Inhalador Morton, grabado en madera, (Granger Historical Picture Archive 0029530). Recuperado de:  https://www.granger.com/results.asp?image=0029530&itemw=4&itemf=0002&itemstep=1&itemx=2

La noche del 30 de septiembre de 1846 el Dr. Thomas Green Morton, un cirujano dentista de Boston, aplicó con éxito éter para aliviar el dolor de un paciente al que le había extraído un diente. 

Un relato del éxito del uso del éter apareció al día siguiente en un periódico de Boston. Morton disfrazó el anestésico con el nombre de “Letheon” pintándolo y poniéndole perfume para evitar que fuese identificado. Dos semanas más tarde recibió una invitación del Dr. C.F. Haywood, cirujano en jefe del Hospital General de Massachusetts, para demostrar su anestésico en un paciente quirúrgico. Otro uso exitoso de la anestesia sucedió en una exhibición clínica del Dr. John Warren el 16 de octubre (80).La historia apareció rápidamente en el Boston and Surgical Journal (81). El cirujano general Lawson leyó este artículo pero no ordenó de inmediato la introducción del “Letheon” para el ejército que estaba en México.

80 – Dr. Crawford W. Long había empleado éter cuando operó un tumor del cuello de un paciente el 30 de marzo de 1842, pero esta operación no fue publicitada.

81 – Cf. Victor Robinson, Victory over pain, a History of Anesthesia, Nueva York, Henry Schuman, 1946, pp. 119-129.

Imagen 14. Anónimo. (s/f). William Thomas Green Morton (1819 -1868). (US National Library of Medicine 19988) Recuperado de: http://ihm.nlm.nih.gov/images/B19988

Mientras tanto, el descubrimiento de Morton llamaba la atención en los periódicos europeos, por encima del descubrimiento de la explosiva nitroglicerina o el descubrimiento del planeta Neptuno por Leverrier. El London Times del 21 de enero daba nota de que reconocidos cirujanos estaban realizando cirugías a sus pacientes “bajo la influencia” de éter sulfúrico y que notables médicos de París lo aceptaban. Morton, ayudado por Warren, envió a Washington a cabildear la compra de su medicamento. El Dr. A.L. Peirson de Salem escribió alabando el éter a Caleb Cushing, que estaba en México durante el mes de agosto de 1847:

Imagen 15.  Anónimo. (s/f). Caleb Cushing, dibujo. (The Miriam and Ira D. Wallach Division of Art, Prints and Photographs: Print Collection, The New York Public Library 1219661). Recuperado de:  https://digitalcollections.nypl.org/items/510d47df-7098-a3d9-e040-e00a18064a99

No me apena dirigirme a usted en referencia a un asunto que es de suma importancia. Confío en que tanto usted como yo valoramos la búsqueda del alivio del sufrimiento humano.

Desde hace mucho es conocido por los químicos que inhalar los vapores de éter provoca intoxicación. Recientemente se ha descubierto que puede producir insensibilidad al dolor –aún bajo las más extremas condiciones de un proceso quirúrgico-. Este hecho ha sido comprobado por muchos médicos de esta área del país apenas en noviembre pasado. En este momento y a partir de nuestro conocimiento que tenemos sobre el asunto, los cirujanos no deberían omitir la necesidad de inhalar éter a cualquier paciente que vaya a ser sometido a una cirugía mayor. En muchos casos en los que lo he usado y he visto usarlo, no he observado contraindicaciones que me obliguen a no recomendarlo. Lo alabo como un gran descubrimiento que logra de manera inofensiva lo que hemos estado buscando por largo tiempo en la preparación de pacientes que van a ser sometidos a cirugía, suministrándoles opio y otras drogas. 

Estos datos, tal vez, sean conocidos por usted a través de los periódicos y me refiero a ellos para alentarlo a que promueva la aplicación de tan benéficas medidas en la práctica médica que está a su cargo. No tengo duda de que sus médicos ya han probado el éter, o estén listos para una demostración, sin pretender con ello enseñarles lo que deben hacer. Pero como no hemos recibido noticias de su introducción en el ejército estacionado ahora en México, me he visto obligado a pensar que el conocimiento de la seguridad que tienen en su uso los cirujanos en esta parte de Massachusetts podría redundar en un uso generalizado de este medicamento. Yo lo he usado en la amputación de grandes miembros, operaciones de hernia estrangulada, en la remoción de tumores y en la reducción de dislocaciones. También he visto sus efectos en manos de otros con resultados más o menos satisfactorios. (…)

El método de aplicación es extremadamente simple, se requiere solamente de una esponja y éter puro. La esponja parcialmente empapada con éter, se mantiene sobre la nariz y la boca abierta del paciente (…) La señora Hoyt que va a reunirse con su esposo, el capitán Stephen Hoyt del regimiento de Massachusetts, se ha ofrecido amablemente a llevar esta carta y a comentarle algunos de los resultados en la experiencia del uso de este remedio, los cuales le he comunicado a ella. Ella misma ha sido sujeto de su inhalación y puede atestiguar sus efectos. (82)

82 – Dr. A. L. Perison, Salem, Massachusetts, a general brigadier Caleb Cushing, agosto 31, 1847, Fondo Caleb Cushing, DLC:

El Dr. E.H. Barton escribía desde Baltimore e instaba a Lawson para que considerara de manera favorable el uso de la nueva anestesia:

Me tomo la libertad de presentarle al señor Warren un pariente cercano del cirujano distinguido que se apellida igual, residente en Boston, quién está de visita en Washington con el objeto de hacer algunos arreglos con el gobierno para la introducción de un agente importante de reciente descubrimiento en Boston para suspender el dolor durante las operaciones. Si usted no ha tenido aún conocimiento de los valiosos documentos preparados por el Dr. Bigelow, Warren, Heywood etc. etc., él se los proporcionará. Ellos así como sus eminentes autores han descubierto este agente de manera empírica y lo ponen en manos de la comunidad científica, a quien se está informando de sus componentes. No sé por qué al hombre que expone su vida por el bien y la gloria de su país deba negársele el beneficio y la comodidad que gozan los ciudadanos comunes que van a una mesa de operaciones en circunstancias muy diferentes.

Los documentos muestran que ha tenido un éxito extraordinario y no causa daño. De la misma manera he sido testigo de ello aquí y espero estar en Washington antes de que el Sr. W. se marche para ser testigo de su uso ahí también.

Sabiendo de lo que siente por los enfermos y heridos, confío que tanto su apoyo como influencia sean dadas a favor del uso de un agente tan importante para la humanidad. (83)

83 –  D. E. H. Barton, Baltimore, a Dr. Thomas Lawson, cirujano general, diciembre 16, 1846, Cartas recibidas oficina del cirujano general, RG 112, Nat. Arch.

Imagen 16. Anónimo. (1846). Morton demostrando el uso de éter de anestesia en el quirófano del Hospital General de Massachusetts en Boston, el 16 de octubre de 1846. Daguerrotipo retocado. (Massachusetts General Hospital). Recuperado de: http://giving.massgeneral.org/the-roots-of-critical-care/

Lawson ordenó a su proveedor médico en Nueva York, el cirujano Thomas G. Mower,que estudiara la preparación de Morton y que preparara un informe al respecto. Mower lo hizo el 18 de enero. Morton patentó su medicamento y esperaba explotarlo con fines comerciales. Sus insistentes solicitudes fueron rechazadas por ambos departamentos tanto el de guerra como la marina. La oferta de Morton a la marina sin embargo era razonable: “Enviaremos personal entrenado para administrar éter. El instrumental será dispuesto al costo. Y el cargo por el uso del vapor será nominal -dos centavos por paciente-”. Lawson con la actitud de un viejo combatiente dijo: “¡La nueva sustancia es poco apta para su uso en el campo de batalla!”

En la primavera de 1847, sin embargo, el Dr. Barton se había dedicado con gran seriedad a recomendar el uso del éter a Lawson. En diciembre fue a Veracruz como oficial médico, llevando consigo su reconocida reputación como cirujano y médico, especialmente en el tratamiento de enfermedades tropicales; y también llevaba en su maleta el guante y el tubo necesarios para administrar el anestésico, junto con una dotación de éter. El American Eagle de Veracruz describe el uso del mismo en una cirugía:

Un cargador alemán perteneciente a uno de nuestras caravanas… tenía ambas piernas horriblemente destrozadas por la descarga accidental de un mosquete, que había sido cargado descuidadamente. Había sido llevado a la Iglesia de San Francisco, la cual habíamos habilitado como hospital, y después de algunos días se descubrió que deberían amputársele ambas piernas, pues se encontraban severamente dañadas. El viernes la primera pierna se le amputó, pero fue impracticable proceder de inmediato con la otra y se le programó para el siguiente sábado. Entre tanto, el Dr. Barton, un médico y cirujano de gran prestigio, llegó de los Estados Unidos vía la Habana trayendo con él un aparato para la administración del nuevo y maravilloso descubrimiento en medicina llamado Letheon, usado por él antes de la operación, en presencia y asistido por los doctores Harney, Potter (sic)(84) y Laub con el más rotundo éxito. El infortunado hombre pronto estuvo insensible a todo dolor y de hecho a todo lo demás, el miembro fue amputado sin que se le moviera un solo músculo.

84 – Probablemente sea un error tipográfico. El Dr. John B. Porter indudablemente era el cirujano que asistió a Barton.

La operación descrita fue la primera en que se usó por primera vez el Letheon en este país. El Doctor Barton llegó al ejército por petición expresa del Presidente, y entendemos se quedará en este sitio, por lo cual felicitamos a los desafortunados enfermos, dado que tiene la reputación de ser diestro y experimentado, la cual se añade a la de nuestro ya de por sí excelente departamento médico, lo cual lo hace digo de toda confianza. (85)

85 – “Surgery at Veracruz”, en Veracruz American Eagle, citado en Boston Medical and Surgical Journal, vol. 36, julio 7, 1847, pp. 466-467.

Este fue aparentemente el  uso por primera vez del éter en la guerra contra México. Los diarios en Nueva York rápidamente revelaron que se estaba administrado a todos los heridos en la línea de defensa de Scott. Esto desde luego era exagerado pues los médicos no mencionan su uso en sus reportes. El invierno siguiente Lawson ordenó el aprovisionamiento de cloroformo para el ejército y probar sus cualidades en los procedimientos quirúrgicos. (86)

86 – “Chloroform in the United States Army”, en The Western Lancet, vol. 7, febrero 1848, p. 128.


Relación de imágenes:

Imagen 1. Anónimo. (s/f). Etiqueta de embarque de cloroformo al ejército norteamericano. Civil War Rx:  The Source Guide to Civil War Medicine. Recuperado de: http://civilwarrx.blogspot.com/2014/03/ether-and-chloroform.html

Imagen 2. Jones & Newman. (1846). Una nueva regla en álgebra. ¡Cinco de tres y uno queda! o ¡Los tres prisioneros mexicanos, que solo tienen una pierna entre todos!  New York, ed., E. Jones & G.W. Newman ed. (Library of Congress Prints and Photographs Division Washington, D.C. 2003689269). 

Imagen 3. Croome, William H. (1862). “General Butler herido en el campo de batalla”. en Frost, John,  Pictorial history of Mexico and the Mexican war: comprising an account of the ancient Aztec empire, Philadelphia, Charles Desliver. p. 306. Recuperado de: https://archive.org/details/pictorialhistory01fros/page/306/mode/2up

Imagen 4. Anónimo. (s/f). Mayor General Samuel P. Heintzelman, Grabado, tarjeta de presentación (The New York Public Library Digital Collections. Cat. 1251391).

Imagen 5. Posada, José Guadalupe.(1892). La muerte de Aurelio Caballero por fiebre amarilla, grabado. México, Vanegas Arroyo.

Imagen 6.  Anónimo, (1848). “La palma bendita” en Furber, George C. The twelve months volunteer; or, Journal of a private, in the Tennessee regiment of cavalry, in the campaign, in Mexico, 1846-7. Cincinnati, JA & UP James, 1848, p. 356. Recuperado de: https://archive.org/details/twelvemonthsvolu01furb/page/n9/mode/2up

Imagen 7. Anónimo. (1878). “Fumigación de las tropas españolas llegadas de Cuba para prevenir la fiebre amarilla”. en Le Monde Illustré, París. 23/11/1878, n. 1130, p. 325. Recuperado de:  https://gallica.bnf.fr/ark:/12148/bpt6k6248739j/f5.item

Imagen 8. Anónimo. (1883). “la muerte como marino llevando la fiebre amarilla a Nueva York” en Frank Leslie’s Illustrated Newspaper. New York, 21 September 1883. Recuperado de: https://publishing.cdlib.org/ucpressebooks/view?docId=ft7t1nb59n&chunk.id=d0e2775&toc.id=&brand=ucpress

Imagen 9. Anónimo. (ca. 1836).Thomas Lawson cirujano general de los Estados Unidos. Daguerrotipo. (US National Library of Medicine 101416076). Recuperado de:   https://collections.nlm.nih.gov/catalog/nlm:nlmuid-101416076-img

Imagen 10. Anónimo. (s/f). Charles H. Laub. Daguerrotipo. (US National Library of Medicine 101421324). Recuperado de: https://collections.nlm.nih.gov/catalog/nlm:nlmuid-101421324-img

Imagen 11. Anónimo. (1847). Amputación de la pierna del sargento Antonio Bustos, realizada por el médico cirujano de origen belga Pedro Vander Linden. Batalla de Cerro Gordo, 1847-04-18. Veracruz, Tonantzintla. Recuperado de: http://labatallademonterrey1846.blogspot.com/2017/10/el-trabajo-del-medico-en-la-guerra.html

Imagen 12. Bellard, Alfred. (ca. 1860). Los médicos estaban ocupados sacando balas, cosiendo las heridas, cortando brazos y piernas, una pila de ellos yacían debajo de la mesa. dibujo. Diario de Alfred Bellard. (Alec Thomas Archives), Recuperado de:  https://flashbak.com/bloodcurdling-tales-and-photos-of-amputations-from-the-american-civil-war-33666/civil-war-amputees-22/

Imagen 13. Anónimo. (s/f). Inhalador Morton, grabado en madera, (Granger Historical Picture Archive 0029530). Recuperado de:  https://www.granger.com/results.asp?image=0029530&itemw=4&itemf=0002&itemstep=1&itemx=2

Imagen 14. Anónimo. (s/f). William Thomas Green Morton (1819 -1868). (US National Library of Medicine 19988) Recuperado de: http://ihm.nlm.nih.gov/images/B19988

Imagen 15.  Anónimo. (s/f). Caleb Cushing, dibujo. (The Miriam and Ira D. Wallach Division of Art, Prints and Photographs: Print Collection, The New York Public Library 1219661). Recuperado de:  https://digitalcollections.nypl.org/items/510d47df-7098-a3d9-e040-e00a18064a99

Imagen 16. Anónimo. (1846). Morton demostrando el uso de éter de anestesia en el quirófano del Hospital General de Massachusetts en Boston, el 16 de octubre de 1846. Daguerrotipo retocado. (Massachusetts General Hospital). Recuperado de: http://giving.massgeneral.org/the-roots-of-critical-care/

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