Capítulo VI: La vida cotidiana en los campamentos.

Imagen 1. Garl Browne Jr., William. (1847) El Gen.Taylor y el personal de Walnut Springs (pintura al óleo).  (Washington, National Portrait Gallery, Smithsonian Institution, NPG.71.57).

La Historia de la guerra mexicana es mucho más que el recuento de las campañas militares; son también las crónicas de la vida cotidiana de los soldados en los campamentos, elemento poco estudiado y conocido. Carente de espectacularidad, y frecuentemente muy aburrida, la vida en los campamentos dotó de muchas experiencias al soldado norteamericano. 

Los soldados de las subsiguientes guerras aprendieron a “ponerse en guardia rápidamente y a esperar” dentro de la rutina del campamento. Sin embargo, no todo en la vida de los campamentos era aburrido, pues las experiencias variaban con el tiempo y el lugar. De este modo tenemos que la vida en los campamentos de Ohio durante la primera oleada de entusiasmo difiere sustancialmente de la que se vivió en los lluviosos campamentos cercanos a Nueva Orleans; así como la vivencia de los campamentos en el húmedo Tampico difiere sustancialmente de las experiencias en el montañoso y desértico Santa Fe; o cómo la desembocadura del Río Grande contrastaba con el idílico paisaje de las cercanías de Monterrey. Las diferencias, empero, no solamente fueron de clima y geografía. La disciplina era una cosa muy diferente bajo el mando del general Wool que con Taylor al frente.

Imagen 2. Croome, W, (1862). “Cocina de campamento” en Frost, John, Pictorial History of Mexico and the Mexican War. Richmond, Virginia, Harrold and Murray, p. 277. Recuperado de: https://archive.org/details/pictorialhistory01fros/page/276/mode/2up

El campamento de soldados regulares tenía un tono muy distinto del que tenían los más libres y descuidados campamentos de soldados voluntarios. Pero, lo más importante, los hombres traducían las mismas experiencias de manera muy diferente. El teniente George B. McClellan encontraba que la vida del soldado era la mejor de todas las opciones posibles, mientras que el capitán John W. Lowe de Ohio escribió: “nunca, hijos míos, si tienen en alguna estima su felicidad, consideren la idea de ser soldados: los muchachos se tienen que someter a todo aquello que es difícil, y la virtud y la moral son completamente ajenos a los campamentos”. (1)

1 – Capitán John W. Lowe, “Campamento cercano a Veracruz, México”, a su hijo Owen Thomas Lowe, Ciudad de Nueva York, octubre 21, 1847, Fondo Lowe, Dayton.

Si hubo diferencias, también se pueden encontrar similitudes. Ciertos temas son recurrentes. Donde quiera que estuvieran eran características la rutina, los entrenamientos, el aburrimiento, los juegos, levantar el campamento y las quejas. Las enfermedades y la muerte estaban completamente ausentes, lo común era el sacrificio, la brutalidad, la camaradería, la hostilidad, las risas y los disgustos. 

Imagen 3. Chamberlain, Samuel (1996). “General Wool dirigiéndose a los amotinados”, en My Confession: Recollections of a Rogue (1850). Austin. Goetzman H. William (editor)- Texas State Historical Association.

Al principio la mayoría de los campamentos que florecieron en Alton, Illinois, New Albany (Indiana), Louisville, Cincinnati, Nashville, y San Luis, por citar a los más importantes, eran meramente dormitorios para reunir a la tropa. Con frecuencia carecían de la protección adecuada y estaban racionados de alimentos. Los pendencieros reclutas se comportaban como vándalos en los pueblos vecinos. Después de enseñarles las más rudimentarias reglas de organización fueron trasladados a México la mayoría de estos “bad hombres”.

La intención original del general Scott era mantener a la mayor parte de los reclutas entrenando en campamentos en locaciones saludables, en lugar de mandarlos al Río Grande, donde serían de poca utilidad a Taylor y podrían enfermarse. Taylor, en la opinión de Scott, no debería moverse más abajo del valle del Río Grande hasta septiembre u octubre de 1846.

Imagen 4. Tracy, Albert, (1858). “Campamento de Scott desde el Sureste 1848”. En Albert Tracy papers IV. Sketches Loose sketches. (The New York Public Library Digital Collections. 1858. Cat.5021574). Recuperada de:   http://digitalcollections.nypl.org/items/4f51db50-2605-0130-4989-58d385a7bbd0

Pero el término del plazo de acuartelamiento era solamente de un año, y la presión de la prensa y de los políticos era muy fuerte a favor de un avance del ejército sobre México. Consideraban que el ardor de los voluntarios probablemente se enfriaría durante los fatigantes ejercicios de entrenamiento. Los campamentos de instrucción además se situarían en México, y deberían servir también como escenarios para las evoluciones y ejercicios militares de las tropas. Al principio estaban entre Corpus Christi, en la costa del Golfo; también en Punta Isabel y Matamoros, a lo largo del Río Grande. 

Imagen 5. Furber, George C. – Stillman. (1848). “Campamento Ringgold del décimo Regimiento de Caballería de Tennessee, cerca de Matamoras (sic)”, 1846-1848. En The twelve months volunteer; or, Journal of a private, in the Tennessee regiment of cavalry, in the campaign, in Mexico, 1846-7.  Cincinnati, J.A. & U.P. James, p. 45. (Colección Garrett Bay D. E404. F97) Recuperado de: https://archive.org/details/twelvemonthsvolu02furb/page/44/mode/2up)

Al inicio de la guerra estos campamentos recibieron el nombre de algún oficial caído: Campamento Belknap; o de algún héroe del momento: Campamento Page; o también tenían el nombre de algún regimiento o de alguna compañía. 

Otro tipo de campamentos eran los de base, inicialmente construidos de modo provisional y que rápidamente fueron rodeados de instalaciones más permanentes, edificados por las tropas de combate bajo la supervisión de ingenieros militares. Era común también que contrataran mano de obra local mexicana. Tal es el caso de Fuerte Brown (al lado de Matamoros) donde la ciudad lleva el nombre de la instalación militar: Brownville; Fuerte Polk (en Punta Isabel); Fuerte Marcy (en Santa Fe). Los de Tampico y Veracruz (campamentos Washington y Vergara) son ejemplos de este tipo de campamentos permanentes. Los campamentos en Walnut Grove, cerca de Monterrey y Saltillo, y los de Buena Vista, Xalapa, Perote, Puebla, San Agustín, y Tacubaya se formaron alrededor de los cuarteles de los generales, aunque en muchas de estas partes las tropas fueron acomodadas en edificaciones ya existentes, más que en casas de campaña. A medida que las tropas avanzaban y peleaban dentro de México, los campamentos podían funcionar por una noche, una semana, o por meses. Al término de la guerra los campamentos se convirtieron en centros de ocupación aislados y grises, sin la excitación del combate; las tropas perdían el tiempo sumidas en la ociosidad y en ocasiones en la violencia y el motín.

Los campamentos de reunión

En los inicios, cuando las tropas eran convocadas en campamentos cercanos a su lugar de residencia la vida no era tan dura. Samuel R. Curtis describe las idílicas condiciones del campamento Washington, cerca de Cincinnati, en junio de 1846:

Puedo observar una larga línea de tiendas, todas nuevas y limpias. Se ven muy bonitas. Pero mis tropas aún están sin uniforme y no parecen soldados. 

Tenemos solamente quinientos o seiscientos enlistados, pero he oído que hay varios grupos que vienen de varias partes. Tenemos nuestro campamento muy bien arreglado y todo tiene una apariencia agradable y hermosa. Fuimos visitados el día de hoy por un grupo de damas que proveyeron a los oficiales y cadetes de Cincinnati con amplias provisiones de helado, pastel, fresas y toda clase de delicias de la región. Yo obtuve un espléndido sombrero con flores que le presenté al comandante. Ellas fueron amables, generosas y nobles dado que visitaron a sus hermanos y novios antes de que salieran a la guerra. Tuvimos un delicioso día de campo, pero solamente pude estar un momento debido a mis constantes ocupaciones que me mantienen en constante movimiento. Me hubiera gustado que estuvieras aquí. Lo hubieras disfrutado no obstante tu oposición a la guerra. Me hubiera agradado sobre todo que tuvieras estos hermosos ramos de flores para los que yo ciertamente no encuentro ninguna utilidad. (2)

2 – Samuel R. Curtis, Campamento Washington, Cincinnati, Ohio, a su esposa, Belinda Curtis, Putnam, Ohio, junio 3, 1846, Fondo Samuel R. Curtis, Beinecke.

Dos días más tarde, aún muy entusiasta, continúa su relato en otra carta: 

Nuestro campamento es el más elitista de toda la ciudad. Los más distinguidos y mejores hombres de Cincinnati me han llamado y han tenido muchos actos de amabilidad y atención (…) Tendré muchos viejos amigos a mi alrededor. Está lleno de abogados, doctores, comerciantes y personas de toda condición, que se han ofrecido como voluntarios y soldados. Casi puedo formar un regimiento de mayores, coroneles y generales. 

Nuestros desfiles se han vuelto muy hermosos. Los magníficos coches y la alegría de las damas y caballeros forman una imagen alegre y hermosa. El domingo el campamento se ve lleno todo el día por miles de personas. Creo que cerca de 20 o 30 mil personas nos han visitado. El gobernador y algunos miembros de su familia probablemente vengan la próxima semana. (3)

3 – Ídem a ídem, junio 5, 1846, ibíd.

Pero la iniciación del nuevo soldado en la vida en el campamento no siempre era esa mezcla de damas adorables, flores, fresas y días de campo. Al irse acercando los campamentos a los escenarios de la guerra, los problemas de logística se hicieron más difíciles, y las notas festivas que celebraban la vida del soldado se silenciaron, mientras que las desagradables aumentaron.

Las quejas en el Campamento de Corpus Christi, Texas

Imagen 6. Bookhout, Edward (?), (1847). “Corpus Christi”, en Henry, W. S. capt., Campaign sketches of the war with Mexico, New York: Harper & Brothers, p. 1. Recuperado de: https://archive.org/details/campaignsketches00henr/page/n7/mode/2up

Los rudos y curtidos soldados del campamento del “pequeño ejército de ocupación” de Zacarías Taylor, que se integraron en Corpus Christi en el verano de 1845, nunca experimentaron las agradables cortesías que los soldados voluntarios de Curtis tuvieron en Cincinnati. Existió, no obstante, un período de falta de dirección a causa de la falta de preparación, esto inclusive en Corpus Christi, lo que causó amargas quejas y sufrimientos entre las tropas regulares del general Taylor. 

El maltrato hacia los soldados en Corpus Christi fue denunciado duramente en un artículo escrito por el teniente Daniel Harvey Hill, del 45º regimiento de Artillería, que llegaría a ser famoso como teniente general en el ejército confederado durante la Guerra de Secesión, y publicado anónimamente en el número de abril de 1846 del Southern Quarterly Review

Se vuelve una dolorosa tarea referirnos a las enfermedades, sufrimiento y muertes por negligencia criminal. Dos tercios de las tiendas usadas por el ejército en el campamento están desgastadas y rotas, y habían sido ya rechazadas por equipos de auditoría hechos por las autoridades pertinentes de acuerdo con los reglamentos para el aprovisionamiento del ejército en esa materia. Transparentes como una gasa, dan poca o ninguna protección contra el intenso calor del verano, o las lluvias y severos fríos del invierno. Aun el rocío penetraba casi sin obstrucción por la delgada cubierta. Así son las tiendas provistas para combatir en un país donde la lluvia cae por tres meses del año, y más variable en su clima que cualquier otra región en el mundo, pasando del calor al frío extremo en solo unas horas. Durante todo noviembre y diciembre, las lluvias que caen con violencia, o los furiosos “nortes” hicieron temblar los postes y desgarraron los lienzos podridos. Por días y semanas, cada objeto en cientos de tiendas estuvo profundamente mojado. Durante esos tremendos meses, los sufrimientos de los enfermos en las abarrotadas tiendas hospitales fueron lo más horrible que se pueda concebir. Las torrenciales lluvias empaparon y las fuertes ráfagas golpearon los miserables camastros de los moribundos. Sus últimos gemidos se mezclaban en un tenebroso concierto con los bramidos de la inclemente tormenta.

A cada día se incrementaba la espantosa mortandad. Apenas se había apagado el sonido de la tierra que caía sobre la tumba de alguien que recién había muerto, cuando de nuevo volvía el melancólico sonido. Apenas una procesión fúnebre se había perdido de vista, cuando el bando solemne de la marcha luctuosa anunciaba de nuevo otra más. Una vez un sexto de todo el campamento estaba en el reporte de enfermos, incapaces de trabajar y al menos la mitad estaban indispuestos. La disentería y las fiebres gripales se extendían como la peste. La exposición de las tropas en las translúcidas tiendas y su carencia de fogatas agravaron estas enfermedades, si es que no contribuyeron a que crecieran. El campamento estaba en el borde de una pradera, escasamente resguardado por pequeños arbustos. Para obtener leña suficiente de estos matorrales para cocinar o hacer fogatas, se requería de un gran número de carros. Pero esto no estaba de acuerdo con las peculiares nociones de economía sostenidas por nuestros jefes en sus oficinas en los cuarteles generales, cuya política es la de ahorrar a toda costa cada centavo, exigiendo con estricto detalle la contabilidad de cada costal de maíz vacío, que costaría seis centavos por pieza, mientras alquila a los condenados barcos de vapor en cientos de dólares diarios (…) (El Dayton, cuya explosión mató a dos oficiales y a nueve soldados, fue rentado por treinta y nueve dólares diarios, aunque había sido rechazado por ser altamente peligroso ocho años antes).

A medida que el invierno avanzaba (…) el campamento parecía un pantano, con el agua a veces a dos o tres pies de altura dentro de las tiendas en todas las áreas del campamento. Todos los ejercicios militares fueron suspendidos, los negros y nublados días transcurrieron en la inactividad, disgusto, resentimiento y silencio. Las tropas después de estar empapadas todo el día, sin fogatas para poder secarse, se acostaban en la noche con cobijas mojadas en un campamento humedecido. Los hemos visto entusiasmarse con la idea de tener al menos un hilacho para cubrirse, alegres y esperanzados aun sabiendo que la muerte pendía sobre ellos. Pero sin ocupación, sin ánimos, sin la perspectiva de enfrentar al enemigo, solo sentarse día tras día, semana tras semana, temblando en las tiendas mojadas, escuchando el lamento del redoble del tambor mientras que sus compañeros, tal vez estimados amigos, eran llevados al lugar de su descanso eterno ¿No era esto más que suficiente para probar la disciplina y fortaleza de las mejores tropas en el mundo? Si aún bajo estas dolorosas condiciones y desafiantes circunstancias, el “soldado mercenario” no murmuraba y estaba listo, con buen ánimo y con el celo del deber para llevar cualquier tarea a cabo ¡Cómo deberían ser sus alabanzas! Si estos hombres yacían tirados en el suelo tratando de respirar en el bochornoso aire de la noche, hallaban al toque de diana sus cobijas empapadas y congeladas enredadas sobre ellos, sus tiendas cubiertas de hielo (Los “nortes” siempre son precedidos por un opresivo golpe de calor; el cambio es frecuentemente en una noche de 90ºF a poco menos del punto de congelamiento), y no lanzaron ni una palabra de queja; debemos de confesar que “la crema y nata” y “los señores” como así se autodenominan, dudosamente hubieran sobrepasado a estos “mercenarios” en su valiente fortaleza, inflexible firmeza y obediencia sin chistar. (4)

4 – Teniente Daniel Harvey Hill, “El ejército en Texas”, en Southern Quarterly Review, vol. 9, abril 1846, pp. 448-450.

El Campamento cerca de Punta Isabel 

Las condiciones de vida en los campamentos no siempre fueron tan miserables como las descritas por Hill en Corpus Christi. Pero las quejas continuaron y en su punto más álgido, antes del inicio de las hostilidades militares, la vida en los campamentos era insoportable para estos hombres acostumbrados al clima más frío, al ser ubicados en los campamentos de sus regimientos cerca de Punta Isabel, con un clima húmedo, en los márgenes de la ría y sin árboles. En la costa del Golfo de México quedaron expuestos a los recurrentes nortes; entrenamientos bajo el ardiente sol y en un clima húmedo, con arena que llegaba hasta la rodilla y tomando agua de depósitos de agua salobre en la playa. El teniente Thomas Ewell (5) describe los trabajos de los voluntarios en el campamento Page:

5 – Teniente Thomas Ewell, 1er teniente, Fusileros Montados, murió en la Batalla de Cerro Gordo.

Estamos aquí en un perfecto purgatorio, y el mayor (Edwin V.) Sumner sería el mismísimo diablo. Nos tiene todo el día marchando, corriendo, excavando como si estuviésemos en una escaramuza (lo cual saben es agotador) a través de arena que llega a la rodilla. Eso causó la lesión que tengo y por la cual estoy escribiendo, además de que el clima hoy es tan malo que no pudimos salir a entrenamiento. Ayer hacía un calor tan agobiante que nos hacía sacar la lengua –jadeábamos en la sombra- íbamos presurosos hacia los bancos de peces en el mar pero no hallábamos alivio, como diría el poeta:

“Los rayos perpendiculares del sol 

iluminan las profundidades del mar,

y los peces comienzan a sudar 

gritando: ¡Maldición que calor tenemos!”

Pero en una hora, ayer por la noche, todo cambió. El almirante North (6) llegó con un huracán y ahora la arena fluye como si fuera nieve; las tiendas se están derribando con los vientos volando lejos, y hay un frío que hiela hasta las narices. Estamos muy incómodos por más de una razón. En el último norte fuimos barridos de nuestras tiendas por el mar. Es un viento punzante y enfermo que sopla no trayendo nada bueno. Una cantidad enorme de tortugas fue arrojada a la playa, tan entumidas por el frío que se les podía atrapar fácilmente consolándonos de alguna manera en nuestro desastre. Si este viento continúa podremos cantar “flotaremos, flotaremos, en la fiera cresta de la marea”. El viejo verano ha tenido un buen efecto sobre nosotros pues nos ha enseñado a rezar, aunque jamás lo hubiéramos hecho antes, ya que a diario imploramos que podamos librarnos de él. (…) 

6 – NdT: Juego de palabras con la palabra North que es Norte en inglés.

El agua de aquí al menos que esté bien mezclada con brandy tiene un efecto muy particular sobre uno, suelta los intestinos como si se derritieran (¿Grasa?). El general Scott vino a vernos el otro día. Felicitó al mayor Sumner muy calurosamente por nuestro aprovechamiento y especialmente por la extraordinaria vigilancia de nuestros exploradores, los cuales, según él mismo lo dijo, estuvieron observándolo desde detrás de cada arbusto mientras se aproximaba al campamento. Para aquellos que saben de las “enfermedades” de este sitio, el error del general es en extremo absurdo. Cuando vamos a entrenar, los hombres deben salir por docenas, dado que la llanura es rasa como una mesa, se descubre todo el asunto. El efecto es único ya que se acomodan en cuclillas en filas a cerca de cien yardas de distancia del batallón, y cuando desplegamos las escaramuzas, caemos sobre ellos.

He estado arrodillado casi todo el día, no crean que soy víctima de un repentino arrebato de piedad –el hecho es que las sillas y mesas son un lujo desconocido en los campamentos-, así que debo arrodillarme al lado de una caja para poder escribir. (7) 

7 – Teniente Thomas Ewell, “Campamento Page, desembocadura del Río Grande”, a Ben (Profesor Benjamín Ewell), Lexington Virginia, febrero 12, 1847, Fondo Richard Stoddard Ewell, DLC.

La vida en los campamentos abajo del Río Grande

Imagen 7.  Anónimo, (1848). “Día de lavado en el campamento”, en Richardson, William H., Journal of William H. Richardson, a private soldier in the campaign of New and Old Mexico, Baltimore, John W. Woods, Printer, 1848, p. 10. Recuperado de: https://archive.org/details/newandoldmexico00richrich/page/n15/mode/2up

Después de que el general Taylor cruzara el Río Grande y venciera en las batallas de Palo Alto y Resaca de la Palma a los mexicanos, el teniente coronel Henry Wilson (el 17 de mayo), con un destacamento de 300 soldados y un pequeño grupo de voluntarios, se trasladó de Punta Isabel a un pequeño grupo de edificaciones conocidas como “La Burrita” (casi 14.5 km río arriba); viéndolas desde la otra orilla un oficial dijo que “le parecían mucho a media docena de viejos establos derruidos” (8). Wilson marchó sobre ellas sin oposición. Fue la primera posición que ocupó el ejército de Taylor en la ribera sur del Río Grande en territorio mexicano.

8 – Ibíd.

Después de unas cuantas semanas, dado que los voluntarios comenzaron a llegar en gran número, Taylor estableció campamentos a lo largo del río desde La Burrita. Él pensaba que la brisa salada del mar haría que el lugar fuera bueno para entrenar a las nuevas tropas. Después de pasar por unas fuertes lluvias, la corriente del Río Grande transformó a las tierras circundantes en pantanos, los caminos se hicieron fangosos, las nubes de mosquitos envolvían a los campamentos y el agua caliente del río era usada para beber.

Benjamín Franklin Scribner, un voluntario de Indiana, se ajustó a la vida del campamento en Belknap mucho mejor que sus compañeros. En una serie de cartas da una muestra muy perceptiva de la psicología del soldado común, sus placeres e incomodidades: 

La compañía (de Spencer Grey) dejó la desembocadura del Río Grande el día 3 (3 de agosto de 1846) a excepción de uno de los tenientes y yo que fuimos enviados el día anterior con ocho hombres para proteger las provisiones. Llegamos a este lugar, el campamento Belknap, a 14 millas más debajo de Matamoros en la noche, permaneciendo en servicio en la lluvia y el lodo sin cobijo por 26 horas. Cuando llegó el regimiento, cambiamos las labores de centinelas por la de alimentar caballos. Cargamos nuestro equipaje y el equipo por cerca de una milla a través de un pantano al chaparral, que estaba situado en una leve elevación del terreno. Es universalmente sabido que un chaparral no puede ser descrito. (…) 

A cierta distancia es un bello lugar, recuerda un campo bien cultivado. Al acercarnos lo suficiente nos encontramos con que los árboles más altos no sobrepasan en tamaño a los árboles de durazno o de ciruela. Son muy retorcidos y de formas caprichosas con hojas aguzadas que recuerdan a las de la acacia. Se les llama árboles de mezquite, y están distribuidos a distancias irregulares. Los intervalos se llenan con una clase de tierra estéril en el que las ramas de los mezquites caen. Las puntas de este arbusto, que tienen agudas espinas de color acero, salen en todas direcciones, comenzando justo al ras de tierra. El resto del chaparral está compuesto de toda clase de hierbas, confusamente enredadas con arbustos de raíces entrelazadas con plantas grandes espinosas y otras variedades de la familia de los cactus (…) Nos llevó dos días limpiar el terreno y tenerlo listo para instalar un campamento, esto le dará a cualquiera una idea de la tarea (…)

Nuestro campamento está bellamente instalado sobre una colina con pasto, justo frente al Río Grande, del lado opuesto a Barita (sic. Burrita) y en la parte trasera una vasta pradera vecina a pequeños lagos de agua salada. Si piensan que esto es muy romántico, o que pueda decirse que nuestra situación de alguna manera es poética, solo deben imaginarnos caminando con dificultad sobre el pantano, comiendo galletas mohosas y tocino grasoso (dado que en verdad vivimos en el lugar más grasoso de la tierra). Para que se convenzan de que no es la tierra prometida, sino la dura realidad. No he encontrado aquí más que tristeza, espinas y “lluvia y tormentas de los cielos”. En consecuencia no he podido apreciar las claras noches y cielos brillantes del “soleado sur”. Actualmente el clima está mejor, y se dice que las lluvias están por terminar.

Yo creo que hablo con libertad de las cosas tal como son. No quiero que se queden con la idea de que estoy inconforme. Solamente comparo con casa y el gran contraste que se hace al ver estos lugares. Nunca me he arrepentido del paso que he dado. Algunas veces creemos que es difícil de soportar la ignorancia y la falta de atención de nuestros oficiales. La mala selección del terreno, y nuestra frecuente demanda de mejores raciones. Probablemente no se deba atribuir a su ignorancia y negligencia, pero realmente son con quienes encauzamos nuestras demandas. Otros regimientos que están a nuestro alrededor (que están mejor comandados) difieren grandemente de nosotros. He visitado otros campamentos, el otro día para mi sorpresa encontré que por un tiempo han tenido muy buena harina, pepinillos y melaza. Fue la primera vez que supe que tales cosas pudieran obtenerse fuera de algunos proveedores del ejército que cobran setenta y cinco centavos por cuarto de libra por los artículos mencionados. 

Entre más conozco a nuestros muchachos, es más fuerte mi impresión de que no pudo haber hecho mejor selección. Todos mis compañeros han sido bien escogidos, y no ha habido entre nosotros ninguna dificultad más que aquellos incidentes propios de la vida del soldado, pero no se podría encontrar un grupo de amigos más alegre. Los planes que hemos hecho para entretenernos, no solamente nos han servido a nosotros, sino que a muchas otras compañías les han llamado la atención. Nuestro cuartel es frecuentemente visitado para escuchar nuestra música y ver nuestras alegres danzas a la luz de la luna.

Algunas veces la paciencia y filosofía ejercidas me abruman, aun mientras realizo los más pesados y humillantes trabajos del campamento. En mi propio caso, no sé si se deba a los compañeros que he escogido o no, pero nunca me he dado cuenta del cansancio y fatiga que podrían significar las maneras en las que nos proveemos de agua y comida. Acabo de regresar de una de esas expediciones, y ahora les daré una auténtica descripción de las medidas tomadas para aligerar nuestras cargas.

Otro amigo y yo salimos con dos bidones de fierro balanceándose en el extremo de un palo. Caminamos cerca de media milla hacia el riachuelo, llegamos a la intersección, la parte más reducida del lecho el cual fluye y corre con la marea, esta agua no es potable porque tiene malas hierbas que nacen ahí por la acción del agua y el sol. En este clima el sol no es poca cosa, manda sus rayos sin piedad y con energía. Bueno, después de luchar por entre las hierbas de la orilla y tener el agua hasta casi la cintura, llegamos juntos a un banco en el río, recogimos nuestra agua y nos sentamos a descansar. No tuvimos dificultad alguna en tomar agua de la corriente del río pues estaba lleno hasta el tope de sus bancos. El terreno aquí está casi inundado. Los que viven por aquí dicen que no se había visto una inundación así en treinta años. Si es fatigoso caminar con baldes vacíos, podrán concebir claramente cuál es el efecto de regresar con ellos llenos. El palo continuamente se torcía por el bamboleo de los bidones y era imposible mantenerlos estables debido a las irregularidades del terreno. Las dificultades del viaje aumentaron grandemente por la profundidad y la dureza del fango que nos mantenía hundidos y, para nuestra gran consternación, esto causaba que derramáramos el líquido. 

Por esta descripción pensarán que nuestro viaje fue poco divertido, y no es verdad. Siempre se caracterizó por el buen humor. Empezamos gritando el comienzo de “un cuarto menos en dos” hasta que nos quedamos afónicos, entonces nos pusimos militares, se dieron las órdenes “a la derecha, protejan a su líder de grupo, izquierda, izquierda, izquierda” etc. La novedad del entorno y la genial influencia del sol –no lo achaco a ninguna otra causa- gradualmente fueron impulsando nuestras mentes mientras transcurríamos por el quieto paisaje, y nos inspiraron a demostraciones más nobles y exaltadas. La gloria pasó a ser el tema de nuestras canciones. Comenzamos a recordar citas de poemas, a citar efusivas e impresionantes piezas de ardientes y patrióticos oradores, hombres de estado que logran expresar las altas aspiraciones por las que creemos estamos en esta gloriosa campaña. Después en tono más bajo hablamos de la realización de estos sueños. Con estos sentimientos animados de esta manera continuamos nuestro camino. (…)

Dicen ustedes que frecuentemente se preguntan lo que estoy haciendo. Les daré nuestra lista de tareas y ejercicios. Nos despertamos al alba con el toque de levantada, y tenemos ejercicios de entrenamiento de compañía o escuadrón por dos horas; después de lo cual ochos hombres y un sargento, o cabo, son destinados a la guardia. La compañía entrena de nuevo a las cuatro y el regimiento a las cinco. Los intervalos se ocupan recogiendo leña, agua y provisiones, cocinando y lavando ropa. Las partidas de reconocimiento salen de vez en cuando y cazan algunas aves de corral, ganado, lobos y serpientes. Un día de la semana pasada en el comedor 14 se sirvió una serpiente de cascabel de siete pies de largo para la cena. (…)

(Septiembre) 7 (…) El regimiento ha sido reunido por el capitán Churchill (9) para darles dos meses de paga. Yo he estado triste y de espíritu decaído todo el día. Cuando reflexiono en mi situación aquí, en contraste con lo que tengo en casa, difícilmente puedo decir que soy la misma persona. Todo parece un sueño, y casi creo que estoy actuando un papel en el cual mi propio personaje no está representado. Estoy a merced de las tentaciones del campamento, pero no creo que el efecto será desmoralizante, o que dure la mala impresión por siempre. Mientras más vicio y disipación veo, creo más firmemente en que la moralidad y la vida virtuosa constituyen la única garantía de la felicidad. (…)

9 – William Hunter Churchill, 3o Artillería, fue ascendido a capitán por Palo Alto y Resaca de la Palma.

(Septiembre) 20 (…) Esta mañana después del desayuno fui a la tienda y compré una caja grande de sardinas y algo de clarete, como una pequeña contribución al comedor. Nuestro capitán y tenientes estuvieron invitados al festín y todos me desearon éxito brindando por mi cumpleaños (…) 

(Diciembre) 10 – Al fin nos hemos marchado del campamento Belknap. El lugar que hace algunos meses tenía 8,000 almas está ahora deshabitado. Dejé este bello lugar con sentimientos encontrados de dolor y gusto. Aquí teníamos tareas ligeras, oportunidad de tener noticias de casa, y otras comodidades. En estos recuentos, confieso que dejo el campamento Belknap con pesar. Pero por  otro lado esto no puede ser eterno, aún estamos alejados de la tarea activa y las escenas de gloria. Pienso en los siguientes campamentos con las maravillas de otras tierras. Dejo nuestro viejo campamento con sentimientos de deleite.

Transportamos nuestro campamento y equipos al banco en el río, pesadamente transcurrieron muchas horas para que llegara el bote de vapor. Muchas veces fuimos por provisiones y las cocinamos para el viaje, y otras tantas comimos nuestras provisiones antes de comenzar el viaje. Se dice que los hombres somos malos ecónomos en lo que respecta a asuntos domésticos y de hecho nuestro comportamiento en esta ocasión así lo demuestra. (10)

10 –  Benjamin Franklin Scribner, Camp Life of a Volunteer…, Filadelfia, Grigg, Elliot & Co., 1847, pp 21-28, 33,41.

Imagen 8 Anónimo, (1848). “Jornada de avance”, en Richardson, William H.,  Journal of William H. Richardson, a private soldier in the campaign of New and Old Mexico, Baltimore, John W. Woods, Printer, p. 1.  Recuperado de: https://archive.org/details/newandoldmexico00richrich/page/n3/mode/2up

Otro ilustrativo esbozo de la rutina del campamento proviene de un joven teniente, John R. McClanahan, quien escribió de otro campamento de Río Grande. Este era el “Campamento de los vengadores”. Mientras añoraba las comodidades de su hogar, este oriundo de Tennessee jamás se vio entusiasmado por “experimentar toda la variedad de la vida del soldado”:

Aunque hemos pasado por muchas privaciones y penurias, no es nada para lo que no estuviéramos preparados ni más de lo que esperábamos (…) La temperatura aquí cambia muy poco de día o de noche, y aunque muchos de nuestros muchachos duermen a ras de tierra, y a veces con la ropa mojada, no ha habido en nuestro campamento ni siquiera una gripe. Nuestra rutina diaria consiste en levantarnos al alba para asistir al llamado de filas. Vamos a nuestras letrinas y nos ponemos rápidamente el uniforme y desfilamos al amanecer para irnos a prácticas. Después de entrenar una hora regresamos al campamento, nos tiramos al lado de nuestras fogatas a desayunar. Después del desayuno nos entretenemos en varias cosas, vagando por el campamento, limpiando las armas, leyendo, durmiendo, cantando, lavando la ropa o poniéndola a asolear y algunos se entretienen en hacer vagas especulaciones sobre cuándo será el fin de la guerra etc. etc. La comida no se rechaza al llegar su hora. Hasta aquí el día transcurre sin novedad, hasta que somos llamados a las filas de nuevo para ir a entrenamiento. Regresamos cuando se hace de noche. Nos deshacemos de la ropa que nos estorba, y vamos a cenar. Cuando terminamos la cena, nos agrupamos en escuadrones, nos sentamos en la tierra y conversamos de varias cosas, cantamos canciones, contamos historias, masticamos tabaco, fumamos nuestras pipas etc. hasta las nueve de la noche cuando somos llamados a pasar lista. Cuando termina esto, desenrollamos nuestras mantas, ponemos nuestros mosquiteros, nos acomodamos y nos retiramos a dormir. Así pasan nuestros días.

En lo que respecta a mí, me alimento principalmente de galletas y café, no he tenido mucho gusto por la carne. Nuestros utensilios para cocinar consisten en dos sartenes de hierro, uno para freír y una cacerola grande de hierro (…) Tenemos a Haywood y a Dick Hays, que lavan para muchos de nosotros. En una ocasión yo mismo lavé mi ropa para experimentar todas las experiencias de la vida del soldado, esto le va a dar gusto a Nan, así que pueden decírselo. No hay necesidad aquí de planchas y almidón. No hace falta que me recuerden que ustedes tienen verduras y leche a su disposición. Pienso frecuentemente en eso, así como en el agua para beber enfriada de manera conveniente y en toda la fruta. En una ocasión tuve la oportunidad de comprar un poco de leche de cabra a unos mexicanos, esta ha sido la única vez que la he podido tener desde que me fui de casa.

Fleming Willis que está en mi grupo dice que la próxima vez que tengan su mesa llena de verduras, sopas y leche pongan un plato para él y si él no llega ahí, pueden ofrecer su puesto a alguien más. Hace unos momentos he recibido su carta, él y yo estábamos tirados de espaldas en nuestra tienda, enumerando los variados platillos que nos gustaría tener para la comida, pero creo que le callé la boca cuando mencioné una tarta de duraznos con leche fría. Desistí de seguir hasta que hubiese leído su carta. (11)

11 – John R. McClanahan, “Campamento de los Vengadores”, Texas, a su hermano (¿James McClanahan?), agosto 15, 1846, Fondo McClanahan-Taylor, So. Hist. Col., NCa.

El teniente John Forsyth, adjunto al regimiento de Voluntarios de Georgia, que usualmente era el editor del Columbus (Georgia) Times, describió la “¡Infinidad de bichos rastreros, voladores, molestos y picadores!” que infestaban los campamentos del Río Grande: 

Imagen 9. Anónimo. (ca. 1840). Teniente John Forsyth, Secretary of State c.1840, grabado- tarjeta de presentación. (Library of Congress Prints and Photographs Division Washington, 2003655025).

Este territorio se distingue, sobre todas las otras cosas, por sus millones de bichos rastreros, voladores, molestos y picadores. Todo lo que tocas tiene una araña. Nos la pasamos matándolas en nuestras tiendas todo el día. Jamás nos atrevemos a ponernos una bota sombrero o abrigo sin buscar concienzudamente algún reptil ponzoñoso o algún insecto escondido en sus pliegues. Es una maravilla si no somos picoteados unas veinte veces al día. Ayer en la mañana, mientras estaba sentado en el desayuno (nunca nos sentamos en las comidas por la necesidad de hacer un asiento) sentí una cosa extraña trepando por mi pierna cerca de la rodilla. No tardé en atraparlo con la mano y quitarme el pantalón. Mirando dentro de la pierna, pude observar una criatura de aspecto maligno, amarilla y negra, con una cola huesuda. Les dije a mis compañeros que la vieran, y fue cuando el doctor Hoxey (12), que ha estado antes en esta tierra de reptiles, dijo que se trataba de un escorpión mexicano. Para mi consuelo me dijo que era tan venenoso como una cascabel. Su aguijón estaba de fuera, sin duda cuando lo atrapé con mi mano se fue a enterrar en mi ropa y no en mi carne. Y pensé para mí mismo ¡De la que me libré!

12 – Dr. John J. B. Hoxey, Cirujano, Batallón de los voluntarios de Georgia, comandado por el teniente coronel Isaac G. Seymour.

Además de esto, tenemos arañas, ciempiés, hordas de moscas, y todo lo que se arrastre, las moscas pican y hacen ruido. Una banda de cangrejos se ha domiciliado en nuestro campamento y se la pasan haciendo ruido toda la noche. Esto se une a la música de las ranas y los ladridos de los perros de las praderas. Hace unas noches un puma vino a olfatear en las líneas de nuestros centinelas. Todas estas pequeñas molestias son universalmente conocidas en el campamento como las asesinas de cualquier emoción patriótica, de una buena pelea con el enemigo, seguidas por el deseo de salir pronto de este apestoso país, lo cual sería celebrado por todo el regimiento como punto final con una enorme alegría. Pero aquí estamos para quedarnos, peleando contra sus insectos y plagas, sin un prospecto de encontrarnos con sus amos (el enemigo) para cuyo uso especial y apropiado confort pareciera que han sido creados por la naturaleza. Muy pocos de nuestros oficiales expresan su amor a esta tierra. El aire aquí cerca de la costa ciertamente es bueno, y por lo menos uno no se preocupa por las enfermedades, pero además de eso, daría todo lo que tengo por marcharme de esta tierra de indios medio muertos de hambre e insectos alimentados hasta la saciedad. (13)

13 – Teniente John Forsyth, “Pleasures of Soldiering”, en Richmond Enquirer, citado en Nile´s National Register, vol. 71, septiembre 26, 1846, p. 55.

Aburrimiento en la vida del campamento

Ningún malestar tenía un efecto más devastador sobre la moral en los campamentos que el aburrimiento. Prescott describió su influencia corrosiva cuando describe otra invasión (la de Cortés) mientras conquistaba México, siglos atrás: “No existe otra situación que pruebe de una manera más severa la paciencia y disciplina del soldado como la vida sin novedad en los campamentos, donde sus pensamientos en lugar de estar orientados en la empresa y la acción, están ceñidos a él mismo y a las inevitables privaciones y peligros de su condición” (14). El teniente Simón Doyle (15), de una compañía de caballería de Illinois, sumergido por el hastío en lo que llama “agujero apestoso”, en un campamento cercano a Matamoros, mientras escuchaba las noticias de los batallones que en teoría estaban peleando al sur en México, da un fresco testimonio de la observación de Prescott:

14 – William H. Prescott, History of the Conquest of Mexico, Editada por John Foster Kirk, Filadelfia, J.B. Lippincott Co., 1873, vol. I, p. 322.

15 – Teniente Simón Doyle, 2o teniente, Primer Compañía Independiente de Voluntarios Montados de Illinois, comandada por el capitán Adams Dunlap.

Nada de importancia ha sucedido en esta región desde mi última carta, todo es perfecto, apacible y quieto, no hay signos ni siquiera de que exista una fuerza del enemigo que avance hacia nosotros de este lado de las montañas.

Se rumora aquí que las fuerzas que están ahora en este sitio, y las que se encuentran un poco más arriba, se van a concentrar en Victoria muy pronto, y van a ocupar la plaza bajo las órdenes del general Taylor. Espero que esto sea cierto, aún lo dudo y temo que no sea el caso. Sepan que estoy harto de este lugar y esta clase de servicio. Pudieran pensar que estamos pasando un tiempo de descanso y disfrutando las dulzuras de la vida del soldado. Puede que sea cierto, pero yo estoy deseoso de cambiar esta situación por una más activa, y quizás puedan pensar que en este cambio estaría en desventaja. Bien, estoy perfectamente dispuesto a intentarlo. No vine aquí con el deseo de vagar por ahí en este agujero pestilente, ya que esto jamás llegará a ser un pueblo decente mientras sea parte de México. Desearía ver un poco más del campo de batalla y experimentar algunas de las tareas del frente. Vine a México con esa expectativa y no quiero regresar decepcionado, y mucho más que eso, sin duda gozaríamos de mejor salud si estuviéramos en acción, ya que pienso en primer lugar que una buena dosis de ejercicio es absolutamente necesaria para el disfrute de la salud, así como también el medirse con la comida.

Si estuviéramos marchando hacia dentro del país los muchachos no estarían pensando en satisfacer sus falsos apetitos con pays, pasteles y las ricas frutas de este clima, las cuales consumen en exceso, y por consecuencia disfrutarían en general de una buena salud que yaciendo en cualquier parte. (16)

16 – Teniente Simon Doyle, Campamento en el Río Grande, cerca de Matamoros, a James Doyle, Rushville, Illinois, octubre 13, 1847, Fondo Doyle, Beinecke.

Estampida en el Río Grande

Abrumados por la apatía de la falta de actividad en los campamentos a lo largo del Río Grande, los voluntarios se asaban en sus tiendas y buscaban algo que rompiera la monotonía, cualquier cosa que “prendiera la chispa de la emoción”. Una caminata abajo y arriba en los bancos del río, o “alguna falsa alarma” era mejor que ninguna actividad. Los falsos reportes de que el ejército mexicano avanzaba algunas veces rompieron la monotonía. Estos rumores precipitaban el largo redoble de los tambores y las carreras de las tropas para tomar sus posiciones, y otros detalles de la típica “estampida”. El capellán Lewis Leónidas Allen (17) describió una de estas alarmas cerca del Brazos:

17 – Lewis Leonidas Allen era capellán de la Legión San Luis (regimiento de voluntarios de Missouri), comandado por el coronel Alton R. Easton. Allen, sin embargo, era de Nueva Orleans. Sus observaciones fueron publicadas en una serie de cartas al St. Louis American.

Los respectivos regimientos realizando sus evoluciones y entrenamientos –música para los oídos-, el mandato de los oficiales -el movimiento de las caravanas de equipaje-, cocinando aquí y allá, comiendo, bebiendo, riendo y jugando, todos combinados para animar el ambiente y mantener a raya la enfermedad más abominable que se conoce en el lenguaje común: “la tristeza”, la cual ataca y baja los ánimos de los jóvenes voluntarios. Antes de dejar la Isla de Brazos, quisiera hacer una breve descripción de la siempre memorable batalla de las dunas de arena. Mientras la memoria mantenga su imperio en su orgullosa ciudadela, la dura mano del tiempo nunca borrará la impresionante escena que sucedió esa noche.

La Legión de San Luis, junto con la de Louisville (18) y el 6º Regimiento de los Voluntarios de Luisiana (19), acampaban en línea, uno al lado del otro. Había transcurrido un día caluroso y bochornoso. Una noche llena de rocío había arropado en su cobijo a toda la isla. Las estrellas iluminaban colgadas del estupendo domo del cielo -la luna se miraba sutilmente escondida en los gajos de las nubes oscuras-, mientras que otros objetos más tranquilos se desplazaban lentamente en niveles más bajos. El vigía se había colocado en su puesto, atento a su solitario rededor, mientras que los soldados se retiraban a sus tiendas, y se arropaban en el dulce sueño –olvidándose de los trabajos del día, y los avatares del campamento-. 

18 – La Legión de Louisville, primer regimiento de voluntarios de Kentucky, comandado por el coronel Stephen Ormsby.
19 – Sexto Regimiento, Brigada Smith de voluntarios de Luisiana; su coronel era Edward Featherstone.

Repentinamente el piquete disparó. Esta fue la señal de alarma. El llamado a filas redobló, con su espantoso llamado depresivo, bien conocido por los soldados. En un momento cada hombre estaba listo, armado, ubicado en su posición correcta. Los oficiales apresuraban a todos en cada dirección dando órdenes, y en menos tiempo del que me ha tomado contar todo esto, cada hombre estaba listo para hacer su labor, o morir por su país. Se reportó que una enorme fuerza de mexicanos había cruzado el Río Grande, cerca de esta desembocadura, a una distancia de ocho a diez millas de nosotros, desplazándose para presentarnos batalla, matarnos o tomarnos a todos prisioneros, y tomar posesión de la isla. Nuestro coraje por supuesto fue puesto a prueba. Cada hombre evidenciaba una disposición para vender su alma lo más caro posible. Se enviaron destacamentos a la playa para realizar reconocimientos muy cuidadosos y dar reportes. El coronel Eastern (20) (sic) estuvo muy templado y ecuánime. El teniente coronel Kennett (21) mostró el mismo deseo ardiente para realizar su labor, y el doctor Johnson (22) encontró inspiración para su espíritu con la noble ambición de estar en el frente de batalla entre sus compañeros, y casi olvidó sus sierras y yesos. Los jóvenes Emmet y Chapall (…) a quienes les había enviado órdenes el coronel Easton y Kennett, ya estaban desplazándose deliberadamente entre las líneas, con sus espadas y pistolas levantadas evidenciando su deseo de tomar parte en la batalla. Todo estaba listo, la orden estaba dada. Cada soldado podía escuchar latir su corazón, y sin duda algunos estaban pensando en morir noblemente como mártires por su país.

20 – Coronel Alton R. Easton de la Legión San Luis.
21 – Teniente coronel Ferdinand Kennet, Legión San Luis.
22 – Dr. George Johnson, cirujano de la Legión San Luis. Para las observaciones de los problemas de salud en los campamentos del Río Grande, ver Capítulo VII.

Bien, como lo he dicho, estábamos listos, deseosos, ansiosos, y determinados. Cuando -¿Cómo podré describirlo?- el lenguaje es insuficiente para dar una idea de la terrible escena que siguió. Los futuros historiadores deberán recoger los sentimientos de valor, caballerosidad y noble patriotismo. Imaginen nuestra mortificación y humillación cuando nos enteramos de que no había ni un solo enemigo que se hubiera visto en la Isla. Nuestro ardor, por supuesto, se hundió repentinamente a treinta grados bajo cero, y comenzamos a respirar normalmente de nuevo. Al parecer, el coronel Bailie Peyton (23), comandante del 5º Regimiento de Voluntarios de Luisiana, que estaba acampado en Burrita, había escuchado un cañoneo durante el día proveniente de algún punto, y supuso que provenía del enemigo, en consecuencia, mandó un mensajero con la noticia de que tal vez deberíamos prepararnos para la defensa. De esta forma el asunto terminó sin fuego.

Felizmente no hubo muertes que lamentar, y los cirujanos y capellanes no tuvieron que realizar sus labores propias en sus campamentos. De esta manera terminó la batalla de las dunas de arena. (24)

23 – Coronel Bailie (también pronunciado como Balie) Peyton, 5º Regimiento de voluntarios de Luisiana.
24 – Lewis Leonidas Allen, Pencillings of Scenes Upon the Rio Grande, Nueva York, inédito, 1848, pp. 25-26.

Saqueo y vandalismo en las poblaciones mexicanas

Imagen 10. Chamberlain, Samuel (1996). “Duelo en una habitación”. En My Confession: Recollections of a Rogue (1850). Austin. Goetzman H. William (editor) Texas State Historical Association.

Debido al calor, los entrenamientos en los campamentos del Río Grande frecuentemente eran realizados en la mañana o en la frescura de la tarde. A excepción de aquellos que estaban ocupados en asuntos especiales, los voluntarios quedaban ociosos por muchas horas al día. Con mucho tiempo libre y armas en las manos, rápidamente hicieron grandes desórdenes en La Burrita y sus alrededores. Como en otras muchas poblaciones mexicanas, la población civil rápidamente huyó de los invasores. Un oficial en camino a unirse a su regimiento en el ejército de Taylor, durante el verano de 1846, escribió en su diario: “Llegamos a Burrita cerca de las 5:00 de la tarde, muchos de los voluntarios de Luisiana estaban ahí, en un numeroso grupo en un estado de embriaguez fuera de toda ley. Habían corrido a los habitantes, tomado posesión de sus casas y competían por transformarse en bestias” (25). Otro oficial, el coronel Bailie Peyton del 5º Regimiento de Voluntarios de Luisiana, mandó detalles de este comportamiento atroz al general brigadier Taylor (26). Estas quejas fueron acusaciones hechas por los residentes de La Burrita:

25 – Diario del teniente Daniel Harve Hill, MS, So. Hist. Col., NCa.

26 – Coronel Balie Peyton, campamento Peyton, cerca de Burrita, a general Zacarías Taylor, campamento cercano a Matamoros, junio 27, 1846 (copia), cartas recibidas, Ejército de ocupación, AGO, RG 94, Nat. Arch.

Bernardo Garza, ciudadano respetable de Burrita, interpuso una queja en contra del 6º Regimiento que estaba al mando del coronel Featherston (sic): En la noche del 25 y la madrugada del 26, su casa, ocupada como una panadería en Burrita, fue derribada y consumida por el fuego a causa de unos soldados del 6º Regimiento. Que desde el 22 y hasta el presente la valla alrededor de su maizal había sido usada por los soldados como leña, su maíz cortado y robado, sus sandías robadas y destruidas, y sus quejas a los oficiales en el fuerte fueron vanas. 

Antonio Tenería, también un ciudadano respetable de Burrita, se queja de que su maizal, inmediatamente enfrente de Burrita, había sido invadido y destruido por los soldados del 6º regimiento (27) desde el día 21 hasta el presente. Que tenía un socio en el maizal que se había quejado frecuentemente con los oficiales del 6º regimiento, pero las fechorías habían continuado. 

27 – De voluntarios de Luisiana.

Ambos además declaraban que sabían que habían sido destruidas siete casas de los ciudadanos de Burrita por los soldados del 6º Regimiento en los últimos tres o cuatro días, así como también muchas cercas que se encontraban alrededor de terrenos y de un jardín. Algunas familias, ciudadanos de Burrita, han abandonado el lugar con algunas propiedades desde que el 6º Regimiento se estacionó en ese lugar, motivadas por la destrucción de propiedades, y el temor causado por la conducta de los soldados de ese regimiento. Muchos otros han enviado sus valores territorio adentro, con el fin de protegerlos de la destrucción; los que aún permanecen lo hacen con la esperanza de salvar sus casas y otras propiedades, viviendo bajo un gran temor y alarma.

O.F. Janes, un americano, que había sido residente de Burrita por tres años, inteligente, con reputación de ser un hombre honesto, declaró que había estado en Burrita desde que el lugar había sido ocupado por el 6º regimiento, y que había escuchado la declaración dada arriba por Bernardo Garza y Antonio Tenería, y jura que los hechos señalados son según su propia declaración verdaderos. Muchos otros casos de carácter similar, no declarados por ellos y de los que frecuentemente se han quejado con él, documentan los abusos y también afirma que los oficiales del 6º Regimiento no toman medidas efectivas para controlar a los soldados. (28)

28 – Bernardo Garza, Antonio Treneria, O.F. Janes, Campamento Peyton, cerca de Burrita, a coronel Balie Peyton, junio 26, 1846 (copia), cartas recibidas Ejército de Ocupación, AGO, RG 94, Nat. Arch.

Motín entre los voluntarios de Georgia 

Fue durante el último día en el campamento Belknap, mientras que los regimientos de voluntarios abordaban los botes en el río hacia Camargo, que la más fuerte violencia afloró entre ellos. Solo un mes antes, el coronel del regimiento de los voluntarios de Georgia, Henry R. Jackson, alababa la “admirable disciplina” (29) entre sus comandados. El Regimiento se dividió para trasladarse por el río, con el coronel yendo en el segundo de tres botes, cuatro compañías quedaron bajo el mando del teniente coronel Thomas Y. Redd, que permaneció atrás para abordar el tercer barco. Dos de estas compañías tomaron parte en una pelea que acabó en una sublevación que no solo involucraba a los georgianos sino a los del regimiento de Illinois. Un oficial escribió un relato publicado en el Savannah Republican:

29 – Coronel Henry R. Jackson, Campamento Belknap cerca de Burrita, a Srita. Martha J.R. Jackson, Monroe Georgia, agosto 9, 1846, Fondo Jackson-Prince, So. Hist. Col., NCa.

Una nube de impenetrable decepción ha oscurecido súbitamente el brillante cielo que nos había alegrado y enorgullecido. Nuestra alegría se ha tornado en pena, nuestro gozo en lamento, y está lleno de sentimientos de profunda humillación y desesperanza. Voy a resumir con mi pluma y dar un recuento de los trágicos acontecimientos que tuvieron lugar en el campamento Belknap la noche del 31 pasado (…) Se me ordenó ayer ir a los cuarteles del general Pillow, a tomar ex profeso las declaraciones de varios caballeros que estuvieron presentes en el acontecimiento, declaraciones que fueron hechas bajo juramento, y por supuesto de forma imparcial. Creo que el asunto como se detalla a continuación es sustancialmente verdadero. 

Al no haber retornado de Camargo el mayor Williams (30), el mando del batallón que quedó y  la retaguardia se transfirieron al teniente coronel Redd. Se trataba de cuatro compañías: Los Verdes de Jasper del capitán McMahon (31); los Rangers de Kenesaw del capitán Nelson (32); Los Vengadores de Fanning del capitán Sargent (33), y los Voluntarios de Canton del capitán Byrd (sic) (34). Todos ellos habían depositado sus equipajes a bordo del vapor Corvette, destinados a este lugar, y se les había asignado un sitio respectivo a bordo, en preparación al desembarco que realizarían la mañana siguiente muy temprano. 

30 – Mayor Charles J. Williams, Regimiento de Voluntarios de Georgia.
31 – Capitán John McMahon.
32 – Capitán Allison Nelson.
33 – Capitán Harrison J. Sargent.
34 – Capitán Daniel H. Bird.

Las dos compañías que he mencionado primeramente, fueron las únicas implicadas en la gresca que siguió, y fueron asignadas a la cubierta superior. Conforme iban abordando los “Verdes” tomaron su lugar a la derecha de la cubierta de caldera, y los “Rangers” a la izquierda. Cada uno a la cabeza del pasillo que conducía de forma central a la izquierda y la derecha hacia la cubierta superior. Cerca de un tercio de ambas compañías aún estaba en tierra cuando entre ellos surgieron dificultades, y rápidamente se transformó en una gresca generalizada que continuó por varios minutos, durante los cuales los “Rangers”, completamente desarmados, recibieron los disparos de los “Verdes”, los cuales estaban armados hasta los dientes con garrotes, pistolas, cuchillos etc. Ocho o diez de los primeros fueron heridos gravemente, y unos pocos de los últimos ligeramente. Al fin fueron calmados por la intervención del teniente coronel Redd y otros oficiales. 

Mientras tanto, los capitanes McMahon y Nelson vinieron de la parte inferior para ayudar a controlar la revuelta, dando órdenes estrictas a los guardias del pasillo en la parte de abajo de que no dejaran subir a ninguno a cubierta. Sin embargo, rápidamente fueron rebasados por los hombres y esto añadió leña al fuego que ardía en la cubierta superior. La oscuridad impedía la rápida identificación de cada uno, y los oficiales de las cuatro compañías que estaban presentes usaron todos sus recursos para restaurar la paz. La batalla finalmente cesó, sin embargo, las palabras altisonantes se continuaron usando libremente entre ambos bandos. El capitán Nelson con gran claridad mental ordenó a sus hombres volver a tierra y el capitán McMahon a los suyos. Estas órdenes fueron obedecidas de forma general. El capitán McMahon siguió a sus hombres encontrándose con que estaban dispuestos a continuar la pelea con unos cuantos “Rangers” que aún permanecían en la cubierta superior. Hizo todos sus esfuerzos para separar a sus hombres, espada en mano, retirándolos hacia los lugares que habían ocupado en principio a la derecha. 

Entretanto, el coronel (Edgard D.) Baker (35), de los Voluntarios de Illinois, el caballero que renunció a su puesto en el Congreso para tomar el mando del regimiento, regresaba con un destacamento de veinte o veinticinco hombres del sepelio de uno de sus soldados. Escuchó el altercado que estaba sucediendo, y generosamente se dirigió al bote, ofreciendo sus servicios al coronel Redd. Dichos servicios fueron aceptados y el coronel B. imprudentemente, pero con las mejores intenciones, se dirigió con presteza a la cubierta del barco. Ahí encontró al capitán McMahon de espaldas, profundamente dedicado, como lo he dicho antes, en mantener a sus hombres a raya en su lugar a la derecha. El coronel Baker avanzó al frente de su destacamento, espada en mano y pidió a los “Verdes” que se rindieran. El capitán de inmediato volteó, se colocó en una actitud defensiva, diciendo al coronel: “maldito, mide tu espada conmigo”; inmediatamente comenzó a desafiarlo contraatacando. Pelearon furiosamente por unos momentos, hasta que los amigos del coronel Baker, pensando que el combate con un hombre tan atlético era desigual, lo empujaron unos tres o cuatro pasos hacia atrás, cuando un disparo de una pistola de los “Verdes” dirigido a su cabeza surtió efecto, atravesándole el cuello por debajo de la oreja y tirándole tres o dos dientes de la mandíbula superior. Cuando cayó, el teniente al mando ordenó a sus hombres dos veces que cargaran bayonetas y atacaran al capitán. Así lo hicieron y una de las bayonetas penetró por su boca pasando a través de su mejilla haciéndolo caer. Mientras caía, se dejó oír el grito de que lo habían matado, y sus hombres de inmediato comenzaron un furioso asalto sobre los de Illinois. Continuaron hasta que la mitad de estos últimos estaban heridos, de los cuales el teniente y un soldado murieron al día siguiente.

35 – 4º Regimiento de Voluntarios de Illinois.

Al momento que el coronel caía, el oficial Whalen de los “Verdes”,que permanecía en una de las salidas del pasillo apuñalando a los “Rangers” con su bayoneta cuando intentaban pasar, fue herido en el corazón por un mosquete y tres tiros dirigidos desde abajo, muriendo instantáneamente. (36)

36 – “Del Savanah Republican, Regimiento de Georgia, campamento cerca de Camargo, septiembre 7”, en Nile´s National Register, vol. 71, octubre 10, 1846, p. 88. Para conocer el relato del coronel Jackson acerca del motín, Cf. coronel Henry R. Jackson, campamento cercano a Monterrey, a su hermana, Srita. Martha J.R. Jackson, Monroe, Georgia, octubre 19, 1846, Fondo Jackson-Prince, So. Hist. Col. NCa. El epílogo del motín fue la corte marcial del capitán John McMahon. Cf. Ordenanza 132 del general Taylor, campamento cercano a Monterrey, octubre 17, 1846. McMahon fue acusado de embriaguez en servicio y amotinamiento en su ataque al coronel Baker. La corte encontró culpable a McMahon y lo condenó a ser degradado. Pero debido a “una recomendación favorable de la corte y el carácter sincero de su testimonio”, la sentencia fue suspendida y se ordenó solamente a McMahon que “entregara su espada”.

Eficiencia y disciplina de los soldados regulares

No todo era desorden. Al concentrarse el ejército en Camargo, las pulcras cubiertas de las tiendas extendidas frente a la ciudad, la eficiencia y el aire marcial de los soldados regulares impresionaron a un oficial voluntario de Ohio que hace una idílica descripción de su campamento:

Una caminata a través del campamento en la mañana, después de nuestra llegada a Camargo, me dio la posibilidad, un simple voluntario, de encontrar placer e instrucción. Era el primer campamento de cualquier tipo que hubiera visto y por mucho el más hermoso. Nunca antes de hecho había visto  un batallón de nuestras tropas regulares ya fuera en campaña o en reserva. Pero aquí en un mismo campamento había caballería, infantería y artillería, no en números muy grandes, es cierto, pero perfectos en todas sus asignaturas y disciplinas. Eran cuatro baterías ligeras de seis armas cada una, unos cuantos escuadrones de dragones y cuatro brigadas de infantería (que comprendía la división de Twiggs y Worth) (37). En total eran más o menos tres mil hombres que constituían el ejército regular del general Taylor.

37 – Para la descripción de las divisiones de Worth y Twigg, ver el Capítulo II.

La tienda de cada oficial y soldado estaba colocada en el lugar adecuado, de modo que sabiendo el rango y la compañía, su cuartel podía ser fácilmente encontrado como cualquier número en una calle de alguna de nuestras ciudades más importantes. Frente al campamento había un enorme y parejo campo de prácticas; a la orilla del cual había una fila de pequeñas fogatas, en las que el desayuno se acababa de preparar. Las largas filas de lienzos blancos y grupos de pulidas armas se alternaban con frondosos árboles de palo de rosa y mezquite; manadas de espléndidos caballos estaban pastando con la tranquila dignidad de veteranos en sus puestos; las baterías de artillería, con sus brillantes bocas de cañón brillando, debajo de lienzos impermeables, como perros guardianes sentados observando todos esto, ayudaron a conformar un impresionante espectáculo marcial, de esos que hinchan las venas y estimulan el paso.

He observado campamentos militares y desfiles con frecuencia, y aunque todos los hombres usaran los festones, plumas y ornamentos propios de un mariscal de campo, no serían más que una penosa imitación de la guerra. Aquí, sin embargo, estaba Marte en persona; en reposo, aunque armado y dispuesto para la acción. La calma y orden que prevalecían en el campamento hubieran sido suficientes para decirnos que no se trataba de un asunto de vacaciones, aún si muchos de los hombres a nuestro rededor no trajeran sus rostros bronceados, ni las huellas de una batalla reciente. (38)

38 – Giddings, Sketches of the Campaign, pp. 74-75.

Entrenamientos de compañías y batallones

Los entrenamientos de las compañías y los batallones eran eventos casi diarios, incluían desfiles con uniforme reglamentario en las tardes y pasar revista. Servían mucho para levantar la moral. Un joven del grupo de los voluntarios de Massachusetts escribió una revista realizada por el general Wool: “Fue un buen espectáculo. Después de pasar revista realizaron muchas evoluciones mandadas por el general. Dispararon un cañón, las cargas de los vagones de munición conjuntamente con las de caballería y los sables me hicieron imaginar la realidad de la batalla. Deberían ver en práctica a nuestra artillería montada. Se mueven sobre el terreno como relámpagos y también con gran precisión. Son el brazo fuerte de nuestros efectivos.” Las prácticas, sin embargo, aun de la artillería montada, podían ser muy excitantes, desordenadas y peligrosas, cuando los jóvenes oficiales ordenaban a hombres sin experiencia montar y correr a todo galope. Un inglés que estaba en servicio bajo las órdenes de Scott, ya al final de la guerra, relata esta experiencia: 

Tres meses después de que ocupamos la ciudad de México se le ordenó a la compañía de artillería montada perteneciente a la división del capitán Patterson (39), junto con un considerable cuerpo de infantería, ir a Tulucco (sic. Toluca). La batería a la cual yo pertenezco fue transferida a esa división en su lugar (…) 

39 –  La División de Voluntarios.

El método sumario con el cual un buen número de hombres de nuestra batería fueron enseñados a montar es característica de esa manera de improvisar las cosas en el ejército de los Estados Unidos y merece ser citada. Cuando nuestra compañía, que previamente había fungido como infantería, fue convertida en una batería ligera, nuestro capitán tuvo algunos problemas en encontrar un número suficiente de hombres que pudieran montar bien a caballo para poder usarlos como conductores. Además cuando alguno de estos caballeros se sentía enfermo, era arrestado en el gran almacén, o sucedía que estaba impedido por cualquier otra causa, dado que era imposible continuar sin jinetes, a los primeros hombres a los cuales el teniente les ponía los ojos, les ordenaba ponerse las espuelas, tomar el látigo y ocupar el lugar de los jinetes ausentes. No valían negaciones ni excusas por ineptitud, pues no eran atendidas en ningún momento. “Ni una palabra señor, si no sabe cabalgar ahora, muy pronto lo aprenderá” replicaba duramente el teniente a sus silenciosas víctimas, quienes con pesar al montar en sus sillas, se veían tan lúgubres como si no esperaran otra cosa que fracturas, dislocaciones, o una muerte repentina.

Nuestro campamento para adiestrarnos era un terreno plano a las afueras de la ciudad, entre Guadaloupe (sic) y Peñón (…) El entrenamiento la mayor parte de las veces consistía en un trote enérgico, que ocasionalmente se hacía a galope sin disparar ningún arma; muchos de los caballos, dado que constantemente los estábamos cambiando cuando llegaban nuevas remesas, eran tan nuevos en el asunto como los jinetes, sucediendo a menudo serios accidentes de distinto tipo. Nuestros corceles continuamente relinchaban o pateaban hasta que sus patas se acostumbraban al ritmo, lo cual si la batería resultaba que se estaba moviendo rápidamente y la piezas de artillería por cualquier motivo no se detenían a tiempo, la posición de estos novatos jinetes e inexpertos conductores era lo suficientemente peligrosa como para tomarlo a la ligera y ni siquiera pensar en reírse por la torpeza con que cabalgaban.

Pero no solamente en estas ocasiones estos novatos estaban en peligro, los otros jinetes que llevaban la pieza de artillería estaban casi en el mismo riesgo; era de lo más común ver a jinetes y caballos en alarmantes predicamentos, con frecuencia todos en el suelo, amontonados; y lo más sorprendente, los pocos accidentes realmente serios que resultaron de tan horribles contratiempos. En estas embarazosas ocasiones, los espectadores ansiosos y alarmados no podían hacer nada para ayudar a los pobres hombres, que salían del apuro ¡Con las costillas aplastadas o un hueso salido! Los caballos y los jinetes se paraban de alguna manera, los carros eran desenganchados y dejados listos de nuevo en un abrir y cerrar de ojos. En unos cuantos segundos los hombres estaban montando de nuevo, fustigando a sus monturas para emprender un fiero galope y recuperar su puesto en la batería que estaba una media milla más adelante de ellos. 

De hecho, era motivo de constante asombro y parecía casi un milagro que no hubiera accidentes fatales, solo algunos pocos estuvieron a punto de serlo, en estas extrañas maneras de entrenamiento nuestras, tan peligrosas, en las que pareciera que nos partíamos el cuello. De hecho sucedieron menos contingencias que en entrenamientos de baterías más disciplinadas que practicaban en sitios vecinos. Para nuestra propia suerte al respecto, considerábamos que no era para agradecer a ese tonto e impulsivo jovenzuelo segundo teniente que comandó y entrenó a la batería por algunos meses antes de que entráramos a la ciudad, dado que nuestro primer teniente había sido muerto en acción en Churubusco, y nuestro capitán al enfermar obtuvo licencia de regreso a los Estados Unidos. Este teniente era muy apasionado y maldecía de la manera más horrible cuando algo estaba mal, cuando una pieza de artillería se paraba para rectificar lo que pudiera ser un problema sin haber recibido una orden de su parte (…) “Si un caballo se sale del camino, aunque vean a un jinete caer, no tienen permiso de parar; sigan adelante aunque transformen al tonto en momia, esto será una advertencia para los otros para que tengan cuidado y estén más concentrados en lo que hacen”. Estas eran las instrucciones que repetidamente daba a los oficiales sin rango, y a los hombres de nuestra compañía, que por fortuna tenían más humanidad que su oficial. (40)

40 –  “A general´s Orderly in Mexico”, Colburn´s United Service Magazine and Naval and Military Journal, vol. 78, mayo 1855, parte II, pp. 78-80.

Vida cotidiana y llamados a las armas

Imagen 11:.Chamberlain, Samuel (1996). “General Wools en el campamento de Castroville, Texas”. En My Confession: Recollections of a Rogue (1850). Austin. Goetzman H. William (editor)- Texas State Historical Association.

Fueran o no eficientes los entrenamientos, una solución para los problemas de los soldados era el mantenerlos ocupados. Conforme la campaña avanzó en 1846 los generales al mando ordenaron un incremento en los llamados a los soldados. En particular el general de brigada John Ellis Wool se hizo famoso por la disciplina estricta de su regimiento. Sus órdenes dieron el modelo a otros (en especial a los inexpertos oficiales voluntarios) para emularlo. Tras la batalla de Buena Vista, cuando la inactividad en el “frente del norte” contribuyó a bajar la moral, Wool reinstauró sus antiguas reglas de campamento, ordenando que fueran leídas a todas las tropas por sus comandantes. El caos podría haber sido una alternativa, pero la disciplina estricta combinada con la monotonía del campamento cayó sobre los voluntarios, cuyos oficiales eran frecuentemente tan indisciplinados como sus hombres, siendo el combustible idóneo para un motín. La Ordenanza de Wool No. 326, emitida en Buena Vista el 22 de junio de 1847, se reproduce aquí: 

Imagen 12. Chamberlain, Samuel E. “Tres dragones sentados en rocas contando historias”. en Goetzmann, William H. Sam Chamberlain´s Mexican War: The San Jacinto Museum of History Paintings.  San Jacinto, Texas, 1993.

1.- Los siguientes extractos de las órdenes y reglas que se detallan a continuación, enviadas a las tropas de esta división, se reiteran, con la orden de que deben ser puestas a la vista tanto de oficiales como de sus hombres.

Las señales y llamadas diarias serán de la siguiente manera:

Levantada4 ½A.M.
1er llamada para la policía del campamento5A.M.
“Chícharo sobre la tabla” llamada a desayunar6A.M.
Ronda médica7 ½A.M.
1er llamado a montar guardia8A.M.
Entrenamiento diurno9 ½A.M.
“Carne asada” llamada a Comer12 ½P.M.
2ª llamada para la policía del campamento3P.M.
Entrenamiento vespertino (por 1 ½ hora)4 ½P.M.
Retirada ½ hora antes del ocaso (regreso al cuartel)8 ½P.M.
Apagar las luces9P.M.
Apagar las luces (para los oficiales)10P.M.

Las señales para cada una de las llamadas serán realizadas por los clarines de los cuarteles y serán de inmediato respondidos por la música de los diferentes regimientos y corporaciones.

A la levantada, desayuno, comida y retirada, las diferentes compañías se formarán en su lugar de revista, se pasará lista por el 1er sargento supervisado por un oficial, al que se le reportarán (en caso necesario) los ausentes, quien a su vez dará aviso del estado de la compañía al adjunto del regimiento para que lo informe al coronel u Oficial al mando. En los entrenamientos y desfiles (que serán por la tarde) todos los oficiales y hombres del regimiento, excepto los que estén en alguna otra tarea, o hubiesen sido excusados por el médico debido a enfermedad, estarán presentes. Los oficiales que hayan estado ausentes sin permiso se reportarán a los cuarteles generales y los hombres que hayan estado ausentes serán arrestados. 

Además de los llamados que se indican arriba, habrá un llamado diario para los oficiales de voluntarios y oficiales sin grado, tantas veces como los oficiales al mando del regimiento lo vean necesario. (41)

41 – General brigadier John E. Wool, por Irvin McDowell, A.A.G., Ordenanzas Generales No. 326, junio 22, 1847.

Conflicto en un campamento cerca de Tampico

Con las limitaciones impuestas por las regulaciones oficiales, la vida en el campamento pareciera que era, y frecuentemente lo era, ordenada y pacífica. Un soldado del Regimiento de Tennessee describió la escena el 7 de febrero de 1847, mientras que la división del general mayor Robert Patterson estaba en un campamento cerca de Tampico:

Imagen 13.Anónimo,  (s/f). Robert Patterson, retrato. (The Miriam and Ira D. Wallach Division of Art, Prints and Photographs: Print Collection, The New York Public Library, 1807483).
Recuperado de: http://digitalcollections.nypl.org/items/79d9c2d8-f299-4228-e040-e00a18061fdc

Este fue un día muy hermoso; el sol brilló agradablemente en el hermoso río, en las verdes colinas que están del otro lado, en la ciudad a la distancia, en el campamento y en la pradera. Fue cálido, agradable, brillante y tranquilo. Antes de que se elevara la brisa marina, no soplaba ni una brizna de aire y cada sonido era diferente. Las banderas sobre la ciudad, y aquellas de los mástiles de los barcos cercanos, estaban caídas sin moverse de sus astas; los gritos y parloteos de los pericos de brillantes plumajes en el bosque frente al campamento llegaban sobre la tranquila superficie del agua. Sobre el río, aquí y allá, había enormes canoas, sus remos una y otra vez se sumergían en la superficie muy suavemente y las pequeñas ondulaciones del movimiento hacían que los rayos del sol danzaran en su regazo (…)

La ciudad y el campamento estaban en calma. En la primera las campanas que llamaban a la gente a “misa” habían cesado sus toques, y en el segundo, los tambores, pífanos y los instrumentos de las bandas estaban en silencio; maravillosamente el domingo había sido respetado, no hubo entrenamiento, ni desfile, no hubo ningún movimiento. La larga fila de infantería extendida en vigilancia frente a la brigada, a intervalos regulares desde el puente a la izquierda atrás del pueblo, hasta el límite del río a la derecha, pareciera que se habían sobrecogido por la belleza y la quietud de la escena que tenían delante de ellos y que estuvieran detenidos también, alineados con sus mosquetes, en sus puestos, de tramo en tramo.

(…) Mientras que todo está en calma, fijémonos en la tiendas, veamos en que se están entreteniendo los muchachos, dado que todas las veces que descansan de sus ocupaciones y movimientos hacen lo mismo, una mirada en este día de descanso nos dará una idea.

Caminemos alrededor del regimiento de caballería. Los caballos están quietos; atados con largos lazos, pareciera que dormitan en el agradable sol. En la línea de tiendas cercana a nosotros pueden observar la marquesina del capitán, con una multitud alrededor de ella sentada en pacas de heno y costales de maíz, que se han enviado para uso de la compañía. Están ocupados en conversaciones referentes a nuestros probables próximos movimientos.

Pararemos en la primera tienda de la fila y echaremos un vistazo. Vemos una pareja de hombres sentados en ese pequeño espacio, entre carabinas, espadas pistolas, cobijas etc. ocupados escribiendo cartas apoyados en tapas de barril que han colocado entre sus rodillas (…)

Los dejamos, otro paso o dos nos lleva a la segunda tienda. La entrada está cerrada y la tienda parece como lo está en silencio. Abrámosla y entremos: ahí solamente hay un hombre, componiendo las riendas de su caballo; todo el piso de la tienda está cubierto con equipaje y armas. Llega un camarada, que en voz baja le pregunta “si tiene algo”. El afirma con la cabeza, “pásamelo”. Suelta su rienda, y buscando abajo, saca de debajo de las cobijas una botella de brandy, y le vende al otro un trago, por un poco; pero todo se hace de manera muy discreta, dado que es contrario a las regulaciones del campamento.

En la tercera tienda, encontramos algunos de los chicos dormidos, y una pareja que cocina detrás de ellos ha ido al pueblo y ha traído algo de carne y verduras, ha pedido prestada una tetera de otros, tratando de hacer una sopa por una extraña ocasión. Ellos tienen algo de pan, pimienta y muchos pequeños artículos. Parece que están muy concentrados haciendo su sopa como si significara un gran evento para ellos (…)

En la siguiente tienda, que tiene la puerta llena de sacos con avena, hay muchos sentados en un cobertor jugando póker, mientras que otro tiene una novela que ha estado leyendo, hasta que por la oscuridad es difícil de seguir, y así pasa el tiempo. 

En otra tienda el fuego arde apaciblemente, y hay un hombre que muele café con la punta de su carabina y pelea todo el tiempo con sus compañeros por las tareas de cocina, dado que no es el día que le tocaba y etc. Jura que de ahí en adelante él solamente va a cocinar para él solo etc. etc. En esta tienda sus compañeros, algunos de ellos dormitan, otros se esfuerzan por remendar sus uniformes y otras ropas y mantienen la disputa con el primero que está cocinando.

En la siguiente vemos un balde de agua lleno hasta los bordes, y una cacerola de puerco frito, y pan duro, el cual los chicos están a punto de comenzar a comer.

En la tienda subsiguiente, se lleva a cabo una limpieza general de armas, dado que uno de los que habitan ahí ha sido tan afortunado de poder conseguir aceite y todos se han aprovechado de esa oportunidad; entre una gran conversación y muchos cuentos de unos a otros, parece que pasan el tiempo muy agradablemente.

En la siguiente se han reunido muchos para escuchar a un hombre que está relatando historias muy interesantes, y muchos se ríen con fuerza. Ya que ha terminado, otro canta una canción con gran regocijo. Espiemos un poco; tienen varias botellas de brandy de cereza y muchos insisten en tomárselas (las han obtenido del encargado de abastecimientos, el cual se supone que tiene prohibido vender bebidas espirituosas, evadiendo la restricción, su brandy de cereza se vende como pan caliente).

Debemos continuar. En la siguiente vemos a más escribiendo cartas, remendando, y muchos jugando al “euchre”; en la siguiente encontramos a los muchachos ocupados vistiéndose y lavándose ya que han recibido sus ropas lavadas por las lavanderas mexicanas, que las han hecho parecer como nuevas. Evidentemente los muchachos están muy complacidos con ese cambio de apariencia. Enfrente de esta tienda, así como de otras muchas de las cuales hemos pasado, detrás de la fila, pueden observarse a muchos hombres que pasan mucho tiempo y trabajos en masajear y cepillar a sus caballos y mientras lo hacen platican con ellos, los consienten y tan acostumbrados están los animales a su jinete que lo pueden distinguir desde lejos cuando se va acercando y lo expresan dando un pequeño relinchido, y si el hombre los pasa de largo, ellos se acercan a él. Un caballo no se puede sacar del campamento, y no les lleva más que un momento aprender donde deben de colocarse y si se pierden regresan en la noche. Estos hombres dedican sus tiempos libres para atender con devoción a sus caballos, y no podrían pasar sus horas de una mejor manera. (…)

Hemos pasado una hilera de tiendas, o sea una compañía; cada compañía en el regimiento, y cada regimiento de una brigada, están ocupados casi en las mismas tareas, así a lo largo de todo el campamento. 

Vayamos ahora a la orilla del río, a lo largo de la cual proseguiremos nuestro camino al que nos ha llevado la línea de tiendas. Aquí encontramos sentados en los bancos de arena a muchos hombres que contemplan la bella escena que se despliega ante ellos en el tranquilo río, con los barcos pasando arriba y abajo y aunque la brisa marina sopla levemente no ha levantado ondas en el agua. Observan a las marsopas que saltan con sus largas espaldas sobre el agua lanzando un resoplido y desapareciendo. Ocasionalmente una enorme tortuga aparece. Pasando frente a ellos vemos a otros hombres atrapando cangrejos en las aguas poco profundas, hay un gran número de ellos, con un palo corto, un poco de carnada y una pequeña red, un solo hombre puede capturar de veinte a treinta en una hora. Algunos otros hombres podemos ver que caminan por la rivera sumidos en sus pensamientos, aunque no piensen que son demasiados, muchos han dejado de lado el acto de pensar, como un trabajo continuo, para dejarlo para cuando regresen a casa. Ahora lector, te hemos dado una muestra de lo que es un campamento muy poblado cuando todo está en estado de calma y quietud. Desde luego no hemos mencionado todos los particulares pero hemos dado lo suficiente para que te formes una idea correcta y definitiva de la manera en la que empleamos nuestro tiempo cuando no estamos en servicio, sabiendo cómo transcurre un día sabrás cómo son todos. (42)

42 – George C. Furber, The Twelve Months Volunteer, Cincinnati, J.A. & U.P. James, 1848, pp. 417-422.

El campamento de los voluntarios del coronel Doniphan

Susan Magoffin, esposa de un comerciante del oeste, quien viajó con el coronel Doniphan y sus voluntarios de Missouri en su camino a Chihuahua no encontró nada de paz en estos campamentos. Escribe: “qué manera de estar haciendo siempre ruido tienen estos soldados, desde el amanecer hasta entrada la noche tocan sus cornetas, gritan como indios o hacen toda clase de sonidos que me ponen los nervios de punta” George F. Ruxton un viajero inglés fue aún más crítico que la señora Magoffin tras  haber visitado el campamento de Doniphan en Valverde en el Río Grande:

Imagen 14. Anónimo. (1925). “Susan Shelby Magoffin, ca. 1845”, en  Magoffin, Susan Shelby, The Santa Fe trail into Mexico: The Diary of Susan Shelby Magoffin (1846-1847). New Haven, Yale University Press,, p. 1

El campamento de los voluntarios estaba situado tres millas río arriba en el otro lado, el coronel Doniphan, quien lo comandaba había recién regresado de una expedición en territorio Navajo con el propósito de hacer un tratado con los jefes de esa nación, quienes han sido acérrimos enemigos de los habitantes de Nuevo México. Por las apariencias nadie hubiera imaginado que esto era una instalación militar. Las tiendas estaban en línea, pero carecían de toda uniformidad. No había ninguna limpieza. El campamento estaba regado con huesos de animales que habían sido sacrificados para su alimentación y no se había prestado la más mínima atención para mantenerlo limpio de cualquier otra acumulación de basura. Los hombres, sin bañarse ni rasurarse, estaban andrajosos y sucios, sin uniformes, y vestían como se les daba la gana. Vagabundeaban por ahí, sin estar listos, con apariencia de estar enfermos, o bien se sentaban en grupos a jugar cartas, diciendo malas palabras y maldiciendo; aun a los oficiales si osaban interferir con ellos (como yo mismo fui testigo). Enormes irregularidades sucedían continuamente. Los centinelas y las guardias aun estando en un territorio enemigo eran omitidos y un buen día, mientras yo estuve ahí, tres indios navajos se robaron ochocientas ovejas que pertenecían al campamento, matando a los dos voluntarios que se hacían cargo de ellas, llegando sanos y salvos a las montañas con su botín.

Sus mulas y caballos vagaban por el territorio, de hecho, era patente la más absoluta falta de disciplina en todos los aspectos. Estos mismos hombres sin embargo estaban tan dispuestos al combate como gallos de pelea. Poco después derrotaron a los mexicanos que los superaban cuatro veces en número en Sacramento, cerca de Chihuahua. (43)

43 -George F. Ruxton, Adventures in Mexico and the Rocky Mountains, Londres, John Murray, 1847, pp. 175-176.

El sórdido campamento “Miseria” 

Uno de los peores campamentos era el “Campamento Miseria” en las afueras de Xalapa, donde el ejército de Scott paró después de Cerro Gordo. El sargento Jacob Oswandel del 1º de voluntarios de Pennsylvania lo describe:

Miércoles, abril 21, 1847 (…) Llegamos a las afueras de la ciudad como a las 11:00 a.m., deteniéndonos por un momento mientras que nuestros oficiales y nuestros jefes de cuartel iban a la ciudad para encontrarnos una locación. Regresaron rápidamente y marchamos por la ciudad de Jalapa, atravesando hacia el lado norte de la ciudad. Acampamos en lugar abierto sin ninguna tienda. Es a cerca de tres millas de Jalapa, al lado del Camino Nacional. (…)

Jueves 22, abril 1847. Esta mañana hacía algo de frío, llueve y está brumoso, lo que causó que algunos de nuestros hombres quisieran irse a la ciudad en busca de mejores cuarteles. Dado que no tenemos tiendas estamos expuestos a todas las inclemencias del tiempo. Se ordenó que se montara una estrecha guardia alrededor de nuestro campamento para evitar que los soldados se fueran (…)

Al mediodía se dio la orden de que todos los soldados deberían limpiar sus cinturones, sus mosquetes y ropa, pero los hombres respondieron: “cuál es el caso de que limpiemos nuestras ropas si estamos destinados a estar a la intemperie en medio del agua y el lodo. Queremos nuestras tiendas ¡Oh Israel!” (…)

Domingo 25, abril 1847. Esta mañana, de hecho, toda la noche anterior fue muy fría y lluviosa, aquellos que no tenían donde guarecerse se empaparon y se les podía ver abrazándose alrededor de los fuegos del campamento secando sus cobijas y ropas, hablando acerca del clima inclemente, lo expuestos que estaban y sus sufrimientos, etc. 

A mediodía John Newman, Louis Bymaster y yo cargamos algunos maderos y tablas de un rancho desierto y nos hicimos un pequeño refugio. (…)

Martes 27, abril 1847. Esta mañana después de una fría noche de descanso, nuestros soldados estuvieron muy activos destrozando ranchos abandonados y construyéndose cobertizos para poder dormir. Se podía ver a algunos trayendo maderos, otros palos y tablones; algunos hacían hoyos para plantar los postes, otros con sierras, martillos y hachas. Todos hacían lo necesario para mantener a raya al frío, la lluvia y el aire helado en las noches el cual es muy poco saludable en este tiempo. (…)

Miércoles 28, abril 1847. Esta mañana no veo que suceda nada de importancia a excepción de que algunos neoyorkinos fueron puestos en prisión por robar un rancho, entrando y destruyendo todas las cosas que había ahí, además de tener una conducta desordenada e impropia de un soldado en el campamento. De hecho, casi todos los neoyorkinos han actuado de manera muy mala y desordenada por algún tiempo. Las peleas entre ellos suelen ser frecuentes, no piensan en nada más que en hacer un ring y medir los músculos de uno contra los de otro, golpeándose entre ellos como auténticos brutos. (…)

Jueves 29, abril 1847 (…) En la tarde nos visitó una terrible tormenta eléctrica, jamás había visto rayos tan fuertes, fue una tempestad perfecta, destrozó algunas de las rancherías y casi deja sin tejado a varias casas, llevándose por el aire maderas y tablones a varias millas a la redonda. Nuestro propio desastre fue que tuvimos que aferrarnos a nuestro refugio para evitar que volara por los aires. Resistió noblemente contra la tormenta, sin ceder una pulgada. Hemos tenido mucha lluvia y tormentas casi todos los días desde que acampamos, de hecho estamos tan empapados que casi hemos olvidado lo que es que haya un día benigno. No hay más noticias a excepción de que estamos comenzando a hartarnos de este campamento, el cual ya tiene nombre pues alguien ha colocado una tabla donde se lee: “Campamento Miseria” 

Esta noche el viento sopla montaña abajo desde la cumbre nevada de Orazaba (sic) sopla sobre nuestras caras y orejas tan agudo como un silbido y puedes escuchar a algunos de los compañeros gritar: “¡cierra la puerta!”, “ataja a este viento, está soplando en la cara de mi compañero”, “cállate, no ganas nada al reñir contra el viento o contra el clima”, risas, etc. 

Viernes 30, abril 1847.Esta mañana comenzó a llover y continuó de nuevo por todo el día, haciéndose muy desagradable la situación para nuestros soldados, en especial para aquellos cuyos refugios se cayeron en la tormenta de ayer por la tarde, de hecho algunos de nuestros hombres casi están sumergidos en agua, particularmente los que estaban en cuevas que habían cavado más de un pie bajo la superficie. Algunos estaban tan profundamente dormidos que difícilmente se les podía despertar, llegándoles el agua casi a la boca. Ya que nuestro refugio estaba en alto, el agua no nos molestó. Nuestros hombres ahora claman y esperan que nuestro jefe de cuartel nos traiga tiendas de Veracruz. (…)

Martes 4, mayo 1847. Esta mañana el general Scott envió al cirujano general con el propósito de examinar nuestro campamento y la condición de nuestros soldados. Estaba acompañado por muchos otros doctores. Examinaron nuestro cuartel minuciosamente y no tardaron en encontrar por qué habíamos denominado a nuestro campamento como “Campamento Miseria”. 

Reportaron al general Scott las condiciones en la que estábamos, la insalubridad del campamento y cuanto más rápido se removiera a los soldados de aquí mejor sería para las tropas que aquí acampaban. (…) 

Viernes 7, mayo 1847. Esta mañana estoy seguro de que son ciertos los rumores que se dieron ayer en la tarde de que dejábamos “Campamento Miseria”. Cerca de las 9:00 a.m. los tambores comenzaron a batir. Todos los soldados parecían contentos de salir de este campamento, y se apresuraron para formase y responder el llamado a filas. Tras  algunas disculpas complementarias de nuestro capitán W.F. Small, llegó una orden del coronel Wynkoop “¡Adelante!, ¡Marchen!” Y salimos de ahí sin agradecimiento y sin derramar ninguna lágrima. (44)

44 – Oswandel, Notes, pp. 140, 142, 144, 146-148, 155,159.

Vida en los campamentos de oficiales del ejército 

Imagen 15. Gilbert and Ginon.(1846). “Cuartel general del general Taylor cerca de Matamoros”, en Thorpe, Thomas Bangs, Our army on the Rio Grande. Philadelphia, Carey and Hart, p. 125. Recuperado de: https://archive.org/details/ourarmyonriogran00thorrich/page/n145/mode/2up 

Aunque los oficiales comisionados frecuentemente pasaban las mismas privaciones (aunque en grado diferente) que las de los hombres enlistados, ellos sin pena alguna vivían aparte con grandes comodidades. El general de brigada John A. Quitman fue uno de los oficiales de voluntarios más sobresalientes. En el sitio a Monterrey comandó una brigada que incluía al Primer Regimiento de Voluntarios de Tennessee del comandante William B. Campbell y a los Fusileros del Mississippi de Jefferson Davis. Quitman llegó a Camargo, mientras que las tropas de Taylor se concentraban ahí antes de moverse hacia Monterrey. En una carta a su esposa e hijos describe el pueblo y la vida de un oficial en el campamento:

Les escribo desde mi tienda en los bancos del río San Juan, un brazo del Río Grande. A cincuenta yardas a mi derecha está la tienda del general Taylor. Al otro lado del pueblo están acampados cerca de 6,000 hombres. El resto está (…) entre este lugar y la boca del río. El pueblo de Camargo que tenía cerca de 6,000 habitantes casi desapareció por una inmensa creciente del río la primavera pasada (…)

He sufrido algunos inconvenientes por usar el agua tibia del río. Sin embargo, no temo por mi salud y trato de cuidar de ella. Desearía que pudieran echar un vistazo en mi tienda –con piso de tierra- hay dos baúles, uno contiene una parrilla de hierro, tetera, cacerola, sartén, tarro para café, ½ docena de cuchillos, tenedores, etc. En el otro hay un poco de harina azúcar, té, café, mi maleta, tres bancos sin respaldo, y, lo que es realmente un lujo, un catre con dos cobijas. En un sitio cuelga mi sable y mi pistolera en el otro, mi espada, pistolas y catalejo. (45)

45 – General brigadier John A. Quitman, “Campamento en Camargo”, a Louisa y F.H. Quitman, agosto 18, 1846, Fondo John A. Quitman, So. Hist. Col., NCa.

Después de que la Batalla de Monterrey había sido ganada y el campamento de Taylor estaba de nuevo colocado en Walnut Grove, Quitman continuó su descripción de la vida de un oficial:

Aún seguimos aquí pasando nuestro tiempo en un ocio innoble. Todos aquellos como yo, que tenemos a cargo un campamento con 2,500 hombres sin nada más que llevar a cabo las labores de campamento, tenemos tareas poco envidiables.

Mi tienda está cerca de un manantial que fluye entre las rocas, rodeado de robles y ébanos. Frente a mí, en la distancia, completamente visible cerca de diez millas está la montaña Mitra, que pertenece a la Sierra Madre. Toma su nombre de que recuerda a una mitra. Aunque está tan distante a veces parece que pudiera alcanzarla con mis manos, parece tan cercana, tal es la pureza del aire. A mi izquierda está la montaña Comanche de 3,000 pies de alto, tuve el impulso de escalarla el otro día (…) A un lado del manantial está la tienda de Harry y Caesar (sic), mi primer asistente, que está ahora haciendo una copia de un mensaje ante mi vista. No sé qué haría sin Harry. El 21 de septiembre después de que llegué de la batalla me saludó de mano de pura alegría. Él ha dicho que mientras estaba en la retaguardia de mi brigada los mexicanos le tiraban cañonazos, algunas veces los evitó excavando, otras saltando y algunas otras tirándose pecho a tierra. Caesar (sic) mi cocinero es muy leal y no me da problemas. (46)

46 – General brigadier John A. Quitman, “Campamento Allen cerca de Monterrey”, a su esposa, Sra. Eliza Quitman, noviembre 22, 1846, ibíd.

La vida de Quitman fue casi espartana comparada con la de otros generales y oficiales del ejército. Patterson, cuando estaba en marcha, ordenó tres coches para que cargaran su equipo y el de su grupo de seis personas, mientras que un solo carro servía para dos compañías de soldados. Un voluntario se quejó: “No puedo entender como un general y su grupo pueden llenar tres grandes carros de cuatro caballos con artículos, cuando estamos en marcha, pero si estás presente en los cuarteles del general, mientras acampan en la noche, te sorprenderás de la cantidad de artículos de cocina (suficientes para un hotel de buen tamaño), bolsas, verduras, cubetas para champagne, rejas de botellas, bolsas de alfombras, colchones, sábanas, maletas, etc. que son sacados. Te harían pensar en las caravanas que cruzan las praderas rumbo a Oregón”. Quitman traía a sus esclavos como servidores personales, otros oficiales sureños emplearon a chicos mexicanos de la misma manera. Un oficial de Ohio contrató a un chico estadounidense (blanco) como sirviente para que le cocinara mientras estaba en el campamento en la playa cerca de Veracruz. Él describe su comedor como sigue:

Fyffe (47), Jamison, (sic) (48), Howard (49), el Dr. McDonald (50) de Lancaster, y yo, constituyen mi comedor de oficiales (eso es una familia). Tenemos nuestros propios utensilios de comida, manteles, etc. tenemos un buen cocinero. Es un chico americano, blanco, de aproximadamente 15 años, llamado Theodore Murray. No tiene padres, tiene muy poca educación y cocina bien, habla español, y roba como un joven griego. De hecho es el tipo de joven para el ejército. Él estuvo en la campaña de Río Grande con el capitán Cutter de Covington, Kentucky; hace muy buen café, excelentes pastelillos y una espléndida sopa de frijol. Le pagamos $15 al mes. Nuestras expectativas son que nuestro costo mensual sea de $25 al mes por cada uno, esto incluye el pago de Theodore, la lavandería y la comida. (51)

47 – James P. Fyffe, 1er teniente, 5º Regimiento de Voluntarios de Ohio. Aunque siempre llamaban a su regimiento como el Segundo de Ohio.
48 – Teniente Milton Jamieson, 2º teniente.
49 – Teniente William Howard, 2º teniente.
50 – Dr. George T. McDonald, cirujano asistente.
51 – Capitán John W. Lowe, “Campamento cercano a Veracruz, México”, a Sra. Manorah F. Lowe, Nueva York, octubre 17, 1847, Fondo John W. Lowe, Dayton.

El general de brigada Caleb Cushing empleaba un cocinero, dos meseros y dos caballerangos. Su joven asistente de campamento el teniente W.W.H. Davis cuestionaba su manera de vivir en el campamento. En julio de 1847, mientras acampaban a su lado durante la Batalla de Buena Vista, en una carta a su madre Davis escribió: 

El lugar en el que acampamos es tal vez uno de los más hermosos de la tierra, y este lugar y el clima en casa lo harían casi el paraíso. Estamos sobre la planicie de México, cerca de cuatro o cinco mil pies arriba del nivel del mar, rodeados en todas partes de suaves montañas cuyas cimas tienen todas las formas que la imaginación pudiera dictar. La planicie es de cerca de cuatro millas de ancho, casi sin imperfecciones, y nada que impida que el ojo pasee por ella sino hondos y rocosos barrancos; solo vemos tres cosas aquí, montañas, cielo y planicie.

Supongo que querrás saber cómo vivo y todo acerca de mis quehaceres domésticos. El general (Cushing) y yo vivimos juntos y formamos un equipo. Tenemos un cocinero, dos meseros y dos caballerangos para nuestros caballos. Contamos con una tienda exclusivamente para comedor. Les damos dinero a nuestros muchachos, que se encargan de comprarla y cocinarla para nosotros. Tenemos una manera de vivir tolerablemente buena, contamos con carne de res, de puerco, leche, pan, chiles rojos, calabacitas, pollos, tomates, etc., vivimos bien y tenemos mucho para comer. No podemos cocinar tan bien como tú en casa, dado que todo se hace a la intemperie. El general tiene un equipo completo de utensilios de estaño, es una decena de piezas. Le llamamos nuestro servicio de plata ya que es tan bueno como el original. Este no se rompe, así que tenemos una ventaja sobre cualquier vajilla de loza. Invitamos al general Wool y a su equipo a cenar con nosotros hace unos días y tuvimos la oportunidad de sacar toda nuestra vajilla de plata.

(…) Tengo una carpa para mí que he arreglado muy bien, tan bien como lo mejor, y otra como oficina en la cual hago todos mis asuntos. Tengo a mi servicio un oficinista y un mensajero que lleva mis encargos. Se reirían seguramente de verme algunas veces remendando mis viejas ropas. (52)

52 – Teniente William W. H. Davis, “Campamento cercano a Buena Vista”, a la Sra. Amy H. Davis, julio 28, 1847, Fondo W.W. H. Davis, Beinecke.

Algunos de los oficiales en el campamento, al menos en los principios de la guerra, gozaban de algunas de las comodidades dadas por las carpas, los sirvientes y otros lujos. La tienda del mayor John L. Gardner (teniente coronel adjunto y coronel en Cerro Gordo y Contreras) del 4º Regimiento de Artillería contrastaba por su austeridad. Su amigo Samuel R. Curtis lo describe de esta manera: 

Al sur del arroyo (en Punta Isabel), los montículos son muy suaves y las tropas están acampadas en el pasto en varias direcciones. La tienda más cercana al pasto es la del mayor Gardner. Déjenos hacer un retrato de él. Es el comandante de este punto y la región incluyendo Brazos Santiago donde mi regimiento está acampado. Yo conocí al mayor cuando fui cadete en West Point. Me reconoció en cuanto me vio. Y ahora diré y veré como vive. 

Duerme en un catre de campaña. Su tienda es una tienda común de 12 pies de amplio. Su baúl y una caja y su catre son todo su mobiliario. En una estufa de campamento frente a él hay un libro. Es la Santa Biblia. Al entrar el mayor nos recibe con la más cálida hospitalidad. Él solamente ha estado aquí por unos días. Fue enviado desde el lejano noreste donde ha dejado algo más interesante, su familia, y ha llegado aquí desde que yo llegué (…) El mayor nos acompañó a la tienda de mi viejo amigo, el capitán Swartwout (53).(…) Cenamos todos juntos, los temas de la casa, la paz y la guerra fueron bien discutidos, mientras que el chef nos sirvió sopa de frijol, brochetas de tortuga, pan duro y agua de lluvia. Tras de la cena fuimos a los departamentos de los jefes de cuartel (los de provisiones) y vimos muchos de los artículos que tomamos el día 8 y el 9 de los mexicanos. (54)

53 – Capitán Henry Swartwout, 2º Artillería, y Curtis fueron compañeros en West Point.
54 – Coronel Samuel R. Curtis, “Brazos Santiago”, a su esposa Belinda Curtis, Mount Vernon, Ohio, julio 29, 1846, Fondo Samuel R. Curtis, Beinecke.

Si los oficiales gozan de muchas comodidades no compartidas por sus hombres, había veces en los que no estaban tan bien. Esto fue cierto en el cuidado hospitalario en los comienzos de la campaña de Taylor en 1846. El asistente de cirujano John B. Porter (55) lo menciona en su correspondencia oficial:

55 – Dr. John B. Porter de Connecticut fue cirujano asistente, diciembre 1, 1833, y mayor y cirujano en octubre 4, 1846.

El teniente Magruder, del 1º de artillería (56), padece irregulares e intermitentes fiebres que lo atacan a cualquier hora del día o de la noche, en consideración a las incesantes lluvias y la mala condición de nuestras tiendas, las cuales no son de protección alguna contra las tormentas. Tengo el honor de recomendar que vaya al pueblo de Matamoros desde este momento y hasta que se recupere de su salud. 

56 – John Bankhead Magruder.

La presente parece ser la ocasión correcta para aludir a la situación de los oficiales enfermos. Ellos no están tan bien preparados para las enfermedades como sus hombres, dado que los últimos tienen tiendas de hospital, mosquiteros, que en gran medida dan protección del clima, mientras que los oficiales en sus tiendas con casi un año de uso, originalmente un poco más gruesas que la gasa, están comparativamente desprotegidos de cobijo. Me parece oportuno que se debería conseguir un edificio para hospital de oficiales, y tengo el honor de recomendar las medidas que deberán ser tomadas para proceder tan pronto sea posible. (57)

57 – Cirujano asistente J.B. Porter, Batallón de Artillería, 1er Brigada, cerca de Matamoros, a teniente coronel Thomas Childs, Comando del Batallón de Artillería, junio 24, 1846, Cartas recibidas, Ejército de Ocupación, AGO, RG 94, Nat. Arch.

Aunque sin duda fue en ocasiones poco frecuentes, a los oficiales excepcionalmente se les permitió tener a sus mujeres con ellos en los campamentos. En Camargo, el ejército encontró que muchos de los habitantes con recursos económicos habían dejado el pueblo, y ver a una dama se convirtió en una rareza. Un voluntario de Tennessee al escribir a su hermana le comenta: “Poder ver a alguna de nuestras bellas damiselas de Tennessee sería un regalo divino en esta tierra de caras morenas y adustas. Una dama americana, la esposa de un oficial del ejército, paseó enfrente de nuestro campamento la otra tarde, y si hubiera sido un animal salvaje de las costas de África o Bengala, no hubiera atraído unas miradas más fascinadas que las de nuestros muchachos.” (58)

58 – John R. McClanahan, Camargo, a su hermana, Sra. James R. Taylor, Jackson, Tennessee, octubre 25, 1846, Fondo McClanahan-Taylor, So. Hist. Col. NCa.

Las mujeres en los campamentos 

Los oficiales algunas veces traían a sus amantes mexicanas al campamento. Josiah Gregg menciona en su diario las aventuras amorosas de un infiel cirujano del ejército, cuya amante mexicana siguió al ejército vestida de hombre desde Chihuahua. Llevaba un mosquete al hombro y paseaba con su amante. Gregg reporta después que frecuentemente la ve en la tienda del cirujano (59). Samuel R. Chamberlain intentó mantener a su amante mexicana empleada como lavandera en el campamento. (60)

59 – Josiah Gregg, Letters and Diaries of Josiah Gregg, ed. Maurice Garland Fulton, Norman, University of Oklahoma Press, c. 1941-1944, vol. 2, pp. 117-118. Josiah Gregg, comerciante y médico, estaba en la columna de Wool en su marcha de San Antonio a Buena Vista. Sirvió como cirujano voluntario.

60 – Samuel E. Chamberlain, My Confession, Nueva York, Harper & Brothers, 1956, p. 215. Samuel Emery Chamberlain fue soldado de la Compañía E, 1º dragones, de septiembre 8, 1846 a marzo 22, 1849. Durante la Guerra Civil fue capitán, mayor, teniente coronel y coronel del 1º y 5º de Caballería de Massachusetts y en febrero 24 de 1865 fue general brigadier de voluntarios.

Imagen 16. Anónimo,(s/f). Josiah Gregg, acuarela. (The New York Public Library Digital Collections. Cat. 1247784). Recuperada de:    . http://digitalcollections.nypl.org/items/510d47df-d2d2-a3d9-e040-e00a18064a99).

Las lavanderas eran una parte tradicional en el ejército de los Estados Unidos. Completamente reconocidas por las reglamentaciones del ejército, las cuales asignaban cuatro de estas mujeres a cada compañía. Al comienzo de la campaña de 1846, Taylor ordenó que las lavanderas avanzaran por adelante junto con el equipaje hacia Matamoros. Frecuentemente estas mujeres eran esposas de los soldados, y la lista de raciones tenían que contemplar a sus hijos para que vinieran al campamento con ellas. Después de la captura de Veracruz cuando Scott eliminó todo el exceso de equipaje de la marcha tierra adentro hacia la ciudad de México, por estas mismas órdenes eliminó a las mujeres de la marcha. Una de ellas, sin embargo, se negó a quedarse atrás. Henry Moses Judah recuerda su fidelidad en su diario:

(Abril) 14 (1847). La compañía “B” tiene por mujer de campamento a la más fea de su especie, holandesa hasta el extremo, con su enorme e indecoroso cuerpo sin forma, y su redonda cara roja, ella persevera suponiendo que mantiene la flama del amor sin morir en el pecho de su hombre Clancy, como ella lo nombra. Por cierto que el pobre Clancy se lleva una azotada de vez en cuando. A esta mujer se le ordenó quedarse con el mayor Graham, pero sin dejar que la vieran depositó su guardarropa y artículos de hogar en una caja de champaña, las colocó en el carro y siguió a pie tras de su hombre Clancy. Cuando el mayor la vio le ordenó que se metiera en uno de los carros que iban vacíos en el contingente que pasaba y se regresara a Veracruz ya que no podía ser molestado por mujeres en esta marcha. A la señora Clancy no le gustó la idea de esta separación forzosa y no se marchó. Se ordenó a tres hombres que la acompañaran a su carro. Uno de ellos imprudentemente puso la mano en su brazo, y en un instante su enorme puño lo derribó, volando al suelo con un ojo rojo. Aparentemente satisfecha con esta exhibición de su poder, acompañó a los otros dos hombres al carro que por cierto guardaban una distancia prudente. La peor parte de esto fue que su hombre, Clancy, se sentó con los hombres uniéndose a sus risas y no estaba dispuesto a intervenir en su apoyo. ¡Qué mirada le dirigió ella! Anticipaba un duro golpazo, se respiraba un aire de venganza. (61)

61 – Diario de Henry Moses Judah MS, entrada de abril 14, 1847, DLC.

Imagen 17.  Allen, Lieut. G. N. (1848). La heroína de Fuerte Brown, 1846-1848.(Garrett Collection. E415.A42) Recuperada de: https://library.uta.edu/usmexicowar/item?content_id=1487&format_id=8

La leyenda de “Gran Oeste” 

Tal vez la más conocida mujer del ejército en la guerra mexicana fue “Gran Oeste”, que acompañó a su esposo cuando se unió al ejército, sirviendo como lavandera y cocinera en el comedor de un oficial. Fue especialmente valiente durante el bombardeo del Fuerte Brown. Rápidamente alcanzó el nivel de leyenda cuando su reputación se esparció rápidamente entre el ejército de Taylor. Lewis Leónidas Allen fue uno de los que contaron su historia: 

Muchos de nuestros lectores probablemente habrán oído de una mujer vinculada al ejército, mujer de un sargento, si la memoria no me falla. Ella es conocida familiarmente en la frontera de arriba del Río Grande como “Gran Oeste”. Algunos tal vez supongan que esta persona solo existió en la imaginación, pero conozco a esta mujer y he conversado con ella mientras estaba en el campamento del general Taylor. He conocido su historia desde que era niña, la cual debe ser creída como cierta.

Parece que ella proviene de una familia respetable y de buena condición. En su juventud se casó con un soldado como lo hacían las damas jóvenes cuando se les metía en la cabeza. Siendo su marido por necesidad llamado a filas, lejos de casa y distanciado de su familia por un largo período, frecuentemente en las fronteras en inminente peligro, expuesto a los daños y condenado a llevar a cabo penosas tareas. De acuerdo con la naturaleza femenina, determinó acompañarlo al campamento, donde ella en concordancia escogió la profesión de las armas esperando ser llamada al frente en un futuro. 

Ella es muy respetada por todos los que la conocen, tanto oficiales y soldados, es provista de todo el confort, se le ha dado su propia tienda, pago y raciones; es de gran ayuda y se le ha llamado la matrona del hospital. Se hace cargo de las necesidades inmediatas de los enfermos, heridos y moribundos. Una de las razones por las cuales se le ha llamado Gran Oeste, es porque su talla es marcadamente grande, bien proporcionada y fuerte, nervios fuertes y gran poder físico, capaz de soportar una gran presión. Otra razón es porque posee un enorme valor natural y moral, es muy intrépida y desafía el peligro, al mismo tiempo posee todas las finas cualidades que caracterizan a su sexo. Cuando cualquiera de los de la tropa es herido, o está enfermo, ella manifiesta un gran cariño y simpatía, atendiéndolo personalmente en el momento justo en todas sus necesidades. Una mujer nunca parece más adorable que cuando está ocupada en sus quehaceres respectivos, en la cual es más marcada su providencia, estando al cuidado de los enfermos y moribundos (…)

Cuando el ejército marchó de Fuerte Jesup, en Luisiana, a través de Texas hasta Corpus Christi y de ahí al pequeño Colorado, donde había un gran peligro para cruzar, ella fue de gran ayuda y, en una instancia, salvó la vida de varios soldados que estaban cruzando en un bote que se hundió mientras que ella y sus hijos iban en él. 

En el bombardeo de Fuerte Brown, opuesto a Matamoros, ella demostró un gran valor y la intrepidez más fría y avezada. Las balas de cañón, proyectiles y disparos, esos seguros mensajeros de la muerte, estaban cayendo fuertemente alrededor suyo. Ella continuaba solventando las necesidades de los heridos y los moribundos. La lucha se hizo tan ardiente que una bala pasó por su gorro y otra por su charola mientras preparaba algún auxilio para los hombres. Estando su carpa algo distante de los hombres, buscaban una oportunidad para poder ir por alimento. Finalmente le pidieron a ella que se los llevara; pero en su propio lenguaje, según yo, se ofendió mucho y se indignó al hacerle tal demanda. Después de que ella había corrido semejantes riesgos y había puesto en peligro su vida, que le pidieran que se arriesgara aún más al solicitarle que les llevara comida desde su tienda, de verdad era demasiado, y exigió se le ofreciera una disculpa, regañándolos en términos muy severos por requerirle tal muestra de valor.

El 4 de julio último, en un festival nacional, un oficial propuso el siguiente pensamiento el cual fue recibido con un entusiasta aplauso: 

“La Gran Oeste, una de las más valientes y más patriotas soldados en el sitio del Fuerte Brown”.

Cuando dejé Matamoros, Gran Oeste estaba sacando estacas y preparándose para ir de Camargo a Monterrey. (62)

62 – Allen, Pencillings, pp. 22-24.

Mexicanos en los campamentos

Imagen 18. Croome, W. (1862). “Una cabaña mexicana”, en Frost, John, Pictorial History of Mexico and the Mexican War. Richmond, Virginia, Harrold and Murray, p. 602.  Recuperado de: https://archive.org/details/pictorialhistory01fros/page/602/mode/2up

A medida que el ejército avanzaba tierra adentro en México, las mujeres mexicanas hacían más el trabajo del campamento. Aunque Taylor previno a sus oficiales de emplear servidumbre mexicana (63), no hizo mucho para mantenerla lejos de sus campamentos. 

63 – General mayor Zacarías Taylor, Matamoros, Ordenanza General No. 77, junio 17, 1846. Esta Ordenanza dice: “La Comandancia General ha sido informada por las autoridades de Matamoros que sirvientes mexicanos, que de acuerdo con las costumbres del país son pagados por adelantado, han en varias instancias dejado el servicio de sus señores, refugiándose en los campamentos norteamericanos. El general desea la precaución de los oficiales y de todas las personas vinculadas con el ejército contra el empleo de dichos sirvientes y decir que son reconocidos y reclamados en este lado del río los derechos de sus antiguos patrones. En todos los casos serán regresados con sus antiguos patrones”.

El avance del ejército de Taylor hubiera sido difícil sin su ayuda. En la isla de Brazos, el jefe de provisiones del cuartel contrató “mexicanos medio desnudos” para descargar los barcos; los mexicanos tripularon los barcos de vapor en el Río Grande cuando el ejército marchó de Camargo a Monterrey; los arrieros mexicanos desafiaron las represalias de la guerrilla para llevar mulas pesadamente cargadas con provisiones; los mexicanos sirvieron en los hospitales de base en Matamoros, Veracruz, y Xalapa. Cada día mujeres mexicanas venían a los campamentos del ejército norteamericano a vender sus frutas, verduras y otras vituallas. Había una cierta ironía en esto, como lo dice el capitán John W. Loteen en una carta a su hijo: 

Tenemos escaramuzas con ellos (los mexicanos) a cinco o seis millas del campamento cada tanto, pero otros vienen a nuestro campamento y nos venden pan y pasteles, pays, maíz tierno, naranjas y lo que se te ocurra, pero debemos pagar por ellos. Tenemos que darles 3 centavos por una papa; 4 centavos por un camote, 2 centavos por una mazorca de maíz y 12 ½ centavos por tres rollos de pan tan largo como tu mano – los huevos cuestan 3 centavos la pieza- una jarra de estaño 25 centavos, una cuchara de hierro 12 ½ centavos y casi todo lo demás en proporción. Me gustaría pagar más por las naranjas y menos por otras cosas. (64)

64 – Capitán John W. Lowe, campamento cerca de Veracruz, México, a su hijo Owen Thomas Lowe, Nueva York, octubre 21, 1847, Fondo John W. Lowe, Dayton.

Para el momento que el ejército de Scott llegó a Xalapa la práctica se había vuelto tan común que el mismo oficial escribió: “Difícilmente puedo creer que estamos en un país enemigo, los mexicanos pasan por mi tienda a cada minuto con azúcar, pan, queso, naranjas, papas, cebollas, etc. para vender. Se han mezclado tanto con los norteamericanos que nos pueden entender muy bien.” (65)

65 – Ídem a su esposa, Sra. Menorah F. Lowe, Nueva York, noviembre 9, 1847, ibíd.

En Xalapa, sin embargo, los mercaderes no siempre tuvieron buenos tratos con el ejército. Una vez, habiendo levantado sus puestos en “Campamento Miseria” fueron acosados por las tropas de Pennsylvania, que estaban desesperadas después de días de que habían estado con una dieta que casi los hace morir de hambre. El Sargento Oswandel reporta lo que sucedió: 

Al medio día los guardias de Cameron de Harrisburg, Pa., pertenecientes al 2º Regimiento de Voluntarios de Pennsylvania, se presentaron frente al coronel William B. Roberts en su tienda y le dijeron que querían algo de comer. El coronel les respondió que no tenía nada que darles, en este momento se fueron encima de varias mujeres mexicanas que tenían sus puestos de alimentos a lo largo del campamento, vendiendo sus cosas a los oficiales y soldados que aún tenían algo de dinero, y tomaron a casi todo lo que las pobres mujeres mexicanas tenían, no había visto tal desorden y prisa antes en mi vida (…)

El oficial que estaba a cargo ese día trató de impedir que siguieran asaltando a las mujeres, pero no logró nada. Hubiera evitado que cayeran rayos con mayor éxito que tratar de parar las bocas hambrientas cuando encuentran algo que comer. Después de que las tropas robaron todo a las mujeres se fueron a trabajar y echaron a las mujeres fuera del “Campamento Miseria” (66). Una vez que las mesas fueron puestas se colocaron todos los hombres uno junto al otro en la camaradería de la buena voluntad. Había un maravilloso movimiento de mandíbulas, y el rumor de las voces recordaba mucho al que se escucha en una iglesia. (67)

66 – Sobre Campamento Miseria ver en este mismo capítulo el apartado correspondiente.
67 – Oswandel, Notes, p. 154.

Aquellos, demasiado pobres como para comerciar con los invasores, eran capaces de sacar algún beneficio del ejército invasor, ya que su hambre era mucha. H. Judge Moore de los voluntarios de Carolina del Sur habla de un incidente relacionado: 

El pueblo de las Vigas (68) posee una iglesia hermosa para ser un lugar con tan poca población (…) Las casas (si es que puede llamárseles así) presentan una apariencia muy pintoresca y uniforme, la mayoría han sido erigidas a base de postes que se hunden en la tierra y que se agrupan juntos amarrándolos. Soportan un techo de hojas de palma amarradas con mecate hecho de la planta del pulque. A temprana hora de la mañana del ocho de mayo (aniversario de la Batalla de Palo Alto) nuestro campamento se encontraba en movimiento, y sonando las ajetreadas notas de la preparación para el comienzo del día, mientras que multitudes de mujeres y niños hambrientos se acercaban presurosos al campamento, recogiendo granos de maíz, pedacitos de carne y pan o andrajos y zapatos gastados que los soldados habían desechado. Aun las briznas de paja y forraje que se quedaban tiradas en el lugar donde se ponían los carros eran recogidas con sumo cuidado y guardadas como si se tratara de cosas de un inmenso valor. (69)

68 – Las Vigas era una población a medio camino entre Xalapa y Perote.
69 – Moore, Scott´s Campaign, p. 74.

Los ubicuos vendedores ambulantes

El encargado de las provisiones del campamento tenía la asistencia de vendedores –que no eran siempre bienvenidos- para aprovisionar a las tropas. Los vendedores eran comerciantes, nómadas, que seguían al ejército de un lugar a otro; su tarea era muy pesada, y muchas veces peligrosa. Frecuentemente eran individuos con pocos escrúpulos, animados solamente por sacar el máximo provecho. El soldado sabía que lo estaban engañando, pero el mercader tenía los bienes, y mientras los hombres tuvieran dinero, ellos iban a comprarles. 

John R. Kenly de los Voluntarios de Maryland describió sus actividades y cómo era recibido este tipo de comerciante:

La señal de que nos acercamos al fin de nuestra caminata fue claro cuando llegó un vendedor al campamento, proveniente de Tampico. Traía puros y papas. Todos los que tenían dinero compraron. Sin dinero no había trato, no valían las promesas o súplicas, nada de hacer tratos de futuras compras ya fuera propias o de algún amigo, nada era aceptado por el vendedor. Subía los precios como creía que podía hacerlo para ganar más, y llegaba a tener precios excesivamente altos.

Mi compra de papas rápidamente terminó en una olla y pude comer las primeras verduras desde que dejé el barco en julio pasado, con excepción de algunas coles y estas papas con una taza de vinagre, cosa que no habíamos tenido desde el mes pasado, además los puros me dieron el deleite que solo conocen quienes han sido privados de las necesidades básicas ¡Ah la vida del soldado! (70)

70 – Kenly, Maryland Volunteer, pp. 225-226.

Los juegos de apuestas en los campamentos

Imagen 19.  Anónimo, (ca. 1850).“Fandango en San Antonio”. en Wright, Ben. “Fandangos, Intemperance, and Debauchery”, Not Even Past, Austin Texas, University of Austin, Oct. 2018. Recuperado de: https://notevenpast.org/fandangos-intemperance-and-debauchery/ 

Tras meses de espera, cuando un regimiento finalmente recibía su paga, los juegos de azar estaban a la orden del día. Los oficiales fácilmente se metían en líos, así como los hombres con dinero en las manos, sin saber claramente qué hacer con él, jugaban al póker, faro y ruleta. Tal como lo describe Bushop: “Clic, clic, aquí hay un juego en el que todos pueden ganar. Se les podía ver con mantas extendidas frente a ellos, con cartas colocadas, y sacudiendo una caja de fichas para que cupieran bien.” (71) Muchos de los jugadores eran de las filas del ejército, pero jugadores profesionales de Nueva Orleans, Filadelfia, y Nueva York seguían al ejército. El Dr. S. Compton Smith, un cirujano en activo del ejército de Taylor, escribió un desalentador relato de su manera de “trabajar”. Observó que el ejército estaba compuesto de varios ingredientes:

71 – Buhoup, Narrative, pp. 109-110.

Hay numerosos empleados de los jefes de provisiones de cuartel y las comisarías: artesanos, carretoneros, los que manejan a las mulas, asistentes, comodines, sirvientes, contratistas, especuladores, escritores de cartas, así como también los jugadores profesionales, vendedores de whisky, carteristas con sus ayudantes y los cortesanos del campamento. Todos estos elementos importantes del gran conjunto que es la vida del campamento.

Los últimos nombrados aristócratas, en nuestro ejército, no reducen sus operaciones a los pueblos que están bajo custodia del ejército, o a los campamentos permanentes, sino que frecuentemente son encontrados en las caravanas mientras que pasan de un punto de abastecimiento al otro. Frecuentemente solapados por los carretoneros.

En algún rincón escondido de sus carros, se colocan los charlatanes, con sus artículos para jugar al “monte” (72), su tapete de ruleta adornado con figuras doradas y un águila, la caja del bingo, la ruleta de la fortuna, cuidadosamente protegidos junto con los barriles de whisky, para ser colocados atractivamente en la parte trasera de las carretas al llegar al primer campamento en la noche. Estos hombres son capaces de adaptarse a cualquier cambio u ocupación imaginable con tal de seguir realizando sus actividades de juego para desplumar al pobre soldado.

72 – Para una breve discusión del juego “monte” que se “convirtió en parte de la naturaleza de los habitantes de América del Sur”, ver Brantz Mayer, Mexico as it was and as it is, 3ª edición revisada, Filadelfia, G.B. Zieber & Co., 1847, p. 78.

Difícilmente uno podría reconocer en el campamento, vestidos de manera ordinaria sucios y manchados, unos carretoneros montados en la última de las mulas de la remesa final, gritando desaforadamente al líder, mientras saltaba la ladera ascendente de la colina, al tipo que estaba demasiado arreglado y afrancesado y arrogante, que uno había visto manejando las cartas en la mesa llena de dinero de los “Dos amigos” la tarde anterior. Sí, se trata del mismo hombre. Aún lleno de suciedad, lo cual le servía de disfraz, los delicados y ágiles dedos del croupier es todo lo que puede delatar su identidad. 

Ayer se las pagó a las tropas y, dado que una nutrida escolta acompañaba al carro del dinero, ya con el efectivo en los bolsillos, nuestro “caballero profesional” se vestía de carretonero y se presentaba en la oficina ante el jefe de abastecimientos del cuartel para pedirle una litera. Sus compañeros atendían sus asuntos en el pueblo y en el campamento, mientras que él mismo se disponía para atender  sus intereses en el camino.

En la noche, después de que había quitado las monturas, dado de beber y comer a sus animales, y se había dispuesto apresuradamente de su propia cena de tocino frito y pan del ejército, se preparaba para su negocio. Por principio de cuentas preparaba su lugar y lo examinaba cuidadosamente; el barril de whisky ya estaba sin las cobijas que lo habían cubierto enrollándolo para que no lo descubrieran en las inspecciones del jefe de la caravana, y las había depositado en un lugar conveniente como si estuviera a punto de realizar una gran representación esa noche. Después si la noche estaba en calma se ponían dos botellas en la entrada que sostenían velas. Se les colocaba sobre la tierra, cercanas a arbustos que las cubrieran y evitaran que se viera la luz desde donde se acomodaban a los oficiales al mando del campamento. La parte trasera del carro ahora se ha abierto y está colocado en el piso entre las velas un mazo de cartas españolas, preparado y colocado sobre la tabla en pequeños montoncitos arreglados simétricamente con “caballo”, “rey”, “corona”, y “espada” desde el más alto. El tallador se ha sentado sobre sus piernas dobladas y ha colocado una pañoleta extendida frente a él en la cual ha acomodado en atractiva forma su “banco de apuesta”; ahora hace su proclama de “whisky gratis para cualquier caballero que se sienta dispuesto a arriesgar un cuarto de dólar en un juego en el cual fácilmente cualquier hombre puede hacer una fortuna.”

Los hombres, cuyo dinero les pesa en los bolsillos, y aquellos cuyo seco paladar les pide un whisky, rápidamente se reúnen en torno al tallador. El dinero se pone abajo en las cartas y el whisky baja por las sedientas gargantas.

Mientras que el fiero “brebaje de mala calidad” inflama el cerebro, los apostadores se van poniendo más ansiosos y sus contrarios van aumentando las apuestas a medio y a un dólar. El tallador conoce muy bien su negocio, es un buen juez de la naturaleza humana, y sabe a quién limpiar de una sola vez y aplaca a los de temperamento violento con el miserable licor y sus pérdidas; se divierte y juega con ellos como el gato juega con el ratón antes de comérselo. El juego vacila y vibra arriba y debajo de la escalera de la suerte; los apostadores ahora perdiendo, ahora ganando, apuesta tras apuesta. El tallador maldice a las cartas, jura que la fortuna está en su contra y pide una nueva oportunidad para cambiar su suerte. Se hace un nuevo juego y aún el afortunado apostador sigue ganando la plata. Envalentonado por su suerte, ahora apuesta diez dólares (un águila).

El frío y calculador tallador renuentemente acepta siquiera a darse por enterado del oro, pero gracias a la “suerte” el dinero va a dar a su banco. No hubo ningún engaño que el apostador pudiera observar, fue todo justo, solo se debe a un cambio de fortuna. Él trata de nuevo y de nuevo pierde, y sigue perdiendo, con ocasionales ganancias a su favor. En este punto, el juego, con la ayuda del whisky gratis, se hace muy emocionante, el apostador se va por el todo o nada y ahí va toda su pila entera de dinero al “caballo”, el tallador hace una cuidadosa seña en donde un observador cercano y acucioso podría observar una mueca de sonrisa o júbilo de sus delgados labios; y ahí aparece la “Sota”; el soldado está ¡totalmente desplumado! Maldiciendo a su suerte y más que medio loco por la excitación del alcohol y el juego, busca su cobija en la cual rápidamente es despertado por el estridente sonido de las notas del toque para levantarse. (73)

73 – Smith, Chile con Carne, pp. 321-325.

Esparcimiento

Imagen 20.Chamberlain, Samuel (1996). “El Fandango”. En My Confession: Recollections of a Rogue (1850). Austin. Goetzman H. William (editor)- Texas State Historical Association.

La vida en los campamentos estaba lejos de ser de solo entrenamientos, comida escasa, agua de mala calidad y enfermedades. A los hombres se les permitía cierta libertad para entretenerse dentro y fuera de los campamentos. En Corpus Christi se organizaban partidas de cacería para ir por ciervos, gansos y pavos salvajes, “incontables pájaros pequeños” y ocasionalmente un puma. A lo largo del bajo Río Grande montar y correr caballos salvajes que se habían capturado llevó a que se mandara una orden del general Taylor prohibiendo “las carreras de caballos en los campamentos… entre el toque de retirarse y el de levantarse”. Casi un año después, sin embargo, el regimiento de Massachusetts, de acuerdo con una carta escrita a un diario de Boston, estaba realizando carreras en un campamento en Matamoros:

Hay una gran cantidad de deportes que se realizan en el campamento; las mulas son muy abundantes aquí, y los hombres no requieren de ningún entrenamiento especial para montarlas y hacer carreras. Los caballos salvajes son muy baratos; los mejores pueden ser comprados por $10 dólares y algunos de ellos son ejemplares magníficos. Yo tuve uno por el cual pagué $11 dólares, alguien me lo robó hace algunas noches. Esta mañana capturé uno en la pradera, más salvaje que el viejo Nick, y lleno de brío. Tres o cuatro de nosotros fuimos necesarios para ensillarlo y embridarlo a causa de sus travesuras. Después de que tiró a varios, lo monté y le di de fuetazos; de esta manera se comportó muy precavidamente. No nos detuvimos para darle la contraseña al guardia sino que salimos como una locomotora bajo una nube de vapor. Se dirigió hacia un grupo de mulas y antes de que pudieras decir Jack Robinson, estábamos en medio de ellas. Todo lo que podía hacer era tratar de pararlo. La carrera de John Gilpin no fue circunstancial, en el transcurso de media hora estaba cubierto con sudor y muy cansado. (74)

74 – “Regimiento Massachusetts”, sin nombre, Campamento Massachusetts, Matamoros, México, a (nd), abril 13, 1847, en Bunker Hill Aurora, citado por el Boston Advertiser, mayo 11, 1847.

Los voluntarios también encontraron emocionantes las suertes a caballo y el lazado de toros de los charros mexicanos. John Blount Robertson del 1er regimiento de Tennessee recuerda esas experiencias cuando describe las recreaciones de un soldado norteamericano en México:

Imagen 21. Chamberlain, Samuel (1996). “Mercado mexicano en un campamento estadounidense”. En My Confession: Recollections of a Rogue (1850). Austin. Goetzman H. William (editor)- Texas State Historical Association.

Los mexicanos organizan fandangos todos los sábados por la noche, nuestros oficiales y hombres asisten a ellos por invitación pero en grupos lo suficientemente grandes como para evitar cualquier acto vandálico de los mexicanos (…)

Mientras estábamos en una excursión arriba de donde estaba el campamento, en las proximidades de Matamoros, algunos de nosotros tuvimos la oportunidad de presenciar un deporte el cual creo que debe ser particular en el área de Río Grande en lugar de las corridas de toros del interior. Un grupo de rancheros bien vestidos y con sus caballos cubiertos con sus sobrecargos usuales se encontraron en un rancho donde cerca de quince o veinte toros estaban encerrados en un corral. Después de tomar libremente su mezcal y de fumar unos cuantos cigarros, y haber arreglado los preliminares, montaron sus caballos e hicieron un camino, entonces se soltaron los toros, comenzó una carrera, cuando el primer jinete habiéndoles dado ventaja salió a todo galope y seleccionando al toro más grande galopó hacia él y parándose de su montura lo tomó de la cola y lo pasó con pericia bajo su pierna, repentinamente paró su caballo y de una manera particular volcó al toro en la tierra entre los grandes vítores y aplausos de sus compañeros. Cada uno de los rancheros restantes en turnos realizaron acciones similares pero no siempre con idéntico éxito, pues algunas veces algún toro que había recorrido el camino una media docena de veces anteriormente, se escapaba en una dirección oblicua antes de que su cola hubiera estado adecuadamente asegurada bajo la pierna del jinete, cuando el ranchero se levantaba de la silla y salía disparado como cohete en el aire mientras que sus amigos reían. Y le hacían gestos sin ninguna simpatía por su infortunio. Cuando uno fallaba en el intento el siguiente salía en seguida, hasta que cada toro hubiera sido adecuadamente tirado al suelo. (75)

75 – Robertson, Reminiscences of a Campaign, pp. 94-95.

Imagen 22. Hinekley, (1846). “Ranchero mexicano”, en Thorpe, Thomas Bangs, Our army on the Rio Grande. Philadelphia, Carey and Hart, p. 134. Recuperado de: https://archive.org/details/ourarmyonriogran00thorrich/page/134/mode/2up

Representaciones teatrales

Cada vez que los hombres podían conseguir licencia para visitar las ciudades vecinas, les gustaba buscar representaciones teatrales de cualquier clase. Una compañía itinerante con sus payasos apareció en las calles de Matamoros casi después de que el ejército acampó ahí. Un circo norteamericano actuó en Xalapa para las tropas (en su camino de Veracruz a la ciudad de México). Un observador anota: “Las tropas estaban deleitadas, recordando nuestra casa al escuchar los gritos de los niños sorprendidos por las evoluciones en la pista, las bromas y los chistes de los payasos; estoy seguro de que nuestros hombres estuvieron tan contentos como le es posible a un mortal estarlo.” (76) Cuando el ejército de Scott llegó a Puebla, encontró espectáculos más sofisticados. H. Judge Moore del regimiento de Palmetto habla sobre ellos: 

76 – Kenly, Maryland Volunteer, p. 381.

Existen dos bellos y espaciosos teatros en Puebla, el que está cerca de la “Plaza del Toro”, en el lado oeste de la ciudad, estaba ocupado durante la estadía del ejército americano por una compañía de actores americanos, siendo los productores los señores Hart y Wells, asistidos por algunos actores aficionados pertenecientes al ejército. El circo también era un lugar de distracción popular que había sido creado por una asociación de yankees del lugar de las costumbres firmes, sostenido por numerosos patrocinadores, teniendo al público animado y dando a los productores propietarios muy buenos dividendos. La Sra. Morrison y la Srita. Christian, ambas reconocidas actrices de los Estados Unidos, estaban en el escenario casi todas las noches, y tenían llenos totales hasta el final. La primera no era solo una espléndida actriz, muy hermosa, sino también una de las mejores cantantes que haya escuchado sin duda alguna. La segunda parecía muy joven, no mayor de quince años, y era admirada universalmente como una belleza; usaba botas españolas con pequeñas campañas de cobre en los tacones y podría haber danzado las brujas de Macbeth. Ella actuó como Pauline en “La Dama de Lyons” y el oficial Styles actuó como Claude Melnotte, ambos fueron forzados a salir varias veces al final. 

El teatro que estaba ocupado por la compañía española era aceptablemente manejado. El costo de la entrada era de solo un real (12 1/2 centavos) mientras que el de la compañía americana costaba cincuenta centavos. Los españoles son muy buenos actores, tal vez superiores a los nuestros en cuanto a acción y gesticulación se refiere, pero con respecto al mérito de sus obras no poseo el suficiente conocimiento de su lengua para que me permita hacer un juicio adecuado. El vestuario de los artistas era en extremo rico y ostentoso, pero en este particular las actrices lo excedían, sus vestidos eran un perfecto cubrimiento de oro, plata y diamantes. (77)

77 – Moore, Scott´s Campaign, p. 381.

Un astuto empresario de teatro en Puebla incluso invitó a unos cuantos de los hombres del campamento a interpretar algunos papeles de “Hamlet” (78). Uno de los batallones bajo el comando de Doniphan hasta tenía su propia sociedad dramática (79). El coronel Robert Treat Paine de los Voluntarios de Carolina del Norte -quién había enfrentado un motín el 15 de agosto de 1847, teniendo que matar a uno de sus propios hombres para controlarlo-, era muy solícito en complacer después a sus tropas y al parecer estaba muy satisfecho con el teatro del campamento.

78 – Oswandel, Notes, p. 236.

79 – Frank. S. Edwards, A campaign in Mexico with Colonel Doniphan, Filadelfia, Carey & Hart, 1847, pp. 70-71.

Los soldados regulares y unos cuantos regimientos de voluntarios tenían bandas musicales que tocaban: The Star Spangled Banner, Hail Columbia, Yankee Doodle y otros temas patrióticos. En ocasiones, algunos grupos de músicos que se habían presentado en reuniones políticas antes de la guerra se dedicaban ahora a dar serenata a los oficiales con sus canciones favoritas. A excepción de la flauta y el tambor había pocos instrumentos musicales entre los voluntarios, y por eso se reunían en grupos para cantar ante la tienda del comandante en las tardes de los domingos o alrededor de las fogatas en el campamento, o cantando Texas Reveille a todo pulmón tan pronto como despertaban.

Imagen 23.Anónimo, (1862). “Tambor”, en Frost, John, Pictorial History of Mexico and the Mexican War. Richmond, Virginia, Harrold and Murray, p. 551. Disponible en: https://archive.org/details/pictorialhistory01fros/page/550/mode/2up 

La letra de la popular y antigua canción inglesa La chica que dejé atrás (The girl I left behind me) se volvió en “La pierna que dejé atrás” (The leg I left behind me), parodiando a Santa Anna (80) y la pierna artificial que abandonó en su carruaje después de la batalla de Cerro Gordo. Los chismes del día y las especulaciones sobre la guerra frecuentemente se mezclaban durante estas sesiones vespertinas. El teniente Raphael Semmes habla acerca de un vivaque en Veracruz: 

80 – Cuando las tropas del general Scott ocuparon la hacienda de Santa Anna, El Lencero, ubicada entre Xalapa y Veracruz, se supone que encontraron la pierna de madera en un carruaje olvidada al intentar huir de la escena. Santa Anna había perdido su pierna durante la Guerra de los Pasteles contra Francia en 1838. 

Todos los días al despertar oigo las jubilosas voces de los voluntarios y los cocheros sobre sus pequeñas fogatas en la calle, ya sea cantando cosas pequeñas o alguna canción favorita, y de un momento a otro discutiendo de política, de su lugar nativo y los méritos de la guerra con México. Mientras que me arrullo con las palabras Texas, Río Grande, Sr. Polk, general Scott, entremezcladas con “¡Molly es la chica para mí!” Su sonido cadencioso se va alejando poco a poco en mis tímpanos. (81)

81 – Semmes, Campaign, p. 51.

La lectura en los campamentos

En general las actividades recreativas más simples eran las más populares: bañarse en el mar en Brazos Santiago o Veracruz, pescar en los riachuelos o en el Golfo de México, jugar a la pelota en el campamento de prácticas, organizar carreras, saltar y luchas. 

Algunos de los hombres más ilustrados leían Historia de México y literatura durante sus horas de descanso (82), algunos comenzaron a aprender español, pero la mayoría de ellos, como Quitman, finalmente desistieron. Unos pocos como Daniel Harvey Hill lo dominaron. Especialmente durante las marchas más largas el material de lectura era escaso, los periódicos cuando llegaban a aparecer eran leídos y releídos hasta en su más mínimo fragmento. 

82 –  Durante el primer verano de la guerra, quince editores de Nueva York “contribuyeron con una excelente biblioteca para el ejército en el Río Grande”. Entre los editores que enviaron libros estaban: Harper & Brothers; Burges, Stringer & Co.; Wiley & Putnam; Saxton & Miles; Baker & Scribner; M.W. Dodd; Davis Mead y Stanford & Swords.

Imagen 24. Forbes, Edwin, (1870). “Periódicos en el campamento, 1860”, En Century Magazine, New York, The Century Co. (The Miriam and Ira D. Wallach Division of Art, Prints and Photographs: Print Collection, The New York Public Library, 831562). Recuperado de: https://digitalcollections.nypl.org/items/510d47e0-e86d-a3d9-e040-e00a18064a99 

En Matamoros, sin embargo, había tres periódicos que se publicaron durante los primeros días de la ocupación. Uno de ellos The American Flag era reconocido como “uno de los diarios más frecuentemente citados que conozcamos de este continente”. (83)

83 – “The American Press and Printers”, en Nile´s National Register, vol. 71, enero 16, 1847, p. 308; Lota M. Spell, “The Anglo Saxon Press in Mexico, 1846-1948”, en The American Historical Review, vol. 38, oct. 1932, pp. 20-31.

A excepción de los acontecimientos locales, esta es una gran exageración. Aún más famoso que The American Flag fue The American Star, publicado por el incansable John H. Peoples (84), que dirigía imprentas en Xalapa y otros puntos mientras acompañaba al ejército de Scott hacia la ciudad de México. Su primer número apareció en la capital apenas una semana después de su captura. Durante la ocupación, Scott y otros comandantes lo hicieron más o menos el órgano informativo oficial del ejército. John Henry Warland de Cambridge Massachusetts lo editaba entonces en versión bilingüe en español e inglés (85). Los oficiales del ejército de Scott frecuentemente diferían con sus puntos de vista, pero leían cada ejemplar de forma acuciosa. Sabían, sin embargo, así como sabían su rango y clase, que sus amigos en los Estados Unidos estaban mejor informados por los diarios de Washington y Nueva York que lo que ellos sabían por los periódicos del ejército o los semanarios en español de México.

84 – Peoples tenía socios en su negocio de publicaciones. Cf. Oswandel, Notes, p. 145.

85 – Véanse siete páginas de notas de John H. Warland escritas en el archivo del American Star en la biblioteca Houghton de la Universidad de Harvard. Ver también John Langdon Sibley, Hemeroteca, entrada de julio 11, 1873, Massachusetts Historical Society. Los editores están agradecidos con el Sr. Edward S. Wallace por darles a conocer la existencia de Warland. 

El correo era exageradamente lento para llegar de los Estados Unidos. Con frecuencia un soldado obtenía respuesta meses después, esperando la respuesta de una sola carta. Cuando recibía cartas o periódicos de casa, frecuentemente eran motivo de un enorme regocijo. El teniente George W. Clutter (86) le escribió a su esposa desde un campamento en Mier (agosto de 1847): “La mañana del viernes he recibido ocho escritos de tu parte, en uno de los cuales anunciabas que habías llegado a casa -los recados y las cartas escritas en uno de ellos eran como una enorme carta-, no puedes imaginar el placer que fue ver esos recados después de haber estado ausente por tanto tiempo. Mándame muchos ya que no me cuestan nada” (87). El capitán John R. Kenly mientras estaba en ruta desde Victoria hasta Tampico se sintió exultante por las cartas que recibió de su casa. Escribe en su diario (enero 17, 1847): “Ayer por la noche después de acostarme y metido en mi cobija, fui despertado por un reporte de que había llegado un mensajero exprés con correo proveniente de los Estados Unidos. Volé a través del chaparral, arañándome las manos y desgarrándome la ropa, pero fui ampliamente recompensado porque recibí dos cartas de mi CASA, las cuales leí una y otra vez antes de que se me cerraran los ojos” (88)

86 – Teniente George W. Clutter, 1er teniente, 13o infantería, abril 9, 1847, fue asistente de regimiento de agosto 9, 1847 a febrero 1, 1848.

87 – Teniente George W. Clutter, campamento cerca de Mier, México, a su esposa Sra. Sarah M. Clutter, Wheeling, Virginia, agosto 8, 1847, Western Americana MSS, Beinecke.

88 – Kenly, Maryland Volunteer, p. 211.

PRÁCTICAS RELIGIOSAS

Imagen 25. Chamberlain, Samuel (1996). “Gran Misa antes de Buena Vista”. En My Confession: Recollections of a Rogue (1850). Austin. Goetzman H. William (editor)- Texas State Historical Association.

La petición de lectura de parte del ejército para tener algo que leer, trajo consigo una respuesta de la Sociedad Misional Norteamericana, la cual mandó cuatro mil Biblias al ejército de Taylor. La influencia que estas biblias tuvieron sobre los hombres de Taylor es difícil de definir. Existen algunas referencias sobre temas religiosos en los diarios y cartas de los soldados. Por otro lado, mientras que el Regimiento de Burnett de Voluntarios de Nueva York esperaba a bordo ser transportados del muelle de Nueva York a México, un hombre duro que se había enlistado comenta irónicamente sobre la donación de las biblias a los soldados: 

Uno o dos días previos a que embarcáramos, se dieron órdenes de que nos vistiéramos con lo mejor que tuviéramos, dado que el general Gaynes nos haría una visita. Pero el que llegó fue el reverendo Gallagher con un montón de biblias y folletos –lo cual hubiera sido muy bueno si hubiera sido el momento correcto-, pero como saben, es “echar flores a los perros” darle una Biblia a un soldado que va a la guerra. Únicamente vi a un hombre leerla y estaba loco; los hombres solo abusan y cometen sacrilegios en estas situaciones, por lo que doy mi palabra de honor de que muchas fueron tiradas por la borda, otras usadas como papel y el resto fue dejado sobre las dunas de arena de las playas de Veracruz, ya que era imposible irlas cargando en la marcha, además de los miles de dólares que fueron desperdiciados. Si en lugar de biblias y folletos estas buenas personas que tanto deseaban el bienestar de las almas de los hombres hubieran mandado algo de ropa para sus cuerpos, tal vez una vida se hubiera salvado, tal vez una viuda y unos huérfanos no estuvieran ahora rezando por ellos y bendiciéndolos (…) Tres centavos hubieran sido suficientes para alimentos ¡Y hubieran salvado una vida! o si el costo de la Biblia hubiera sido destinado para la misma causa, hubieran salvado quizás muchas vidas. (89)

89 – High Private, pp. 45-46.

Imagen 26. Croome W.. (1862). “Campamento de los voluntarios de Nueva York en el Presidio de San Francisco”, en Frost, John, Pictorial History of Mexico and the Mexican War. Richmond, Virginia, Harrold and Murray, p. 456. Disponible en: https://archive.org/details/pictorialhistory01fros/page/456/mode/2up 

Había capellanes católicos y protestantes acompañando al ejército (90), y, como en todas las guerras coloniales, algunos capellanes identifican las causas nacionales con la voluntad de Dios. El reverendo capitán Richard A. Stewart (91), ministro metodista y dueño de una plantación en Iberville Parsih, Luisiana, combinó (o confundió) el Destino Manifiesto con las exhortaciones religiosas y le atribuyó a la Providencia un designio imperialista que no solamente comprendía la posesión del continente norteamericano sino también la modificación del “carácter del mundo”. Su voz no solamente era la de los extremistas expansionistas de su tiempo, sino que fue la tónica para expresar ideas religiosas similares cuando otras circunstancias harían volver la mirada de los norteamericanos hacia otras naciones. Veamos lo que dice Thomas Bang Thorpe del sermón del capitán Stewart: 

90 – Para otros aspectos sobre el tema religioso, ver capítulo IX.

91 – Capitán Richard A. Stewart estaba en el 3er Regimiento de la brigada Smith de voluntarios de Luisiana. Thorpe lo cita como Stuart.

El reverendo capitán tomó el texto: “si no oprimes al extranjero, al huérfano y a la viuda; si no derramas en este lugar sangre inocente, si no sigues a otros dioses para su propia desgracia, entonces yo los dejaré vivir en este lugar, en la tierra que di a sus padres desde antiguo y para siempre” (Jeremías 7, 6-7).

Los comentarios e imágenes eran opuestos en extremo, sugeridos por las escenas que acontecían alrededor del predicador. Se refirió a los incidentes del mes pasado y al hermoso espectáculo mostrado al mundo por el ejército conquistador, extendiendo sobre un país sus leyes –que eran más benignas, más liberales, más protectoras, que las que habían sido desalojadas por la fortuna de la guerra-. Esto, decía el orador para calentar su discurso, era poner en práctica el verdadero espíritu del texto, esto es “no oprimir al extranjero, al huérfano y a la viuda y no derramar sangre inocente”. Esta conquista tan pacífica -continuaba-, compite con los valientes hechos de armas que brillaron en los campos de Palo Alto, y Resaca de la Palma; tal pacífica conquista fue más allá de las armas, pues no solo se conquistó el cuerpo, sino que nos hizo capaces de capturar las mentes. Estaba previsto ya el esparcir la luz sobre las fronteras oscuras de Tamaulipas, para hacer que sus habitantes abrazaran las bendiciones de la libertad, para que abrieran sus ojos a las degradaciones de su propio gobierno, que esclaviza a ambos: sus cuerpos y sus mentes.

El soldado predicador entonces prosiguió a interpretar la segunda parte del texto: “yo los dejaré vivir en este lugar, en la tierra que di a sus padres desde antiguo y para siempre”. Sería imposible para nosotros tener la menor idea de la conclusión de este memorable discurso. El reverendo orador mostró de manera sencilla y hermosa que era designio de la Providencia que la raza anglosajona no solo debería tomar posesión de todo el continente norteamericano, sino que debía influir y modificar el carácter del mundo, que ese era el significado de “la tierra que di a sus padres desde antiguo y para siempre”. Sostenía que el pueblo norteamericano era heredero de un destino, y era instrumento pasivo en las manos de un poder superior, para llevar a cabo su gran designio; y hermosamente ilustraba esto haciendo un rápido recorrido de la historia de nuestra nación en el pasado y en el presente. Concluía esperando que las hostilidades con México cesarían –que congresos más sabios gobernarían en el capitolio-, y que la paz abriría de nuevo sus alas sobre esta abandonada tierra, con un verdadero y ardiente sentimiento de patriotismo, luego habló sobre los deberes cristianos y de que cada hombre debería pelear por su país, mientras quedara un solo individuo en pie que estuviera en contra de él. El reverendo se sentó en medio de un profundo silencio, dejándonos un poderoso sentimiento implícito. (92)

92 – Thomas Bangs Thorpe, Our Army on the Rio Grande, Filadelfia, Carey & Hart, 1846, pp. 171-172.


Relación de imágenes:

Imagen 1. Garl Browne Jr., William. (1847) El Gen.Taylor y el personal de Walnut Springs (pintura al óleo).  (Washington, National Portrait Gallery, Smithsonian Institution, NPG.71.57).

Imagen 2. Croome, W, (1862). “Cocina de campamento” en  Frost, John, Pictorial History of Mexico and the Mexican War. Richmond, Virginia, Harrold and Murray, p. 277. Recuperado de: https://archive.org/details/pictorialhistory01fros/page/276/mode/2up

Imagen 3. Chamberlain, Samuel (1996). “General Wool dirigiéndose a los amotinados”, en My Confession: Recollections of a Rogue (1850). Austin. Goetzman H. William (editor)- Texas State Historical Association.

Imagen 4. Tracy, Albert, (1858). “Campamento de Scott desde el Sureste 1848”. En  Albert Tracy papers IV. Sketches Loose sketches. (The New York Public Library Digital Collections. 1858. Cat.5021574). Recuperada de:   http://digitalcollections.nypl.org/items/4f51db50-2605-0130-4989-58d385a7bbd0

Imagen 5. Furber, George C. – Stillman. (1848). “Campamento Ringgold del décimo Regimiento de Caballería de Tennessee, cerca de Matamoras (sic)”,  1846-1848. en The twelve months volunteer; or, Journal of a private, in the Tennessee regiment of cavalry, in the campaign, in Mexico, 1846-7.  Cincinnati, J.A. & U.P. James, 1848,  p. 45. (Colección Garrett Bay D. E404 .F97) Recuperado de: https://archive.org/details/twelvemonthsvolu02furb/page/44/mode/2up

Imagen 6. Bookhout, Edward (?), (1848). “Corpus Christi”, en Henry, W. S. capt., Campaign sketches of the war with Mexico, New York: Harper & Brothers, p. 1.Recuperado de: https://archive.org/details/campaignsketches00henr/page/n7/mode/2up

Imagen 7.  Anónimo, “Día de lavado en el campamento”, en Richardson, William H.,  Journal of William H. Richardson, a private soldier in the campaign of New and Old Mexico, Baltimore, John W. Woods, Printer, 1848, p. 10

Imagen 7.  Anónimo, (1848). “Día de lavado en el campamento”, en Richardson, William H.,  Journal of William H. Richardson, a private soldier in the campaign of New and Old Mexico, Baltimore, John W. Woods, Printer, 1848, p. 10. Recuperado de: https://archive.org/details/newandoldmexico00richrich/page/n15/mode/2up

Imagen 8.  Anónimo, (1848). “Jornada de avance”, en Richardson, William H.,  Journal of William H. Richardson, a private soldier in the campaign of New and Old Mexico, Baltimore, John W. Woods, Printer, 1848, p. 1.  Recuperado de: https://archive.org/details/newandoldmexico00richrich/page/n3/mode/2up

Imagen 9. Anónimo. (ca. 1840). Teniente John Forsyth, Secretary of State c.1840, grabado- tarjeta de presentación. (Library of Congress Prints and Photographs Division Washington, 2003655025).

Imagen 10. Chamberlain, Samuel (1996). “Duelo en una habitación”. En My Confession: Recollections of a Rogue (1850). Austin. Goetzman H. William (editor)- Texas State Historical Association.

Imagen 11. Chamberlain, Samuel (1996). “General Wools en el campamento de Castroville, Texas”. En My Confession: Recollections of a Rogue (1850). Austin. Goetzman H. William (editor)- Texas State Historical Association.

Imagen 12. Chamberlain, Samuel (1996). “Tres dragones sentados en rocas contando historias”. En My Confession: Recollections of a Rogue (1850). Austin. Goetzman H. William (editor)- Texas State Historical Association.

Imagen 13. Anónimo,  (s/f). Robert Patterson, retrato. (The Miriam and Ira D. Wallach Division of Art, Prints and Photographs: Print Collection, The New York Public Library, 1807483). Recuperado de: http://digitalcollections.nypl.org/items/79d9c2d8-f299-4228-e040-e00a18061fdc

Imagen 14. Anónimo. (1925). “Susan Shelby Magoffin, ca. 1845”, en  Magoffin, Susan Shelby, The Santa Fe trail into Mexico: The Diary of Susan Shelby Magoffin (1846-1847). New Haven, Yale University Press,, p. 1

Imagen 15. Gilbert and Ginon.(1846). “Cuartel general del general Taylor cerca de Matamoros”, en Thorpe, Thomas Bangs, Our army on the Rio Grande.Philadelphia, Carey and Hart, p. 125. Recuperado de: https://archive.org/details/ourarmyonriogran00thorrich/page/n145/mode/2up 

Imagen 16. Anónimo,(s/f). Josiah Gregg, acuarela. (The New York Public Library Digital Collections. Cat. 1247784). Recuperada de:    . http://digitalcollections.nypl.org/items/510d47df-d2d2-a3d9-e040-e00a18064a99).

Imagen 17.  Allen, Lieut. G. N. (1848). La heroína de Fuerte Brown, 1846-1848.(Garrett Collection . E415.A42) Recuperada de: https://library.uta.edu/usmexicowar/item?content_id=1487&format_id=8

Imagen 18. Croome, W. (1862). “Una cabaña mexicana”, en Frost, John, Pictorial History of Mexico and the Mexican War. Richmond, Virginia, Harrold and Murray, p. 602.  Recuperado de: https://archive.org/details/pictorialhistory01fros/page/602/mode/2up

Imagen 19.  Anónimo, (ca. 1850).“Fandango en San Antonio”. en Wright, Ben. “Fandangos, Intemperance, and Debauchery”, Not Even Past, Austin Texas, University of Austin, Oct. 2018. Recuperado de: https://notevenpast.org/fandangos-intemperance-and-debauchery/ 

Imagen 20. Chamberlain, Samuel (1996). “El Fandango”. En My Confession: Recollections of a Rogue (1850). Austin. Goetzman H. William (editor)- Texas State Historical Association.

Imagen 21. Chamberlain, Samuel E., (1996). “Mercado mexicano en un campamento estadounidense”. En My Confession: Recollections of a Rogue (1850). Austin. Goetzman H. William (editor)- Texas State Historical Association.

Imagen 22. Hinekley, (1846). “Ranchero mexicano”, en Thorpe, Thomas Bangs, Our army on the Rio Grande.Philadelphia, Carey and Hart, p. 134. Recuperado de: https://archive.org/details/ourarmyonriogran00thorrich/page/134/mode/2up

Imagen 23. Anónimo, (1862). “Tambor”, en  Frost, John, Pictorial History of Mexico and the Mexican War. Richmond, Virginia, Harrold and Murray, p. 551. Disponible en: https://archive.org/details/pictorialhistory01fros/page/550/mode/2up 

Imagen 24. Forbes, Edwin, (1870). “Periódicos en el campamento, 1860”, En Century Magazine, New York, The Century Co. (The Miriam and Ira D. Wallach Division of Art, Prints and Photographs: Print Collection, The New York Public Library, 831562). Recuperado de: https://digitalcollections.nypl.org/items/510d47e0-e86d-a3d9-e040-e00a18064a99 

Imagen 25. Chamberlain, Samuel (1996). “Gran Misa antes de Buena Vista”. En My Confession: Recollections of a Rogue (1850). Austin. Goetzman H. William (editor)- Texas State Historical Association.

Imagen 26. Croome W.. (1862). “Campamento de los voluntarios de Nueva York en el Presidio de San Francisco”, en  Frost, John, Pictorial History of Mexico and the Mexican War. Richmond, Virginia, Harrold and Murray, p. 456. Disponible en: https://archive.org/details/pictorialhistory01fros/page/456/mode/2up

Deja un comentario

Crea una web o blog en WordPress.com

Subir ↑